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La Ilustración Liberal

Clara Campoamor, la humanista a la que despreció la izquierda

Campoamor (Madrid, 12.II.1882 – Lausana, Suiza, 30.IV.1972) entendió el feminismo como un humanismo en pro de la igualdad de derechos. Siguió la senda de Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, y no quiso nunca un trato de favor por ser mujer, ni ningún tipo de discriminación positiva. Luchó prácticamente sola y venció. Comprometida y republicana, fue una de las primeras abogadas y diputadas españolas. Defendió el sufragio femenino en las Cortes constituyentes de 1931 con la oposición de republicanos, socialistas y, lo que más le dolió, de mujeres. Fue su pecado mortal cuando la izquierda perdió las elecciones de 1933, aquellas en las que votó la mujer por primera vez. Dejó el Partido Radical y quiso militar en Izquierda Republicana en 1935, pero fue rechazada en una votación asamblearia en Madrid. Injuriada y despreciada por casi todos, marchó al exilio al estallar la guerra. El franquismo no la dejó volver.

La madrileña de Malasaña

Estamos hablando de una madrileña de Malasaña, de una de esas personas criada en un barrio popular, trabajador y estudiantil, de ambiente liberal y republicano. Uno de esos lugares donde la gente se conoce, de linaje o de vista, entre tiendas pequeñas, tabernas familiares, esquinas redondas, y parroquias santuario. Todo un mundo de calles empedradas, cielos azules recortados, y fronteras a lugares prometedores. El padre de Clara, Manuel Campoamor, era contable de un periódico, que llevaba a casa un sueldo escaso y firmes convicciones liberales. A su muerte, la madre de Clara, Pilar Rodríguez, tuvo que dedicarse a coser, iniciando a su hija en el oficio de la costura a los trece años. El salario de las modistillas era muy bajo, como casi todos, y lo cambió por el de dependienta de tienda. Para salir del apuro económico, Clara estudió en 1909 unas oposiciones al cuerpo auxiliar de Telégrafos, y obtuvo una plaza que desempeñó en Zaragoza, y durante cuatro años en San Sebastián, ciudad que conquistó su corazón.

No obstante, Clara quiso siempre volver a Madrid, para lo que ganó en 1914 también por oposición una plaza de profesora de mecanografía y taquigrafía en las Escuelas de Adultas, convocada por el Ministerio de Instrucción Pública. A su vuelta a la capital se instaló con su madre en la calle Fuencarral, sita en el mismo barrio. Compatibilizó su trabajo docente con el de traductora de francés y el de secretaria del diario conservador La Tribuna, donde coincidió con Magda Donato, que escribía sobre temas femeninos. Inició entonces su vida pública haciéndose socia del Ateneo en 1916, y tomó parte activa en la Sociedad Española de Abolicionismo que, siguiendo los pasos de Concepción Arenal, luchaba por erradicar la prostitución y la trata de blancas. Pronto se matriculó en el Instituto de Noviciado –hoy, Cardenal Cisneros–, que tenía fama de liberal, y en el que también estudiaron la socialista Victoria Kent, la abogada Hildegarda Rodríguez, o la poetisa Ernestina de Champourcin. Clara obtuvo el título de bachiller en 1923, con treinta y cinco años. Estudió como alumna no oficial en las Universidades de Oviedo y Murcia, y se licenció en Derecho por la Universidad Central de Madrid en diciembre de 1924.

Campoamor fue, junto a Victoria Kent, la primera abogada en ejercicio en España. Y para tener visibilidad, se trasladó a la hoy llamada Plaza de Santa Ana, cerca del Ateneo, de la Academia de la Historia, y del Congreso de los Diputados. En abril de 1925 defendió su primer caso, un delito contra la honestidad, y a partir de ahí se dedicó a temas relacionados con las mujeres. Tres años después viajó a París, donde colaboró en la formación de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, lo que le procuró la amistad de Antoinette Quinche, que fue vital para su exilio en Suiza. Además, participó en el Congreso Internacional de Protección de la Infancia en Madrid (1926) y París (1928).

