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La Ilustración Liberal

Hayek y Rawls contra Nietzsche

Dinamita liberal

Nietzsche sólo es nietzscheano.  Lo que no es un enunciado trivial a la luz de todos aquellos que han querido hacer de su capa filosófica un sayo político, una justificación para sus delirios genocidas. Aunque se le puedan hacer lecturas nazis o anarquistas,  aristocráticas o izquierdistas, Nietzsche escapa siempre a cualquier intento de categorizarlo bajo los conceptos políticos usuales. Es más fácil definirlo negativamente como anti demócrata y anti liberal (aunque sería un error tacharlo como anti político).  Pero lo que trataremos en este ensayo es enfundar el puño de hierro de Nietzsche en un guante de seda liberal. Nietzsche pretendía siempre salirse por la tangente, caminar sobre el abismo, transitar en el límite y demás metáforas románticas que los nietzscheanos luego han convertido en esos conceptos egipticiados que el alemán tanto detestaba. No vamos a pretender que Nietzsche era liberal, como otros lo hicieron nazi o anarca, pero sí que se puede hacer una lectura liberal de Nietzsche o, mejor dicho, una visión nietzscheana del liberalismo que haga a éste más fuerte, más potente, más vital, sin llegar a los excesos dinamiteros, milenaristas, utópicos y apocalípticos del filósofo romántico. La legitimidad para tal pretensión proviene del propio Nietzsche, pues después de todo uno de sus axiomas es:

Un mismo texto permite incontables interpretaciones: no hay una interpretación "correcta".

Hayek contra Nietzsche

En una nota a pie de página de Camino de servidumbre (1944) Hayek escribió

Pertenece por entero al espíritu del colectivismo lo que Nietzsche hace decir a su Zaratustra: "Mil objetivos han existido hasta aquí porque han existido mil individuos. Pero falta todavía la argolla para los mil cuellos: el objetivo único falta. La humanidad no tiene todavía un designio. Pero decidme, por favor, hermanos: si aún falta a la humanidad el designio, ¿no es la humanidad misma lo que falta?"

La discusión de Hayek sobre el colectivismo se produce en el capítulo 10, titulado "Por qué los peores se colocan a la cabeza", en el que plantea la cuestión sobre "si la comunidad o el Estado son antes que el individuo". La opción colectivista se enfrenta al individualismo tanto por la izquierda, llamémosla en general "socialismo", como por su derecha, una etiqueta podría ser comunitarismo. El socialismo confía en el constructivismo estatista para formar y coordinar a los individuos. El comunitarismo dejaría esta función constructivista desde los mecanismos sociales característicos de la tradición y las costumbres.

El caso de Nietzsche lo ve Hayek, que había vivido en primera fila la irrupción del irracionalismo en el ámbito cultural germánico, como paradigma de las fuerzas comunitaristas. Esa ambición por una meta, un destino, un fin común, habría de ser gestionado por una minoría: el rompehielos de la humanidad (tanto en su versión de Führer como, desde la otra orilla política, por la vanguardia del proletariado).

El texto nietzscheano citado por Hayek pertenece al capítulo "De las mil metas y de la única meta" del Así habló Zaratustra (1883). El tema discutido por Nietzsche es el de la labor de creación de los valores. En un principio, plantea Nietzsche, dicha misión se hacía de manera mancomunada. Es decir, era tarea de un pueblo entero, de una colectividad. Naturalmente dentro de cada pueblo no tenían igual participación todos los hombres. Siempre había algunos que destacaban en esta tarea de creación de valores (morales, estéticos, religiosos, etc.) Esta es la gran diferencia entre el hombre-animal y el resto del reino vital: el ser humano se pone a sí mismo como medida.

Pero Hayek no tiene en cuenta que en el camino de la creación de valores Nietzsche distingue dos momentos.  En primer lugar, el momento comunitarista, en el que el colectivo asume esa tarea de valoración.  Pero posteriormente aparece el momento individualista:

Creadores lo fueron primero los pueblos, y sólo después los individuos; en verdad, el individuo mismo es la creación más reciente.

