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La Ilustración Liberal

Religión, poder y caos en Oriente Medio

Desde los inicios del reino de Arabia Saudí, las relaciones bilaterales de Riad con Teherán han pasado de los intentos de cooperar a la franca desconfianza, especialmente a partir de la revolución islámica iraní de 1979. Desde el nacimiento de la República Islámica de Irán, islamista, revolucionaria y de raíz persa, la relación por defecto ha sido de rivalidad regional. Una serie de factores más recientes acentúan los aspectos más beligerantes de la misma, y lo seguirán haciendo. Entre ellos, el efecto dominó de la Primavera Árabe, la reconciliación entre EEUU –bajo la Administración del presidente Obama– e Irán, las actuales masacres en Siria, la guerra civil en el Yemen y la fluctuación de los precios del petróleo.

El año 2016 comenzó con un acusado conflicto entre Arabia Saudí e Irán que amenazó con volverse incontrolable. El 2 de enero Arabia Saudí anunció la ejecución de 47 reos; uno de ellos era el clérigo chií Nimr al Nimr. Crítico declarado de la familia real, Nimr fue detenido en 2012 y condenado por lucha sectaria y sedición. Inmediatamente después de la muerte de Nimr, el portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, Hosein Jaberi, dijo: "La ejecución de una figura como el jeque Nimr, que no tenía más recurso que la palabra para defender sus objetivos políticos y religiosos, solo demuestra el grado de imprudencia e irresponsabilidad [de Arabia Saudí]" (Basil et al. 2016).

Huelga decir que esas declaraciones de Teherán provocaron la reacción de Riad: el Ministerio de Exteriores convocó al embajador iraní en el reino, al que se transmitió una protesta oficial y el rechazo de lo que Riad consideró una agresiva injerencia en los asuntos internos saudíes. En Teherán, un grupo de manifestantes se congregó ante la embajada saudí: algunos asaltaron el edificio y le prendieron fuego. Seis países del Golfo Pérsico condenaron la pasividad de los servicios de seguridad iraníes en la protección de la embajada, y el 4 de enero Arabia Saudí cortó lazos diplomáticos con Irán.

A pesar de la multitud de razones para mantener la crisis bajo control, como la del resultado incierto de la misma a la luz del actual equilibrio de fuerzas y del apoyo estratégico a cada parte, muchos temen una escalada irracional que pueda acabar desencadenando un conflicto militar directo entre los dos países. En realidad, Arabia Saudí e Irán ya están inmersos en conflictos militares indirectos en toda la región, desde el Líbano al Yemen, en una apresurada lucha por el poder y la influencia en un momento en que Oriente Medio parece estar derrumbándose.

La región vive una profunda y radical transformación que está produciendo más caos que estabilidad, más violencia que paz, más sectarismo que integración y más miedo que confianza. A causa de ello, la guerra fría entre Arabia Saudí e Irán seguirá ahí durante años debido a una serie de factores puramente geopolíticos, aun si se mantiene dentro de unos límites razonables en términos de confrontación.

La religión como geopolítica

Es obvio que la división más visible entre Arabia Saudí e Irán es de tipo religioso; una grieta milenaria entre dos credos islámicos contrarios: el suní y el chií. Enraizadas en una irresoluble disputa sobre quién fue el legítimo heredero de Mahoma, hoy las dos ramas del islam tienen también una clara representación geográfica. Tras la revolución islámica de 1979, Irán, liderado por el clérigo chií Jomeini, se transformó en una república islámica basada en principios chiíes. Además, la visión revolucionaria del ayatolá Jomeini situó a Teherán como base de inspiración y movilización de otras comunidades chiíes más allá de las fronteras iraníes. Como respuesta, Arabia Saudí, donde el 90 por ciento de la población es suní, defendió la interpretación puritana del islam suní conocida como wahabismo y se erigió en guardián de los lugares sagrados. Tras la llamada de los líderes de Irán a la eliminación de la familia real saudí, Riad aceleró la propagación global del wahabismo como la verdadera interpretación del islam.

Durante años, la división religiosa no fue un factor determinante en la relación entre los dos países, pese a que en los últimos dos o tres lustros la fractura entre suníes y chiíes se ha agudizado y se ha vuelto más divisiva y abiertamente violenta. De hecho, hoy no hay un solo conflicto abierto en Oriente Medio que no incluya un aspecto de esta división religiosa, desde Siria al Yemen.