Feminista

El movimiento feminista en la España de la época, como en el resto de Occidente, estaba dividido. Había dos tendencias generales en el país: una, ligada a la reina Victoria Eugenia y al catolicismo; y otra, más liberal y laica, en la que estuvo Campoamor. Desde 1918 existía la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, dirigida por María Espinosa; la Unión de Mujeres Españolas, de María Lejárraga; y la Federación Española de Mujeres Universitarias. La más importante fue el Lyceum Club, la primera asociación feminista en nuestro país, presidida por María de Maeztu. Se trataba de una asociación elitista, fundada por mujeres adineradas, o bien señaladas por su profesión o la situación familiar. De hecho, la cuota mensual era altísima para la época: diez pesetas. Solo la compusieron cincuenta mujeres, entre ellas Campoamor, Kent, y Zenobia de Camprubí, que se reunían en la calle Infantas, en la casa de las Siete Chimeneas.

Campoamor expuso su primer feminismo en una conferencia en la Universidad Central, en 1923, en las jornadas de la Juventud Universitaria Femenina. La reivindicación básica era la incorporación de la mujer a los espacios públicos a través de la igualdad jurídica, y para ello el acceso general a la instrucción. "Toda mujer", dijo entonces, "por el hecho de producirse con acierto en terrenos a que en otro tiempo le fuera vedado el acceso, revoluciona, transforma la sociedad: es feminista".

Luego criticó con dureza los tópicos machistas sobre los límites biológicos de la mujer respecto del hombre.

En esta serie de desvaloraciones, no se la escatimó negaciones; desde la que aventuró que la mujer no contaba nada, o casi nada, en la procreación, y era solamente una celda de hospedaje, hasta la proporción inversa de longitud de cabellos e ideas. (…) hasta se nos contó como una incapacidad el hecho de ser mucho menos saladas que el varón, aunque otra cosa pensaran nuestros admiradores; esto es: poseedoras de una menor cantidad de cloruro de sodio; y de esta afirmación doctrinal también se deducían anatemas furibundos contra nuestra consistencia física (…)También se nos sumó como defecto la constitución de nuestros huesos, pues si bien era mayor la cantidad de fosfato de cal y materias orgánicas de la osamenta femenina, éramos en cambio inferiores en carbonato de cal, que en el hombre se da en cantidad de 9,98 y en la mujer de 4,25.

En realidad, el de Campoamor era un feminismo igualitario, de lucha por la libertad y la justicia. Lo abordaba como un proyecto político y nacional vinculado a una República sin "divorcio espiritual entre hombres y mujeres", que consideraba

inadmisible que el hombre, que desde la cumbre de sus elevados pensamientos puede contemplar el camino recorrido por la Humanidad, pretenda encerrar a la mujer en las viejas normas de los tiempos muertos.

Campoamor representaba lo que la literatura del momento llamaba "mujer moderna", o "nueva mujer", algo propio de la sociedad de masas posterior a la Gran Guerra. Recogió la tradicional lucha que se sostenía desde el siglo XVIII contra los prejuicios morales y sociales que caían sobre la mujer, especialmente en los países anglosajones, de la mano de liberales y progresistas. Primero fue librarse de las convenciones sociales, luego el acceso a la educación y, por último, a la política. Era un feminismo humanista, que luchaba por el reconocimiento de la igualdad de la mujer para contribuir al bien de la Humanidad, desde una postura de género, pero también individualista:

En el terreno práctico y en el orden jurídico, el principio de la libertad humana consagra este postulado: dar a cada uno lo suyo en razón a su intensidad individual y al desenvolvimiento de su personalidad.

