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La Ilustración Liberal

El liberalismo y sus falsos enemigos

Conferencia pronunciada por el autor en Santo Domingo, República Dominicana, el 11 de octubre de 2018.

El objetivo de las palabras que siguen es establecer las diferencias entre el liberalismo actual y la democracia liberal, para llegar a la conclusión de que hemos elegido mal a nuestros enemigos políticos.

La democracia liberal

Abordemos, naturalmente la primera cuestión primordial: ¿quiénes son los miembros de esa gran familia de la Democracia Liberal y cuáles son los rasgos que comparten y los que los separan?

La Democracia Liberal se compone de los socialdemócratas, los democristianos, los conservadores y, obviamente, de los liberales y los libertarios. Son las familias políticas que conforman voluntaria y decididamente el Estado de Derecho que prevalece entre las naciones democráticas.

¿En qué se diferencian estas familias políticas? Las separan el orden de prioridad de los valores que sustentan cada uno de los miembros de la familia, y las medidas fiscales que se derivan de éste. Los socialdemócratas tienden a valorar la igualdad de resultados y suelen poner su acento en una mayor presión fiscal para lograrlo. Los sindicatos y trabajadores son su primera clientela política. Los democristianos cuentan con la Doctrina Social de la Iglesia y tienen una visión trascendente de la naturaleza humana.

Con frecuencia asumen posiciones cercanas a la visión religiosa en materia social: suelen poner trabas al divorcio, al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, a las adopciones por homosexuales, al suicidio asistido, etcétera. Los conservadores colocan el orden como valor supremo y suelen inspirarse en el pasado para lograr sus objetivos presentes, pero esas preferencias no impiden que opten por medidas sociales.

El muy conservador alemán Otto von Bismarck echó las bases de la socialdemocracia en Prusia y en el resto de Alemania con medidas que protegían el bienestar de los sectores trabajadores. Luego esas políticas públicas fueron adoptadas por casi toda Europa. Hoy día los conservadores de Otto von Bismarck son los democristianos de Ángela Merkel. Es el mismo trasfondo sociológico matizado por los cambios habidos en la sociedad.

Lo que quiero decir es que las medidas de gobierno de algunas corrientes ideológicas suelen adoptarse por otras con el paso del tiempo. Se mezclan y solapan. ¿Quién recuerda hoy que el demócrata Grover Cleveland, cuando era presidente de Estados Unidos, estaba en contra del Income Tax,o que el republicano Teddy Roosevelt fue el gran injerencista en los asuntos de otras naciones porque creía a pie juntillas en el Destino Manifiesto de Estados Unidos? Muchos de los planteamientos liberales que en el pasado eran considerados nocivos, o incluso pecado, se incorporaron a la manera de pensar del Vaticano y aparecen en la Doctrina Social de la Iglesia.

Los liberales, en definitiva, sitúan la libertad al frente de su escala axiológica y al individuo por encima de cualquier otro grupo, pero sus objetivos inmediatos cambian con la época.

Esa es una lección importante. Cada generación aporta su visión y, en consecuencia, persigue diferentes destinos.

En el siglo XIX los liberales fundamentalmente batallaban por separar a la Iglesia católica de las funciones del Estado y recortarle sus prerrogativas en el terreno secular.

Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi, los dos grandes Giuseppes, los dos grandes liberales italianos que lograron la reunificación de Italia contra el criterio militante de la Iglesia católica, no encontraban ninguna contradicción en sentirse nacionalistas y liberales. Hoy son nociones incompatibles. Hoy no es posible ser liberal y nacionalista. Además de batallar por la reunificación de Italia, luchaban por conquistar el sufragio universal; proclamaban su devoción por el progreso; procuraban difundir la educación y hacerla obligatoria y laica en los primeros años; defendían los derechos básicos de libertad de conciencia, reunión y publicación y luchaban por tener acceso al divorcio.

Una vez conquistados esos frentes, modificaron sus objetivos.

Hoy, de manera creciente, los liberales postulan impuestos reducidos, primacía del mercado, un Estado mínimo, y en casi ningún caso respaldan al sector público como productor de bienes y servicios. Es posible que esas causas, una vez asumidas por el conjunto de la sociedad, sean sustituidas por otras, como sucedió en el pasado.

