Menú

La Ilustración Liberal

Thatcher o el principio de realidad con faldas

Los ochenta, mientras sucedían, fueron despreciados. Lo sé, porque mi juventud pasó en ellos. La juventud, cuando está en edad de heredar el mundo, lo juzga de manera implacable. Tras el tecnicolor de los sesenta y pasadas sus secuelas, la década de los ochenta se tuvo por una década perdida. ¡Era una década conservadora! Algo se acertó. Fue una década conservadora, mas no se vio entonces que también fue revolucionaria. Extraña pareja, si se tira de manual, pero la realidad se da el capricho de desafiar las convenciones. Como lo hizo Margaret Thatcher. Era impensable que la hija de un tendero llegara a liderar el exclusivo –y clasista– club de los tories. Hasta que ocurrió.

Veamos la constelación de la época, la conjunción planetaria, que dijo aquélla. Reagan en América, Thatcher en el Reino Unido, Walesa en Polonia, Juan Pablo II en el Vaticano y, desde el 85, Gorbachov en la URSS. Si dejamos a un lado la cháchara de las condiciones objetivas, este grupo de individualidades trajo una de las grandes transformaciones históricas de nuestro tiempo. Al inicio de la década apenas nadie, y menos los sovietólogos, contaba con el derrumbe del imperio comunista. No se esperaba que fuera eterno, pero sin el empuje y el empujón de aquellos líderes, ¿quién sabe? Fue un triunfo de la libertad, efímero y parcial si se quiere, pero ya sólo por tal contribución merece Thatcher sitio preferente.

No hay duda de que transformó su país. Heredó un Reino Unido improductivo, quebrado, gobernado por los sindicatos. En cierto modo, debió su primera victoria al poder devastador de las trade unions: el "invierno del descontento", con sus huelgas constantes, dio la puntilla al laborismo. Se imponía frenar a aquel poder fáctico y ella lo logró. Había que reducir el papel del Estado en la economía y lo hizo. Se propuso recompensar el esfuerzo individual frente a la cultura del subsidio, que era también un empeño acorde con su biografía. Thatcher era quien era por el trabajo, el esfuerzo, la dedicación, la constancia. Sí, valores conservadores.

Al poco de llegar a primera ministra, un asesor dijo de ella que era "el principio de realidad con faldas". Llevaba razón frente al thatcherismo de la leyenda. Thatcher no fue una doctrinaria, que no es lo mismo que disponer de convicciones y determinación. Así lo mostraría con apabullante claridad ante el terrorismo del IRA y en la guerra de las Malvinas. No extraña que Reagan dijera de ella que era "el mejor hombre de Inglaterra". Sin menospreciar la importancia de las ideas, yo en Thatcher veo, ante todo, un carácter. Veo el carácter de una generación que creció entre las bombas y los escombros de una guerra. Una que, escribió Camus, no pudo entregarse a cambiar el mundo porque tuvo que evitar que se deshiciera. Salvo Thatcher, que hizo las dos cosas.

(Libertad Digital, 8-IV-2013)