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La Ilustración Liberal

Yo no soy feministo

Recuerdo que una vez, cuando empezaba todo esto del feminismo en España, me enfrenté con unos hombres en un bar que denigraban soezmente a las mujeres. Luego en un tren tuve la experiencia contraria, es decir, una mujer histérica y bastante bruta echaba pestes contra el género masculino y daba gritos como una posesa. También recuerdo que en otra ocasión asistí a un congreso en el que una buena amiga, profesora de universidad y nada feminista, presentaba una ponencia de Historia. Al acabar el evento se vio rodeada de varias mujeres que hablaron intensamente con ella, echándome miradas desconfiadas a distancia. Finalmente mi amiga me comentó que era un grupo de feministas interesadas en reclutarla para su causa. Mucho ha llovido desde entonces, y el feminismo parece que se ha extendido bastante en nuestra sufrida piel de toro, trayendo otros conflictos por si no teníamos ya el cupo cubierto.

Cada vez se da más entre los varones jóvenes y no tan jóvenes el perfil del hombre que apoya incondicionalmente cualquier iniciativa destinada a ennoblecer la imagen de la mujer y a envilecer, por decirlo así, la del hombre. Suelen ser hombres sumisos para con la mujer y de suavidad aparente, muy atentos a su conveniencia de alcanzar los favores del sexo femenino al que se acercan. La atracción desempeña aquí un papel fundamental en el juego de dominación-sumisión, y las feministas incitan a las mujeres en general a premiar a estos hombres y castigar a los otros por su resistencia a aceptar la culpa. Porque la culpa es fundamental en todo chantaje emocional. Así consiguen cada vez más adeptos para su causa entre los más vulnerables y políticamente correctos. Este es el feminismo de izquierdas. Pero los hombres despreciados-discriminados que valen algo y que no son necesariamente machistas (ni feministas) se vengan dinamitando la ideología de género y equilibrando la balanza.

El feminismo capitalista

Pues no, el feminismo no es solo de izquierda, por más que quieran hacérnoslo creer algunos demagogos de la izquierda y la derecha, es decir, los que ven en la lucha de clases todas las facetas de la existencia. Es cierto que el feminismo, sobre todo a partir del Mayo del 68 parisino, se vio como liberación de toda opresión hetero-patriarcal, asociada naturalmente al gran capital y al imperialismo blanco-occidental, pero curiosamente muchas mujeres de buena formación académica, que vinieron de este movimiento estudiantil y que luego accedieron a posiciones de poder y dinero, están promoviendo un feminismo desde arriba. Los prestigiosos lobbies feministas –aquí sí que se podría hablar de conspiración– actúan sobre todo en los Estados Unidos y en Francia difundiendo la ideología de género por todo el mundo, como ha puesto de relieve un extenso artículo en Le Monde Diplomatique, "Las elitistas redes feministas de las grandes empresas francesas" [1]. Hay muchos hombres e intereses varios que las apoyan. En el fondo hay interés por darle la vuelta a la tortilla, expresión que ya conocíamos en España dentro del contexto de la lucha de clases, pero que ahora se aplica con mayor propiedad. ¿Por qué? El mismo artículo del citado periódico parece que lo quiere explicar en términos económicos: el gran capital, atento a la balanza de pagos, argumenta a favor de la mujer que son más eficientes y que producen más beneficios con menos esfuerzo, aunque exista el escollo del periodo de maternidad: "La cuestión de las mujeres está muy vinculada con la de los valores productivos", "la igualdad beneficiaría al mercado y el mercado a la igualdad". Lo primero lo pone en duda Santiago Calvo en el reciente libro colectivo Desmontando el feminismo hegemónico y comentado por Santiago Navajas en Libertad Digital. Cierto o no, precisamente lo que menos se necesita en el mundo en este momento es la eficiencia del mercado. Hay que ralentizar la máquina y no darle alas para que marche más rápido, hay que atender a otras cuestiones, como la emocional, la psíquica, la social y el entorno natural amenazado. Seamos eficientes aminorando la pulsión depredadora y consumista, aprendamos a vivir con más calma, con menos ansiedad por sobrevivir, porque de lo contrario nos vamos a destruir.

