Menú

La Ilustración Liberal

El Baroja liberal

Pío Baroja es, a estas alturas, un escritor afortunado: lo que no puede decirse de la mayor parte de los escritores españoles, estén vivos o muertos. Y esto es raro, porque no reúne ninguna de las cualidades que acreditan a los escritores prestigiosos de la actualidad, todos ellos más o menos dados a bailar al son que tocan. Tampoco obtendría Baroja la aprobación de esa censura moderna, adobada con tartufería bien intencionada, y algunas toneladas de memez, que se rotula con el concepto, cada vez más desprestigiado, de "corrección política". Pero, desprestigiada o no, la "corrección política" es un hecho en esta socialdemocracia, por lo que no deja de resultar sorprendente que un libro tan incorrecto en materia política como Ayer y hoy, reeditado en 1997, no haya provocado indignaciones y anatemas.


El español absurdo

Baroja, en esta recopilación de artículos de 1938, incumple todas las reglas sagradas de la segunda restauración borbónica, en la que se habla, tal vez con exceso, de la pasada guerra civil, pero está muy mal visto si no se hace desde trincheras favorables a la ideología que resultó derrotada en 1939. En cambio, Baroja, dándose cuenta con gran lucidez de que tanto a franquistas como a socialistas lo que menos les interesaba eran las libertades, y que ganaran los blancos o ganaran los rojos, la situación iba a desembocar en una dictadura, prefiere la victoria de los "blancos" sobre los "rojos", pese a que tenga poco que agradecerles: los carlistas estuvieron a punto de fusilarle al comienzo de la guerra, y la aviación nacional bombardeó su piso de Madrid; aun así, "a pesar de todo -escribe- creo que una dictadura blanca, no siendo clerical, es, hoy por hoy, preferible para España. Una dictadura de militares se puede suponer lo que va a ser. Consignas más o menos severas, pero con sentido. Una dictadura roja en todos los países es lo mismo, un poder lleno de equívocos, de intenciones obscuras y de confusiones". Y esta preferencia se fundamenta en su propia independencia personal: "No tengo fortuna, ni he gozado de beneficios del Estado. He sido un español bastante absurdo para querer vivir independientemente de mis libros, cosa absurda e ilusoria."

Las opiniones de Baroja son no menos contundentes que las de Vladimir Nabokov (que así tituló un libro de entrevistas), quien decía que, entre dos opiniones, siempre prefería la que más pudiera desagradar a eso que en España llamábamos, hace años, "progres". Nada se quiere sacralizar tanto en esta restauración como la democracia, y, sin embargo, Baroja ya había escrito en 1917 que "cuando me hablan de la democracia me entra una risa tal que temo que me pase como aquel filósofo griego de que habla Diógenes Laercio, que murió a carcajadas al ver un burro comiendo higos".

Buena parte de sus opiniones son discordantes con las modas actuales, incluso en materia artística y literaria: "Desde el punto de vista del éxito, vale más exponer la teoría de los tres estados de Comte, o inventar el cubismo o cualquier otra superficialidad por el estilo que escribir la Crítica de la Razón Pura." Y en otros aspectos es, furiosamente incluso, antisemita, antisocialista y anti muchas cosas que figuran en los lugares más ostentosos del gran altar laico de la "corrección política", al lado de otras mejor vistas, es cierto, como ser antimaterialista o anticlerical.

Baroja, que conocía muy bien su país, afirma algo irrecusable: la gran aspiración del español es trabajar tan poco como un moro y ganar tanto como un judío. Y esto no es lo peor que dijo de los judíos, a quienes suele emplear como término de comparación poco grato con mucha frecuencia. Su opinión sobre los socialistas puede que sea peor: "Con los socialistas nunca he querido nada. Una de las cosas que más me ha repugnado en ellos, más que su pedantería, más que su charlatanismo, más que su hipocresía, es el instinto inquisitorial de averiguar las vidas ajenas. El que Pablo Iglesias viaje en primera o tercera ha sido uno de los motivos más serios de discusión entre los socialistas y sus enemigos." O bien: "La influencia del trabajador, del obrero, va a irrumpir en la vida del Estado. El trabajador, hoy por hoy, tiene la tendencia natural a considerar el único problema serio, el único problema importante, el problema de su bienestar, unido al de la lucha de clases" ("Divagaciones sobre la cultura", 1920).

