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La Ilustración Liberal

La muerte pandémica de la escuela pública

Las visiones que de la enseñanza se han impuesto una y otra vez suelen oscilar entre la teología y la psicología. Sin embargo, ahora la pandemia ha puesto a la escuela en la tesitura de hacer explícita su nueva función o, para decirlo con menos timidez, su ceremonia fúnebre. Y, al mismo tiempo, ofrece la ocasión, acaso como nunca antes de modo tan íntimo y urgente, de redefinirla según parámetros tomados de la analogía médica y ajustarla así a sus humildes quicios verdaderos. La grandeza de la enseñanza está en su modesta labor diaria, en el oasis del aula, a años luz de las pantallas y los espectáculos de masas. Presentar sistemáticamente los procesos de enseñanza-aprendizaje por medio de la analogía con lo orgánico permite salvarse de la tentación de elevar la educación a redención de almas o a liberación de infantes puros. La analogía sugerida no es simple metáfora ni alarde oportunista, sino que busca ofrecer claves decisivas para entender la situación crítica de la escuela, en situación de cuidados paliativos y con respiración asistida.

Una cuestión sanitaria

Como el lugarteniente japonés Hiroo Onoda, que sin saber que la guerra había finalizado mantuvo durante tres décadas su posición, puramente fantasmal ya, los profesores de enseñanza media, despojados prácticamente de todo instrumental quirúrgico, sanitario e institucional para enseñar, mantienen su posición en el aula batallando con fantasmas burocráticos. Sin filtros académicos para pasar de curso o titular, sin exámenes de recuperación, como conclusión lógica de la escuela vaciada, sin autoridad ante ministerios, consejerías y departamentos de orientación para imponer unos mínimos de adquisición de contenidos, su función ha sido fulminada y, como el que lucha con sombras, sólo sirve para entretener al espectador. Los que consiguen transmitir algún conocimiento con heroicidad patética a algunos aun más heroicos alumnos presentan resistencia estéril ante la irrevocable marcha de los tiempos. Asistimos al fin de la escuela pública. La pandemia puso el último clavo de su ataúd. Convendría, por mero prurito terminológico, cambiarle el nombre. Eso que todavía se llama escuela es puro Tik-Tok, televisión a la carta en formato de red social para exhibición compulsiva de emociones, desarrollo e imposición de nuevas tecnologías y contabilidad demográfica y administrativa, desierto en el que apenas van quedando excepcionales inercias anacrónicas de la función docente, rarezas extravagantes hurtadas a la mayoría de los preciudadanos de la escuela pública y reservadas, en consecuencia, a los estudiantes de los centros de elite.

La escuela ha muerto

La escuela pública ha tenido un ciclo muy breve. Nacida precariamente en los albores de las revoluciones contra el Antiguo Régimen y en la forja de las naciones políticas, completa ahora su repliegue bajo la irrupción de un Nuevo Antiguo Régimen en el cual los privilegios se consolidan al albur de retóricas igualitaristas. La escuela cLa escuela ctaristas.privilegios se consolidan al albur de rets albores de las revoluciones contra el Antiguo Rñegimen, inicia yomo institución funcional docente, ya agonizante desde las últimas décadas del siglo XX, da, pues, sus últimos estertores para mutar definitivamente en dispositivo de control y acogida y consolidarse como garantía de empobrecimiento intelectual masivo y propagación viral de la incompetencia y de los mitos de moda, bajo el amparo cegador de las luces de neón y la escenificación demagógica de la digitalización de la enseñanza, la modalidad híbrida o educación bimodal, la minimización de la docencia presencial, el divertimento forzoso y la consecuente neofeudalización digitalizada.

La reivindicación de aprobado general o la relegación de las repeticiones a la casuística de lo excepcional o anormal, con el último hallazgo de la supresión de los exámenes de recuperación, son trampantojos hechos de confusiones y consignas efectistas que encubren otros problemas, los decisivos.

Ante el cese de la actividad escolar presencial, la función del sistema, en general asumida hoy en esta situación por las familias, ausentes en condiciones normales, quedó suspendida y sus miserias al descubierto. Por eso los problemas a los cuales la crisis ha abocado al sistema se reducen, a efectos operativos, a la titulación, es decir, al desagüe burocrático de los estudiantes. La clave diferencial entre un formato (el de docencia presencial) y el otro (in absentia) es la contención demográfica, es decir, la función prioritaria de orden público del sistema educativo, y su cobertura necesaria: el entretenimiento. En el primer formato, esa función de acogida y divertimento es competencia del centro escolar. En el segundo, del núcleo familiar. Las diferencias en el rendimiento de los alumnos no variarán significativamente, pues en un sistema indolente y débil, que reduce los ritos de paso de curso a trámites de oficina, los alumnos con escaso apoyo extraescolar tienen más posibilidades de fracaso escolar. Esa situación se repite ahora agravada. El problema del aprendizaje real de los estudiantes no se menciona más que retóricamente. La titulación formal, que a pesar de su hiperinflación no llega hasta tapar el fracaso escolar, no mide apenas el aprendizaje de los alumnos. La reivindicación de aprobado general o la relegación de las repeticiones a la casuística de lo excepcional o anormal (lo que no cae bajo la norma general), con el último hallazgo de la supresión de los exámenes de recuperación, por inútiles, son trampantojos hechos de confusiones y consignas efectistas que encubren otros problemas, los decisivos.