Y es que

el placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo: y mientras la buena conciencia se llame rebaño, sólo la mala conciencia dice: yo.

El problema interpretativo surge al final cuando Nietzsche advierte del peligro inherente a la acción de valorar. En definitiva, "un monstruo es el poder de ese alabar y censurar". Mientras la acción valorativa estaba circunscrita a un grupo, a una tribu, a un pueblo, en las mismas relaciones sociales cerradas de dicho pueblo encontraba el "monstruo" los límites a su acción de construcción y destrucción. Pero la irrupción del individuo creador ha trastocado el equilibrio de la acción valorativa y lo que Nietzsche teme es la aparición del nihilismo. Desde el momento en que la acción valorativa se ha atomizado, ¿cómo hacer compatible al átomo individual con el holismo social de la globalización, es decir, con la destrucción de los pueblos que supone la emergencia de una sociedad abierta y cosmopolita?

Una respuesta posible será, por parte de los reaccionarios, querer volver a encadenar "las mil cervices" a un proyecto colectivista anclado en la tierra y la sangre. Fue la opción de Heidegger y desde esta perspectiva se explica su compromiso con el nazismo, ni una idiotez ni una perversión sino la apuesta lógica de su planteamiento antropológico. Pero también es posible una salida liberal a la tensión individuo-mundo globalizado, que dote de "una única meta", en cuanto que entendamos ésta como un mínimo común denominador a los individuos, para que dentro de dicho marco de referencia se pueda establecer una pluralidad de valores propia de la actividad individual libre. Un mínimo común denominador que vendría dado por la propia naturaleza humana en su esencial tensión entre la dimensión biológica y cultural.

Que esta lectura liberal, anti colectivista, es posible se visualiza mucho mejor cuando se lee un capítulo anterior de Así habló Zaratustra, titulado "Del nuevo ídolo". Nietzsche nos advierte de que allá donde desaparecen "los pueblos y rebaños" no surge espontáneamente y sin problemas el individuo, sino que hace su aparición "el más frío de todos los monstruos frío (dice) Yo, el Estado, soy el pueblo".

El análisis nietzscheano del Estado es muy similar al que hace Hayek. Nietzsche advierte contra los que parasitan al Estado, "aniquiladores" los llama, cuya principal actividad es "poner trampas para muchos", al tiempo que suspenden sobre los hombres "una espada y cien concupiscencias", es decir, la amenaza surgida de haber conseguido el monopolio de la fuerza y la promoción de todo tipo de actividades placenteras para conseguir un estado de alienación permanente. La "muerte de Dios" es sólo momentánea porque en seguida aparece "el nuevo ídolo"

A pesar de que el estilo grandilocuente, que no afectado, de Nietzsche está a años luz del estilo analítico, aunque polémico, de Hayek en Camino de servidumbre, su crítica al Estado podría haber sido firmada por cualquier liberal de la escuela austríaca de esa misma época:

El Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente –y posea lo que posea, lo ha robado (...) Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad, voluntad de muete es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de muerte! (...) ¡Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado!  (...) ¡Mira cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!

En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios (...) ¡Héroes y hombres de honor quisiera colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío monstruo – gusta de calentarse al sol de buenas conciencias!  (...) Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: por ello se compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.

Frente a la eclosión totalitaria del Estado, que se arroga el derecho de hablar por boca de cada uno porque considera que es la suma de todos, el individualismo aristocrático de Nietzsche constituye un límite en los valores a la pretensión estatal de dominar absolutamente la sociedad civil, y funciona como un complemento cultural a la esfera inviolable de derechos que un liberal como John Locke postula en el plano político para hacer igualmente limitado al Estado.

Hayek, por tanto, se equivoca. Nietzsche representa todo lo contrario al "espíritu del colectivismo" porque precisamente lo que reivindica es un perfeccionismo moral en clave individual.  Lo veremos más detalle en la crítica que haremos a Rawls en su crítica al pensador alemán.