Opiniones parecidas ya las había expuesto en el famoso artículo "Burguesía socialista", incluido en El tablado de arlequín (1904): "Este egoísmo del socialista se observa en sus mítines; así como en las reuniones anarquistas se oye hablar de los mendigos, de los niños, de las prostitutas, con un sentimentalismo delirante, en las socialistas no se oye hablar más que de obreros y patronos. Todo lo demás es letra muerta; y es que esta burguesía que nace hereda todos los instintos egoístas de esa otra burguesía que vive." Sólo la nueva burguesía socialista nace sin ningún tipo de valores: "Otra belleza tiene el socialismo. Se ha convencido de que el honor caballeresco y la Patria y la bandera son farsas; ha perdido estas tradicionales nociones; pero, ¿qué ha tomado a cambio de éstas? Nada, absolutamente nada, así que el socialismo actual -no hablo del obrero ilustrado, sino del socialista vulgar- está en camino de ser, si no un granuja, un perfecto egoísta."


El liberalismo de Pío Baroja

Éstas y parecidas afirmaciones hoy serían impublicables si no vinieran avaladas por la firma de Baroja, que es un clásico ya. Porque, aunque es claro que el socialismo se ha hundido, sus "comienzos culturales" continúan vigentes y con fuerza. Al término de la última guerra civil, Ernesto Giménez Caballero cosió una serie de retazos barojianos de subido tono antijudío, antimasónico, antisocialista, etc., y compuso un libro, a propósito del cual Julio Caro Baroja ha pedido disculpas discretamente: parece ser que a Baroja le engañaron para publicarlo. No lo dudo: pero ello no supone que aquellas arremetidas contra las grandes "bestias negras" del "régimen anterior" no figuren en los libros.

Sin embargo, y a pesar de lo dados que son los "comisarios políticos" a no olvidar las ofensas y ajustar las cuentas cuando les llega la oportunidad, a nadie se le ha ocurrido, o nadie se ha atrevido, a calificar a Baroja con el sambenito denigratorio definitivo de "fascista", como hubiera sido normal. Y es que, por encima de todas sus "incorrecciones políticas", en Baroja hay un liberal y un individualista, incompatible en todo con cualquier forma de fascismo o sucedáneo que se le pareciera. "Yo he sido siempre un liberal radical, individualista y anarquista -se proclama enJuventud, egolatría-. Primero, enemigo de la Iglesia; después, del Estado; mientras estos dos grandes poderes estén en lucha, partidario del Estado contra la Iglesia; el día que el Estado prepondere, enemigo del Estado." Para Baroja, como podemos observar, la Iglesia no se reduce a la de los curas. No hace muchas distinciones entre la que tiene por teórico a San Pablo y la que sigue las teorías de Karl Marx.

Que a Baroja se le reconozca el liberalismo, incluso desde ideologías a las que combatió y que no tienen nada de liberales, es demostración de que ese liberalismo barojiano, con todas las matizaciones que se quiera, puede ser cualquier cosa, desde anarquista hasta arbitrario, excepto epidérmico. Cuando Baroja habla de su padre, Serafín Baroja y Zornoza, ingeniero de minas, siempre destaca su condición de liberal, aunque en ocasiones lo adjetiva: "liberal decimonónico". Don Serafín, personaje algo pintoresco, anticlerical, y entusiasta de la Ciencia, así, con mayúscula dejó buena huella en sus hijos, porque las opiniones de Ricardo Baroja no difieren mucho de las de su hermano; por ejemplo: "Así la vida, oponiendo al genio toda clase de dificultades, hace que estalle y florezca más espléndido. Por eso el socialismo, facilitando la existencia a todos, eleva el nivel general de la cultura y la cumbre genial es reducida a colina mediocre." Pío Baroja, asimismo, aunque haya vivido muchos más años en el siglo XX que en el XIX, es en todos los aspectos un individuo bastante decimonónico, aficionado a los aventureros liberales del tipo de Juan Van Halen y su pariente Eugenio Aviraneta, en quien encontró un auténtico filón literario.