Desde la perspectiva saudí, los grupos chiíes controlados o financiados directamente por Iránhan logrado importantes progresos y victorias dentro del mundo árabe. Por ejemplo, el derrocamiento en 2003 de Sadam Husein, tradicional enemigo de Irán, abrió paso a un Gobierno chií en Bagdad, y a la alarmante y creciente influencia de Teherán en Irak. También con la ayuda de Irán, Hezbolá, el brazo militar de Teherán en el Líbano, se ha convertido en el actor más importante en ese país dividido política y militarmente. Además, sin las intervenciones directas de Irán, Bashar al Asad, el líder de la minoría alauí, no podría haber sobrevivido a la rebelión que estalló en 2011 en Siria, país con una clara mayoría suní. Y, por último, en marzo de 2015, los huzis –un grupo de chiíes yemeníes vinculados a y utilizados por Irán– lanzaron una ofensiva para derrocar al Gobierno del presidente Abd Rabuh Mansur Hadi a favor del depuesto Alí Abdulah Saleh, revirtiendo la transición política tan arduamente elaborada por Riad desde 2013.

El "resurgimiento chií", como lo definió el analista Vali Nasr, no es el único factor que ha alimentado la percepción entre los líderes de Arabia Saudí de que el equilibrio de poder en la región se está inclinando en detrimento de los intereses saudíes. Tras años de imponer sanciones internacionales a Irán por su programa nuclear ilegal, en noviembre de 2013 el P5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania), en representación de la comunidad internacional, firmó un acuerdo interino, el llamado Plan de Acción Conjunto, como primera fase y marco de trabajo para un acuerdo final e integral sobre la situación nuclear de Irán. El acuerdo integral se alcanzó en julio de 2015, y a pesar de la polémica en torno a sus contenidos e implicaciones fue adoptado y entró en fase de aplicación el 16 de enero de 2016.

Para los saudíes, el acuerdo significa dos cosas. Desde su perspectiva, no resuelve el problema de que Irán se convierta en una potencia militar nuclear, solo lo pospone durante unos años, mientras que a corto plazo, una vez se levanten las sanciones, los líderes de Teherán empezarán a recibir miles de millones de dólares, lo que les permitirá perseguir con mayor vigor sus ambiciones regionales. Por otro lado, al margen del contenido del acuerdo, la política de brazos abiertos a Irán de la Administración estadounidense, sumada a los intereses comerciales de los países europeos, acelerará la normalización diplomática y comercial del Irán chií, alterando el equilibrio de poder en la región a favor de Teherán y en detrimento de Riad.

Cuanto más dispuesto se mostró el presidente Obama a hacer concesiones a Irán a fin de cerrar el acuerdo, más alzaron la voz los líderes de Arabia Saudí contra el acuerdo, hasta el punto de que, en mayo de 2015, el rey Salman faltó a una cumbre organizada por la Casa Blanca para abordar el asunto con los países del Golfo. A pesar de que durante una visita oficial a EEUU el rey Salman expresó su satisfacción por el acuerdo, en vista de las garantías de seguridad que el presidente Obama ofreció al reino, en la práctica las políticas llevadas a cabo por Riad han demostrado desde entonces que con Washington había más retórica diplomática que una genuina convergencia estratégica.

Por último, hay otra cuestión no relacionada con la religión que afecta y seguirá afectando a la relación entre Arabia Saudí e Irán: el precio del petróleo. El Ministerio del Petróleo iraní ha declarado el apoyo de Teherán a la intención de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y Rusia de congelar la producción de crudo en sus niveles actuales para facilitar la recuperación del precio. Las autoridades saudíes, por su parte, siguen fieles a su compromiso de mantener sus niveles actuales de producción e incluso de aumentarlos, como hicieron durante 2015, rechazando una postura común colectiva y una posible reducción de la producción. A pesar del menguante margen de ingreso por barril, a Riad parecen preocuparle más las cuotas de mercado. Algunos analistas piensan también que la política de petróleo barato está orientada a dos objetivos paralelos: perjudicar a la industria del esquisto en EEUU y penalizar económicamente a Rusia por intervenir decisivamente en favor de Bashar al Asad en Siria.

Sin duda, al comenzar 2016 Arabia Saudí era un país que se sentía amenazado. De hecho, así lo expresaba un exembajador británico en Riad:

Arabia Saudí tiene buenos motivos para sentirse más amenazada que en cualquier otro momento de su historia moderna, al menos desde la subversiva ‘Kulturkampf’ de los años 50 y el Egipto de Naser de los 60. Ese temor proviene de cinco fuentes: la primera, el desafío del yihadismo suní, en su mayor parte salafista; la segunda, el constante desafío ideológico y material de la República Islámica de Irán; la tercera, el derrumbe de gran parte de los sistemas estatales de Oriente Medio tras la Primavera Árabe; la cuarta, una acusada caída de los precios globales de la energía; y la quinta, la sensación de que las alianzas históricas –en especial con Estados Unidos, pero no solo– se están debilitando.

