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La Ilustración Liberal

Las lesbianas que odiaban a las mujeres

“Yo soy mujer; tú, no”

Mientras discutían sobre la pertinencia de la “huelga feminista” del 8M, Ana Rosa Quintana trató de callar a Arcadi Espada, que disentía del resto de la mesa de tertulianos, con un argumento casi irrefutable: “Yo soy mujer y tú, no”. Julia Otero insulta en Twitter a Cayetana Álvarez de Toledo por no sumarse a la huelga feminista citando a Simone de Beauvoir, la sacerdotisa del feminismo radical:

El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos.

También en Twitter, Àngels Barceló intentó desprestigiar un libro sobre maternidad escrito por tres prestigiosos ginecólogos con un sarcasmo:

Suerte que están ellos para decirnos cómo tener una maternidad feliz.

Es decir, los ginecólogos no pueden opinar sobre maternidad porque no son mujeres o madres (vete tú a saber cuál es el rasgo experiencial decisivo). Un consejo: cuando en una conversación sobre feminismo traten de silenciarle porque es un hombre (ergo, no puede "sentir como una mujer"), puede contestar que su identidad de género es gender fluid (una combinación de hombre y mujer). Y que justamente en ese momento te sientes mujer. También válido para ginecólogos ante mamás fundamentalistas.

"Las lesbianas no son mujeres"

Todo esto podríamos interpretarlo como un caso de locura transitoria. O del poder de la presión de grupo para la conformidad social. Pero no solo no cabe tomárselo a risa (bueno, un poco sí), sino que es menester conocer los polvos intelectuales de donde provienen estos lodos mediáticos. Ana Rosa Quintana, Julia Otero y Àngels Barceló no son sino las idiotas útiles (sin ánimo despectivo, en el sentido leninista de persona inocente manipulada políticamente) de las tendencias feministas radicales que emergieron hace cuarenta años. A finales de los 70 Monique Wittig escribió un impactante ensayo, El pensamiento heterosexual, que terminaba con una frase explosiva: “Las lesbianas no son mujeres”. Así empezó la tercera ola del feminismo, con una guerra civil entre las lesbofeministas y las demás feministas que naturalmente sostenían que luchar por la liberación y la igualdad de las mujeres exigía creer que había mujeres. Y hombres. Pero Wittig había comenzado una guerra de exterminio contra hombres, mujeres (y viceversa).

Una lesbiana debe ser cualquier otra cosa, una no-mujer, un no-hombre, un producto de la sociedad y no de la 'naturaleza', porque no hay 'naturaleza' en la sociedad.

Todas las mujeres son lesbianas

En la senda del mito de la tabla rasa, la idea de Wittig, tan genial como perversa, iría prendiendo en el imaginario del feminismo más radical: no hay que luchar por la igualdad entre hombres y mujeres, sino eliminar de raíz la misma distinción entre sexos. Convirtiéndonos a todos en entes no libres e iguales, como defiende el liberalismo, sino homogéneos e igualitarios, como sostiene este lesbofeminismo. No sólo es que “todas las mujeres son lesbianas, pero algunas no lo saben”, sino que todos los hombres deben ser también no-mujeres (lesbianas, por supuesto).

Digo que la idea es genial en cuanto que usualmente se considera inteligentes a aquellos que aportan soluciones nuevas a problemas antiguos. Sin embargo, Wittig pretendía cancelar el problema planteado: la existencia de un mundo sexuado. En lugar del viejo dictamen maquiavélico de unirse al enemigo si no se puede con él, Wittig prefería suicidarse como mujer si ello llevaba parejo la destrucción de aquello que más detestaba: el hombre. Genial pero tenebroso.

Lagartijas “lesbianas mexicanas”

Por tanto, las mujeres lesbofeministas francesas soñaban con un mundo humano semejante al de las lagartijas lesbianas mexicanas, conocidas vulgarmente como lagartijas cola de látigo, que se reproducen por partenogénesis, ya que los machos se extinguieron hace millones de años. Las lagartijas, sin embargo, siguen teniendo relaciones sexuales, comportándose una de ellas de manera similar a como lo haría un macho. De forma análoga, nuestras feministas lesbianas niegan que sean mujeres porque sueñan con eliminar al otro polo de la relación sexual. Si en el paraíso comunista solo existiría la clase proletaria tras la eliminación de la clase burguesa (y ya no cabría hablar propiamente de clases), en el paraíso feminista solo existiría propiamente el sexo femenino, tras la eliminación del masculino. El mismo sentido de la palabra mujer carecería de sentido al desaparecer la oposición que le da la razón de ser. La eliminación del sexo masculino no pasa directamente por un genocidio físico sino por una emasculación colectiva de los hombres para convertirlos en mujeres con pene. De ahí las campañas para propagar la nueva masculinidad, con hombres rendidos a lo que se supone que son los valores femeninos por excelencia, en detrimento de la masculinidad tóxica, la de los valores asociados a la virilidad clásica. En esta utopía feministoide, una canción como “Los chicos no lloran” de Miguel Bosé quedaría prohibida por reaccionaria y contrarrevolucionaria.

