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La Ilustración Liberal

Desertores. Los españoles que no quisieron la guerra civil

Querido y admirado Santiago González; y también querido y admirado Pedro Corral, autor de Desertores, el libro que presentamos; señoras y señores:

En un pueblo tan poco litúrgico como el nuestro, las presentaciones de libros sí que mantienen algo de ceremonioso y reglado. Por lo general, los autores y las editoriales buscan a personalidades conocidas y de prestigio para que hablen del libro y de su autor. De esta forma, los asistentes y los medios de comunicación pueden valorar mejor la obra que se da a conocer. Por eso, es lógico que autor y editores se afanen en encontrar presentadores famosos y de prestigio.

Pues bien, Pedro Corral, quizás imbuido de ese virus antilitúrgico tan español, ha decidido que fuera yo uno de los encargados de presentar su libro, junto al gran Santiago González. Así, esta es la primera presentación de libro a la que asisto en la que hay que empezar por presentar al presentador, que soy yo. Que ni soy historiador, ni soy escritor, ni soy famoso, ni me conoce nadie. Y cuyo único título para tomar la palabra es el de la amistad fraternal con Pedro. Que para mí es el mejor de los títulos, pero que no sé si añadirá algún interés por el libro que presentamos. Lo que pasa es que mi amistad con Pedro tiene mucho que ver con el asunto de este Desertores y con su pasión por conocer la verdad de la Guerra Civil.

Una verdad que todos sabemos que no vamos a encontrar nunca en los manuales de los Hunos ni de los Hotros, así, con hache, como lo escribía Unamuno para referirse a esas dos Españas que tantas veces nos hielan el corazón.

Voy a explicarles cómo nos une esa pasión por la verdad de la Guerra. Supe de Pedro después de leer en 2004 su primer gran libro sobre este asunto, Si me quieres escribir, publicado aquel mismo año.

Ahí cuenta el escalofriante episodio del fusilamiento sin juicio, en enero de 1938, de 46 soldados republicanos de la 84ª Brigada Mixta, ordenado por sus jefes para atajar una justificada protesta de esos soldados, que estaban exhaustos después de la durísima batalla de Teruel. Porque esa brigada republicana había tenido un comportamiento más que heroico en la toma de aquella ciudad, el éxito más sonado del Ejército de la República en toda la guerra.

En ese libro descubrí y empecé a admirar a Pedro Corral. En primer lugar, por su prosa, una prosa llena de fuerza y de garra. Pero, sobre todo, porque aquel libro demostraba que su autor estaba obsesionado por rellenar algunos de los huecos que la historiografía tradicional ha dejado al estudiar la Guerra.

Al leerlo se hacía evidente por qué este episodio de la 84ª Brigada Mixta republicana no gustaba de recordarlo nadie. Por supuesto, no le gustaba a los historiadores partidarios de la República, pero tampoco a los franquistas, quizás porque no querían hablar del éxito, aunque efímero, de la República al tomar Teruel.

Por eso, cuando en 2006 vi que publicaba un libro con el atractivo título de Desertores, la Guerra Civil que nadie quiere contar, lo leí inmediatamente para enterarme de todas esas cosas que nadie había querido contar nunca. El libro no sólo me gustó, sino que me pareció imprescindible para entender aquella tragedia nacional, que parece que nunca va a dejar de perseguirnos a los españoles.

Tanto me habían gustado sus dos libros que, en 2007, cuando tuve que buscar un colaborador para el gabinete de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, pensé en Pedro, al que sólo conocía por sus libros, y le lancé una opa. Una opa que él aceptó, a pesar de que el trabajo que le ofrecía no era fácil ni cómodo. Primero, porque yo soy un caos andante y, además, porque Esperanza Aguirre es una estajanovista.

Es posible que aceptara porque, en la conversación para explicarle cuáles serían sus funciones dentro del gabinete, no fui capaz de explicarle nada de lo que tendría que hacer. O porque nos pasamos todo el tiempo hablando de la Guerra Civil y de sus libros, que yo conocía de memoria.