Republicana y socialista

La Dictadura de Primo de Rivera otorgó el voto a las mujeres, con un decreto de 1924, pero limitado a las elecciones municipales, y con exclusión de las casadas. En realidad, solo podrían votar las solteras y las viudas. El decreto nunca se llevó a la práctica porque no se celebraron elecciones municipales, pero avivó la polémica en torno a la cuestión del voto femenino. El régimen buscó atraerse a las mujeres más señaladas; entre ellas, nuestra biografiada. En 1926, el gobierno quiso intervenir en la Junta Directiva del Ateneo, y que en ella tuviera entrada Campoamor, ya que pertenecía al Grupo Femenino ateneísta, pero ella lo rechazó. No obstante, fue elegida en la nueva Junta en 1930, que presidió Gregorio Marañón. También rehusó la Gran Cruz de Alfonso XIII por coherencia ideológica. Y es que Clara Campoamor ya había decidido su apoyo a la República como proyecto nacional de reforma, tanto política como social, al estilo del radicalismo francés. Por esa razón prologó el libro de la socialista María Cambrils, titulado El feminismo socialista (1925), y frecuentaba las Casas del Pueblo del PSOE, junto a Matilde Huici.

No obstante, su obsesión política fue la República como proyecto transformador. Por eso comenzó a trabajar en el grupo de Manuel Azaña, con el que coincidía en el Ateneo, para la formación de Acción Republicana. Cuando el periodista de El Liberal la preguntó, el 22 de abril de 1930, si monarquía o república, Campoamor no lo dudó:

¡República, república siempre! Me parece la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos. Y en muchos casos, la más adecuada a la situación de un país específicamente considerado, verbigracia, España. Pero prescindiendo ya de este sentido oportunista, objetivamente me parece superior la república a cualquier otro régimen.

Campoamor participó activamente en mítines y conferencias del partido de Azaña, pero no consiguió un cargo ejecutivo en el mismo. Tras el fallido golpe de Jaca, en diciembre de 1930, se ocupó de los sublevados en San Sebastián, para quienes pedían pena de muerte para dos de los implicados, y cadena perpetua y prisión temporal para el resto. Entre estos últimos estaba su hermano Ignacio. La extensión del proceso hizo que las elecciones municipales del 12 de abril la encontraran en la capital guipuzcoana. En la tarde del 14, junto a un grupo de correligionarios, proclamó la República desde los balcones del Círculo Republicano de la ciudad.

Las relaciones con Manuel Azaña no eran buenas, a pesar de lo cual obtuvo un puesto en el Consejo Nacional de su partido. Pero las "maniobras mezquinas", según contó Campoamor en su libro El voto femenino y yo. Mi pecado mortal (1936), la empujaron a abandonar la agrupación y pasarse al Partido Radical de Alejandro Lerroux. Su primera actuación fue en un mitin en Leganés (Madrid), organizado por la Juventud Republicana Radical, en una reivindicación del mito liberal de Mariana Pineda.

El voto de las mujeres

El gobierno provisional de la República publicó el decreto de convocatoria de Cortes constituyentes el 3 de junio. En el texto se modificaba la ley electoral de 1907, reduciendo la edad electoral del varón de 25 a 23, y concediendo a las mujeres la calidad de elegibles, pero no de votantes. Campoamor ganó el acta de diputada por Madrid, e insistió en formar parte de la Comisión parlamentaria para la elaboración del anteproyecto de Constitución. Su propósito era que resultaba preciso que hubiera una voz femenina en dicha comisión para defender los derechos de las mujeres.

Las diferencias con Victoria Kent surgieron desde el inicio de la discusión del anteproyecto constitucional. Si el art. 23 de éste decía en su segundo párrafo que se reconocía "en principio la igualdad de derechos de los sexos", Campoamor proponía resumirlo en un solo párrafo que dijera que no podrían "ser fundamento de privilegio jurídico el nacimiento, el sexo, la clase social, la riqueza y las creencias religiosas". Kent sostuvo que se dejara como estaba, pero suprimiendo la expresión "en principio". Campoamor entendió desde el principio que la resistencia que encontró entre republicanos y socialistas al voto femenino se debía a que la mujer, decían, no era republicana, y, por tanto, su participación electoral les desbancaría del poder.

