Menú

La Ilustración Liberal

Casement, Orwell, Koestler y 'El sueño del celta' de Vargas Llosa

El sueño del celta (2010) ha desconcertado a muchos lectores habituales de Vargas Llosa. La novela se basa en la historia de Roger Casement, un británico que investigó los abusos cometidos contra los indígenas tanto en el Congo como en el Perú al comienzo del siglo XX. Casement llegó a ser el gran nombre del humanitarismo de sus días. Sin embargo, también hay otro Casement, y es que durante los últimos años de su vida se convirtió en un ardiente nacionalista irlandés. Con la finalidad de liberar Irlanda de Gran Bretaña, Casement se fue a Alemania en plena Gran Guerra como representante de los separatistas irlandeses. Cuando intentó volver clandestinamente a la isla en 1916, fue descubierto, condenado por alta traición y ahorcado en una prisión británica. Además, se supo que era homosexual y que se interesaba por chicos jóvenes, muchos de ellos del Tercer Mundo.

Las fuentes para estudiar la vida de Casement son sus cartas, diarios, poemas, artículos periodísticos y dos informes oficiales, además de una serie de biografías que se le han dedicado.

La perspectiva que adopta la novela de Vargas Llosa es la del propio Casement, y se alternan escenas de sus últimos días, cuando está preso, con los relatos de su vida anterior. Se crea un doble patetismo: el lector, además de por los indígenas, siente conmiseración por Casement, que va a ser ejecutado. Es novedoso el epílogo, donde Vargas Llosa expresa su admiración por el personaje histórico al que retrata. Tambien es nueva en él la admiración por el nacionalismo, en este caso combinado con el catolicismo. Tampoco se había observado antes en Vargas Llosa un tono moralista.

Nos vamos a acercar a la novela a través de la comparación con el Casement histórico, con George Orwell y con Arthur Koestler. Los tres son famosos por lo que escribieron, los tres vivieron fuera de Europa y los tres se implicaron en la vida política británica. Casement y Orwell se fueron a trabajar a las colonias en puestos de segunda fila; Koestler, por su parte, estuvo en Palestina y Asia Central, lo cual le procuró experiencias similares a las de los otros dos. Los tres escribieron textos basados en sus vivencias. Todo esto nos servirá para entender las características de El sueño del celta y ver qué cambios ha hecho Vargas Llosa a la hora de crear su Casement.

Casement

Los diferentes biógrafos que ha tenido Casement (1864-1916) han puesto el foco sobre distintos aspectos de la vida de éste. Singleton-Gates & Girodias (1959) e Inglis (1973) lo describen como un héroe irlandés prestigiado por su labor en el Congo y el Perú. Casement nació en una familia protestante del Ulster, en lo que es ahora Irlanda del Norte. Aunque fue huérfano desde muy temprana edad, tuvo una infancia bastante feliz. A los quince años empezó a trabajar como oficinista en una compañía naviera, que posteriormente lo trasladó a África. Inglis habla de una personalidad romántica, de alguien siempre correcto en el trato y con una gran capacidad para la compasión.

En sus ratos libres Casement escribía poesía, una poesía muy romántica y verbosa. Sólo logró publicar un poema largo, titulado, precisamente, "El sueño del celta".

Casement estuvo unos veinte años en África, desempeñó cargos de responsabilidad en diferentes empresas coloniales y fue cónsul británico en Lourenço Marques, desde donde mandaba a Londres análisis económicos, políticos y militares.

Al publicarse en la prensa británica un artículo sobre las horribles condiciones que soportaban los recolectores de caucho en el Congo, el Foreign Office le encargó un viaje al interior de dicho territorio para averiguar qué había de cierto en todo ello. El informe de Casement, publicado en 1903, confirmaba que los nativos eran tratados con enorme crueldad y que estaban totalmente a la merced de unos cuantos representantes del rey Leopoldo de Bélgica, que explotaba el Congo como si fuera una empresa de su propiedad. Los detalles relatados por Casement causaron protestas en la prensa británica y en el Parlamento, se creó una asociación para la reforma del Congo y se logró que el rey Leopoldo entregara el poder al Estado belga. A partir de entonces, Casement se convirtió en una celebridad.

Goodman (2009) se centra en el trabajo de Casement en el Perú, adonde viajó por encargo oficial luego de que se publicara un artículo en el que se denunciaban las condiciones de esclavitud en que malvivían los nativos del Putumayo, un vasto territorio sin ley entre el Perú y Colombia.