A mí, como a todos los de mi generación, la Guerra Civil, por una u otra razón, nos ha marcado la vida. Por eso he intentado leer todo lo posible de lo infinito que se ha escrito sobre ella. Y he dedicado muchas horas de meditación y de conversaciones sobre ese asunto, que para mí es capital para entender España y lo que los españoles hemos sido y somos hoy.

Lo que me sorprendió es que Pedro, que es 14 años más joven (justo lo que Ortega determina que separa a una generación de otra), también estaba interesadísimo en descubrir todo lo que aún no sabemos de la Guerra.

Desde el primer día de nuestro trabajo en la Comunidad, las conversaciones sobre la Guerra Civil entre Pedro y yo ocuparon un lugar prominente. Y, desde luego, hubo días, cuando él o yo habíamos leído algo nuevo, en que dedicamos más tiempo a la Guerra que a las labores de unos gabineteros.

Uno de los momentos culminantes de esas conversaciones fue la marcha que Pedro me organizó a Cabeza Grande, el cerro que hay entre La Granja y Segovia y que fue el punto neurálgico de la batalla de La Granja, aquel intento republicano de mayo de 1937 para aflojar la presión franquista sobre Bilbao y para conquistar una capital de provincia, Segovia, débilmente defendida.

En Cabeza Grande Pedro me dio una impresionante exhibición de conocimiento del terreno de la batalla. Fue capaz de encontrar casquillos de balas y fragmentos de latas de conserva entre las ya desdibujadas trincheras, que me mostró con benemérito afán didáctico. Me explicó, con pelos y señales, lo que hicieron todas las tropas de los dos bandos en esa batalla, que, por cierto, sirvió de inspiración al ¿Por quién doblan las campanas? de Hemingway.

A Pedro le interesa conocer la verdad de la Guerra, y dentro de sus indagaciones y lecturas ocupa un lugar principal conocer las historias personales de los protagonistas, esas historias dramáticas que suelen pasar desapercibidas a los historiadores y, mucho más, a los profesionales del agit-prop. A eso había dedicado aquellos dos libros.

Él sabía que había dado en el blanco. Él sabía que el asunto de los desertores es el gran asunto que nadie quiere tratar porque desmonta, con datos indiscutibles, la versión de la Guerra que cultivan los que la utilizan para justificar sus posiciones políticas, incluso 81 años después.

Él, con su sensibilidad especial para saber dónde hay un drama humano, no podía dejar que se le escaparan algunos de los episodios que había descubierto en sus investigaciones sobre esos desertores, a los que, en un cierto sentido, él considera las primeras víctimas de la Guerra.

Y al poco de conocerle me pasó el manuscrito de una novela que aborda literariamente la dramática historia de dos vidas paralelas: la de un alférez provisional y la de un joven afiliado a las JSU en el Madrid de marzo de 1939. Pedro aprovechó todo lo que había descubierto de la intrahistoria del frente de Madrid –con el sorprendente episodio del teniente coronel Lloro incluido– para componer La ciudad de arena, que es una novela emocionante, que no he dejado de recomendar. Todos los que han seguido mi consejo me lo han agradecido. Por eso, hoy se la recomiendo a ustedes con entusiasmo. Ya me lo agradecerán.

Señoras y señores, queridos amigos de Pedro Corral:

Hasta aquí no he hecho otra cosa que justificar mi presencia como presentador. Ahora quiero hablarles de Desertores.

Empezaré por decirles que el primer valor de esta obra –además de la limpieza y la fuerza de su prosa, una prosa que atrapa al lector– es la sencillez y la humildad, la bendita humildad con la que Pedro la ha escrito. Llega a decirnos que sólo quiere ser una "crónica humana". Nada más. Y nada menos, añado yo.