El 30 de septiembre de 1931 comenzó la discusión parlamentaria sobre el sufragio femenino. Las diatribas las inició el republicano radical Álvarez-Buylla que dijo que sería "peligrosísimo" para la República, y lo colmó Novoa Santos, al decir que el "histerismo no es una enfermedad; es la propia estructura de la mujer. La mujer es eso: histerismo". Campoamor era consciente de la resistencia que tanto hombres como mujeres iban a desarrollar contra la igualdad. Por eso fundó la Agrupación Unión Republicana Femenina en noviembre de 1931 para dar charlas que concienciaran sobre el ejercicio del sufragio activo y pasivo.

Las intervenciones de Campoamor se seguían con poco respeto. Risas, insultos, gritos, desplantes... todo el abanico del obstruccionismo parlamentario al uso, con el agravante del machismo. Incluso el diario Informaciones del 1 de octubre refería:

Viendo cómo escuchan los diputados a la Srt. Campoamor, a la que interrumpen, de la que se mofan y a la que hacen blanco de ironías de mal gusto, se convence uno más de que la mujer debe tener voto. Seguramente no vendrían al Parlamento muchos de los que están ahora en él.

El sufragio femenino defendido por Campoamor ganó en la votación parlamentaria por 40 votos. En contra del voto femenino estuvo el Partido Radical de la propia Campoamor, el Partido Republicano Radical Socialista (del que era diputada Victoria Kent) y la Acción Republicana de Azaña, quien, según Campoamor, consideraba el voto femenino como "una tontería". Una parte del PSOE votó a favor, mientras que se abstuvo la liderada por Indalecio Prieto, que no osó oponerse en el salón, y lo abandonó para gritar por los pasillos "que se había dado una puñalada trapera a la República". Margarita Nelken, la tercera diputada en el Congreso de 1931, que publicó La mujer en las Cortes constituyentes, sostenía que no era conveniente reconocer el sufragio de la mujer porque era una amenaza para el régimen republicano. Votaron a favor del voto femenino la Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora y el Partido Agrario de Royo Vilanova, ambos partidos de la derecha.

Desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor. Razón aparente: que el voto habría herido de muerte a la República; que la mujer, entregada al confesionario, votaría a favor de las derechas jesuíticas y monárquicas.

Azaña, contra el voto femenino

Acción Republicana, el partido de Azaña, no se dio por vencido. En diciembre de 1931 presentaron un "proyecto de dipsoción adicional a la Constitución", consistente en que la mujer no pudiera hacer uso del voto en elecciones legislativas en tanto no lo hubiera hecho en dos municipales. Esto hubiera retenido el voto femenino por lo menos cuatro años.

La enmienda fue rechazada en la Comisión, y al debatirse en las Cortes fue Campoamor la que atacó el proyecto de Acción Republicana. Su discurso no fue para sostener el sufragio de la mujer, sino para preservar la Constitución de enmiendas torticeras. El argumento no era feminista, sino humanista, como ella decía, democrático e igualitario. Le soltó a Peñalba, diputado azañista encargado del proyecto, que el artículo 34 de la Constitución no concedía ningún derecho a la mujer, sino que regulaba "los derechos electorales de uno y otro sexo en las mismas condiciones".

Peñalba dijo que la mujer no tenía preparación política para acudir a las urnas, que iba a ser pasto de la influencia de la Iglesia y que, por tanto, sería un peligro para la República. En consecuencia, era preferible esperar a dos elecciones en las que el gobierno pudiera propagar costumbres políticas republicanas entre el sexo femenino. La respuesta de Campoamor fue contundente:

Decís que la mujer no tiene preparación para la política. Decía el Sr. Peñalba, no sé en virtud de qué cálculos, que un millón si la tiene y cinco millones no. Y yo os pregunto: y de los hombres, ¿cuántos millones de ellos están preparados? Exactamente lo mismo, Sr. Peñalba, y ahí quería yo que llegásemos. Los hombres tampoco están preparados ni ciudadana ni políticamente en España.

De nuevo estuvo sola. Tuvo que contestar a numerosas intervenciones. No contó con apoyo, ni siquiera con el de Margarita Nelken, que había sido recientemente elegida diputada. La enmienda no prosperó por 131 votos contra 127, en una sesión en la que solo votó la izquierda y los republicanos, porque la derecha se había ausentado de las Cortes por la discusión de la cuestión religiosa.