Casement llegó al Perú como gran experto mundial en cuestiones de derechos humanos para averiguar si la empresa Peruvian Amazon Company maltrataba a un grupo de ciudadanos británicos procedentes de Barbados, atraídos al país sudamericano como capataces. Casement encontró unas condiciones incluso peores que las que vio en el Congo, y señaló como principal responsable al propietario de la empresa, el señor Arana, que se había hecho extraordinariamente rico con el caucho. Arana, que gustaba de los placeres de la vida europea, decidió incorporar su empresa, J. C. Arana y Hermanos, a la Bolsa londinense, con una junta administrativa inglesa y bajo el nombre de Peruvian Amazon Company. Arana tenía un 70% del capital, pero la compañía contaba con participación británica. La junta administrativa no intervenía en la vida cotidiana de la empresa, dirigida en el Perú por Arana y sus familiares. A lo largo de su investigación, Casement se enfrentará con innumerables ejemplos de malos tratos, incluso asesinatos, para obligar a los indígenas a recoger el caucho. También denunciará que las autoridades peruanas no protegían a los indígenas y que no mostraban interés por castigar a los culpables.

El informe sobre el Putumayo se publica en 1912 y tiene por consecuencia la adopción, en Londres, de una serie de medidas contra la empresa.

Casement desarrollará un odio virulento por todo lo británico, pero Gran Bretaña le tratará muy bien hasta la traición final. A pesar de su bajo nivel educativo y de no haber pasado por un examen de admisión, Casement será nombrado cónsul e investigador oficial. Después del informe sobre el Congo de 1903 será condecorado, y más tarde incluso ennoblecido y convertido en sir. Cuando, en 1912, decide abandonar su puesto consular, aduciendo mala salud, Londres le asigna una pensión vitalicia. El propio Casement expresa su alivio al volver del Perú a Gran Bretaña, un país donde impera la ley. Utilizará a la opinión pública para presionar al Gobierno británico para que actúe con más rapidez en los asuntos que denuncia, colaborará con periodistas y parlamentarios y con la Asociación contra la Esclavitud. Las autoridades nombrarán comisiones e investigarán las horribles denuncias. Cuando los directivos británicos de las compañías denunciadas son interrogados, alegarán desconocer los hechos y proclamarán su inocencia, pero recibirán una fuerte amonestación por prestar su nombre para actividades sobre las que nada sabían.

Weale (2001) apunta que Casement parecía aceptar unas ideas bastante simplistas sobre el pasado irlandés. La isla fue conquistada por muchos pueblos; los celtas, que venían de la Península Ibérica, eran sólo uno más. Al parecer, Casement tenía ancestros procedentes de la actual Noruega. Era amigo de una historiadora muy nacionalista, Alice Stopford Green, que alimentó su nacionalismo romántico. Weale subraya que los biógrafos no suelen decir nada de la primera parte de la vida de Casement, cuando colaboraba con el colonialismo. Una razón puede ser la ausencia de fuentes escritas. Por otro lado, Weale observa que Casement estaba exhausto al volver del Putumayo, y que eso pudo haber influido en su capacidad para tomar decisiones acertadas. Ya en Irlanda, se dedicó a organizar un grupo de voluntarios nacionalistas y a conseguirles armas. En Alemania intentó formar una brigada irlandesa con prisioneros de guerra, pero no tardó en constatar que sólo mostraban interés los malos soldados.

También Goodman cree que el Putumayo afectó a Casement tanto física como mentalmente, porque empezó a descuidar su apariencia, se quejaba de su mala salud y se hizo más fanático en relación con Irlanda. Cuando se produjo el Levantamiento de Pascua de Dublín (1916), muchos irlandeses estaban furiosos con los rebeldes porque en ese momento muchos compatriotas estaban dando la vida en la I Guerra Mundial. En la batalla del Somme cayeron unos 60.000 soldados británicos, entre los que por supuesto había irlandeses. Sin embargo, las autoridades británicas, ejecutándolos, convirtieron en mártires a Casement y a los demás rebeldes.

Singleton-Gates & Girodias ponen el foco en los diarios de Casement, que contienen frecuentes alusiones a su actividad homosexual, y se plantean si pudieron ser falsificados para desacreditarle. Pero lo cierto es que varios expertos han comparado la letra de los diarios con otros escritos de Casement y ya nadie cree en la teoría de la falsificación.