Elogio del individualista

No menos suerte que en este plano político al que nos hemos referido tuvo Baroja como escritor. Siendo todo lo contrario del escritor doctrinario ("En esto mi inclinación es más grande que mi prudencia. Tengo una dogmatofobia incurable", confiesa en Juventud, egolatría), algunas de sus novelas, como Camino de perfección y El árbol de la Ciencia, pueden mostrar, cuando menos, cierta tendencia a formular tesis y a exponer determinadas ideas, y fueron, en tiempos, muy apreciadas entre los profesores de literatura, quienes, si han de elegir entre una novela plúmbea y otra entretenida, se quedan sin dudarlo con la primera; aunque Baroja opinara de modo radicalmente distinto: "La gente quiere la fábula y el sueño. Es decir, aspira al cuento, a la novela divertida. Hoy si hubiera un Cervantes que publicara el Quijote nos entusiasmaría a todos menos a los cervantistas, porque éstos le encontrarían defectos, comparándole con cualquier escritor anterior."

Sin fijarse un plazo tan dilatado como Stendhal, Baroja decía de sí mismo como escritor: "Yo tengo una esperanza, quizá una esperanza cómica y quimérica, la de que el lector español de dentro de treinta o cuarenta años, que tenga una sensibilidad menos amanerada que el de hoy y que lea mis libros, me apreciará más y me desdeñará más." Yo no creo que la sensibilidad literaria del lector de hoy haya mejorado con respecto al lector de los tiempos de Baroja; pero lo cierto es que se han superado algunas supersticiones también en el terreno literario, y eso es estimable. Ha caído el "muro de Berlín" del nouveau roman, de la novela que se interroga a sí misma y de los autores que descubrieron. muy reflexivos, que la novela se hace con lenguaje (claro, no va a hacerse con argamasa), y en la actualidad, pedanterías de la moda aparte, se tiende a que la novela sea entretenida. Eso se nota en los escritores españoles de moda, flores de suplemento literario, que siempre acaban escribiendo zrilers, como pronuncian cuando los llevan a lucirse a la TV del gobierno.

Para Baroja, salvo cuando le daba por exponer a Kant como Dios le daba a entender en medio de la acción, las novelas tenían que ser, ante todo, entretenidas. Las novelas, afirmaba una y otra vez, han de ser interesantes, y también son un saco donde cabe todo: incluido un resumen de Kant o de Nietzsche en zapatillas. Los críticos buscan rasgos autobiográficos en los protagonistas del El árbol de la ciencia o de Camino de perfección. Pero más evidente resulta, aunque eso se reconoce pocas veces, que Baroja hubiera preferido ser como Shanti Andia, como Zalacaín o como Aviraneta; o por lo menos, le hubiera gustado ser amigos de ellos y seguirlos en sus andanzas. Porque una cosa es que Baroja se haya proclamado "hombre humilde y errante", y otra que fuera un burgués muy sedentario; él mismo lo reconoce: "¿Es que yo soy un hombre humilde y errante? ¡No, ca! En esta frase hay, más que verdad, fantasía literaria. Yo de humilde no tengo ni he tenido más que rachas un poco budistas; de errante, tampoco, porque hacer unos viajecillos de poca monta no autorizan a llamarse uno a sí mismo errante." Esto es cierto: ir de vez en cuando a París como si fuera un argentino o hacer alguna excursión con el pretexto de seguir la ruta del general Gómez no es nada al lado de las navegaciones de Shanti Andia o de las aventuras de Juan Van Halen.

El sentido de la aventura en Baroja procede de la infancia y de la lectura. Siendo todavía niño, en Pamplona, su hermano Ricardo le comunicó su entusiasmo por dos novelas: Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y La isla misteriosa, de Julio Verne. Como consecuencia, "soñábamos con islas desiertas, con hacer pilas eléctricas como el ingeniero Ciro Smith, y como no estábamos muy seguros de encontrar una 'Casa de Granito', Ricardo dibujaba y dibujaba planos y croquis de las casas que construiríamos en los países lejanos y salvajes". Los dos hermanos se sentían fuertemente atraídos por el mar; Ricardo, a su vez, escribió una buena novela de aventuras marineras, La nao capitana. Pero al igual que su admirado Julio Verne, prefería vivir las aventuras en países exóticos desde su casa, con planos y relatos de viajeros, siguiendo los consejos del sabio Melchor de Santa Cruz, que recomendaba "hablar de la guerra y no ir allá, y hablar de la mar y en ella no entrar, y hablar de la caza y tomalla en la plaza". Aunque germanófilo (otra cosa que se le disimula), Baroja sentía una poderosa atracción por la novela anglosajona de aventuras, y así, en su propia novela Yan-Si-Piao o la Esvástica de Oro, se interrumpe de pronto para pedir disculpas al lector: "No tiene, indudablemente, los detalles precisos, positivos, claros, de las novelas de Stevenson, de Kipling o de Conrad. Quizá esto dependa de que uno no ha visto esos paisajes, quizá de que no ha tenido un tiempo de consultar el Anuario del Comercio de la costa malaya. Pero sigamos.