El desprecio de los radicales

Campoamor no supeditó sus principios a los intereses de partido, y eso le costó que los republicanos la repudiaran y que no obtuviera un escaño en las elecciones de 1933. Lerroux la nombró entonces Directora General de Beneficencia y Asistencia Social. Sin embargo, disgustada por la represión en Asturias de la revolución de 1934, presentó a Lerroux su dimisión, y cansada de la situación española, y de sus compañeros republicanos, consiguió que el gobierno la enviara al cantón de Vaud, en Suiza, a realizar un estudio del sistema de seguro escolar obligatorio, durante un plazo de cuatro a seis meses. En febrero de 1935, Campoamor dirigió una carta a Lerroux anunciando su marcha del partido, que es toda una declaración de frustración liberal y republicana:

Me adscribí al partido radical a base de su programa republicano, liberal, laico y demócrata; transformador de todo el atraso legal y social español, por cuya realización se lograse la tan ansiada justicia social. Y no he cambiado una línea.

Era el Partido Radical el que había cambiado, decía Campoamor, ya que su alianza con la CEDA había impedido desarrollar su labor. El republicanismo radical fue invadido por "la derecha"; es decir, lo contrario de lo que Lerroux había asegurado. Dejaba el partido, decía, por no doblegar sus principios personales. A pesar de todo:

Tengo fe en mi país, esperanza en la República, creo en la posibilidad de una política austera, recta, liberal, justiciera e inteligente, que saque a España del atraso profundo en que ha vuelto a caer.

Izquierda Republicana veta su ingreso

La carta que escribió a Lerroux fue divulgada por Acción Republicana, que se dedicó a multicopiarla y repartirla para dañar al gobierno. A pesar de esto, Campoamor aceptó la presidencia de Pro Infancia Obrera, en auxilio de los niños asturianos, hasta octubre de 1935. Entre tanto, en julio, solicitó el ingreso en Izquierda Republicana, que era la unión de Acción Republicana y el Partido Radical Socialista. Casares Quiroga fue quien había firmado la petición, pero se formó un grupo que se opuso en el que, "como es lógico", escribió, "no se hallaban ausentes las pobres mujeres". Durante los tres meses siguientes, el Comité del partido mantuvo abierta una recolección de quejas sobre la aceptación de Campoamor. El ambiente negativo llegó al punto de que Francisco Barnés, presidente de la Junta provincial de Izquierda Republicana, llamó a Clara para decirle que era mejor que retirase su petición porque "dicen que escribiste un artículo contra Azaña".

No acudió ningún personaje relevante del partido a aquella asamblea de Izquierda Republicana que debía decidir el ingreso de Campoamor. La votación se hizo usando una bola negra para el no y una blanca para el . Al parecer, según cuenta nuestra biografiada en su obra Mi pecado mortal, dos mujeres fueron con la bola negra ostensiblemente, mientras un hombre jaleaba a los otros asamblearios gritando: "¡Machos, machos! Que no sabéis ser hombres, ¡sólo sois machos!". El resultado fue de 183 noes a 68 síes. La frustración de Campoamor fue enorme. "Los hombres republicanos", escribió al respecto, "toleran en los partidos a las mujeres, a condición de que de su actuación inocua, débil o fracasada no tengan nada que temer, (…), pero se oponen por todos los medios, limpios o no, a dar paso a las otras".

Campoamor intentó formar parte del Frente Popular a través de la Agrupación Unión Republicana Femenina, pero los frentepopulistas se negaron. Entonces, una parte del grupo propuso la formación de un partido político con el que presentarse a las elecciones y sacar así a Campoamor como diputada, pero ésta se negó. En la primavera de 1936, tras las elecciones de febrero, en las que no participó por hallarse en Londres, se sintió aliviada. No era el voto de la mujer el que le costaba el poder a la izquierda, sino su división: "La intervención de la mujer no es dañosa [para] el mantenimiento de la política izquierdista". No había, por tanto, una identificación entre género e ideología.