Reid (1976) se centra en la personalidad de Casement. Su conclusión es que se trataba de una persona admirable por su generosidad y su capacidad de compasión, pero caracterizada igualmente por su melodramatismo. No era un intelectual, sino un hombre de acción emocional no muy dado a la reflexión. Casement no fundó un hogar, sino que iba de país en país, presa de sus entusiasmos. Era violento en sus odios y en sus amores. No era pacifista, sino que participó activamente en los esfuerzos de los rebeldes irlandeses por conseguir armas para luchar contra los británicos. Fue un auténtico héroe en el Congo y el Putumayo, y finalmente resultó serlo también para los nacionalistas irlandeses… casi por equivocación.

Reid alude al novelista Joseph Conrad, que conoció a Casement en África antes de que ambos llegaran a ser famosos. Más tarde Conrad diría que Casement era alguien que no pensaba, sino que sólo sentía. Alguien dominado por las emociones y con una personalidad trágica. No lo consideraba admirable en todo, porque también lo veía vanidoso, pero destacaba la atracción que suscitaba y su valor. Para describirlo, Reid recurre a los términos melodramático, tragicómico, histriónico y romántico, y también incide en su extraordinario coraje físico y moral. Se marchó a África muy joven y allí vivió aislado y expuesto a muchos peligros. Aceptó el encargo de averiguar la situación en el Congo y en el Putumayo. Durante sus investigaciones no tuvo más remedio que vivir entre personas brutales que fácilmente pudieron haber organizado su desaparición en la selva. Se marchó a Alemania en plena guerra y en plena guerra volvió a Irlanda.

Orwell

A George Orwell (1903-1950) el paso por las aulas le dejó hondas secuelas. Hijo de un funcionario británico de bajo nivel destacado en la India, fue educado en Gran Bretaña. El célebre Eton College le dio una sólida formación clásica y el sentido del fair play. Pudo leer mucho y empezó a pensar de manera independiente. Sin embargo, no destacó lo suficiente como para conseguir una beca universitaria, por lo cual no entró en el circuito social de los mejores exalumnos de Eton, sino que se incorporó, en un puesto mediocre, a la policía angloindia y fue destinado a Birmania.

Su historia personal lo llevó a tener la sensibilidad a flor de piel en lo relacionado con las diferencias sociales y étnicas. Era alguien que observaba su sociedad a la vez desde fuera y desde dentro.

Bowker (2003) subraya los gustos de chico preadolescente de Orwell (cuyo verdadero nombre era Eric Blair): las revistas para jóvenes, las excursiones al campo, las canciones y bromas del mundo del music-hall… Siempre le gustó el teatro. Junto a la denuncia social, hay en su obra una vitalidad y una sencillez notables.

Desde joven tiene mala salud. Volvió de Birmania con una actitud crítica hacia el Imperio y la pena de muerte. En Gran Bretaña trabajó como periodista, y para describir cómo vivían los pobres se puso a explorar el mundo de los vagabundos de los años 30 tanto en la propia Gran Bretaña como en Francia; incluso a vivir entre ellos. Hizo un viaje al norte de Inglaterra para escribir sobre cómo influyó la depresión económica en la vida de los trabajadores de la zona. Como Casement, también escribió poesía.

Se marcha como voluntario a la guerra civil española sin saber mucho de la situación política en España. Después de cuatro meses en el frente de Aragón, es herido gravemente. Los estalinistas andan también tras él, pero finalmente logra escapar, no sin antes ver cómo aquéllos asesinan a varios amigos suyos. Desde entonces vivirá temiendo ser asesinado por los agentes de Stalin. Sus experiencias personales le llevan a denunciar que la prensa, tanto en Gran Bretaña como en Francia, tanto la de izquierdas como la de derechas, da una imagen falsa de lo que sucede en España. Nadie se interesa por su relato Homenaje a Cataluña (1938). La enorme influencia de los comunistas en Gran Bretaña le dejará estupefacto.

Debido a su mala salud, es rechazado como soldado durante la II Guerra Mundial, pero participa en el esfuerzo bélico produciendo programas radiofónicos de propaganda para la India. Tiene baja la moral porque está enfermo, pero sobre todo porque ve que Gran Bretaña no entiende el peligro del totalitarismo. Tanto los nazis como los soviéticos supeditan la verdad a lo que les conviene divulgar en cada momento, y a Orwell le preocupa la aceptación de la mentira. Asegura que eso le asusta más que las bombas.

