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La Ilustración Liberal

Comunitaristas y antiliberales

La crítica al liberalismo se ha producido desde dos ámbitos muy precisos: el marxista y el no marxista. Desde el final de la II Guerra Mundial hasta el desplome del comunismo, la izquierda en sus versiones duras y blandas ha sido el principal antagonista del pensamiento liberal. En buena medida, los ataques procedentes de la derecha autoritaria y totalitaria se habían visto desacreditados tras la derrota de las potencias del Eje. Sin embargo, en los últimos tiempos, el antiliberalismo no marxista ha cogido un ímpetu inesperado de la mano de una corriente de filósofos y propagandistas, que podrían calificarse de comunitaristas. Con todos los matices, el comunitarismo implica un rechazo de la doctrina liberal, un error ético y filosófico cuyas consecuencias son muy negativas: la destrucción de los valores y de las instituciones comunitarias sin las cuales la vida del hombre carece de sentido y la sociedad tiende a desintegrarse. Así pues, su mensaje central es la impugnación en bloque de la tradición liberal.

Anatomía del Antiliberalismo, el libro de Holmes publicado por Alianza, es una excursión a las fuentes intelectuales del comunitarismo moderno, del antiliberalismo no marxista. El texto se articula en dos grandes apartados, el primero reservado a los grandes budas y a los precursores doctrinales del comunitarismo moderno en su versión conservadora: De Maistre, Carl Schmitt, Leo Strauss, MacIntyre, Christopher Lasch y Roberto Unger. Sin duda, los planteamientos de este elenco de pensadores presenta diferencias importantes. El aristocratismo conservador de Strauss es muy distinto de la brutal impugnación del orden liberal de De Maistre o de Schmitt, pero hay un punto en común: la identificación del liberalismo con todos los males del mundo moderno, su responsabilidad en la destrucción de una supuesta Edad de Oro en la cual el espíritu de la comunidad florecía y hacía felices a los hombres. El individualismo quebró esa arcadia feliz y dejó al hombre vacío de sentido, solo ante el mundo.

En la segunda parte de su texto, Holmes se enfrenta a las principales acusaciones contra el liberalismo -su indiferencia respecto al bien común, su relativismo moral, su debilitamiento de la autoridad, el mito del homo oeconomicus, etc.- y las destruye con una contundencia y un rigor sorprendentes. Como sus hermanos-enemigos de la izquierda, los antiliberales no marxistas realizan una caricatura del pensamiento liberal, lo deforman para que se ajuste al modelo que pretenden descalificar. Esto refleja dos cosas: o bien un desconocimiento supino del liberalismo o bien una mala fe inquietante.

Cualquiera de esas dos posibilidades desacredita la posición de los autores analizados por Holmes. La ignorancia y/o la falta de honradez intelectual presiden el esfuerzo titánico de estos personajes con la excepción de Strauss a quien el liberalismo simplemente no le gusta por razones éticas y estéticas respetables, aunque desde el punto de vista de este modesto comentarista equivocadas. De entrada puede afirmarse que la crítica comunitarista del liberalismo se basa en un desconocimiento profundo del pensamiento liberal y en una manipulación de la realidad.

El contraste no es entre comunidad e individualismo, sino entre dos modalidades de comunidad: una moral community que respeta los diversos fines perseguidos por los individuos que actúan dentro de unos límites legales y morales, y una politics community que asume que las vidas deben ser dirigidas por la autoridad. El individuo es autónomo pero no está aislado. En una civil association (sociedad civil) hay fuertes lazos de solidaridad, derivados de la participación de los individuos en un sistema social que les permite hacerlo lo mejor posible en la esfera de la vida que elijan. La democracia liberal y el capitalismo no tienen por qué destruir las comunidades como no lo hicieron en la Revolución Industrial. A finales del siglo XIX, Gran Bretaña era una nación más humana que a los comienzos del siglo. La familia tradicional estaba asentada, las asociaciones voluntarias florecían para ayudar a la gente. La auto-ayuda se practicaba en el seno de la comunidad, de la familia y de la religión. El individualismo no fue visto como un enemigo de la sociedad sino como su mejor aliado. Para los grandes escritores liberales de los siglos XVIII y XIX, self-love, la estima de uno mismo, no suponía egoísmo; el yo se extendía a la familia, a los amigos, a los conocidos. Eran las limitaciones racionales y constitucionales del individuo, las que le impedían desplegar más allá de ese estrecho círculo su solidaridad natural. El verdadero individualismo afirma el valor de la familia, de las comunidades y de los grupos, la creencia en las asociaciones voluntarias, factores tan importantes como las tradiciones para el mantenimiento de una sociedad libre.