La mujer, aprendices de intérpretes, votará siempre, como el hombre, por reacciones y estímulos de orden general, sobre todo de orden y política nacional; y como el hombre español, votará en la mayoría de los casos contra los que han gobernado, por el solo hecho de haber gobernado y porque gobernando no los hicieron felices.

El exilio

Al estallar la guerra civil, Campoamor abandonó Madrid por miedo a las checas, según relata en su libro La revolución española vista por una republicana (1937). El gobierno no podía controlar la calle, ni a los sindicatos, y la ejecución de republicanos la decidió a abandonar la capital a principios de septiembre.

La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno, y la falta absoluta de seguridad personal, incluso para las personas liberales –sobre todo, quizá, para ellas– me impusieron esta medida de prudencia.

Huyó a Valencia, pero el gobierno no la dejó coger un barco a América, por lo que tuvo que ir a Génova, y de ahí con su familia a Lausana, en Suiza. Encontró refugio en casa de su amiga Antoinette Quinche. Allí se puso a escribir el libro antes citado, como un testimonio más de la desesperación y el sentimiento de fracaso que los republicanos históricos mostraron en aquellos días. Fue entonces cuando se separó del izquierdismo, que había perdido la República más que los golpistas. Campoamor se acogió entonces a un liberalismo republicano, laico y modernizador, similar al primer Partido Radical, pero muy alejado de aquellos con los que quiso compartir lista desde 1935.

Campoamor abandonó Suiza en 1938 rumbo a Argentina, donde estuvo hasta 1955. Trabajó para editoriales traduciendo del francés, y dejó la política. de estos años son sus obras La Marina argentina en el drama español, y Heroísmo criollo, con anécdotas de los exiliados republicanos. Biografió a Concepción Arenal, en 1943, y a Quevedo dos años después. Pero su deseo era volver a España. Los expedientes policiales la tachaban de francmasona y socialista. Intentó arreglar su situación en 1947 con una estancia breve en Madrid. Solicitó ayuda a Gregorio Marañón, que ni contestó, y de nuevo partió a Argentina. Regresó a Madrid en dos ocasiones más, aunque pesaba sobre ella una pena de diez años de prisión. Era imposible.

Se instaló definitivamente en Suiza, donde encontró que a la mujer –que no accedió al voto hasta 1971, solo le importaba "la casa y la cocina" y "tiene el pensamiento al ralentí". Seguía el acontecer de la España bajo la dictadura de Franco, diciendo, con un enorme pesimismo: "Cierto que no hay otro país como el nuestro para el paso atrás y la vuelta al Medievo". Pero sentía una enorme pena por no volver a España. "Si pudiera de vez en cuando darme una vuelta por ahí…", escribió.

Perdió la vista en 1971, y un cáncer acabó con su vida en Lausana. Falleció a los 84 años. Solo quiso que sus cenizas reposaran en aquella ciudad costera que la enamoró siendo una jovencita. Y allí fueron, al cementerio de Polloe, en San Sebastián.

Conclusión

Es evidente que Clara Campoamor insistió en el error de vincularse a un izquierdismo que no quería el voto de la mujer y que, a la postre, tampoco quería una democracia. Sin embargo, Campoamor desempeñó un papel decisivo en la defensa del valor de las mujeres y de la igualdad. Y lo hizo con indudable mérito, rodeada de enemigos a los que, a diferencia de sus imperturbables principios humanistas, se llevó el viento de la Historia.

Bibliografía

Clara Campoamor, El voto femenino y yo: mi pecado mortal, Instituto Andaluz de la Mujer, 2001.

La revolución española vista por una republicana, Barcelona, 2002.

Pilar Díaz Sánchez, Clara Campoamor (1888-1972), Madrid, Ediciones del Orto, 2006.

Mary Nash, "La transgresión de la ciudadanía en femenino: Clara Campoamor y Federica Montseny", en Mercedes Gómez Blesa (ed.), Las intelectuales republicanas. La conquista de la ciudadanía, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp. 35-54.