No solo la empresa privada, sino también muchos Estados y sus instituciones están implantando el feminismo de género como ideología. La discriminación positiva es menos positiva que discriminatoria, pero eso no detiene a algunos Gobiernos y partidos políticos, temerosos de perder el voto femenino, que crean ministerios de la igualdad o legislan a favor de cuotas obligatorias tanto en la función pública como en la empresa privada. En eso se equivocan radicalmente, pues ni todas las mujeres son feministas ni a las mujeres hay que tratarlas como seres indefensos a los que haya que proteger continuamente. En palabras de Clare Boothe Luce[2]:

Es hora de dejar esta cuestión en manos de la madre naturaleza, una dama difícil de engañar. Sólo tienes que dar a las mujeres las mismas oportunidades que a los hombres y pronto descubrirás lo que está o no en su naturaleza. Lo que está en la naturaleza de las mujeres lo harán, y no podrás detenerlas. Pero de igual modo descubrirás, y ellas también, que lo que no está en su naturaleza, aunque se les den todas las oportunidades, no lo harán, y no podrás obligarlas a hacerlo.

El hombre y la mujer heterosexuales

¿Los heterosexuales son mayoría? Se cree que sí, aunque esta sería una cuestión sociológica difícil de determinar. Si algo hemos aprendido de los movimientos de gais y lesbianas en las últimas décadas es que existe una casi infinita gradación en los gustos sexuales del ser humano, aunque biológicamente el sexo está orientado sobre todo a la reproducción de la especie y por eso la naturaleza –hasta ahora– no se ha podido permitir una proliferación excesiva de las tendencias homosexuales.

Por decirlo brutal pero sinceramente, al hombre heterosexual común y corriente le da igual que la mujer sea sumisa o independiente, suave o violenta, dulce o amarga, maternal o despiadada, sensible o grosera: lo que quiere es ayuntarse con ella, y para eso está dispuesto a aceptar lo que se lleva. Sin embargo, hay hombres que se resisten a aceptarlo todo, que rechazan un papel asignado genéricamente, por decirlo así, sin considerar las diferencias de personalidad. Esos son los que más la tienen (personalidad) y los que se rebelan. Exactamente lo mismo que ocurrió en el siglo pasado cuando la mujer se encontraba en clara inferioridad social respecto al hombre. Las que valían algo no querían ser medidas por el mismo rasero, y las sufragistas empezaron a exigir respeto… y el derecho al voto.

Hay hombres a los que no les atrae cualquier tipo de mujer, que necesitan de otro componente para la relación sexual. Esos hombres –especiales, por decirlo así– no son necesariamente homosexuales o bisexuales, aunque, por supuesto, no es excluyente, pues, repito, uno de los grandes descubrimientos de los movimientos de liberación de las minorías reprimidas, fruto de la revolución cultural de los 60 y 70, es la casi infinita gradación en los gustos y deseos de los humanos, sin que deban ni puedan ser encuadrados en una dicotomía irreconciliable. Dicho esto, he de matizar mi pensamiento diciendo que la naturaleza se vale de las dicotomías –o, mejor dicho, de las dualidades– para la creación, aunque sean una ilusión desde un punto de vista fundamental. Cualquier experto en filosofías orientales podría certificar esto, pero también cualquier persona con sentido común. Es decir, somos hombres o mujeres por necesidad, porque hay que atraerse, amar y reproducirse; pero somos ante todo personas, seres humanos. Podríamos extender el concepto también a otros seres animados o inanimados, pero no es el objeto de este trabajo, que está muy lejos de aspirar a lo metafísico. Baste con mencionar que, según Friedrich Schiller, "hambre y amor mantienen cohesionada la máquina del mundo"[3].

Un excurso histórico

Así que cualquier revolución del pensamiento, cualquier señalamiento de un hecho y de su posible solución, deja una huella, a pesar de las exageraciones manipuladoras de determinados grupos de interés, cual es hoy el feminismo y su fanática convicción de que el mundo sería mejor si ponemos a las mujeres por delante de los hombres. Es falso, el mundo no será mejor así –tampoco peor–, pero una vez que nos demos cuenta de ello habrá quedado un poso que deberíamos integrar. Lo mismo dice Víctor Hugo cuando habla de las revoluciones decimonónicas liberales en París desde su perspectiva conservadora. Por cierto, que el padre de Víctor Hugo fue general de Bonaparte en la llamada (por nosotros) Guerra de la Independencia –y Guerra Peninsular por el resto del mundo–, y pudo neutralizar con bastante eficacia las actividades guerrilleras del Empecinado en la zona del Tajo. Decíamos que Víctor Hugo habla de que algo quedó del espíritu democrático nacido en la revolución francesa de 1789, algo que produjo la monarquía constitucional en Francia y la libertad de prensa a partir de 1815, después del Congreso de Viena. Desgraciadamente para nosotros, todo eso llegó al contexto español bastante más tarde.