Con toda probabilidad, los puntos de vista en Riad son aún más extremos. Basta escuchar, por ejemplo, a Hasán Hasán, un analista de Abu Dabi, hacer comentarios como: "La idea de la medialuna chií se ha quedado obsoleta. Hoy, es una luna llena y el Golfo está rodeado" (The Economist).

No resultaría extraño que el Reino, que ha estado tradicionalmente bajo el paraguas de seguridad de EEUU, se embarcase en un proceso de demostración de fuerza y a la vez adoptase una nuevadoctrina de seguridad de manufactura propia, según la necesidad. Este fue básicamente el mensaje lanzado por el embajador saudí en Reino Unido en un artículo de opinión en The New York Times a finales de 2013. Entre otras cosas, escribió:

Creemos que muchas de las políticas occidentales en Irán y Siria ponen en riesgo la estabilidad y seguridad de Oriente Medio. Esta es una apuesta peligrosa, ante la cual no podemos guardar silencio, y no permaneceremos impasibles. (…)

La política exterior adoptada por algunas capitales occidentales pone en peligro la estabilidad de la región y, en potencia, la seguridad de todo el mundo árabe. Esto significa que el reino de Arabia Saudí no tiene otra opción que reafirmarse en los asuntos internacionales, más determinado que nunca a defender la verdadera estabilidad que tan desesperadamente necesita nuestra región. (…)

Arabia Saudí tiene unas enormes responsabilidades para con la región (…) Seguiremos obrando para cumplir con ellas, con o sin el apoyo de nuestros socios occidentales.

Desde la publicación de esta columna inaudita, Riad parece haber desarrollado una visión estratégica que le permitirá afrontar las amenazas internas y externas sin depender políticamente de EEUU o de cualquier otro apoyo occidental. La culminación de esta nueva política, que se aleja de su tradicional confianza excesiva en EEUU, ha sido la creación de una Alianza Islámica, anunciada el 15 de diciembre de 2015. Treinta y cuatro Estados unirán sus fuerzas en una alianza militar para luchar contra el terrorismo y, como dijo el príncipe y ministro de Defensa Mohamed ben Salman, durante su presentación en rueda de prensa, la nueva coalición se propone coordinar esfuerzos en Irak, Siria, Libia, Egipto y Afganistán. No se trata de un despliegue doméstico: la alianza tiene un claro deseo de aunar a los suníes contra Irán y sus representantes.

La expresión más reciente de la nueva política de Riad es el ejercicio militar Trueno del Norte. Fueron las mayores maniobras militares multinacionales que jamás han tenido lugar en Oriente Medio. Comenzó el 27 de febrero en Hafr al Batín, cerca de la frontera iraquí, y se prolongó hasta el 10 de marzo. Participaron más de 150.000 soldados de veinte países musulmanes suníes, entre ellos los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, Egipto, Marruecos, Pakistán, Bangladesh, Jordania, Sudán y Senegal. El ejercicio tenía por objeto demostrar que Arabia Saudí tiene la capacidad militar, la voluntad política y las alianzas necesarias para defenderse a sí misma y promover sus intereses estratégicos, aunque sea sin el apoyo cercano de EEUU.

Arabia Saudí parece hoy claramente decidida a prepararse para el escenario de un Irán nuclear, pese al Plan de Acción Integral y Conjunto; a poner en marcha una estrategia de retroceso para desbaratar las ambiciones de Irán; a desempeñar un papel más asertivo como líder regional para compensar la falta de determinación y presencia de EEUU, a evitar una solución que mantenga a Asad en el poder en Siria y a promover medidas prácticas para luchar contra los grupos terroristas que puedan desestabilizar el Reino y a sus aliados árabes.

Caos presente y futuro

Hoy en día, Oriente Medio no está en un estado de evolución, sino de caos. La tarea de poner algún tipo de orden, o de crear uno nuevo, es abrumadora. Si Arabia Saudí y los aliados del Golfo serán capaces de hacerlo es, por el momento, una pregunta sin respuesta y también una carrera contrarreloj. Para abordar y gestionar las ambiciones nucleares y no nucleares de Irán y sus satélites chiíes, la desintegración de los Estados nación, la amenaza del terrorismo salafista, la pasividad de EEUU, la nueva presencia de Rusia en la región, la crisis económica y el descontento popular harán falta unas destrezas políticas y estratégicas nunca vistas en la región, sobre todo en un momento en que también el Reino se encuentra inmerso en un proceso de transición aún inconcluso.