Bowker cree que Orwell se inscribe en la tradición romántica de Keats y Shelley; que es un hombre de aventuras como Stevenson y un moralista como Swift. Identifica en Orwell una ética de justicia y conmiseración, entre cristiana e izquierdista pero no dogmática, sino basada en sus experiencias. Tanto Bowker como Thomas (1965) califican a Orwell de realista político. Se identifica con los pobres y desconfía de la autoridad. Es socialista pero critica a los socialistas.

Tanto Casement como Orwell asumieron grandes responsabilidades a una edad temprana, Orwell en Birmania y Casement en África, lo cual les imprimió caracter. El uno y el otro sentían repugnancia física por los abusos. Lo que da cohesión a lo que escribieron es la perspectiva moral.

La novela Los días de Birmania (1934) es la más indicada de entre las de Orwell para establecer una comparación con El sueño del celta. En ella se cuenta la vida de una pequeña ciudad birmana. Orwell pinta un retrato devastador del club europeo, donde la gente se aburre, bebe y chismorrea. Hay británicos racistas y otros no racistas, pero nadie quiere que el club tenga miembros no europeos. Se discute cómo mantener la autoridad en Birmania, y muchos prevén que no se podrá aplicar una legislación hecha para Inglaterra y seguir gobernando la colonia. Una señora inglesa no paga a sus sirvientes para evitar que se vayan. A diferencia de lo que hace Vargas Llosa en El sueño del celta, Orwell nos presenta los dos mundos en contacto, y en ambos hay personajes simpáticos y antipáticos. Describe con cierto detalle a unos cuantos birmanos, en particular a U Po, un oportunista sin escrúpulos que no se detiene ante ningún obstáculo: desvía mercancías que pertenecen al Gobierno británico y, como juez, acepta dinero de las partes en conflicto, para finalmente aplicar la ley como si no hubiera sido sobornado. Amenaza a sus adversarios mandándoles cartas anónimas con acusaciones inventadas. Combate no solo a los europeos, sino a todos los que no se inclinen ante su poder. Representa la mentira, la corrupción y la brutalidad.

El protagonista, Flory, se siente solo tanto entre los birmanos como entre los ingleses. Su único amigo es un médico hindú con el que puede hablar de libros y de ideas, pero los dos son outsiders. El médico admira más a Gran Bretaña que Flory. Para éste, todo es mentira, empezando por la idea de que el Imperio existe para el bien de la población, una mentira que lo corrompe todo. El libro no idealiza a grupo social alguno, Orwell describe una situación en la que todos los personajes son diferentes. Sin embargo, la situación es trágica para todos.

Los días de Birmania incluye observaciones sobre cómo funciona la cultura birmana. La sociedad que se describe es colonial, pero existen leyes y responsabilidades.

Thomas (1965) califica a Orwell de moralmente valiente y socialmente responsable. Orwell se basa en una experiencia personal y su preocupación principal es la verdad.

En el artículo "Looking back on the Spanish War" (1943), Orwell afirma que la izquierda británica siempre ataca a su propio país. Durante la Primera Guerra Mundial, la prensa británica de izquierda decía que Alemania era un país de paz; más tarde dirá lo mismo de la Unión Soviética. En este sentido, al colaborar con Alemania, Casement tenía un reflejo izquierdista, a pesar de que su posición política fundamental era la nacionalista. Ahora bien, sólo él se trasladó a Alemania para colaborar con los alemanes contra Gran Bretaña. Él mismo habla de traición, y quiere convertirse en mártir. Su condena por alta traición fue la primera dictada en Gran Bretaña en siglos.

La comparación con Orwell sirve para subrayar que El sueño del celta no trata del colonialismo, como se dice en la contratapa, sino de casos de conducta criminal. Además, pone de manifiesto el fanatismo que hay tanto en el Casement real como en el de la novela. Orwell es un claro ejemplo de que se puede criticar lo propio (Gran Bretaña, en este caso) sin tener que aliarse con el enemigo.

Koestler

Scammell (2009) dice de Arthur Koestler (1905-1983) que es un intelectual "indispensable". Koestler supo interpretar su época y vio antes que otros que el nazismo y el comunismo soviético eran esencialmente dos totalitarismos iguales, que la Unión Soviética iba a colapsar y que Europa debía unirse. Luchó contra la pena de muerte. Constantemente cambió de país, de casa y de proyecto de vida. Como autor, cambió dos veces de lengua, del húngaro al alemán y del alemán al inglés. También hablaba el francés, el ruso y el hebreo. Entre sus treinta obras hay novelas, autobiografías, libros científicos y ensayos. Sus títulos más famosos son El cero y el infinito (1940) y Flecha en el azul (1952). Scammell lo considera romántico y provocador, alguien que siempre está a la contra.