En los temas sociales –el aborto, la eutanasia, la pena de muerte para algunos delitos–, sin embargo, los liberales dejan las posturas a la libre conciencia de los militantes. Dado que existen liberales creyentes, no creyentes y agnósticos –como es mi caso–, no tomamos posiciones colegiadas.

Por otra parte, es evidente que la defensa a cualquier costo de la libertad individual es propia de psicologías resueltas como, por ejemplo, la de los emprendedores. Quienes carecen de esos rasgos de autonomía personal suelen preferir la tutela de un Estado, de un patrón, de un ente que los proteja de la posibilidad del fracaso. En síntesis, eso es lo que planteaba Eric Fromm, el sicoanalista alemán, en El miedo a la libertad.

No tiene sentido tratar a esas personas como enemigas. No tienen por qué serlo. Hay personas, que no son necesariamente nuestros adversarios políticos, mucho más cautas a la hora de escoger sus mejores opciones porque conocen sus limitaciones. No en balde los liberales de todas las latitudes son reclutados entre los profesionales y entre los pequeños y grandes empresarios, caracterizados por su carácter emprendedor y por su individualismo, mientras los asalariados suelen acampar en las filas de la socialdemocracia.

Sencillamente, van de la sicología a la militancia. Las urgencias psicológicas de cada grupo los inclinan a sus correspondientes familias políticas.

Por último, los libertarios tienen como objetivo la desaparición del Estado y su sustitución por vínculos libremente establecidos. Dentro de esa tendencia, los más vistosos son los anarcocapitalistas. Sus apóstoles intelectuales son Ayn Rand, Robert Nozick y Murray Rothbard. Suelen luchar en el terreno político junto a los liberales.

Vistas las diferencias, ¿en qué se acercan las familias miembros de la Democracia Liberal? En estas tres cuestiones fundamentales:

  1. en creer en la convivencia dentro de un Estado de Derecho, usualmente regido por una Constitución que salvaguarda los inalienables derechos humanos y estipula claramente la separación de poderes;
  2. en predicar el método democrático para cambiar periódicamente a los políticos electos mediante comicios libres, plurales y sin violencia;
  3. en que el mercado y la libre empresa son el mejor caldo de cultivo para la creación de riquezas.

Esas tres creencias compartidas forman una parte sustancial de los llamados Criterios de Copenhague, han servido de exigencia para aceptar en el seno de la Unión Europea a las naciones desgajadas o satélites de la URSS y sido suficientes para formar coaliciones de gobierno en distintos países de Europa. Hoy, por ejemplo, esas creencias compartidas dan sustento a la Alemania de Merkel en la gran coalición alemana entre la democracia cristiana y la socialdemocracia. Los dos grandes partidos comparten algunos principios y valores, y entre ambos procuran la gobernabilidad del país. Por eso en el pasado el Partido Liberal alemán ha podido formar Gobierno tanto con los socialdemócratas como con los democristianos. Son primos hermanos, no adversarios.

Los enemigos de la Democracia Liberal, por supuesto, son los totalitarismos comunista y fascista, o las dictaduras civiles o militares que niegan cualquiera de esos tres elementos:

  1. el respeto a los derechos humanos;
  2. la democracia como método de organizar la convivencia;
  3. la propiedad privada de los medios de producción, no sólo como un derecho inalienable, sino como el elemento clave del sistema económico.

Los falsos enemigos de la Democracia Liberal

Estas convicciones nos llevan a una observación importante: hemos perdido mucho tiempo y esfuerzo combatiendo a los enemigos equivocados o defendiéndonos de ellos.

Lord Maynard Keynes no era ni es nuestro enemigo. El simpático rap que se puede contemplar en YouTube de una pelea entre Keynes y Hayek es engañoso. Los keynesianos tienen ideas parcialmente distintas a las que sostenemos los liberales. Creen en la utilización del gasto público para modular el crecimiento de la sociedad, lo que a mí me parece un peligroso error intelectual, pero eso no los convierte en nuestros enemigos. Al fin y al cabo, ésa fue la receta con que Ben Bernanke, nombrado por George Bush (hijo), se enfrentó a la recesión de 2007, y a Estados Unidos no le fue nada mal.