Él, periodista de profesión y escritor de vocación, no ha pretendido en ningún momento dárselas de historiador. Y mucho menos quiere presentarse como un historiador profesional que pretende decir la última palabra sobre el asunto. Al revés, el mérito de esta obra es que no dice la última palabra, pero porque hace una cosa mucho más importante: decir la primera palabra sobre un asunto del que nadie quería hablar.

Pedro empezó a seguir la pista a los fusilados de la 84ª Brigada en Teruel, y eso le llevó a los Archivos Militares. Allí empezó a descubrir papeles que están al alcance de quien quiera verlos, pero que, curiosamente, nadie quería ver. Papeles que eran dramáticas historias personales. Y Pedro Corral empezó a tirar de los hilos que esas historias le ofrecían.

El primer valor de este libro es el de haber dicho la primera palabra sobre el asunto de los desertores, de esos españoles que hicieron todo lo posible, y lo imposible, por escaparse de una guerra en la que se veían metidos por unos políticos y unos militares que les eran absolutamente distantes y ajenos.

Y el siguiente valor de este libro son sus documentos.

Por supuesto que Pedro, aunque se ha dejado las pestañas en muchas horas de investigación, no ha recogido todos los muchísimos documentos que existen en los archivos de Salamanca, Segovia o Ávila. Ahí queda el guante que lanza a los que quieran seguir profundizando.

Pero todo lo que hay en este libro está sostenido por documentación original, contrastada con un rigor que para sí querrían muchos que van por la vida de historiadores profesionales.

A esto hay que añadir las emocionantes y esclarecedoras conversaciones que consiguió mantener con protagonistas directos de los dos bandos, a los que localizó a partir de la fría información descubierta en un parte militar escondido en un archivo.

Pero Desertores no es sólo una acumulación de historias apasionantes de algunos españoles metidos en la guerra, este libro contiene una profunda investigación que concluye con un resultado demoledor para todos los que, desde un bando o el otro, quieren contar la Guerra Civil como una guerra de buenos y malos. O para los que quieren legitimar sus políticas de hoy en interpretaciones sesgadas de aquella guerra.

La primera conclusión del libro, fundamentada en datos y cifras, es que fueron muy pocos los españoles que se alistaron voluntarios para luchar. Poco más de 100.000 en cada bando en septiembre del 36.

Es decir, que, a pesar del encono con que se enfrentaban las minorías politizadas de entonces, a la hora de la verdad sólo un escaso 1% de la población se mostró dispuesto a coger el fusil. Un 1% porque España tenía entonces unos 25 millones de habitantes y no llegaron a 250.000 los que, sumados los dos bandos, se alistaron voluntarios en los primeros meses de guerra.

Y como para organizar un ejército regular los voluntarios eran muy pocos, tanto los republicanos como los franquistas tuvieron que movilizar quintas.

Ahí encuentra Pedro Corral el dato capital para la tesis de su libro. Ha calculado con precisión el número de mozos de las 26 quintas que movilizaron los gobiernos de la República y de los 15 reemplazos que movilizaron los franquistas, y le sale que los efectivos potenciales sumaban casi 5 millones de hombres. Sin embargo, entre los dos ejércitos no llegaron a los 2.500.000 soldados. Luego, y es una conclusión irrebatible, cerca de dos millones y medio de hombres se escaquearon. Es decir, fueron prófugos, se escondieron, se pasaron al otro bando, se fueron a Francia, se buscaron enchufes para ser considerados inútiles totales o temporales o se autolesionaron.

Los 2.500.000 españoles que se escaquearon, aun con riesgo de sus vidas y de su libertad, demostraron que no querían una guerra fratricida.

De ahí la pertinencia de los subtítulos que llevan las dos ediciones de este libro: "La Guerra Civil que nadie quiere contar", en 2006, y "Los españoles que no quisieron la Guerra Civil", en la que ahora presentamos.