Nació en Budapest en el seno de una familia judía de clase media. Fue hijo único. Debido a problemas económicos de su padre, no pudo terminar sus estudios de tecnología y se puso a trabajar como periodista. Los que le conocieron lo comparaban con un adolescente; en los juegos quería ganar a cualquier precio, y cuando se sentía frustrado era capaz de tener explosiones infantiles de rabia. A la vez, siempre se mostraba generoso, en particular con la gente que había pasado por la cárcel. Era un individuo fuera de serie que tenía un enorme interés por la vida y por el saber.

En su autobiografía Flecha en el azul afirma que nunca le gustó el ambiente judío de Europa Central. Cree que lo que se ve como judío son las costumbres de un grupo sometido a una fuerte presión social. Aun así, se marchó a Palestina cuando tenía veinte años y se quedó allí por espacio de otros tres. Trabajó un tiempo en un kibutz, vagabundeó y terminó como corresponsal para un periódico europeo. Llegó a pasar hambre. En Flecha en el azul hay una autocrítica y una ironía ausentes en los textos de Casement.

Al volver a Europa ingresó en el partido comunista alemán, donde hizo labores de propaganda. Sin embargo, experimentó un gran cambio cuando pudo hacer un viaje por la Unión Soviética (1932-33) y vio que la realidad era muy diferente de lo que se decía. Le impactaron la miseria, la falta de libertad y las mentiras. Koestler fue uno de los primeros occidentales que pudo asistir a un juicio de los montados por el régimen soviético para deshacerse de gente que ya no le servía.

Otra experiencia decisiva en su vida fue el viaje que hizo a España en 1936 para cubrir la Guerra Civil. En Málaga fue apresado como espía comunista; trasladado a Sevilla, fue finalmente liberado gracias a una campaña humanitaria internacional organizada desde Gran Bretaña. Algunos años más tarde será detenido en Francia como alemán y comunista e internado en un campo del sur del país, del que logró escapar por pura suerte. Para entonces había cambiado su posición política de manera definitiva.

Durante la II Guerra Mundial contribuye desde Gran Bretaña al esfuerzo antitotalitario dando charlas y escribiendo artículos. A su juicio, Gran Bretaña y Francia estaban como dormidas ante la agresión comunista. Durante y después de la contienda, hablará de Europa Central como un laboratorio de destrucción. Tres de cada cuatro de sus conocidos desaparecieron durante el conflicto.

Koestler se entiende bien con Orwell. A los dos les asombran la ignorancia y la indiferencia de los obreros franceses e ingleses. Koestler se siente próximo al partido laborista británico y conoce a todos sus intelectuales. Critica a la izquierda desde la izquierda. No entiende que tantos occidentales crean en el interés de los soviéticos por la paz. Todo esto le hace ser muy pesimista sobre el futuro de Europa.

Koestler sostiene que se debe combatir el mal aunque parezca imposible derrotarlo. Considera moralmente equivocado el derrotismo, y también la desesperanza. Es necesario combatir el mal aunque parezca una empresa absurda. Describe el marxismo como un mundo cerrado, al igual que la escolástica medieval y el Talmud, donde los datos no cuentan y son siempre procesados por la ideología. En los países marxistas, el culto romántico al buen salvaje se convierte en culto al buen proletario.

El segundo tomo de su autobiografía, La escritura invisible (1954), empieza con sus experiencias en la Unión Soviética. Menciona las campañas de insultos, las insinuaciones y el miedo a hablar. Koestler ha podido ver con sus propios ojos la hambruna en Ucrania y en Asia Central. Señala la desaparición de medio millón de alemanes establecidos en Rusia desde hacía doscientos de años.

En el Turkestán ve la misma dejadez que había visto en Siria, Palestina e Iraq. La gente se resiste al cambio con un fanatismo sordo. Para Koestler, esas poblaciones habían sido exiliadas, por medio de una "máquina del tiempo", a un mundo que no entendían. Los soviéticos les decían que les habían liberado de los terratenientes y los recaudadores de impuestos, pero lo que ocurría era que desde entonces era el propio Estado el terrateniente y el recaudador de impuestos. La gente seguía viendo la sociedad como un conjunto de clanes y confiaba en sus familiares, como Arana en el Perú. Koestler vio mujeres recolectando algodón a las órdenes de un capataz, algunas con un bebé atado a la espalda, mientras los hombres fumaban y tomaban té. La gente desconocía el mundo exterior. Cerca de Afganistán encontró aldeas que apenas eran un manojo de casuchas de adobe. Además de la malnutrición general, la población padecía numerosas enfermedades. Por todas partes los miembros del Partido le contaban lo bien que iba todo. Koestler habla del triunfo de la palabra sobre la realidad.