La cuestión biológico-reproductora

¿La sexualidad es natural o condicionada? Las artes y la literatura se hacen eco de la creciente confusión de identidad sexual que se da en algunas personas, y que se trata de llevar al campo de la producción cinematográfica, tal y como hizo, con éxito, Pedro Almodóvar. Los genios aparecen cuando tienen que salir para revelar al mundo lo que se quería ocultar, y lo hacen con gracia, con humor y con ingenio (de ahí la palabra genio). Lo malo es que luego algunos se toman demasiado en serio –por el halago mediático– y ahí la cagan. Se vuelven aburridos y sesudamente insoportables, por lo que a su vez serán objeto de burla. Es ley de vida.

Aunque a menudo se argumenta la cuestión reproductora y de salvaguarda de la especie a favor de la heterosexualidad, parece que hemos llegado a una etapa de la Humanidad en la que nos hemos multiplicado excesivamente, es decir, que estamos muriendo de éxito. Somos ya demasiados en este mundo, que además se ha descubierto limitado en sus recursos y amenazado por el cambio climático o por oscuros cataclismos naturales, cuando no por la espada de Damocles de las armas nucleares. Tal vez ya no sea necesario el papel de la mujer como depositaria de la semilla de los hijos o conservadora de la especie. La técnica nos permitirá utilizar otros métodos y así liberarnos de la tiranía de la naturaleza, llegando al ideal del poliamor y al rechazo de la posesión exclusiva, tanto de hijos como de pareja. Naturalmente que las feministas radicales se alegrarían de que así fuera, pues odian sobre todo la sujeción a que las somete su naturaleza femenina, a pesar de que la nieguen teóricamente. Es decir, acabar con la maternidad asociada al cuerpo femenino sería un paso muy avanzado en pos de la absoluta liberación de la mujer, y eso es algo que la técnica, auxiliada por la ciencia, ya está en condiciones de lograr. De ahí el creciente número de drogas para paliar el dolor, de partos inducidos y de cesáreas, puesto que los médicos no quieren arriesgar el parto natural mediante un entrenamiento previo de la mujer en posiciones más lógicas, por no hablar de la proliferación de abortos. Esto solo fue un paso, lo siguiente ya está aquí: los bancos de semen, las madres de alquiler, los brutales programas de fertilidad y, por último, la fecundación in vitro. Con animales ya se pueden fecundar crías completamente ajenas al cuerpo de sus progenitores, y ¿por qué no con los seres humanos? Así apartaríamos ya el último escollo biológico para la plena igualdad de los sexos. Por supuesto, las y los que más beneficiados saldrían son los y las que no tienen tendencias heterosexuales, puesto que todos los niños probeta, por decirlo así, serían adoptados por el cuerpo social. Un mundo feliz que no sabríamos decir si resultaría tan feliz como nos lo presentan. En todo caso, la Ciencia se ha puesto humildemente al servicio del ser humano para aligerarle de su carga animal, pasional y emocional, y de paso de responsabilidades. Al fin y al cabo, la familia tradicional resultó ser un desastre.

El 'input' mediático

Es notable la creciente abundancia de literatura, películas, publicidad y medios de entretenimiento, incluso para niños, orientados a la visión feminista de la sociedad. ¿Es esto el resultado del acceso de las mujeres a estos puestos de trabajo? Estas mismas mujeres nos dirían que estos medios están controlados por el "heteropatriarcado" y que, por tanto, no cabría allí la propaganda feminista… Pero lo cierto es que, actualmente, y dentro de los países democráticamente desarrollados, una élite más o menos abducida por las tesis feministas trata de influir violentamente en las costumbres y tradiciones de la mayoría de la población. El primer poder colabora gustoso con el cuarto por el rédito electoral que espera obtener halagando a la masa votante femenina.