Porque contar que tantísimos españoles dieron la espalda a los políticos que les llamaban a luchar es un asunto que nadie ha querido contar.

Lo más siniestro del comportamiento de algunos españoles en la Guerra Civil fue, sin duda, los asesinatos en la retaguardia. Pero este asunto sí que ha sido abordado por los historiadores del bando opuesto. Por eso, hoy conocemos bastante bien lo que pasó en los dos.

Pero de los desertores no se quiere hablar porque constituyen la enmienda a la totalidad más profunda que se puede hacer a esa guerra que nunca debió tener lugar.

Pedro Corral, con esta obra, ha despojado de sentido épico muchas de las historias que se nos han contado, pero además se ha convertido en uno de los autores que mejor conoce lo que pasó de verdad en esa guerra.

Porque nuestro autor, al zambullirse en la documentación de los archivos, ha descubierto una cosa aún más importante que la existencia de estos desertores, ha descubierto que en lo que se cuenta de la Guerra Civil hay muchas mentiras y, sobre todo, que no todo el mundo quiere conocer la verdad.

Pedro es un obseso de la verdad. Y el que lea este libro lo va a comprobar.

Pero además, y sobre todo, me atrevo a decir que es una de las personas que mejor ha comprendido lo que pasaba por las almas de esos españolitos que se vieron metidos en la guerra.

Quizás por su condición de novelista, que le lleva a meterse hasta el fondo en las almas de sus personajes, o simplemente por ser él una bellísima persona, el resultado es que Pedro demuestra en este libro una capacidad emocionante para ponerse en el pellejo de todos esos que no entendieron nunca por qué tenían que matarse unos españoles a otros.

Ese conocimiento profundo de los episodios de la guerra y esa bondad natural para encariñarse con muchos de sus protagonistas nada épicos son la clave de que Pedro, desde su puesto de concejal del Ayuntamiento de Madrid, se haya convertido en el más serio, profundo y contumaz adversario de los que, con la nefasta Ley de Memoria Histórica en la mano, se empeñan en hacer de aquella guerra una bandera para dividir a los españoles en buenos y malos. Siempre con la mentira como cachiporra para sacudir al contrario.

Las intervenciones sobre este asunto en el Ayuntamiento de Madrid de Pedro Corral, por su profundo conocimiento de lo que dice y por su bondad natural y su afán constante de reconciliación, son auténticos hitos en los debates políticos de nuestro tiempo. Frente a ignorantes y sectarios, frente a argumentos maniqueos y mentirosos, la figura y los discursos de Pedro Corral se convierten en absolutamente ejemplares.

Señoras y señores, querido Pedro:

No sé si mis palabras habrán servido para que vendas algún ejemplar de Desertores o de alguno de tus otros libros, pero a mí prepararlas sí me ha servido para pensar una vez más en lo mucho que queda para desentrañar toda la verdad sobre la guerra.

Creo que Jesucristo estuvo especialmente inspirado cuando dijo (Jn 8,32): "La verdad os hará libres", aunque le faltó añadir su consecuencia: la mentira es el arma principal de los tiranos.

Al presentar este libro apasionante, tengo que felicitarte por haberte convertido en un verdadero apóstol de la verdad de la Guerra Civil. O, lo que es lo mismo, en uno de los más firmes opositores a los que, con la mentira en la mano, asoman la oreja de sus afanes totalitarios.

Porque tú y yo sabemos que, por mucho que disimulen, los que escamotean la verdad están a milímetros de ser, si no los son ya, unos totalitarios.

Quiero añadir a mi felicitación por el libro mi más sincero agradecimiento por las miles de horas de trabajo que te llevó escribirlo.

Era un libro necesario, y aquí lo tenemos.

Por eso, muchas gracias.


Pedro Corral, Desertores. Los españoles que no quisieron la Guerra Civil, Almuzara, 2017, 464 páginas.

Palabras pronunciadas por el autor en la presentación del libro en Madrid, el 12 de julio de 2017.