Koestler denuncia que a Occidente le cuesta creer en los horrores que se viven en la Unión Soviética y en la Alemania nazi, y esa ceguera le angustia. Sabe cómo funciona la propaganda, con medias verdades, acusaciones e insultos. Cuando estaba en España y era cuestionado por un cónsul británico, percibía que se trataba de un choque entre dos mundos. El británico provenía de un mundo de gente quizá sin imaginación pero que decía lo que pensaba, un mundo basado en los valores tradicionales; el comunista, en cambio, era un mundo en el que nada era como se decía. Así, Gran Bretaña le parecía una isla de inocencia.

Una experiencia que le marcó fue el hecho de que los partidos socialista y comunista no intentaran impedir a Hitler la toma del poder. El partido socialista tenía ocho millones de miembros, pero nada hizo. Y cuando el partido socialista empezó a ser perseguido, el comunista nada hizo.

En la novela La edad de la insatisfacción (1951) vuelve a la angustia derivada de la percepción de una amenaza que los demócratas occidentales no toman en serio. Un exoficial polaco exilado en París cuya esposa ha sido asesinada por los soviéticos observa angustiado cómo el partido comunista francés celebra un mitin con discursos llenos de mentiras. En estas mismas páginas se comenta que los exrevolucionarios suelen convertirse al catolicismo porque necesitan confiar en una autoridad.

Estas obras de Koestler, como las de Orwell, nos muestran por contraste que el pensamiento político de Casement es elemental y superficial. El lado fuerte de Casement es el humanitarismo, que sólo produce impacto en una sociedad como la británica. Como comenta el protagonista de El cero y el infinito, en la Unión Soviética el humanitarismo se considera un prejuicio burgués. Casement no describe el colonialismo, sino una violencia criminal que puede darse en situaciones diferentes y que, por ejemplo, recuerda un campo de concentración. En cuanto a El cero y el infinito, se centra en unos rusos cultos y leales a la revolución que, durante los llamados Procesos de Moscú, están tan indefensos ante las autoridades como los indígenas de los que habla Casement ante los caucheros. La misma situación de opresión total se describe en la famosa novela de Orwell Rebelión en la granja (1945).

En una antología compilada por el propio Koestler, Suicide of a nation (1963), se dice que hay tres mecanismos psicológicos que funcionan bien en Gran Bretaña: apelar al fair play, crear simpatía por el débil –el underdog– e insinuar que los británicos tienen que expiar el pecado de haber tenido un imperio. Casement es un ejemplo de todas estas tendencias. A pesar de su odio antibritánico, no puede ser más británico.

En The lotus and the robot (1960) Koestler da cuenta de un viaje que hizo a la India y a Japón para ver si Occidente tenía algo que aprender de esas culturas. A propósito de Japón, menciona la matanza de 200.000 cristianos en el siglo XVII y la prohibición de profesar el cristianismo hasta mediados del siglo XX. Cree que las religiones japonesas son seculares o, dicho de otro modo, que no cuentan con una metafísica y no enfatizan la distinción entre el bien y el mal.

Este texto incluye un epílogo sobre el colonialismo que vale la pena mencionar en el contexto de la novela de Vargas Llosa y del nacionalismo de Casement. Koestler habla de un complejo occidental, una idea de pecado, en relación a los países con pasado colonial. Koestler cree que se trata de una mezcla de mitos y realidades. Hay que recordar que la historia de casi todos los países contiene episodios de invasiones, conquistas y opresión. Los conquistadores europeos de Asia devolvieron la visita de los mongoles a Europa. Si tuvieran que expiar los pecados del pasado, todos los países deberían hacerse el haraquiri.

También habla Koestler del nacionalismo en The call girls (1973), novela en la que describe una reunión de intelectuales que se han propuesto salvar el mundo. Uno de los personajes comenta que el nacionalismo es ridículo, pues lo único que decide el país en que se nace es la pura casualidad.