En el fondo, lo que nos separa es sólo una discusión sobre las tareas que deben llevarse a cabo en el ámbito público y las que mejor hace la esfera privada. En consecuencia, a ello responde el grado de presión fiscal que corresponde.

Cuando mi admirado Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía, escribió Camino de servidumbre dijo algo que resultó inexacto: su conjetura de que los Estados sobredimensionados y la planificación centralizada desembocaban en naciones totalitarias no se verificó en los hechos. El gasto público excesivo y la planificación centralizada eran medidas de gobierno notablemente erróneas, pero no conducían a la tiranía. El primer caso que lo demuestra es el de Israel, dominado por el Partido Laborista, colectivista y socialdemócrata desde sus inicios, en 1948, hasta que en 1977 el Likud ganó las elecciones y comenzó un vuelco hacia el mercado y la empresa privada como protagonista de las posteriores hazañas económicas de ese admirable país del Medio Oriente.

El segundo caso ocurrió en el Reino Unido. Margaret Thatcher llegó al poder en 1979 dispuesta a darle una vuelta a la economía británica. No era la primera personalidad conservadora que había ganado las elecciones, pero sí se trataba de la primera que en nuestros tiempos traía una agenda liberal en el sentido europeo del término. Como buena lectora y discípula de Hayek, estaba decidida a desmontar el pasado estatista y dirigista de Gran Bretaña hasta donde se lo permitieran las leyes y el Parlamento.

El tercer caso fue Suecia, la gran nación escandinava que inventó y sostuvo el Estado de Bienestar bajo la influencia del Partido Socialdemócrata durante 61 años, hasta que en 1991 Carl Bildt, líder de los Moderados, lo derrotó al frente de una coalición de centro-derecha y devolvió a los suecos la capacidad de tomar decisiones que hasta entonces había tomado el Estado.

Podría poner varios ejemplos asiáticos que contradicen a Hayek, pero no vale la pena. Lo notable es que su defensa del mercado frente al estatismo sigue siendo fundamentalmente correcta, aunque yerre en la tesis central de Camino de servidumbre.

Los liberales debemos huir de las batallas inútiles porque, como señala el viejo dictum, conducen a la melancolía.

En el liberalismo y en la defensa de la Democracia Liberal caben todos los matices, y es ridículo poner el acento en las diferentes opiniones sobre cuestiones marginales que acaban convirtiéndose en riñas personales. Lo trascendente es lo que nos une, no lo que nos separa. En la Democracia Liberal

  • caben los keynesianos. Al fin y al cabo, Keynes se convirtió en el economista más influyente del siglo XX tratando se salvar a las democracias liberales de sus ciclos recesivos;
  • caben los seguidores de la Escuela Austríaca, fundada por Carl Menger sobre las observaciones de los marginalistas;
  • caben los monetaristas, como Milton Friedman;
  • caben los institucionalistas, como Ronald Coase y Douglass North;
  • caben los culturalistas, como Gary Becker y Larry Harrison.

No es incorrecto proponer el fin de los bancos únicos de emisión, como prescribió Hayek, o calificar el sistema de precios libres como el único lenguaje de la economía que puede aliviarnos nuestra natural incapacidad para tener acceso a toda la información, como explicó Mises. O se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la acción pública, como han hecho James Buchanan y sus discípulos. Nadie sobra, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones parciales y momentáneas de un permanente debate que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia constantemente enriquecida, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y naturalmenteen la economía.

Lo básico, lo que define y unifica a los liberales, más allá de las enjundiosas polémicas que pueden contemplarse o escucharse en diversas escuelas, seminarios o ilustres cenáculos del prestigio de la Sociedad Mont Pélerin, son esos rasgos comunes que nos identifican como miembros de la familia de la Democracia Liberal. Eso es lo verdaderamente importante.

El resto es peccata minuta.