Rawls contra Nietzsche

En una nota a pie de página de Teoría de la Justicia (1971) John Rawls cita a Friedrich Nietzsche como un defensor del principio de perfección: el que dirige a la sociedad a proyectar las instituciones y a definir los derechos y obligaciones de las personas, para maximizar los resultados de la excelencia humana en el arte, la ciencia y la cultura. En el caso de Nietzsche, este perfeccionismo llevaría a que toda la sociedad estaría obligada moral y políticamente a la emergencia de grandes hombres. Las palabras de Nietzsche provienen de Meditaciones inoportunas. Tercer ensayo: Schopenhauer como educador:

La humanidad debe esforzarse continuamente por producir individuos extraordinarios, ésta, y no otra, es la tarea… porque la pregunta se plantea así: ¿cómo puede la vida, la vida individual, conservar los valores superiores, los significados más profundos?... Sólo viviendo en provecho de los más raros y preciosos especímenes.

Rawls entiende, por tanto, que Nietzsche defiende un aristocratismo político, en la senda tradicional de un gobierno de los mejores que en la versión de Platón llevaría hacia un gobierno de sabios, en la de Nietzsche hacia un gobierno de superhombres.

Sin embargo, cabe otra interpretación de ese párrafo nietzscheano que lo haga no sólo compatible con la teoría liberal-democrática sino fundamental para ella: si en lugar de un aristocratismo político Nietzsche estuviese defendiendo exclusivamente un aristocratismo moral, es decir, un aristocratismo interior a cada individuo para extraer de sí mismo su mejor y más poderosa versión. Nietzsche no estaría sino apuntando al mandamiento expresado por Píndaro: "Llega a ser el que eres". Por tanto, "los raros y preciosos especímenes" habría que entenderlos como el yo superior que reside como una larva en cada uno de nosotros y que habría que ayudar a emerger. Esa es la tarea nietzscheana: el perfeccionamiento del propio yo. Y en lugar de considerar a Nietzsche un protofascista habría que tenerlo en cuenta como un demócrata elitista, en el sentido expresado por Kant en su opúsculo ¿Qué es la Ilustración? cuando exhortaba a cada individuo a "atreverse a pensar por sí mismo" al margen de tutores del pensamiento y del sentimiento.  Porque para Kant el igualitarismo político de la democracia no es contradictorio con un aristocratismo moral que lleva a cada ciudadano a convertirse en amo de su propio destino. 

La mejor versión de la democracia liberal combina el igualitarismo político con el aristocratismo moral, para constituir una sociedad abierta en la que cualquiera puede aspirar a participar en el gobierno de los mejores porque en todos se encuentra la potencia hacia la excelencia que tendrá que ser puesta en acto a través de un entrenamiento democrático, universal, hacia la excelencia. La democracia liberal, por tanto, ha resuelto lo que parecía ser la cuadratura del círculo político al reconciliar la aspiración a una democracia política de corte kantiano con un aristocratismo moral de raíz platónica. A través de la educación universal se aspira a que cada individuo llegue a la autonomía, es decir, a ser dueño consciente de su propio destino como persona y ciudadano. Sin esa tensión por producir individuos extraordinarios, una de dos, o bien se recae en un elitismo político (incompatible con la democracia) según el cual sólo son capaces de llegar al poder aquellos que por cuestiones sociales conocen los resortes para detentarlo, o por el contrario, se cae en la demagogia populista (incompatible con el sistema liberal). 