Cuando escribe sobre Palestina, en Promise and fulfilment (1949), Koestler se muestra objetivo y no romántico. Da múltiples ejemplos de cómo los factores irracionales y emocionales influyen en la historia. En particular, relata cómo los supuestos especialistas británicos en asuntos árabes –todos proárabes, en contra de las afirmaciones de Said– influyen en las decisiones del Foreign Office. Cree que la historia es un proceso irreversible y que el juicio sobre lo que es moralmente aceptable depende del momento elegido como punto de partida y del criterio utilizado. La historia puede ser como una tragedia griega en la que los dos antagonistas tienen razón, cada uno desde su propio punto de vista. Cuando Koestler discute la administración británica de Palestina tiene muchas críticas que hacer, pero concluye que siempre es bueno vivir bajo un régimen que se atiene a ciertas estructuras y leyes. Siempre es positivo pasar de un mal mayor a un mal menor. Tampoco cree que se deba idealizar a los pueblos primitivos, que no por ser menos poderosos son necesariamente más pacíficos. Una novela comparable a El sueño del celta es Ladrones nocturnos (1946), donde Koestler refiere la interacción entre judíos, árabes y británicos de una manera que recuerda a los orwellianos Días de Birmania.

El personaje Casement de El sueño del celta

En comparación con las biografías sobre Casement, la novela de Vargas Llosa adopta una perspectiva muy cercana al propio personaje, casi de identificación con él. Ya se han mencionado algunas técnicas narrativas que llevan al lector a adoptar la perspectiva del protagonista. A esto contribuye también la manera en que se habla de su homosexualidad, presentando a Casement como una víctima de prejuicios. Una técnica muy efectiva es la mezcla de datos que merecen admiración (el humanitarismo) con otros más discutibles (el nacionalismo).

En la novela se habla poco de Casement como agente de diferentes empresas coloniales. Tampoco se subraya que la historia de Casement contiene aspectos que dan una imagen positiva de Gran Bretaña, que manda a un funcionario para investigar ciertos abusos, un funcionario que cumple su cometido con honradez y contribuye a generar un vivo rechazo a la situación entre la opinión pública, a resultas de lo cual finalmente se conseguirá que cambien las cosas. En el Congo los abusadores son belgas y en el Perú, peruanos, pero el texto condena a Gran Bretaña por la presencia de capital británico en la compañía peruana explotadora y a pesar de que en Londres no se sabía lo que hacían los responsables peruanos. El hecho de que la empresa tenga que cerrar cuando se conocen los abusos tampoco parece contar en la novela a favor de Gran Bretaña. La comparación con Orwell y Koestler muestra que tanto Casement como Casement entienden poco de política y reaccionan de manera emocional.

A diferencia de Casement, Orwell y Koestler, Vargas Llosa escribe sobre unos abusos producidos más de cien años atrás, es decir, de los que no ha sido testigo. Por otra parte, el autor peruano utiliza un lenguaje más emocional que Orwell y Koestler. Si quiere denunciar la esclavitud de los indígenas, Vargas Llosa tiene abundante material sobre el Congo de hoy en día, donde lamentablemente hay ejemplos de niños soldado, mujeres violadas por combatientes (para los que esta práctica es una táctica de guerra) y señores de la guerra que dictan su propia ley. También en América del Sur sobran los ejemplos actuales. Quizá le ha atraído la figura romántica de Casement tanto como la denuncia humanitaria.

Además, en la novela da más énfasis a lo que ocurre en el Congo, a pesar de que lo que ocurre en el Perú es mucho peor. En el Perú, por cierto, tenía un personaje listo para entrar en el mundo literario: el señor Arana. Es otro dictador latinoamericano, sólo que su territorio no figura como un Estado independiente. Hasta en su voluntad de lucirse en las capitales europeas se parece a algunos dictadores de la época.

Las comparaciones con Casement, Orwell y Koestler permiten ver con más claridad las características de la historia que nos presenta Vargas Llosa:

El sueño del celta no es una novela sobre el colonialismo, sino sobre dos casos de violencia criminal indiscriminada contra personas indefensas. No se describe cómo es la vida en una sociedad colonial, porque no hay sociedad en el Congo ni en el Putumayo, sino sólo violencia. Las condiciones nos hacen pensar en la violencia en un país totalitario.

El sueño del celta tiene algo de panfleto más que de novela. Los indígenas no hablan y generalmente no tienen nombre, sino que están presentes sólo como víctimas. En Orwell y Koestler, los buenos y los malos no están distribuidos con criterios étnicos.

– Tanto Orwell como Koestler son personas muy emocionales, pero también analíticas; en cambio, Casement y Casement son emocionales pero no analíticos. Casement fue un hombre de acción más que de reflexión. Se puede hablar de una visión romántica de Casement en la novela; como una suerte caballero andante, un tanto quijotesco, que ayuda a unos nobles salvajes.