Baroja, una y otra vez, se definió como individualista acérrimo: "Mi punto de vista es solamente personal e individual", escribe sin temor a repetirse. ¿Y habrá cosa más individualista que el marino mercante, el negrero o el pirata, que protagonizan su trilogía sobre El mar; que los oficiales aventureros, que los conspiradores románticos, que los desarraigados lobos solitarios deLa lucha por la vida?

Dice Baroja que él escribió dos tipos de libros, "unos, los que he escrito con más trabajo que gusto; otros, los que he escrito con más gusto que trabajo". Se nota claramente que Baroja escribe, en todo caso, con muy notable facilidad; pero salta a la vista que novelas como Zalacaín el aventurero o Las inquietudes de Shanti Andia están escritas para disfrute de los lectores, y el primero que disfruta con ellas es el propio autor. Algunas novelas barojianas, de asunto marinero o vasco principalmente, ganan con el tiempo, porque poseen una frescura inmarchitable. La gran construcción novelesca de El laberinto de las sirenas, en la que la casa evocaba la aventura, contrasta con el tono cansino y discursivo de novelas del tipo de Los amores tardíos. No hay manera de olvidar a los chinos dentro de un fanal que se describen al comienzo de Las inquietudes de Shanti Andia, o el aquelarre de La dama de Urtubi, o el viejo cínico Miguel Tellagorri, o el Madrid de descampados de La lucha por la vida. Cuando Baroja deja de escribir con gusto, se nota. Al entusiasmo y a la luminosidad de Las inquietudes de Shanti Andia sucede el tono más neutro de Los pilotos de la altura, mientras que La estrella del capitán Chimista roza el disparate, y se percibe que el autor empezaba a cansarse de tantas navegaciones, y estaba decidido a terminar su historia como fuera. Los territorios de Baroja eran su tierra vascongada, el mar, el siglo XIX, el París de los "últimos románticos": los lugares donde él se sentía a gusto es donde más a gusto se siente el lector. Y en medio de estas delicias literarias tenemos ese retrato de cuerpo entero de un país y de una sociedad que es La feria de los discretos, uno de los más decididos diagnósticos, ya desde el título, de la España que nació de la guerra napoleónica y que (no lo dudemos, por mucho que nos cuenten sobre el "euro" y otras modernidades), todavía persiste.

España, viene a decirnos Baroja en ese libro, que figura entre los más actuales y más premonitorios de los suyos, es un país de discretos, de gente acomodaticia y prudente, dada el arribismo y el chaqueteo, capacitada para convertirlo todo en bulla o feria. En la "feria" que aquí se describe, que tiene por fondo a la "Gloriosa" que destronó a Isabel II, las cosas se mantuvieron dentro de unos ciertos límites. En 1934, y seguidamente en 1936, los límites fueron sobrepasados, y la "feria" pasó a mayores, y los "discretos" se volvieron escépticos que se matan "como quien tala", según el escandalizado apunte de Saint-Exupéry. La visión que ofrece Baroja de su país y de su gente no puede ser más desoladora. Pero aun así, en los días de mayor desesperanza de 1938, Baroja se afianza en sí mismo, y anota, irritado y distante: "¡Qué plebe esta socialista, comunista y fascista!"


