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La Ilustración Liberal

La novela de América

La vida de Blanca Luz Brum: la novela de América, en digamos trece capítulos.

Primer capítulo, para la pluma de Enrique Amorín o Jules Supervielle, o para el pincel de Pedro Figari: la pampa uruguaya.

Segundo capítulo, para Ramón Gómez de la Serna: el colegio de monjas de Montevideo, del que según dicen será raptada.

Tercer capítulo: tras ese rapto, la boda, a los dieciséis años, con Juan Parra del Riego, un joven poeta peruano, vanguardista y tuberculoso, recordado - en los manuales de historia de la literatura- como figura menor de la transición del simbolismo a la vanguardia, autor de "polirritmos", algunos de ellos pertenecientes a su libro más conocido, Himno del cielo y de los ferrocarriles (1924). Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo incluyeron a Parra, a título póstumo, en su Índice de la nueva poesía americana (1926). Un año antes, había publicado un libro titulado Blanca Luz, y había alcanzado a conocer a su hijo Eduardo, falleciendo seis días más tarde.

Cuarto capítulo, para ser construido por Mario Vargas Llosa: Perú, el país natal de Parra. En aquella febril Lima de los años veinte, donde tantos ensayan la conjugación de vanguardia artística y vanguardia política, Blanca Luz Brum crea la revista Guerrilla. Próxima al APRA, cuando con su fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, rompe José Carlos Mariátegui, ella imita el ejemplo de esta figura que dinamiza el mundo intelectual peruano, que funda el PSP -en realidad, comunista-, y que abre las páginas de su revista Amauta, no sólo de toda esta problemática política, fuertemente teñida de indigenismo, sino también a las principales novedades intelectuales, incluidos el arte de una vanguardia europea que él había conocido en directo en Europa, y la poesía pura del solitario José María Eguren.

Quinto capítulo: Montevideo de nuevo, donde Blanca Luz Brum sigue obrando en pro del arte comprometido, y donde en 1929 conoce a un viajero ilustre, el mexicano David Alfaro Siqueiros, gran pintor que luego se malograría en excesos socialrealistas, y controvertido ciudadano, implicado años después en el primer intento de asesinato de Trotsky, y en otras historias turbias y legendarias.

Sexto capítulo, en clave amor a primera vista: marcha a Estados Unidos con Siqueiros, con el que se casa poco después, en México.

Séptimo capítulo, para Carlos Fuentes: la cárcel de ambos, y luego la cárcel de Siqueiros solo, y el libro por el que la descubrí: Penitenciaría-Niño perdido (1931), con prólogo de Eugene Jolas, vanguardista babélico, norteamericano-alemán-alsaciano-francés, editor en París de la revista transition, y secretario de Joyce.

Octavo capítulo, en tono sepia, a lo Tina Modotti: Taxco, donde el gobierno confina a la pareja, y donde ésta coincide con el pintor español Francisco Miguel, que retrata a la escritora, al igual que lo hace Siqueiros.

Noveno capítulo: con Siqueiros, de nuevo en Montevideo, donde fundan un sindicato, la Confederación de Trabajadores Intelectuales del Uruguay, y desde donde se cartean con el PC mexicano, que a ella la acusa de excesivamente proclive a Sandio.

Décimo capítulo: Buenos Aires, donde abandona a Siqueiros por Natalio Botana, magnate de prensa.

Undécimo capítulo, que debe ser escrito en clave El Soldado de porcelana, de Horacio Vázquez-Rial: el Buenos Aires peronista, la "relación muy poussée" de Blanca Luz Brum con el propio dictador, y su conversión a un movimiento que contó, entre otros intelectuales, con Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz y el pintor Xul Solar.

Duodécimo capítulo, que le pegaría narrar a Roberto Bolaño, el autor de La literatura nazi en América: la ayuda que Blanca Luz Brum presta a la plana mayor peronista en fuga hacia Chile "a bordo de dos automóviles amarillos".

Decimotercer y último capítulo, para el que puede convenir un tono entre Francisco Coloane y el Bruce Chatwin patagónico: Blanca Luz Brum en la soledad de la isla chilena de Juan Fernández, o de Robinsón Crusoe. Primero proclive a Frei y a los democristianos, luego, como otros notorios excomunistas de los años veinte y treinta, y estoy pensando en el peruano Eudocio Ravines, el autor de La gran estafa, los años de la Unidad Popular los vivirá crispadamente, abrazando, tras el golpe, la causa de Pinochet, que le impondría personalmente una medalla.

Una vida continental y trepidante, realmente, y llena de pasión y de contradicciones. A diferencia de muchas de aquel tiempo, una vida toda ella al otro lado del charco, sin episodio europeo alguno. Una vida que parece inventada por un nuevo novelista del Cono sur, sí, y que creo podría gustarle también a nuestro Juan Manuel de Prada, y que además no sería difícil llevar al cine, como hace siglos Koldo Artieda y el firmante de estas líneas queríamos llevar la del mencionado Mariátegui. Una vida de la que ahora sabemos más gracias al meticuloso texto de Graciela Sapriza que a continuación podrán leer los lectores de La Ilustración Liberal, texto en forma de quest, publicado en un libro colectivo, todo él muy interesante, sobre mujeres uruguayas, libro que compré el año pasado, en un Montevideo donde casi nadie se acordaba ya de esta sombra apasionada.