Guerra de sexos

Estas lesbofeministas adscriben su enfoque al materialismo. Pero para ser más precisos diremos que es una versión idealista del marxismo, donde en lugar de las condiciones materiales de producción se tienen en cuenta los constructos sociales. Y en vez de la lucha de clases, la guerra de sexos. Wittig afirma que el “motor de la Historia” no es la explotación de los proletarios por los burgueses sino la opresión de las mujeres por los hombres. En el colmo de la paradoja, un texto que se pretendía radicalmente feminista no hacía sino copiar las tesis de los muy machistas y misóginos Karl Marx y Friedrich Engels. Parafraseando la célebre máxima sobre las mujeres que están tras los grandes hombres, podríamos concluir que detrás de toda feminista radical hay un hombre todavía más extremo (aunque más profundo). De manera que tras la crítica al heteropatriarcado aparece el verdadero enemigo: el capitalismo. En realidad, el feminismo de izquierdas no es más que una variación del marxismo de toda la vida con sus camisitas y sus canesús.

La manifestación del 8-M

La manifestación del 8-M está convocada por las herederas de las segregacionistas lesbofeministas, por lo que han prohibido que las acompañen los hombres salvo en un rol subalterno y no como un derecho que les corresponda de suyo, en cuanto que seres humanos preocupados por la dignidad, sino como una graciosa concesión a gente inferior. Para ello habrán de probar primero que se han emasculado intelectual y emocionalmente hasta convertirse en mujeres con pene.

Mientras que el feminismo liberal es humanista y considera que las mujeres y los hombres son complementarios –diversos en la unidad de la especie sapiens, racionalmente emocionales y sociales y llevando a cabo gozosamente un juego de suma positiva–, el lesbofeminismo de raíz marxista cree que hombres y mujeres son sustitutivos unos de otros en una dialéctica de suma cero: lo que gane un sexo ha de perderlo otro. Donde el feminismo liberal grita “¡Viva la diferencia!”, el lesbofeminismo ruge “¡Muera la diversidad!”. Si el feminismo liberal defiende una masculinidad y una femineidad complejas, poderosas, elegantes e inteligentes, el lesbofeminismo sostiene que todas las mujeres son unas lesbianas, solo que algunas, que resulta que son la mayoría, no lo saben… todavía, hasta que las hermanas lesbianas les descubran su verdadero yo. Al lavado de cerebro lo denominan sororidad.

Charles Darwin

Sin duda, el hombre más odiado por las feministas radicales es Charles Darwin. Porque la peligrosa idea (Daniel Dennett dixit) del genio inglés consistía en cimentar la naturaleza humana, como la de cualquier otro ser vivo, sobre una base biológica. Los que creen que somos fundamentalmente almas hechas a imagen y semejanza de Dios se lo tomaron como un insulto personal (véase la etiqueta de Anís del Mono). Pero con el paso del tiempo, y una vez asimilada la sorpresa de imaginar que nuestros antepasados eran unos primates más o menos peludos, se ha sabido hacer compatible en los círculos religiosos el dogma de la creación por Dios con el hecho de la evolución y la potentísima teoría de la selección natural. Sin embargo, la visión darwiniana del ser humano como condicionado por la biología –de la estructura de la mano y la mandíbula a la del lenguaje y la mente– también choca con un dogma del feminismo de género: que somos productos puros de la sociedad sin mancha biológica. Por tanto, el integrismo religioso de derechas y el feminismo radical de izquierdas coinciden en considerar que somos algo así como seres de luz sin condicionantes biológicos que contaminen nuestra naturaleza, ya sea esta divina o social. En el fondo, el mito de la tabla rasa sobrevuela sobre estas ideologías idealistas como si fuera el Espíritu Santo. Escribía Wittig esta condena de la teoría de Darwin en paralelo a los comunistas estalinistas y a los más reaccionarios religiosos:

El feminismo del siglo pasado nunca fue capaz de solucionar sus contradicciones en asuntos como naturaleza-cultura, mujer-sociedad. Las mujeres empezaron a luchar por sí mismas como un grupo y consideraron acertadamente que compartían aspectos de opresión comunes. Pero para ellas estos aspectos eran más bien naturales y biológicos, y no rasgos sociales. Llegaron hasta el punto de adoptar la teoría darwinista de la evolución (...) Y, finalmente, fueron las mujeres universitarias –y no las feministas– quienes acabaron científicamente con esta teoría.

Feminismo liberal, humanista o 'igualista'

Betsy Cairo argumenta que no es feminista porque es “igualista”: está a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, no de la discriminación contra los hombres en un contexto de lucha contra lo masculino o de proteger a las mujeres con privilegios, cuotas y demás, bajo la presunción de que son unas discapacitadas. Meryl Streep, imitando seguramente sin saber a Clara Campoamor, confesaba: “No soy feminista, soy humanista”. Por otra parte, según una encuesta del CIS, la inmensa mayoría de las mujeres españolas defiende la familia igualitaria, el reparto de tareas, la igualdad salarial y de oportunidades, el igual acceso al poder político y empresarial. Sin embargo, al menos la mitad de las mujeres ven la denominación de feminista con antipatía. Y solo un 4% de ellas considera que el feminismo es la etiqueta que mejor las define.

Por ello, la huelga convocada el 8-M por la rama marxista del feminismo no es sino un paso en la radicalización del movimiento y en la alienación de la mayor parte de las mujeres y los hombres de un feminismo que en su vertiente liberal es abierto e integrador. Que multiplica y no divide. La clave de la diferencia entre el feminismo liberal y el feminismo marxista reside en los valores subyacentes a ambos. Allí donde el feminismo liberal defiende el individualismo, la diversidad, la autonomía, la creatividad y la rebeldía, el feminismo marxista es colectivista, uniformador, autoritario, disciplinario e incentivador de la sumisión. Los valores emancipatorios del feminismo liberal chocan por tanto con los valores de servidumbre del feminismo marxista.

En el ensayo general de la manifestación del 8-M, realizado en Vigo el 4 de marzo, desde la tribuna de oradores se pidió la ilegalización del PP y se lanzaron consignas anticapitalistas. Porque mientras desde el feminismo marxista se instrumentaliza a las mujeres en su lucha contra el sistema liberal, desde el feminismo humanista la preocupación mayor es la profundización en los avances conseguidos gracias a la economía de mercado, que destruye la ideología machista con el martillo de la eficiencia, y la democracia liberal, que promueve los derechos fundamentales individuales.

Primer tsunami feminista

Elisabeth Badinter o Caroline Fourest en Francia, Laura Kipnis y Camille Paglia en EEUU o Cristina Losada y Cayetana Álvarez de Toledo en España representan la cuarta ola del feminismo. Aunque más que simple ola es un tsunami de autoconsciencia de las mujeres que se saben y se quieren libres e iguales. Que no se someten ni a la autoridad paternal tradicional de corte conservador ni al paternalismo estatal de la progresía. Frente al instinto rebañego que representa la denominada sororidad como una conjura de necias (todas juntas en campaña, todas juntas en unión, defendiendo la bandera de la marxista y trasnochada tradición feminista), este tsunami ilustrado se enfrenta tanto a los caducos hombres patriarcales como a las mujeres que creen que la feminidad es una cuestión de discapacidad que solo puede ser solventada por la práctica de privilegios inversos: de la discriminación positiva a las cuotas, pasando por las listas electorales cremallera y otro subterfugios de la izquierda para alentar una sociedad dirigida e intervenida desde el aparato burocrático estatal.

En un célebre gag, los Monty Python representaban la final del Mundial de Fútbol Filosófico entre las selecciones de Grecia (clásica) y Alemania. Ya saben, la panda de Sócrates, Platón y Aristóteles frente a los Hegel, Schopenhauer y Marx. Cabría asimismo hacer una selección de mujeres que merecen muy mucho la pena porque representan lo mejor de un feminismo basado en los valores de la Ilustración, es decir, la verdad, la razón, la ciencia, la tolerancia y el humanismo. En esta selección tendríamos de guardameta a Camille Paglia, una defensa formada por las anglosajonas Susan Pinker, Laura Kipnis, Cathy Young y Cayetana Álvarez de Toledo (por lo del doctorado en Oxford), un mediocampo con las francesas Elisabeth Badinter, Caroline Fourest y Catherine Millet y una delantera en la que golean Teresa Giménez Barbat, María Blanco y Cristina Losada. Listas para salir al campo, Berta G. de la Vega, Christina Hoff Sommers, Catherine Deneuve y Claire Lehmann.