Hablemos del cine y de las series televisivas. De las películas que he visto últimamente, y son bastantes, viene un tsunami con intención de poner a la mujer por delante del hombre en todos los aspectos: en bondad, suavidad, ecologismo, sexualidad, sensibilidad, inteligencia y laboriosidad. Sobre todo este último punto es muy importante para que la sociedad de consumo siga funcionando como una máquina bien engrasada, ah, y para que todos sigamos proporcionando ingresos a la industria del entretenimiento. Por poner algunos ejemplos, el documental The Social Dilemma, aunque crítico con las redes sociales adictivas, no puede menos que presentar a una familia típica de clase media alta californiana –perteneciente a la próspera industria del software– con los patrones de conducta tradicionales invertidos al máximo: la mujer blanca es la que dirige la casa y el hombre negro (su marido) el que la obedece sumisamente, aunque se encargue de las tareas duras cuando sea necesario. Recuerdo cómo me choqueó esa inversión de los roles recién llegado a Estados Unidos procedente de la entonces todavía muy mediterránea y tradicional España.

Godless es una serie western norteamericana muy bien hecha que, sin embargo, ni duda en manipular el pasado ni peca de inocente: a menudo se destaca la figura de una mujer machorra vestida de hombre del Oeste y que, por supuesto, tiene tendencias lésbicas que apenas oculta en ese mundo de hombres duros y malos. Precisamente la acción se sitúa en un pueblo donde todos los hombres han muerto en la mina, con lo que las mujeres que han quedado, convenientemente armadas y aleccionadas por la anterior, son las que al final resisten valientemente a los pistoleros en una balacera épica que destaca la capacidad de la mujer para la violencia. En Godless también los negros forman comunidad aparte de los blancos, pero son los únicos que pueden ejercer violencia sobre las mujeres –el padre azota a la hija–, mientras que a los blancos les está vedada hasta la agresión verbal: por ejemplo, el tendero que recrimina a la niña por romperle el recipiente de los dulces se ve enfrentado al Colt de la mujer masculina. Pero los hombres negros mueren todos a manos de los pistoleros, de forma que desgraciadamente no pueden ayudar a defenderse a las mujeres del pueblo. Qué pena. En cuanto a los pocos nativos de la serie (ahora no se puede decir "indios"), como en casi todas las de Hollywood, encarnan el componente místico-natural que ha desaparecido de una sociedad altamente industrializada y fuertemente racionalizada.

De Inglaterra viene The Crown, serie que glorifica la figura de la actual reina británica como paradigma de mujer fuerte e inteligente que tiene un rey consorte para que la proteja y cuide de todo mal. También del Reino Unido viene la película Elisabeth, acerca de la figura de esa horrorosa reina inglesa enemiga de Felipe II (en tiempos de Shakespeare y Cervantes). No se ha hecho sin embargo una buena película sobre la reina Victoria o sobre nuestra chata (Isabel II), por considerar que estas señoras, en pleno siglo XIX, no benefician en nada a la conciencia feminista de la sociedad y, muy especialmente, de las mujeres. Es el nuevo pool electoral y laboral, y hay que cuidarlo. En cambio, sí se realizó la serie Isabel por la TV española, en la que se glorifica la figura de la reina de Castilla manipulando hechos históricos y presentándola como una guapa jovencita liberada y ambiciosa al estilo de las que quieren vendernos ahora. Nada más lejos de la realidad, pero eso no importa. Se multiplican las imágenes de heroínas que se enfrentan a los hombres apoyándose en otras mujeres-hermanas (sisters) que van a por el poder y el dinero, que toman las armas si hace falta y que revelan tantas cualidades y potencias –si no más– que cualquier hombre, especialmente si este es blanco, occidental y ambicioso. Ante todo se exige al representante del heteropatriarcado masculino sumisión y humildad, y estar siempre pidiendo perdón por todo el mal que han hecho a la Humanidad y a la Naturaleza. Los hombres negros, en cambio, los indios americanos o incluso los asiáticos nunca han sido machistas ni prepotentes, y si lo hubieran o hubiesen sido se les perdona porque fueron esclavizados, subyugados o colonizados por las potencias imperialistas provenientes del continente europeo –y luego, por extensión, de los Estados Unidos de América.

Paradójicamente, de allí es de donde llega la idea de que es necesario humillar a ese hombre representante de la sociedad durante tantos siglos. Su orgullo, su hombría y su seguridad interna tienen que ser minadas a favor de un bien mayor, que es conquistar la ciudadela de su alma prepotente. Claro que lo que no se dice es que una prepotencia ha sido sustituida por otra, aunque más sutil. Tal vez así haya paz y finalmente, quizás, podamos encontrar un camino mediante el gobierno cuidadoso y previsor de las mujeres: el matriarcado.

