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La Ilustración Liberal

¿Por qué lo llaman "discriminación positiva"?

La denominada discriminación positiva no es más que la fórmula posmoderna para implantar las políticas igualitarias que defiende el socialismo. Al igual que cualquier otra medida coactiva que pretenda implantar un estado de igualdad entre los distintos miembros de un grupo social, es un grave ataque a la libertad del individuo; pero, sobre todo, es también un desprecio institucionalizado a las capacidades del ser humano, que, por esencia, tiende a la diversidad, no a una uniformidad impuesta por terceros.

Al adjetivarla de "positiva" se añade un componente moral, para evitar el rechazo intuitivo que esta forma de ingeniería social podría provocar en personas formadas. Sin embargo, sigue siendo una discriminación, y sus defensores no lo ocultan. Al menos, en eso son honestos.

La tesis central de las políticas de discriminación positiva es que las personas pertenecientes a grupos sociales que en algún momento han podido verse discriminados por determinadas circunstancias históricas tienen derecho a resarcirse de ese daño mediante la reserva en el tiempo presente de cupos en los beneficios que el Estado socialdemócrata proporciona a los ciudadanos, ya sea en la educación, el acceso al mercado laboral o cualquier otra vertiente de las muchas que ofrece el llamado "Estado del Bienestar". Es el poder político quien decide (sobre todo teniendo en cuenta los potenciales réditos electorales) qué grupos merecen obtener tales beneficios, y en qué cantidad. No hay político que quiera debatir sobre los efectos nocivos de esta perversión institucionalizada del orden social espontáneo; cuando hablan de ello, lo hacen para proclamar la necesidad de aumentar las medidas de discriminación, con el objetivo de solucionar un problema que aquéllas no han hecho más que empeorar.

Pero es que, además, los supuestos beneficiarios son en última instancia los más perjudicados, y eso por no hablar de los graves disturbios que suelen provocar estas medidas de discriminación institucional, que en muchos lugares del planeta se han cobrado miles de víctimas.

El libro de Thomas Sowell tiene la virtud –característica de toda la obra de este autor– de plantear la cuestión de forma sencilla, a través del análisis de los efectos reales que provocan las medidas de discriminación positiva, algo que los ideólogos de la izquierda se cuidan mucho de hacer.

El caso de Sri Lanka es tal vez el más sobrecogedor. Cuando se independizó del Imperio Británico, la antigua Ceilán tenía 19 millones de habitantes, de los cuales tres cuartas partes eran cingaleses; los tamiles conformaban la principal minoría étnica, y representaban algo menos de la sexta parte de la población. Pese a la diversidad étnica, lingüística y religiosa, la convivencia nunca estuvo amenazada por ello. De hecho, Sowell cita a uno de los principales estudiosos de la historia del país, para quien la Sri Lanka de 1948 era "un oasis de estabilidad, paz y orden", a diferencia de lo que ocurría por aquel entonces en otros puntos del sudeste asiático. "En general, la situación parecía ofrecer una base admirable para un comienzo sólido de construcción y regeneración nacionales".

En la hora de la independencia, la minoría tamil ostentaba los principales cargos administrativos. Sus integrantes habían escalado posiciones como consecuencia de su relación continua con el régimen colonial inglés y su disposición a adoptar elementos culturales de éste, por ejemplo el idioma y la religión. Por lo que hace a la mayoría cingalesa, sólo unos pocos, "los burgueses", disfrutaban de los puestos de más prestigio social. Así las cosas, Solomon Bandaranaike se encaramó al poder excitando el resentimiento de las capas humildes de la sociedad contra las élites occidentalizadas, en las que predominaban los tamiles.

Bandanaraike comenzó por instaurar programas de inmersión lingüística (¿les suena de algo?), para erradicar el inglés de la vida oficial, y por favorecer oficialmente a los estudiantes cingaleses, para terminar con el predominio tamil en la universidad. Se pasó a otorgar a los primeros calificaciones superiores, y se les daba preferencia a la hora de ingresar en los centros de estudio. No se detuvo ahí Bandanaraike, que llegó incluso a retirar el derecho al voto a multitud de no cingaleses.

Sri Lanka no tardó en sumirse en la guerra civil, y el presidente Bandaranaike acabó asesinado por un budista cingalés que le consideraba... demasiado condescendiente con la minoría tamil. Así terminó sus días, escribe Sowell, "alguien que quería ser primer ministro y decidió que provocar un conflicto interracial era la forma más fácil de conseguir ese objetivo político". Las políticas de discriminación positiva fueron la forma más incendiaria de acabar con la estabilidad de un país que podría haber accedido a la modernidad de forma pacífica, y que contaba con grandes perspectivas de bienestar y desarrollo para todos sus ciudadanos.

Aunque en el Occidente civilizado no hayamos llegado a extremos tan devastadores, lo cierto es que también aquí las medidas de discriminación positiva no provocan otra cosa que un incremento del resentimiento social. Instaurarlas desde el poder es corromper moralmente a la sociedad, cuyos miembros buscarán el favor político para reivindicar un determinado agravio pretérito en lugar de preocuparse de labrar su futuro confiando en sus posibilidades, en igualdad de oportunidades con el resto de sus semejantes.

Es cierto que muchas minorías han tenido vedado el acceso a la igualdad de oportunidades a causa de prejuicios racistas, ideológicos o religiosos, pero la solución no pasa por rebajar los estándares de admisión a la universidad o inflando las calificaciones de determinados estudiantes. Así sólo se consigue perjudicar a buena parte de los miembros de las minorías que se pretende proteger, y se fomenta un sentimiento de agravio entre quienes se han visto desplazados injustamente... y entre quienes piensan, pero no tienen manera de demostrarlo, que han sido desplazados injustamente.

En última instancia, beneficiar artificialmente a los miembros de una etnia significa que no se confía en que sean capaces de prosperar por sí mismos, a poco que se les den las mismas oportunidades de formación que al resto de la población. Y eso sí que es racismo.

Como deja de manifiesto esta obra imprescindible de Sowell, el ser humano no es un objeto de plastilina que se pueda moldear en función de criterios ideológicos. Cuando se intenta, aun con la mejor de las intenciones, los resultados suelen ser devastadores, especialmente para aquellos a quienes se pretende ayudar. Paradojas del socialismo...

Thomas Sowell, La discriminación positiva en el mundo, Gota a Gota, Madrid, 2006, 291 páginas.