– Es llamativo el epílogo de la novela, en el que Vargas Llosa expresa su admiración por el Casement histórico. ¿Estamos ante un caso de identificación? En varias novelas de Vargas Llosa aparece un personaje escritor que desempeña un papel importante; pero suele haber una distancia objetiva, a veces irónica, entre la voz narrativa y el personaje.

– Orwell y Koestler no son nacionalistas. El Casement histórico lo es, como lo es Casement. Se podría decir que Vargas Llosa se muestra nacionalista a su vez cuando cambia los datos de la historia y acusa a Gran Bretaña en vez de al Perú. El Gobierno peruano no castigó a los culpables, mientras que Gran Bretaña mandó varios investigadores al Putumayo a investigar los hechos. En Gran Bretaña se publicaron artículos, se celebraron sesiones parlamentarias y se crearon comisiones oficiales. La Asociación contra la Esclavitud organizó protestas y se obligó a la empresa a cerrar. Sin embargo, en el Perú el Gobierno compensó a Arana cuando el territorio que ocupaba sin derecho alguno fue adjudicado a Colombia.

– En muchas novelas de Vargas Llosa hay una defensa de la homosexualidad, pero ¿por qué intenta cuestionar si tuvieron lugar los encuentros sexuales relatados en los diarios de Casement? Hace mucho tiempo que se ha descartado la teoría de la posible falsificación de los diarios.

– Casement parece acercarse al catolicismo por identificación política y cultural con la causa irlandesa, pero ninguno de sus biógrafos adjudica gran valor a esa circunstancia. Casement muestra poco interés por la religión antes de convertirse en nacionalista irlandés. Es llamativo que, en la novela, la actitud positiva del protagonista hacia el catolicismo adquiera bastante importancia. Por otro lado, en ninguna de las novelas anteriores de Vargas Llosa se había visto una presentación tan positiva del catolicismo.

Por todas estas razones, quizá podría decirse que El sueño del celta pertenece a lo que se denomina la nueva novela histórica latinoamericana, que, como indica su nombre, utiliza materiales históricos. Lo característico de esta corriente es que la historia se ve como una cantera de la que el escritor puede extraer lo que le interese para elaborar su propio proyecto literario independiente. En este caso, el resultado es que El sueño del celta no es exactamente una biografía de Casement; ni es como las novelas clásicas de Vargas Llosa.

Bibliografía

– Bowler, Gordon (2003): Inside George Orwell, New York, Palgrave.

– Goodman, Jordan (2009): The devil and Mr. Casement. One man’s struggle for human rights in South America’s Heart of Darkness, London, Verso.

– Inglis, Brian (1973): Roger Casement, London, Hodder and Stoughton.

– Koestler, Arthur [1951] (1953): The age of longing, New York, Signet Book. (La edad de la insatisfacción).

(1952): Arrow in the blue. An autobiography, London, Collins-Hamish Hamilton. (Flecha en el azul).

(1973): The call girls, New York, Dell.

[1940] (1959): Darkness at noon, London, Four Square Book. (El cero y el infinito).

(1954): The invisible writing. Autobiography 1931- 1953, London: Collins-Hamish. (La escritura invisible).

(1960): The lotus and the robot, New York, Harper.

(1949): Promise and fulfillment. Palestine 1917-1947, London, Macmillan.

(ed.) (1963): Suicide of a nation, London, Hutchinson.

(1946): Thieves in the night. Chronicle of an experiment. London, Macmillan. (Ladrones nocturnos).

– Orwell, George (1945): Animal farm. A fairy story. (Rebelión en la granja).

[1934] (1967): Burmese days, Harmondsworth, Penguin. (Los día de Birmania).

[1938, 1943] (1966): Homage to Catalonia and Looking back on the Spanish war, Harmondsworth, Penguin. (Homenaje a Cataluña).

– Reid, B. L. (1976): The lives of Roger Casement, New Haven, Yale University Press.

– Scammell, Michael (2009): Koestler, the indispensable intellectual, London, Faber and Faber.

– Singleton-Gates, Peter & Girodias, Maurice (1959): The Black diaries. An account of Roger Casement’s life and times with a collection of his diaries and public writings, London, Sidgwick-Jackson.

– Thomas, Edward M. (1965): Orwell, London, Oliver & Boyd.

– Vargas Llosa, Mario (2010): El sueño del celta, Madrid, Alfaguara.