Propaganda a través de la Red

Recuerdo que no hace mucho, poco antes de la pandemia que nos obligó a quedarnos en casa y revolucionó tantas cosas –entre ellas el pensamiento, al tener más tiempo para ello–, salieron algunos videos de corte feminista en los que se trataba de mostrar que algunos de los mejores Gobiernos actuales son de mujeres: Angela Merkel es un buen ejemplo, pero también se presentaba a las dirigentes de Nueva Zelanda, Taiwán, Islandia, Finlandia, Noruega y Dinamarca. Videos que tal vez estuvieran hechos por hombres y no por mujeres, pues ser feminista no significa automáticamente ser mujer, lo mismo que ser machista no se identifica exclusivamente con el hombre. Yo me atrevo a confesar aquí y ahora que no soy feminista, pero si fuera tan reivindicativo como las feministas radicales exigiría que me tildaran de no feministo, y no de machisto. El lenguaje también es manipulación, como bien saben los nacionalismos periféricos.

Una reflexión nacionalista

Salta a la vista el colonialismo cultural de todo esto. España a menudo pasa por ser un país tremendamente individualista y anárquico, pero lo cierto es que desde hace bastantes años destaca por la actitud borreguil de su población. La sumisión a la propaganda mediática resulta patente no en las formas, pues el español cultiva una fachada de espontaneidad y rebeldía que tiene muy poco que ver con la realidad, pero que halaga su vanidad. Muchos otros países del entorno europeo, en el que tanto nos fijamos últimamente, han sido colonizados igualmente por el American way of life, muy especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, pero ninguno en la medida de España. Un amigo extranjero que había trabajado en Madrid me lo reveló: "España me parece el país más americanizado de Europa", más o menos me dijo, "sobre todo en lo que toca a la publicidad comercial y al consumo desenfrenado". Al principio no quise creerlo ni tampoco le otorgué importancia excesiva, pues pensé que era un precio a pagar por estar del lado de los buenos, es decir, de los vencedores. Más tarde me di cuenta de que eso traía consecuencias muy negativas en la sociedad española: el abandono sin concesiones de tradiciones y costumbres, la subversión de los valores heredados durante generaciones en la familia, la entrega a modelos culturales foráneos sin valorar en absoluto lo propio; esa falta de personalidad ha conducido a una profunda inquietud psicológica en la sociedad española, desasosiego que por supuesto se expresa mediante la crispación política y la conflictividad creciente de la relación entre parejas, por no hablar de la entrega a paliativos embrutecedores. Saldríamos de muchos problemas si supiéramos hacer las cosas con más moderación y nos estimáramos más a nosotros mismos, es decir, si creyéramos en nuestro propio genio nacional. El servilismo cultural es el primer paso hacia el servilismo social y económico… Es posible que a alguna potencia extranjera se le ocurriera que la somnolienta España pudiese ser un buen medio para llegar la cuna de los recursos naturales: América Latina.

La última reflexión tecnológica

El cine como difusión de ideas ha desplazado hace mucho al teatro y la literatura, que han quedado para minorías cultas y nostálgicos. Yo confieso que sigo leyendo por encima de todo y escribiendo a mano, ofreciendo una cierta resistencia a los últimos adelantos hipertecnológicos. Quizás me vaya haciendo viejo, pero es que toda experiencia de vida es muy necesaria para moderar la frenética actividad de los que se creen en posesión absoluta de la verdad, como bien sabían las culturas tribales. El convencimiento ideológico apoyado por adelantos tecnológicos manipuladores y sostenido por una juventud abducida puede llevarnos al desastre. Quizá ya estemos pereciendo de éxito y, como caballo desbocado, corramos hacia el abismo. ¿Las mujeres, que algunos tildan de profundamente conservadoras en el fondo –la madre tierra–, podrán salvarnos de nosotros mismos? Eso creen las feministas, pero olvidan que hombres y mujeres son dos caras de la misma moneda.


[1] Le Monde Diplomatique en Español, año 25, nº 302 (diciembre 2020).

[2] Citado en "Desmontando el feminismo hegemónico", Santiago Navajas, Libertad Digital, febrero de 2021.

[3] Schiller, Friedrich, Die Weltweisen. Citado por Sigmund Freud en El malestar en la cultura, Siglo XXI Editores, 1981.