Otras dos críticas morales lanzadas por los comunitaristas contra el liberalismo son por un lado que el capitalismo erosiona los fundamentos morales de la sociedad al limitar las relaciones entre las personas a meras transacciones mercantiles; por otro, que el racionalismo liberal ha eliminado la posibilidad de hablar en términos morales. Estas dos posiciones no son sólidas, como lo prueba la obra de Adam Smith, Tocqueville, Lord Acton, Hayek o Novak e incluso la de Locke y Hume.

Las virtudes podían ser interpretadas de distinta manera por los clásicos, los cristianos y los moralistas escoceses del siglo XVIII, pero todos creían que eran modelos respecto a los cuales se podía contrastar el comportamiento individual. Las virtudes tenían pues un carácter universal. Todos tenían claro que el ethos de una sociedad no puede reducirse a factores económicos. El individuo asume responsabilidades y derechos, deberes y privilegios. La interrelación es una condición natural del hombre, la fuente de virtudes como el amor, la amistad, la lealtad... Smith consideraba que la mayor felicidad del hombre procedía de actuar de una manera virtuosa, y la mayor miseria de infringir las expectativas morales de la gente. Sin embargo, la buena conducta no es espontánea. Requiere el deseo por parte de cada persona de ser mejor e interesarse en las instituciones de la sociedad civil en la que se enseñan las virtudes: la familia, las asociaciones voluntarias, las iglesias... El enfoque smitiano es compatible con la ética aristotélica. La buena moral es un resultado del hábito. Adquirimos las virtudes ejerciéndolas. Los buenos hábitos nos preparan para actuar en la vida de una manera correcta y ello se aprende desde la infancia.

Una buena sociedad, según Adam Smith, es aquella en la cual el público asume la responsabilidad de hacer del mundo un lugar mejor. El conjunto del edificio reposa sobre la naturaleza social del hombre. En suma, Smith y los liberales clásicos pensaban que la sociedad libre reposa sobre la responsabilidad individual, ésta depende de la virtud y la virtud se adquiere en la familia y en las asociaciones voluntarias. Incluso David Hume escribió: "A quienes han negado la realidad de las distinciones morales se les puede clasificar entre los polemistas deshonestos. La moralidad es un principio activo y hace de la virtud nuestra felicidad y del vicio nuestra miseria".

No son pues los pensadores liberales clásicos quienes relativizan y subjetivizan las virtudes convirtiéndolas en valores. Esta transformación es quizá la mayor revolución filosófica de la modernidad y se debe a Nietzsche quien en 1880 empezó a hablar de valores no como un término económico o como un verbo, sino para referirse a las creencias morales de la sociedad. La muerte de Dios es la revuelta contra las virtudes clásicas y cristianas; era la muerte de la moral y de la verdad. Ya no hay bien y mal, vicio y virtud; sólo puede haber valores que son relativos y subjetivos.

La crítica comunitarista al liberalismo es errónea entre otras cosas porque no distingue entre dos tradiciones nacidas de la Ilustración: el racionalismo constructivista y el crítico o evolutivo (nuestro conocimiento es en gran medida heredado; la mente es producto de una larga evolución cultural; se basa en la razón pero también en la imitación; es absurdo pensar en un mundo creado de nueva planta...). El comunitarismo es una manifestación de lo que se ha venido denominando colectivismo metodológico, que consiste en la tendencia a tratar los conjuntos como objetos concretos con existencia real. Sin embargo, esos términos que usamos para referirnos a los colectivos no tienen existencia real, porque nunca se presentan ante nuestra mirada como objetos de observación. Son puras construcciones mentales sin entidad. Desde el punto de vista intelectual, en su formulación moderna, esta corriente de pensamiento es un producto franco-germano, resultado de las conexiones entre el positivismo y el hegelianismo.

Durante un siglo, los políticos han encontrado rentable explotar el principio ideológico según el cual el individuo sólo puede realizar todas sus potencialidades humanas como parte de un colectivo, cuyas metas serían objetivamente determinadas por las leyes inexorables de la Historia, por la raza o por el pueblo elegido, etc., etc., etc. Bajo este planteamiento subyace lo que Popper definió como holismo, esto es, el supuesto según el cual los grupos sociales no pueden ser considerados como meros agregados de personas. El grupo social es más que la mera suma total de las relaciones meramente personales que existan en cualquier momento entre cualesquiera de sus miembros.

