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La Ilustración Liberal

Curso de lingüística regional

“La lengua es una forma y no una substancia” (F. Saussure, Curso de lingüística general)

Todo idioma arrastra las adherencias que su uso impone socialmente. Cuando ese uso es regulado institucionalmente hasta el punto de inmiscuirse en hábitos o pautas de conducta privadas en función de sesgos ideológicos concretos, el idioma en cuestión puede hacerse formalmente amable en sí mismo, es decir, con independencia de qué se diga, hasta el fetichismo o la sacralidad, u odioso. En esas derivas, ese idioma es vivido emocionalmente como una entidad sublime o infernal, amnésica de las peculiaridades locales, de sus mutaciones históricas, de los distintos registros consagrados por el uso, de las polisemias e importaciones lingüísticas, pedestre realidad empírica de un acervo tradicional y social expuesto, como cualquier otra realidad, a los vaivenes históricos. Dado un grado suficiente de implantación de esa lengua en su forma sacralizada (o demonizada) en estratos significativos de la población, por los medios de masas y el sistema educativo, su identificación con ella es inmediata y, por extensión, será inevitable ver en el ejercicio verbal en esa lengua, de nuevo sin perjuicio del contenido de lo dicho, una imposición o una liberación, un trauma o la mayor felicidad. Esas lenguas impuestas vía decreto o estatuto serán por fuerza constructos filológicamente manufacturados con el fin de amalgamar todas las variedades realmente existentes que puedan ser absorbidas en una neolengua originaria (el caso del vascuence es analizado en el estudio de Jon Juaristi El bucle melancólico).

Como muestra del tratamiento que a esas lenguas se pretende dar desde la Unión Europea, puede tomarse el informe presentado por el Consejo de Europa sobre el grado de cumplimiento de la Carta europea de las lenguas regionales y minoritarias. En ella se establece como objetivo proteger y promover esas lenguas. Tan bienintencionado propósito esconde el reconocimiento de derechos a entidades no dotadas de responsabilidad ni de deberes. Este desplazamiento implica difuminar o segregar a ciertos hablantes, en tanto que sujetos individuados, englobados administrativamente según los privilegios concedidos a esas lenguas, no a ellos distributivamente. La omisión de la extinción institucional del español en el ámbito lingüístico catalán bajo el pretexto de potenciar la lengua propia es conclusión necesaria de ello y contribuye a la suplantación de la lengua materna de los hablantes por la lengua propia del territorio.

El documento deja entrever las costuras abiertas de una Europa en la cual ciertas naciones históricas se pueden ver inmersas en procesos avanzados de disolución por la potenciación de políticas que alimenten una 'Europa de los pueblos'. En semejante federación asimétrica, algunos Estados podrán quedar minimizados y entregados en inferioridad de condiciones a la fuerza política de los que hayan mantenido su unidad, que a la hora de negociar contarán con ventaja en relación a estructuras políticas diminutas y poco consolidadas institucional, económica y políticamente. Cabe suponer que Francia, sin ir más lejos, se resistirá a dicha descomposición interna, como prueba su política lingüística. De hecho, la carta de referencia fue suscrita por la República Francesa con restricciones de fondo:

2. El Gobierno de la República interpreta el apartado d del artículo 7.1 y los artículos 9 y 10 en el sentido de que plantean un principio general que no va en contra del artículo 2 de la Constitución, según el cual el uso del francés se impone a las personas jurídicas de derecho público y a las personas de derecho privado en el ejercicio de una misión de servicio público, así como a los usuarios en sus relaciones con las Administraciones y servicios públicos. 

4. El Gobierno de la República interpreta que el artículo 9.3 no se opone a que las personas jurídicas de derecho público y las personas privadas en el ejercicio de una misión de servicio público, así como por los usuarios en sus relaciones con las Administraciones y servicios públicos, puedan utilizar únicamente la versión oficial en lengua francesa, que da fe jurídicamente, de los textos legislativos que se hacen asequibles en las lenguas regionales o minoritarias.

En el informe reseñado, por ejemplo, se prevén desgravaciones fiscales en función de la promoción de una lengua, cuyo predominio podría peligrar sin esa respiración asistida. La reserva arqueológica de lenguas en peligro de extinción o sin hablantes maternos (pero vivas en la literatura, como el latín y el griego), supone una victoria de la civilización, el esfuerzo de una ecología artificial por la preservación de acerbos culturales valiosos para una historia de la literatura, para la erudición filológica, para la investigación arqueológica, para su exposición en museos. Hacer de ellos fuente sagrada de la verdad de un pueblo e insuflarles, vía administrativa, la energía impositiva de la cual carecerían sin su monopolio asfixiante en medios, administración y escuelas, pone en riesgo la eficacia y operatividad de las actividades prácticas y diarias de los modestos ciudadanos, genera enfrentamientos por el uso de una herramienta de comunicación usada como elemento de identificación y choque contra el otro y condena a los más desfavorecidos al empobrecimiento intelectual al impedir su escolarización en lengua materna. El uso de los topónimos de las lenguas regionales en el español oficial y mediático prueba el éxito de esa superstición lingüística.

Además, se pueden observar también síntomas de la tendencial fragmentación de facto de la nación en el uso de las lenguas regionales en el ámbito del Derecho. En el artículo 9 de la Carta, publicada por el BOE (nª 222, de 15 de septiembre de 2001), se recoge lo siguiente:

a) en los procedimientos penales:

i) asegurar que los órganos jurisdiccionales, a solicitud de una de las Partes, lleven el procedimiento en las lenguas regionales o minoritarias; y/o

ii) garantizar al acusado el derecho de expresarse en su lengua regional o minoritaria; y/o

iii) asegurar que las demandas y las pruebas, escritas u orales, no se consideren desestimables por el solo motivo de estar redactadas en una lengua regional o minoritaria; y/o

iv) redactar en dichas lenguas regionales o minoritarias, previa solicitud, los documentos atinentes a un procedimiento judicial, recurriendo, si fuera necesario, a intérpretes y a traducciones sin gastos adicionales para los interesados.