Enseñanza clínica

Por eso, entender la enseñanza como un ejercicio clínico, no sagrado ni emotivo, no digital ni telepático, puede servir para medir con cierta precisión esta agonía y batallar, aunque sea estérilmente, contra esas dos tentaciones que, por elevación o por enterramiento, falsean y obstaculizan las condiciones de posibilidad de una enseñanza escolar y académica estricta.

La apuesta crítica de reformulación de la enseñanza como proceso orgánico, pero encuadrado en un marco institucional objetivamente codificado, se sustenta en la analogía orgánica del individuo humano, dada en tres planos que se cruzan. Como en la medicina, también en la enseñanza están implicados al menos dos sujetos con funciones distintas y complementarias bajo condiciones objetivas que hacen viable la transformación terapéutica de uno de ellos. Estas tres funciones no se reducen a procesos individuales, herméticos, atómicos, en los cuales el contexto grupal tiende a desvanecerse, ni a fenómenos colectivos, totalizadores, en los que el sujeto operatorio individual quede borrado. El aprendizaje es un proceso funcional aplicativo, análogo al de la digestión, pues se produce una aplicación a órganos o sistemas orgánicos singulares de transformaciones operativas, cognitivas, conductuales. La modificación (aprendizaje) se produce individualmente, pero sería imposible sin el marco objetivo y común, es decir, institucional y supraindividual, de la enseñanza. Tales procesos permiten, por tanto, interiorizar cambios supraindividuales (como el aprendizaje de una lengua que no pertenece en exclusiva a nadie en particular) a la escala del sujeto individuado. Las claves de este proceso presentan funciones propias de lo orgánico:

La lengua es la función respiratoria en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Pero el aprendizaje de la lengua materna no es neutro: arrastra con ella la asunción de determinadas costumbres, valores, creencias, normas de conducta y un modo de ver el mundo que excluyen otros valores, creencias, normas de conducta y modos de ver el mundo. El aprendizaje del idioma materno es el oxígeno que hace posible el proceso de hominización y socialización del sujeto y, por tanto, la condición necesaria para cualquier tipo de aprendizaje que vaya más allá de la mera mímesis etológica, pero no es un aprendizaje depurado de adherencias morales, ideológicas, mitológicas o, en general, simbólicas.

La denominada instrucción, o formación, cumpliría la función nutritiva, que permite el crecimiento, es decir, el aprendizaje, del sujeto que respira, es decir, que habla. Alumno viene de alere (alimentar). Elemento esencial de ese crecimiento escolar es la memoria, despreciada con mueca de desdén elitista por las autoridades pedagógicas al servicio de la Nube y los buscadores digitales, nuevos amos del conocimiento virtual. Igual que no hay crecimiento si el organismo excreta cuanto ingiere, sin digerir nada, sin metabolizar nada, no hay aprendizaje si se olvida cuanto se recibe, sin retener nada, sin hacer propio nada:

"Olvido la mayor parte de lo que he leído, así como lo que he comido; pero sé que estas dos cosas contribuyen por igual a sustentar mi espíritu y mi cuerpo" (Lichtenberg).

La educación es la conciencia, el aparato simbólico de la psique humana. Se refiere a procesos de socialización y conformación de la identidad desplegados en distintas fases de la vida del sujeto dentro de la familia y de la sociedad. La moral, los mitos, la ideología y, en general, todo sistema axiológico de creencias pertenecen a esta función, que, como puede apreciarse, está vinculada a la función respiratoria de la enseñanza, pero no se identifican completamente más que, como caso límite, en idiomas con un número de hablantes mínimo en esferas incomunicadas en las cuales lengua materna y valores o creencias tiendan a ser, en la práctica, lo mismo.