El comunitarismo es una manifestación típica de las filosofías holísticas. En su caso, el holismo se manifiesta en la convicción de que los individuos pertenecen a un grupo concreto, cuyas formas de vida son radicalmente distintas a las de otros. Ese alma mater comunitaria forja el carácter de las personas integradas en el grupo, que no puede ser comprendido salvo por referencia a él. El individuo no es la fuente primera y última de valoración, sino sólo el producto de valores definidos de manera colectiva. Por ello, el primer fundamento del comunitarismo es siempre y por definición el colectivismo.

El segundo fundamento de las tesis comunitaristas puede formularse en los siguientes términos: la comunidad es un ente con vida propia. Su comportamiento es similar al de un organismo biológico. Esta visión organicista de la comunidad implica que lo que el organismo comunitario necesita para su desarrollo constituye metas comunes; que estas metas son supremas y que en el supuesto de que entren en conflicto con otros valores son ellas las que deben prevalecer. Más aún, la transformación de la comunidad en una entidad orgánica obliga a considerar antinaturales todos los valores e ideas forjados por los individuos.

De todo ello se extrae una conclusión fundamental: la unidad humana esencial en la que la naturaleza del hombre se realiza no es lo individual o la asociación voluntaria que puede ser disuelta, abandonada o alterada a voluntad, sino la comunidad, una relación única que ata a los seres humanos dentro de un todo orgánico, indisoluble e incomprensible para la razón. Como es sabido, establecer analogías entre individuos y grupos puede llevar a falacias peligrosas que conducen a comportamientos irracionales y brutales.

En tercer lugar, el comunitarismo liquida cualquier vestigio de racionalismo crítico, ya que convierte a los individuos en seres incapaces de sostener ideas diferentes a las definidas como correctas por el colectivo. Los valores, las ideas o las políticas no se defienden en función de su verdad o falsedad, de su justicia o de su injusticia, sino porque son los valores del grupo que le ayudan a sobrevivir y desarrollarse. Como la comunidad es la única instancia que da sentido a la vida individual, puede exigir a las personas que la integran una lealtad acrítica.

En cuarto lugar, el comunitarismo lleva en sí el germen de la agresión y de la intolerancia. Si la satisfacción de las necesidades del organismo comunitario se vuelve incompatible con las metas perseguidas por otros grupos, es necesario obligar a estos a que cedan, aunque para ello tenga que utilizarse la fuerza. En efecto, a nada de lo que se oponga a lo que se reconoce como meta suprema -la comunidad-, se le puede conceder un valor similar a ésta. Al final, los comunitaristas se ven impulsados a justificar el supuesto hecho diferencial en la superioridad de su cultura o de su raza sobre otras comunidades.

El comunitarismo tiende de modo inexorable al estatismo. Presuponer la superioridad de las decisiones colectivas sobre la acción y las elecciones individuales implica necesariamente que exista una entidad colectiva bien definida capaz de materializar esas aspiraciones. Esta es la aportación principal del hegelianismo a las tesis comunitaristas.

La teoría metafísica del Estado funde la comunidad con el aparato de gobierno en una entidad mística superior y trascendente. El Estado es visto como la encarnación política de la comunidad, la unión en cuerpo y alma del sentimiento y de la fuerza para configurar un orden racional y bueno al cual las vidas de los individuos están subordinadas.

Este conjunto de planteamientos tiene dos consecuencias. En primer lugar, la naturaleza y la extensión de las actividades dejadas a la autonomía individual se reducen. En segundo lugar, se adopta la actitud de juzgar los procedimientos de decisión colectiva a la vista de su capacidad para identificar lo que es objetivamente bueno, el interés comunitario.

Por todo ello, lean el libro de Holmes.

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comentarios
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Polifacultos culturales
Oswaldo Fernandez Daal

Muy interesante las definiciones comparativas entre "Comunitarismo vs Liberalismo".Desde mi modesta capacidad intelectiva, pienso que los humanos, al igual que otros seres viviente, somos el producto de nuestra herencia cultural, -del ambiente en que nacimos y vivímos- y obviamente la impronta de nuestra cultura, que sería como el estamento primitivo de nuestro ser. Las modificaciones que efectuamos en las diferentes variables que nos afectan, nos hacen pensar de forma diferente, de allí; nuestra conducta frente a los multiples y diferentes eventos que de algún modo afectan nuestra forma de pensar y de actuar. Gracias por su atención a estas líneas. Saludos cordiales?