El voluntarismo, que erige en derecho político la voluntad sentimentalmente emulsionada por encima de la ley, impersonal codificación objetiva que no es redentora sino ficción racional y común, es la base de las reivindicaciones nacionalistas (“los catalanes se sienten catalanes”, “los vascos se sienten vascos”, “los leoneses se sienten leoneses”…). Pero esa sentimentalidad vulgar oculta una trampa porque no se da ad infinitum, lo cual lo haría inviable materialmente, sino que es retórica grosera gracias a la cual imponer los intereses económicos y judiciales de una elite corrupta bajo impostura de sentimientos propios, negando los sentimientos de los que se oponen a ellos.

El origen de esta sacralización de las lenguas viene del romanticismo idealista alemán, caldo de cultivo, también, del voluntarismo político, otra de las caras de esa corriente triunfadora en la Europa del siglo XX. En Herder se encuentra el ecosistema metafísico que ve en la lengua la expresión natural de una voluntad divina y popular:

“La voz de la naturaleza es letra representada, producto de la voluntad” (Ensayo sobre el origen del lenguaje).

Conclusión necesaria de este principio es la soñada pureza de una lengua telúrica hablada por los ancestros más remotos y a través de la cual se perpetúa un mismo sentimiento de pertenencia, de identidad:

“Cuanto más antiguas y originarias son las lenguas, tanto más se entrecruzan también los sentimientos en la raíz de sus palabras” (Idem).

En el pensamiento de Fichte, padre fundante del idealismo alemán, se afila esta visión taumatúrgica de la lengua hasta ser concebida como fuente primigenia, natural (espiritual) de la unidad del Pueblo (Discursos a la nación alemana). La inversión teológica y la conversión de la Historia en Teología se consuma en esta soberbia intelectual: la divinidad del Verbo (universal) por emanación de Dios deviene la Lengua divinizada en tanto que entidad trascendente, ahistórica, eterna, verdadera esencia emotiva de un pueblo. El pueblo de Dios estaba unido por su pertenencia a Él. El Dios del Pueblo está unido a través de la lengua, divinidad que suple al Dios cosmopolita (católico) vacante. La lengua, por antropomorfismo, es el pueblo hecho verbo. El pueblo, por sentimentalismo, es la lengua hecha carne.

Los rescoldos humeantes de esa deriva se mantienen vigentes hoy en plena postmodernidad narcisista, en la cual cuanto se siente (y se proclama) se vive como verdad irrefutable. El fenómeno de las llamadas fake news radica en ese infantilismo ciego que eleva afectos subjetivos a la categoría de acontecimientos objetivos, que niega la legitimidad de verdades comunes e impersonales por encima de lo particular, con la reivindicación correspondiente de los privilegios propios.

Afloran aquí señales de la decadencia de Europa, consagrada a su propia descomposición interna al potenciar los conflictos entre sectores demográficos identificados por la lengua en pos de una atomización disfrazada de pluralidad, alentando la edificación de pequeñas unidades monolíticas (nada de plurales en su caso) que, llegado el caso, se constituirán en microestados débiles y expuestos a las grandes potencias geopolíticas, militares y económicas. Ante el Estado-Nación y el Estado del Bienestar se abre el abismo de la Historia.

El pluralismo invocado para deshacer la unidad de la nación política se convierte en cerrado monopolio en lo relativo a la identidad étnica propia. Por eso, la insistencia en la dicotomía ideológica izquierda-derecha es, en el caso especial de España, un paralogismo, una distorsión que desenfoca los debates y los conceptos e, incluso, las medidas políticas mismas con la cobertura mediática dominante. La distinción clave hoy es la que enfrenta a la defensa de la nación política, basada en la condición de ciudadanía sin requisitos étnicos, lingüísticos, raciales o ideológicos, sino elementalmente administrativos, o su negación y la consecuente defensa de los privilegios de casta (territoriales, étnicos, lingüísticos, folclóricos…). El factor más reclamado por ser el más eficaz, por la menor operatividad de elementos obsoletos, en particular la raza, es la lengua, como condición capaz de convertir a cualquier territorio en digno de reconocimiento nacional y, por extensión nacionalista, en Estado.

William Pfaff, en La ira de las naciones, describe el panorama de esa convulsa eclosión de naciones que escandalizaba a Joseph Roth (por ejemplo, en El busto del Emperador):

Después de 1918 los aliados dividieron los territorios austrohúngaros y otomanos siguiendo este principio [de autodeterminación nacional] y dejaron Estados nacionales incoherentes y obsesionados con sus rencillas étnicas y nacionales, contribuyendo al desorden que culminó en la Segunda Guerra mundial, un desorden que ha revivido desde el colapso del sistema soviético 1989-1990.

El presunto federalismo europeísta, en cuya nebulosa algunas naciones históricas parecen destinadas a desintegrarse, es el escenario en el cual los nacionalismos étnicos secesionistas encuentran su mejor acomodo. Su consecuencia más palmaria es el desangrado progresivo de la soberanía de ciertos Estados-nación, con respecto a los cuales las medidas procedentes de Bruselas inciden en el debilitamiento de su ciudadanía política en aras de la pertenencia a la nación étnica, lingüística y folclórica. La aquiescencia, cuando no la complicidad, de la decadente Europa en la balcanización de España empieza a vislumbrarse.