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El caldo cómplice de Hamás

Con el alto el fuego en danza saltó de nuevo la voz del líder de Hamás para prometer ¿reconstrucción? ¿pacificación? No, qué va: otra masacre como la del 7 de octubre.

Con el alto el fuego en danza saltó de nuevo la voz del líder de Hamás para prometer ¿reconstrucción? ¿pacificación? No, qué va: otra masacre como la del 7 de octubre.
Manifestación contra Israel en Amán (Jordania). | Europa Press

Probablemente pocas veces un alto el fuego, o tregua, o como guste llamarse el intento catarí-republicaislamista-hamasiano de salvar lo que queda de ese culto genocida que es la rama palestina de los Hermanos Musulmanes, haya sacado tanto a la luz. No tanto. A la luz ya estaba lo que tantos –numerosos medios, ONG, ONU, gobiernos occidentales y universidades– se empeñaban en ocultar. En conformar lo que amos de diverso signo, con el islamismo a la cabeza, ordenaban conformar.

En breve, mientras los muchachos de Hamás salían de las ratoneras y los mismísimos campamentos de desplazados, ahora sí uniformados –y con ellos, muchos menores de edad (oh, orgullo de la UNRWA) con esa parafernalia del odio inculcado—, también emergía el evidente carácter de engaño, de propaganda, de libelo, de la acusación de "genocidio": un pueblo bien nutrido en las calles supuestamente festejaba —con energía bien alimentada, y con un orgullo de victoria y de renovados ataques— lo que los judíos que no llegaron a ser incinerados por los nazis en los hornos, desnutridos y mentalmente exhaustos, no pudieron ni simular cuando fueron liberados de los campos de exterminio.

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