Menú
Santiago Navajas

Francisco de Vitoria, protoliberalismo católico

Fue capaz de pensar de manera compleja e interrelacionada los derechos humanos, el derecho internacional y la economía moral.

Fue capaz de pensar de manera compleja e interrelacionada los derechos humanos, el derecho internacional y la economía moral.
Francisco de Vitoria. | Archivo

Una de las corrientes dominantes hoy día es la del naturalismo, un sistema filosófico que sostiene que no hay nada más que naturaleza, fuerzas y causas del tipo de las estudiadas por las ciencias naturales (entre los filósofos naturalistas más destacados hoy están Daniel Dennett y David Chalmers). Naturalistas fueron en la Antigüedad, Demócrito, Epicuro y, por supuesto, Aristóteles. Al filósofo macedonio lo representó el pintor renacentista Rafael debatiendo con Platón al salir de la Academia de Atenas. Platón señala hacia el cielo, mientras que Aristóteles apunta al suelo. La dualidad fundamental entre lo abstracto y lo concreto, lo trascendente y lo inmanente. Aristóteles, el gran metafísico naturalista, también va a elaborar una teología, pero inmanente: su Dios está aquí, en este universo, como el objeto más elevado (en todos los sentidos de la expresión).

Francisco de Vitoria –el filósofo más destacado del siglo XVI junto al otro gran Francisco, Suárez– era aristotélico-tomista, es decir, un seguidor del naturalismo de Aristóteles pero con la impronta cristiana de Santo Tomás de Aquino. A diferencia de los jesuitas que hemos visto hasta ahora, Luis de Molina y Francisco Suárez, Francisco de Vitoria era dominico, como Santo Tomás, una orden también enfocada fundamentalmente en el conocimiento como forma de servir a Dios. Sin embargo, va a producir un giro fundamental no solo en el cristianismo sino en toda la filosofía occidental. Un giro que, sin embargo, iba a ser reprimido dentro de la cosmovisión católica durante mucho tiempo hasta que en nuestros días cobra una actual vigencia.

Porque Francisco de Vitoria va a avanzar los temas y los modos del liberalismo contemporáneo, basado en el humanismo cristiano y el naturalismo aristotélico-tomista, las bases antropológica y ontológica para una organización política y social justas y equitativas. Especialmente enfocado en el derecho internacional, del que fue su creador en el ámbito de la Modernidad. La tesis fundamental de Vitoria es que todos los seres humanos tienen una dignidad intrínseca y unos derechos fundamentales. Pero, ¿qué es y dónde reside dicha dignidad? En el respeto al libre albedrío de todos los seres humanos, su capacidad de obrar atendiendo a criterios racionales y éticos. Este universalismo católico de Francisco de Vitoria se convertirá, a través de un proceso de laicización, en el fundamento del cosmopolitismo de la Ilustración y su convencimiento en la unidad psicológica de la especie y la fundamentación global de toda cultura en el núcleo de la naturaleza humana común.

Es este reconocimiento de una naturaleza humana común (en clave religiosa, pero fácilmente extrapolable a una dimensión laica) la que hace que los valores ético-políticos de la libertad, la igualdad y la fraternidad sean reclamables por cualquier ciudadano independiente de su adscripción una cultura concreta. Los derechos humanos forman así un derecho natural superior a cualquier derecho positivo, que ha de consistir en la ecualización de dicho derecho natural a las características intrínsecas de cada cultura.

Este naturalismo jurídico conducirá a la democracia, por un lado, al considerar que el vínculo entre Dios y el pueblo es anterior y superior a la derivación de la soberanía y el poder a la élite política. Por otro lado, Vitoria establece que son el diálogo y la cooperación los que conducen a la profundización y extensión de dicha naturaleza humana que va evolucionando a lo largo de la historia, haciéndose más compleja y rica, haciendo emerger características y propiedades nuevas.

Es tan moderno Vitoria que crea una teoría de la guerra justa estableciendo las condiciones de posibilidad para que los conflictos internacionales sean legítimos, imponiendo límites al estilo de la "causa justa" y la proporcionalidad entre medios y fines. De esta forma, surgen derechos individuales, de los civiles a los de los prisioneros, además de defender externalidades positivas de índole colectiva: del deber estatal de buscar la paz a la reconciliación después de los conflictos.