Una vez que la democracia política y la economía de mercado liberal ha triunfado sobre sus alternativas comunistas y fascistas cabe el peligro de que acabe devorada por sí misma, por sus dos versiones depravadas. Por un lado, tendríamos una democracia liberal únicamente mecánica, es decir, que obedecería a unos rituales –elecciones partitocráticas, separación de poderes, derechos individuales– vacíos de fuerza moral (lo que parece estar acontenciendo cada vez con mayor intensidad en Occidente). Por el otro, una serie de despotismos ilustrados que todo lo fiarían a la eficiencia de los mercados abiertos pero sin participación democrática (modelo que parece consolidarse en Asia). El liberalismo, por tanto, embargado de su éxito político y/o económico habría olvidado su primigenia raíz cultural, existencial y filosófica.  Y es que el sentido de la libertad individual es fundamentalmente aristocrática. El sapere aude de Kant se funde armoniosamente con el eterno retorno de Nietzsche en una actitud de crítica permanente a las instituciones sociales.  La libertad individual es esencialmente intempestiva y anti-institucional, como muestran los ejemplos admirables de Sócrates, Spinoza, Castellio o el mismo Nietzsche chocando con los límites institucionales de sus propias sociedades, abriendo cauces de libertad a costa de su propia seguridad. El liberalismo es esencialmente una civilización caracterizada por una lucha de la cultura, por la cultura y en nombre de la cultura contra la cultura. Del mismo modo que Schumpeter caracterizó al capitalismo como un proceso de destrucción creadora, así el liberalismo en un sentido amplio constituye una dinámica de creación destructora entre el individuo y la sociedad. La fuerza de la sociedad liberal es que es capaz de acoger en su seno a aquellos que la desafían con un margen de tolerancia que ninguna otra estructura social ha permitido jamás. Sócrates no pudo ser asimilado por la democracia directa ateniense pero no tendría ningún problema en una democracia liberal (con el paso del tiempo la democracia liberal también ha aprendido a depurar los desafíos violentos que ponen en cuestión no sólo los límites de la misma, como hacía Sócrates, sino su propio fundamento, como hizo Hitler con la democracia liberal de la República de Weimar o Lenin con la democracia liberal rusa que derrocó a los zares).

La superioridad política de la democracia liberal reside precisamente en ser el único sistema en hacer compatible el aristocratismo moral de la autonomía individual con la distribución igualitaria de las libertades básicas. Por eso se equivoca trágicamente Rawls al rechazar el perfeccionismo moral de Nietzsche como incompatible con el liberalismo. Porque entonces condena a éste a una mediocridad igualitaria en la que se anula la sorpresa y la innovación que es consustancial a un modelo dinámico de sociedad y que sólo se logra en la emergencia disruptiva de grandes hombres, sea Goethe o Steve Jobs. Por otro lado, lo que salva al liberalismo de caer en el despotismo ilustrado de dichos gigantes del espíritu reside en los mecanismos institucionales que permiten la emergencia continua de otros grandes hombres sin tener en consideración limitaciones de sexo, clase, religión, etc., a través de un mecanismo pacífico y transparente de movilidad en el poder. La democracia liberal es una aristocracia popular (en el sentido de que el pueblo elige a sus mejores y más brillantes) del mismo modo que la economía de mercado es un populismo aristocrático (entendiendo por tal un sistema en el que los productos masivos permiten financiar a los más selectos y refinados).

Conclusión

Nietzsche profesaba una sana admiración por el individuo, cuya soberanía le infundía respeto. Aunque, atención, individuo no es tanto el que es como el que puede llegar a ser, siguiendo la máxima de Píndaro. La cuestión es cómo llegar a ser en acto lo que se adivina en potencia, simplemente como posibilidad. En El gay saber, aforismo 143, escribía:

Que un individuo se forme su propio ideal y de él infiera su ley, sus alegrías y sus derechos, se tuvo hasta ahora como la aberración humana más terrible de todas y como la idolatría en sí. Efectivamente los pocos que se atrevieron a ello han tenido siempre necesidad de una apología incluso ante sí mismos, y ésta venía a ser, sobre poco más o menos, así: "No soy yo, no soy yo, sino un Dios por mí".

Por tanto, no es colectivismo, como malinterpreta Hayek, lo que está en la base de la pregunta de Zaratustra. El problema del economista austriaco es que, ante la pregunta retórica planteada por Nietzsche sobre el destino de la humanidad, ha interpretado que para el filósofo alemán sería una buena idea trabajar por dicha humanidad. Todo lo contrario. Un poco más delante de El gay saber, epígrafe 377, leemos:

¡La humanidad! ¿Hubo en alguna ocasión una vieja más monstruosa entre todas las mujeres?... No, no amamos a la humanidad.