Sobre el antisemitismo de Baroja

Llama la atención el antisemitismo de don Pío Baroja. No hace al caso que aportemos ejemplos. No obstante, señalemos aquello que afirma en La feria de los discretos, que el ideal del español es trabajar como un moro y ganar como un judío. No es diagnóstico en modo alguno desencaminado, y resulta coherente con el tono de esa gran novela, sin duda de las visiones más ácidas y pesimistas sobre veleidades políticas de los españoles. Si para Mariano José de Larra, todo el año es carnaval, y todo el mundo es máscaras, para Pío Baroja es una gran feria en la que todo se vende y chalanea, como en patio de Monipodio cervantino, y los españoles son feriantes muy discretos y comedidos (hoy se diría "políticamente correctos"). Carnaval, feria de discretos, patio de Monipodio, o Corte de los Milagros, España no mereció juicios alentadores por parte de sus autores más grandes; y no olvidemos que España ha sido, salvo acaso el presente, que los españoles se desentienden de ella, el gran tema de la literatura española de todos los tiempos, desde Aurelio Prudencio y San Isidoro hasta la consolidación de la segunda restauración borbónica, aproximadamente.

Cuando Baroja afirma que los moros son perezosos y los judíos usureros, no hace otra cosa que repetir un tópico. Su antisemitismo, en mi opinión, no pasa del tópico, y no se limita al antisemitismo, aunque los judíos le merezcan especial atención y manía, sino que es un racista en general. Decía Sartre que donde hay un antisemita, hay un fascista, opinión que yo también comparto. Pero en este caso, como en cualquier otro, se producen las inevitables excepciones, y una de ellas es Pío Baroja. No es posible etiquetar a Baroja como fascista o similar, aunque se haya pretendido, como señala Julio Caro Baroja: "Desde la guerra de 1914, en la que mi tío había sido germanófilo, grandes sectores de la izquierda estaban deseosos de cargarle la nota del hombre sin fe, con intenciones segundas, terceras y cuartas." Sin embargo, un individuo sin fe difícilmente puede asimilarse al fascismo, que es la exaltación de la fe del carbonero.

A la germanofilia de Baroja durante la Gran Guerra se añade su reconocida admiración hacia Nietzsche. Aquí habría que hilar muy fino, porque, aunque Nietzsche fue muy invocado por el nacionalsocialismo, el gran filósofo alemán no tiene nada de pre-nazi. Por otra parte, la lectura de Nietzsche por Pío Baroja era de tipo voluntarista: su primer contacto con él fue a través de unos "trozos escogidos", traducidos a viva voz y sobre la marcha, por su amigo suizo Paul Schmitz.

Aunque vivió la mayor parte de su vida en el siglo XX, Baroja era un magnífico ejemplar decimonónico. Como buen decimonónico, consideraba con respetuoso fervor, entre otras cosas, a la Ciencia (escrita así, con mayúscula inicial). Y suponía, no sólo él, desde luego, una fundamentación más o menos científica en el racismo. Todavía pertenecía a aquella época en la que la Ciencia proporcionaba seguridad y despertaba esperanzas. Pero el fascismo, ideología característica del siglo XX, es antagónico al espíritu liberal decimonónico. El fascismo exalta la masa, el orden mecánico, la anulación del individuo, el dirigismo intelectual y moral, la violencia: todo aquello que más repugnaba a Baroja, quien, cuando no le quedaba otro remedio que definirse, prefería hacerlo como anarquista. Baroja desconfiaba del Estado, entronizado siempre por el fascismo. Tan sólo en caso de que le dieran a escoger entre la Religión y el Estado, escogería el Estado provisionalmente y a regañadientes.

Planteados estos supuestos, no es posible tomar el evidente racismo de Pío Baroja con demasiada seriedad. Ahora bien: igualmente absurdo sería negarlo. Su racismo se puede considerar de dos modos: uno afirmativo y el otro, en el que podemos integrar su antisemistismo, de signo negativo. Walter Starkie escribe que "Pío Baroja creía que toda la auténtica Europa hallábase concentrada entre las montañas de los vascos españoles y franceses". No es del todo exacto. Su Europa era un poco más amplia. Cuando en Juventud, egolatría, se proclama archi-europeo, precisa que "yo a veces creo que Los Alpes y los Pirineos son lo único europeo que hay en Europa. Por encima de ellos me parece ver el Asia; por abajo, el África. En el navarro ribereño, como en el catalán y como en el genovés, se empieza a notar el africano, en el galo del centro de Francia como en el austríaco, empieza a aparecer el chino".