Por otra parte, el pensamiento económico de Vitoria se corresponde con lo que siglos después defenderían los ordoliberales alemanes de Eucken, responsables del "milagro económico alemán" tras la Segunda Guerra Mundial. Porque Vitoria defiende un liberalismo social, en el que el beneficio individual y el bien común pudiesen coordinarse de manera que hubiese unos servicios mínimos que salvaguardasen a los más vulnerables del poder excesivo, entre el cartel y el monopolio artificial, de los plutócratas.

Vitoria también es un adelantado en lo que hoy se conoce como Estado aconfesional, la versión "light" del laicismo que hemos adaptado finalmente en España, alejada del laicismo "hard" y agresivo de, por ejemplo, la Segunda República. Porque Vitoria defendía que entre el poder civil y el eclesiástico debía haber una separación, pero con retroalimentación, no con enfrentamiento. La cooperación desde la independencia que reclamaba Vitoria es, por tanto, el precedente de nuestra actual situación constitucional, donde se establece la separación entre Estado e Iglesia, a la vez que se admite que haya una especial relevancia para que desde ambas instancias se guarde y promueva el bien común. Su noción del "precio justo", por ejemplo, no apunta tanto, como podría parecer, al intervencionismo en los mercados para fijar los precios, sino a la denuncia de aquellos empresarios que abusan de su posición de mercado para incrementar artificialmente los precios al margen la competencia. Al igual que Adam Smith, Vitoria habría aplaudido a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia por multar con 200 millones a las seis principales constructoras españolas por haber pactado precios a través del cártel. Esta denuncia del abuso de posición de poder en el mercado, una constante en el mejor liberalismo y que suelen olvidar los que están a sueldo del IBEX, le llevó también a defender los derechos de los trabajadores en su asimetría de poder de todo tipo, del monetario al informativo, respecto a los grandes empresarios.

Por si fuera poco la actualidad de Vitoria, también lo es su actitud revolucionaria respecto a los derechos de los aborígenes a los que defendió en su especificidad humana, exigiendo a los conquistadores que evangelización no sea sinónimo de destrucción de las costumbres y culturas indígenas, inaugurando así la concepción del principio de soberanía de los pueblos que fue llevado a la práctica en mayor medida por los españoles que por otros países europeos, como muestra la obra de Bartolomé de las Casas o la gramática del quechua realizada por Fray Domingo de Santo Tomás, publicada en Madrid en 1560.

El protodemocratismo de Vitoria pasaba también por la reivindicación de la conexión directa de Dios con el pueblo respecto al poder, conexión en la que las élites aristocráticas pasaban a tener un papel secundario. No solo eso, sino que dada la asimetría de poder, que es una de las claves del pensamiento español de esta época, también defendía Vitoria la doctrina revolucionaria de que cabía oponerse al poder absoluto del monarca por parte del pueblo, que podía llegar en el límite al tiranicidio, entendido este como defensa propia en casos de amenaza directa y cierta de la élite en el poder contra el pueblo.

Toda esta filosofía ética, económica, política y social se basa en la concepción teológica más moderna, que alumbra hoy más que nunca a la Iglesia Católica: la idea de que la revelación divina y la razón humana están en simbiosis, pero con la teología subsumida por la filosofía. Algo así defenderá Kant dos siglos más tarde en su obra La religión dentro de los límites de la razón natural, pero en Vitoria es el inicio de la libertad de conciencia y de culto.

¿Quién aparte de Vitoria fue capaz de pensar tan en profundidad y de manera tan compleja e interrelacionada los derechos humanos, el derecho internacional y la economía moral desde una perspectiva como la del naturalismo? No será hasta Adam Smith en el siglo XVIII que el liberalismo volvería a desarrollar una respuesta tan enriquecedora y compleja de la interconexión entre ética y economía, teología y pensamiento crítico, antropología y sociología.

0
comentarios