En el frente internacional, no está claro cómo responderá Arabia Saudí al fantasma de un Irán nuclear. Ha habido indicios de que Riad hará movimientos ambiguos con algunas dimensiones militares de su propio programa nuclear civil. Algunos analistas han analizado una vía a lanuclearización saudí que no incumpliera sus obligaciones para con el Tratado de No Proliferación Nuclear: permitir a Pakistán desplegar fuerzas nucleares estratégicas en su territorio en el marco de una hipotética represalia contra la India. Esto generaría una suerte de ambigüedad nuclear hacia Irán, reforzando la postura disuasoria de Arabia Saudí. En cualquier caso, por el momento no es más que una posibilidad teórica.

En cuanto a crear zonas de exclusión para las fuerzas iraníes (que un analista israelí ha denominado Doctrina Monroe Saudí), hay dos frentes que requerirán toda la atención de las autoridades saudíes: el Yemen y Siria. En el Yemen, la intervención ha evitado que los huzis se alzaran con una rápida victoria, pero aún no ha habido una resolución estable. El nivel de destrucción va en aumento, y el caos y la ausencia de una autoridad fuerte han dado alas a grupos terroristas como el Estado Islámico y Al Qaeda en la Península Arábiga.

En Siria, Riad ha dejado claro que salvar a Asad es una línea roja que no traspasará. Es muy dudoso que la Alianza Islámica envíe próximamente tropas terrestres a luchar contra Asad y sus aliados, incluidas las fuerzas iraníes y rusas, pero sí podría redoblar su ayuda militar directa a los grupos de la oposición. Se podrían anular las restricciones de entrega de sistemas de defensa aérea portátiles a los rebeldes, lo que generaría un nuevo escenario para los aviones rusos, como ocurrió en Afganistán en la segunda mitad de la década de 1980.

En el frente nacional, Riad debe afrontar las consecuencias de una política regional más asertiva y la actual confrontación con Irán. Tendrá que reforzar su aparato de seguridad a medida que fortalece el militar. A Arabia Saudí no le falta por ahora el dinero, pero el dinero ha solido ser la herramienta preferida de poder blando para asegurar la complicidad y la legitimidad a nivel nacional e internacional, por lo que una restricción fiscal por la falta de ingresos derivados del petróleo podría complicar más las cosas a la familia real en los próximos años. Asimismo, como sabemos muy bien en Occidente, las intervenciones militares en el extranjero no son baratas. Agotar las reservas saudíes de 600.000 millones podría resultar mucho más fácil de lo que ahora parece.

Las importantes dificultades a las que se enfrenta un país al abordar un escenario de amenazas tan diversas ha llevado a la conclusión en algunos círculos de que la única manera de que Arabia Saudí logre la cuadratura del círculo pasa por que establezca una relación más estrecha, casi unaalianza estratégica, con el único país de la región que podría ser capaz de resolver algunos de los problemas a los que se enfrenta el Golfo: Israel. Pero se trata de una posibilidad muy remota que podría requerir muchos cambios y mucho tiempo.

En esta situación de rápido movimiento que estamos presenciando en Oriente Medio, los riesgos de equivocaciones, de fricciones no buscadas, incluso de una indeseada escalada, son muy altos. Además, es probable que crezcan si pasa el tiempo y no se resuelve ninguna de las crisis existentes. Si hay una lección que aprender de las muchas décadas de guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética es lo delicado que fue mantener –y a qué coste económico– el equilibrio de fuerzas. Si no se activa un mecanismo que frene la escalada en Oriente Medio, no se podrá ignorar ningún escenario, desde la cooperación a la guerra.

El actual tono victorioso de Teherán exacerbará los temores de los saudíes y creará por tanto más oportunidades para la confrontación que para la paz. A menos que Irán se transforme en un país normal amante de la paz –y aún no hay indicios de ello–, será muy difícil ver surgir una colaboración estable y de largo recorrido entre Irán y Arabia Saudí. La alternativa a un futuro enfrentamiento es el derrumbe del régimen saudí, y eso sería aún peor.

© Versión original (en inglés): European View
© Traducción al español: Revista El Medio