De hecho, la concepción de extremo individualismo de Nietzsche le lleva a establecer estrictos criterios de demarcación con otras opciones que también reivindican cierta manera de individualismo:

No conservamos nada, tampoco queremos volver a ningún pasado, no somos en absoluto liberales, ni trabajamos para el progreso.

Tanto conservadores como liberales como progresistas estarían uncidos según Nietzsche a una pequeña, peluda y suave manera de pensar, sentir y comportarse. Por el contrario, Nietzsche hace toda una declaración de europeísmo, ¡a finales del siglo XIX! Dicho europeísmo, dicho vínculo flexible entre individuos, es lo que daría forma a la "sociable insociabilidad" del ser humano en clave nietzscheana:

… somos buenos europeos, los herederos de Europa, los ricos y colmados, pero también sobreabundantemente obligados herederos de milenios del espíritu europeo; en cuanto tales procedemos del cristianismo y estamos en contra del mismo, precisamente porque procedemos de él, porque nuestros antepasados cristianos eran de una honradez del cristianismo sin miramientos, que ha sacrificado voluntariamente sus bienes, su sangre, su situación y su patria a la fe. Nosotros… hacemos lo mismo… ¿A favor de nuestra incredulidad?... El sí oculto en vosotros es más fuerte que todos los nos… y si tuvieseis que estar en la mar, como emigrantes, a vosotros también os fuerza a ello… una fe.

Y es que la principal preocupación de Nietzsche es la llegada del nihilismo, el deseo de nada. Este síntoma de cansancio de una vitalidad agotada se produciría con la irrupción del hombre-masa, cuya manifestación más clara sería el totalitarismo vinculado al fascismo y al comunismo pero también todas las formas políticas democráticas (del conservadurismo al liberalismo vulgares) en cuanto que promueven la producción en serie del ser humano que atenta contra una liberalización de los individuos y la promoción de su pluralidad. De ahí el epígrafe 143, "La utilidad máxima del politeísmo", cuando afirma:

El arte y la fuerza maravillosos de crear dioses –politeísmo– era lo que se permitía descargarse este impulso… En este caso, en primer lugar, se permitían individuos. La invención de dioses, de héroes y de superhombres… era el inestimable ejercicio preparatorio para la justificación del reconocimiento propio y de la soberanía de los individuos.

El hombre-masa es el que ha sido incapaz de superar el originario "impulso vulgar e insignificante, próximo al egoísmo, a la desobediencia y la envidia" y, por lo tanto, ha sido incapaz de originar un individuo autónomo. Pero dado que una vez se sintió con fuerzas para matar-a-Dios se siente solo y crea, con otros hombre-masa, un pueblo, un Reich, todo ello bajo la protección del Estado, erigido nuevo Dios inmanente, laico. Este hombre-masa es productivo, obediente siempre y cuando sienta sus más bajas necesidades satisfechas (lo que llama "bienestar" y "calidad de vida").

En definitiva, una lectura liberal de Nietzsche también podría ser una lectura nietzscheana del liberalismo. Los dos fundamentos constitutivos del liberalismo, el individualismo y la competencia, pueden, desgraciadamente cada vez más, entenderse y aplicarse de manera ingenua, vulgar y mecánica. Por ello Nietzsche es tan necesario para un liberalismo no adocenado. Porque critica la uniformización del ser humano fabricado en serie por las instituciones culturales y educativas del Estado y las que pueden llegar a detentar (en su sentido preciso) el poder del mercado. Porque defiende una pluralidad axiológica y la flexibilidad de los principios, en el sentido marxiano ("Estos son mis principios si no le gustan tengo otros"), keynesiano ("Cuando los hechos cambian, cambio de opinión") y popperiano ("El aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo."). Otro liberalismo –incentivador de un perfeccionismo moral aristocrático compatible con un dinámico democratismo político– es posible.