Su concepción de España coincide bastante con lo que Claudio Sánchez Albornoz llamaba las "tierras de los cristianos viejos": tierras al norte del Ebro, que incluyen a los europeísimos vascos, cántabros y astures. "Tengo dos pequeñas patrias regionales -escribe-, Vasconia y Castilla, considerando Castilla, Castilla la Vieja." Y añade: "Todas mis aspiraciones literarias proceden de Vasconia o de Castilla. Yo no podría escribir una novela gallega o catalana. Entre vascos y castellanos me gustaría tener mis lectores. Los demás españoles me interesan menos; los españoles de América y los americanos no me interesan nada." ¿Racismo?, podremos preguntarnos, a propósito de esto. Y, no obstante, Baroja es capaz de confesar: "Yo parezco poco patriota; sin embargo, lo soy. Yo no puedo hacer que mi calidad de español o de vasco sean la únicas categorías para mirar al mundo, y si creo que un concepto nuevo se puede adquirir colocándose en una actitud internacionalista, no tengo inconveniente en dejar momentáneamente de sentirme español o vasco."

Y emociona cuando, acto seguido, escribe: "A pesar de esto, tengo normalmente la preocupación de desear el mayor bien para mi país; pero no el patriotismo de mentir.

"Yo quisiera que España fuera el mejor rincón del mundo, y el país vasco, el mejor rincón de España. Es éste un sentimiento tan natural y tan general que no vale la pena de explicarlo.

"El clima de la Turena y de la Toscana, los lagos de Suiza, el Rhin con sus castillos, todo lo mejor de Europa, lo llevaría por mi voluntad entre los Pirineos y el Estrecho. Al mismo tiempo desnacionalizaría a Shakespeare y a Dickens, y a Tolstoi y a Dostoievski, para hacerlos españoles; desearía que rigieran en nuestra tierra las mejores leyes y las mejores costumbres. Mas al lado del patriotismo de desear, está la realidad. ¿Qué se puede adelantar con ocultarla? Yo creo que nada."

Baroja, como escritor, nunca incurrió en la truhanería de mentir. También rechazaba el patriotismo entendido como retórica, que tan malos frutos dio en todos los órdenes, incluido el literario. En este punto no se mostraba contradictorio con su sentido de la política: "Yo he sido siempre un liberal radical, individualista y anarquista."

Julio Caro Baroja se considera en la obligación, en Los Baroja, de dar explicaciones acerca de un libro un tanto extraño, que apareció con la firma de su tío: "El que tuvo tal ocurrencia fue el mismo Giménez Caballero. Mi tío estaba fuera de España y yo tuve que ponerme en contacto con él para pedirle permiso. En realidad, se me había hablado de una antología, y yo creía que sería literaria en esencia, aunque con trozos que excitaran el patriotismo, de El escuadrón de Brigante, y otras novelas similares. Pero el que hizo la selección, que no sé a ciencia cierta quién fue, escogió todo cuanto mi tío había escrito de desagradable acerca de los judíos, de los comunistas, de los masones y de otras gentes que entonces eran vituperadas y execradas. Y así salió, con un título prometedor y un prólogo doctrinal de Giménez Caballero, en el que Baroja aparecía como precursor del Fascismo."

Del mismo modo que Nietzsche fue aprovechado por los nazis, con la impagable colaboración de su hermana Isabel, Baroja fue aprovechado por el franquismo: régimen, al que, en plena guerra civil, consideró como un mal menor, pero ante el que no se plegó, ni con el que coqueteó a su regreso a España, después de un inevitable y prudente exilio en París. Al contrario que Azorín, su gran amigo y compañero del exilio, Baroja, se mantuvo al margen, demostrando que su reconocida independencia era algo más que una actitud literaria. Ahora bien: forzoso es admitir que los textos de aquel libro organizado por Giménez Caballero (Comunistas, masones, judíos y demás ralea, creo recordar que era su título, o cosa parecida), aunque ofrecidos con voluntad demagógica y sacados de contexto, habían sido escritos y firmados por Baroja. De todos modos, este libro que pretende justificar en textos barojianos el fascismo y el racismo de la España imperial de los primeros años cuarenta no tuvo mayor trascendencia que la que merecía, y hoy está justamente olvidado.

Número 3

Editorial

La mejor página web

El libro pésimo

Retratos

Reseñas

Enseñanza y libertad

El rincón de los serviles