La diferencia entre las feministas marxistas y las liberales es que las primeras se limitan a hablar y criminalizar mientras que las segundas debaten y actúan. Las de género se quejan del techo de cristal; las humanistas lo rompen. Las marxistas pretenden derrotar a los hombres; las segundas, luchar junto a los mejores de ellos. Recordemos que fue una feminista liberal, Simone Veil, la que como ministra de Salud en un Gobierno de derecha batalló para legalizar el aborto en Francia. Una rebelión femenina que lideró desde la sociedad civil Catherine Deneuve, la misma que ahora protesta contra la inquisición del feminismo radical en la caza de brujas hacia hombres como Woody Allen.

El feminismo socialista es un fraude

La lengua de trapo del feminismo de género –privilegios, sororidad, interseccionalidad, además de mucha jerga importada (mansplaining...)– es un síntoma de cómo las consignas han sustituido al pensamiento crítico en el feminismo de izquierdas, como también pasó con el psicoanálisis y con el marxismo. No hay nada más peligroso que la combinación de modas ideológicas y negocio intelectual. La razón de excluir de la manifestación del #8MaLaHuelga a aquellos, hombres y mujeres, que no se someten a los dictados del feminismo de género es que, como buen movimiento totalitario, quiere eliminar todo matiz de disenso para crear una masa amorfa fácil de controlar.

Este cáncer del feminismo de género está convirtiéndose en metástasis, como muestra el total sometimiento del PP, supuestamente un partido que por conservador debería estar vacunado contra la ideología marxista-feminista. Un partido que debería tener más en cuenta a Chesterton que al Che. Sin embargo, Cristina Cifuentes se ha declarado orgullosa de financiar con más de ¡250 millones de euros! un conjunto de iniciativas para “promover la igualdad entre hombres y mujeres” consistente en, por ejemplo, subvenciones, encuestas para medir la “percepción” de los madrileños sobre la igualdad de género o, y aquí es donde se manifiesta en todo su esplendor el negocio con que algunos se están lucrando con las mujeres, una Formación Profesional para Técnico Superior en ¡Promoción de la Igualdad de Género!

En su último libro, Enlightment Now. The Case For Reason, Science, Humanism and Progress, Steven Pinker menciona los avances que se han realizado en la conquista de la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, como entre negros y blancos. Pero hay interesados en avivar el rencor. Martin Luther King y Malcolm X luchaban por los derechos de los negros, pero el primero explicaba que los negros deben ser defendidos como seres humanos que son, y por tanto sus hermanos propiamente dichos no serían los otros negros sino todas las personas decentes, independientemente de su color. En el mismo sentido, la judía Hannah Arendt reivindicaba en una carta al activista negro James Baldwin su derecho a debatir sobre el racismo, porque es una cuestión que nos concierne a todos en cuanto seres con pensamiento, conciencia y, en consecuencia, dignidad. No solo es que el feminismo es demasiado importante para dejárselo a las feministas (de género), sino que debemos embarcarnos en la tarea de salvar al feminismo (humanista) de las garras del feminismo heredero de Monique Wittig y sus lesbianas que pretendían no ser mujeres porque transferían su autoodio al conjunto de las mujeres.

El manifiesto del Sindicato de Estudiantes sobre la huelga feminista del 8-M carga contra los "gobiernos capitalistas" y se declara a favor del "feminismo anticapitalista y revolucionario". ¡Pero son los países capitalistas los que mejor defienden los derechos de las mujeres! Y hay una doble razón. Desde el punto de vista económico, el capitalismo destruye los prejuicios machistas porque se basa en la eficiencia. Y las mujeres son muy productivas. Desde la política liberal: los derechos humanos son el cimiento moral del sistema de mercado. El capitalismo es el mejor aliado de las mujeres. Y el liberalismo, el sistema político donde mejor se realizan las personas independientemente de su raza, religión... y sexo. El feminismo del siglo XXI será liberal. Y lo será porque el feminismo de izquierdas es un fraude.