La enseñanza clínica exige que la función nutritiva, es decir, la instrucción académica, científica, técnica, sea la clave de bóveda de cualquier sistema escolar. En la medida en que dicha función es inviable sin respiración, esto es, sin dominio de una lengua dotada de un rango mínimo de hablantes y de una sofisticación gramatical y una complejidad semántica suficientes, aprendida como lengua materna en general, y, con ella, ciertas conductas y esquemas axiológicos, se impone la necesidad de contrapesar los efectos del predominio de cada una de ellas para ajustar, según las condiciones materiales de la realidad social, económica, tecnológica, demográfica, lingüística dada, la modulación de la institución escolar. De ahí que la configuración y organización del sistema de instrucción pública, con sus planes de estudios, asignaturas, titulaciones, necesite una fundamentación filosófica, una institucionalización global de esos procesos orgánicos y supraindividuales. La pedagogía oficial niega y bloquea este marco funcional. Es alquimia, homeopatía, pseudociencia que dicta a las ciencias y disciplinas académicas sus sagrados dogmas, siempre al servicio de intereses ajenos a la enseñanza y a sus beneficiarios. Como sostiene Xavier Massó, en su muy completo trabajo El fin de la educación (Akal, 2021),

es como si el Ministerio de Sanidad proclamara la homeopatía como doctrina médica oficial de obligado cumplimiento.

En buena medida, la anemia de los sistemas educativos realmente existentes –y, como extremo casi caricaturesco, del español– procede del empobrecimiento paulatino de la función nutritiva y la exaltación de la función simbólica, además de la asfixia, en determinados territorios del Estado, de la función respiratoria misma, con los planes de ingeniería social de los nacionalismos secesionistas por medio de la imposición como lengua de enseñanza de un idioma distinto del materno, pero también, con consecuencias quizá menos severas, el experimento del llamado bilingüismo. La función nutritiva de la institución escolar dejó de ser la esencial por causas socio-económicas, tecnológicas y demográficas principalmente, produciendo la atrofia docente estructural de un sistema destinado ya a la acogida administrativa, la suplencia paterna, el entretenimiento y el control demográfico.

Como en la medicina, la enseñanza exige un escrúpulo y un rigor profesional que cada vez está menos respaldado institucionalmente, es decir, económica, social, política, administrativamente. El desprestigio social y la precariedad de las condiciones laborales de los profesores no son ningún secreto, así como las deficiencias de su formación. Por tanto, lo que reclama un sistema de instrucción publica, como el sistema sanitario, es higiene y profilaxis escolar, esto es, un trabajo terapéutico que, en lo posible, trate anorexias cognitivas, vacune contra infecciones mitológicas y epidemias de fanatismo, prevenga y combata intoxicaciones intelectuales (pues la ignorancia es contagiosa), desarrolle musculatura académica, intelectual y personal en los pacientes y genere anticuerpos y prolifácticos que preserven de embarazos ideológicos. Semejante labor no es posible sin la cobertura institucional, tecnológica, económica, social y política correspondiente, de la cual forma parte la necesaria jerarquía de la autoridad del sanitario/docente. Enseñar es curar, no es salvar ni dar felicidad ni cambiar el mundo. La escolarización universal sin docencia digna de tal nombre es mera hospitalización sin tratamiento médico: guardar cuerpos en centros específicos sin proporcionarles medicamentos ni terapia. Y las titulaciones equivalen a altas médicas para pacientes sin sanar. La universalización escolar es formalidad vacía que genera segregación real. Se escolariza a todos. Aprenden de verdad muy pocos.

La escolarización universal sin docencia digna de tal nombre es mera hospitalización sin tratamiento médico: guardar cuerpos en centros específicos sin proporcionarles medicamentos ni terapia.

Narciso o Prometeo

De ahí que sean inevitables, y haya que afrontar siempre que se pretenda configurar un sistema educativo a escala nacional, las fricciones entre los derechos sociales, de los cuales son titulares los sujetos administrados, y las necesidades económicas y demográficas del Estado bajo cuya jurisdicción se encuentran esos ciudadanos. El animal psicológico que mirándose al espejo, cual Narciso, sólo ve sus deseos y caprichos subjetivos elevados a la jerarquía de derechos inalienables que, no ya un Estado en concreto, sino la Humanidad misma le debe, choca necesariamente con el animal ciudadano, un Prometeo que busca rebelarse contra los dioses de la pedagogía y hacerse con las armas de unos conocimientos que le proporcionen una cierta independencia material y garantías civiles y le permitan superar el estatuto de mero súbdito/consumidor satisfecho. Sin embargo, el futuro inmediato parece ser esa modalidad híbrida que supone el triste final de la escuela pública, acelerado por la pandemia, y que deja la enseñanza presencial en lujo ajeno al sistema público, convertido ya en drenado de mayorías ágrafas compuestas por sujetos lobotomizados digitalmente y clavados a la hipnosis de la realidad virtual. Por eso, esta anunicada muerte de la escuela encaja tal vez en los procesos de mutación, o en la agonía misma, de la soberanía de ciertos Estados-nación frente a nuevos poderes geopolíticos, así como la soberanía escolar no pertenece ya a las instituciones académicas y científicas sino a la Nueva Iglesia de la Pedagogía digital.