Menú

La Ilustración Liberal

Redes e identidad: ¿adiós al centro político?

Mientras el Partido Republicano vive una pugna interna entre sus alas moderada y conservadora que le impide transmitir un mensaje unitario, el Tea Party ha liderado la oposición con mensajes claros y profundamente identitarios. La misma carga identitaria, pero en sentido opuesto, tuvo el movimiento en red Move On, que en 2006 aupó al entonces desconocido Ned Lamont, quien acabó venciendo en las primarias de Connecticut al moderado y muy conocido Joe Lieberman. Las bases liberales, articuladas a través de Move On, resultaron decisivas igualmente en la victoria de Barack Obama sobre Hillary Clinton en las primarias demócratas de 2008.

Los movimientos ciudadanos con vocación de influir en la opinión pública están adquiriendo un protagonismo creciente en la vida política de las democracias occidentales. Su origen responde en gran medida a la existencia de intereses insuficientemente representados por los cauces tradicionales de participación. Abrazan causas que no encuentran canal en los partidos, hablan de temas silenciados por los medios de comunicación, y su dinámica es profundamente combativa]. Son auténticos movimientos sociales.

Su fuerza deriva de un cambio en las redes de información sobre las que se construye la denominada opinión pública. Internet, con su horizontalidad y cualidad de foro abierto, que tanto facilita la movilización, está cambiando las reglas.

Poder y redes de información

La relación entre poder y comunicación es uno de los asuntos más frecuentemente abordados desde la Antigüedad; por escritores, hombres de Estado, intrigantes y cortesanos. Hay acuerdo en que existe una cierta actividad política en la comunicación y una cierta actividad comunicativa en la política. La manera en que ha de abordar el gobernante la cuestión de la buena imagen ha sido abordada en los tratados clásicos sobre el poder. Desde distintas perspectivas, Maquiavelo, Gracián y Sun Tzu se refieren al manejo de la información como elemento esencial para ganar el poder.

La vinculación entre comunicación y política adquiere una nueva dimensión tras la consolidación del mandato representativo como fundamento de la democracia liberal. La imposibilidad de que participen directamente en los asuntos públicos hace que los ciudadanos canalicen sus intereses por medio de los procesos electorales. Así las cosas, los políticos necesitan convencerles de la bondad de sus propuestas, y la información suministrada por los partidos se convierte en elemento central de la lógica democrática.

Numerosos análisis electorales se centran en las acciones de los políticos dirigidas a convencer a las masas de electores. Sin embargo, no se suele hacer referencia a la incidencia que el entorno informativo tiene en la política. Pero lo cierto es que las redes de información a que recurren los políticos para captar votos no son neutrales, e inciden en y condicionan la forma de hacer política. Y, como veremos, el fondo. Si la aparición del telégrafo, el teléfono y la radio tuvo como consecuencia la centralidad de los medios de comunicación en la política, la descentralización derivada de la aparición de internet tendrá efectos en la forma de hacer política. Y, sí, en el fondo.

"Tippacanoe and Tyler, too"

Las campañas electorales tal y como las conocemos hoy día surgieron a mediados del XIX en Estados Unidos, como respuesta lógica al aumento del número de electores –por razones demográficas y por las sucesivas ampliaciones del derecho al voto-. La ausencia de redes de información capaces de hacer llegar los mensajes políticos a un electorado masivo tuvo dos consecuencias: la concepción de los partidos como maquinarias políticas y la aparición de formatos innovadores de comunicación política.

En efecto, fue entonces que emergieron las maquinarias políticas, compuestas de políticos profesionales que dedicaban sus energías a la búsqueda de votos mediante contactos personales. El voto era considerado una mercancía, y era necesario establecer una organización que de forma eficiente y sistemática traficara con él. En ese esquema, los partidos eran redes jerárquicas pero descentralizadas con el objetivo de capturar votos allá donde concurrieran a un proceso electoral. El precinto (precinct) era el último eslabón de la red, y su jefe (precinct captain), responsable de mantener el contacto personal con los electores, respondía ante el líder de distrito; y éste ante el comité de la ciudad.

La necesidad de llegar a un amplio electorado dio pie a una serie de innovaciones en comunicación que tuvieron como principal efecto la simplificación del mensaje político. "Tippacanoe and Tyler, too", eslogan utilizado en por William Henry Harrison en las presidenciales de 1840, inaugura una tradición que ha perdurado hasta el "Yes, We Can" de Barack Obama en 2008. "Tippacanoe and Tyler, too" era también la letra de una canción que ensalzaba el papel heroico de Harrison en la lucha contra los indios (a los que se enfrentó, precisamente, en la Batalla de Tippacanoe), así como a su running mate, John Tyler.

Durante esta etapa, en las campañas electorales las maquinarias políticas conviven con un esquema informativo basado en una prensa escrita que responde a audiencias con un alto interés subjetivo en asuntos políticos y repartidas en grupos más o menos homogéneos (prensa burguesa, prensa popular, prensa obrerista...). Es cierto que, gracias a la sindicación, había prensa con influencia nacional, pero todavía no es posible hablar de comunicación de masas, y las campañas se basarán en las maquinarias de los partidos.

La prensa no alcanzaba para llegar a la gran masa de electores, y la utilización de eslóganes y canciones permitía a los candidatos controlar por completo el mensaje y, gracias a las caravanas electorales, que se movían al son de ritmos circenses, hacerlo llegar allá donde quisieran que llegara. Sin embargo, esta manera de hacer propaganda electoral suscitó numerosas críticas: se acusaba a los políticos de recurrir a canciones y espectáculos que poco tenían que ver con sus programas.

El efecto centralizador de los medios de comunicación de masas

La invención de la radio y, sobre todo, su altísima penetración –en Estados Unidos ya se había llegado a la saturación en 1930– transformaron las redes de información. La radio, introducida en las campañas a partir de 1924, desplazó a la prensa escrita como medio principal, sobre todo tras las presidenciales de 1933. En ellas, el Partido Demócrata se vio en buena medida obligado a recurrir a la radio, ya que la prensa escrita estaba controlada por el Partido Republicano. La abrumadora victoria de Roosevelt marca la hegemonía de la radio como medio de comunicación de masas y nos habla del poder de la comunicación de masas para configurar una conciencia nacional y fraguar grandes identidades. Roosevelt trasladó el New Deal a la opinión pública por medio de sus célebres charlas junto a chimenea –fireside chats–, que eran retransmitidas por radio. Ciertamente, como pondría en evidencia Cantril en The Psychology of Radio (1935), el medio –la red de información- incidía de forma sustancial en los procesos persuasivos.

En Europa, los totalitarismos emergentes encontraron en la radio un aliado idóneo para la comunicación de masas y el refuerzo de identidades. En Alemania, el Partido Nazi diseñó la radio del pueblo, un aparato asequible para el gran público con el que únicamente se podía sintonizar diales previamente establecidos.

Si la comunicación a través de canciones y eslóganes –propia de las maquinarias políticas– había supuesto una simplificación del lenguaje político, la radio expuso a la ciudadanía a unos contenidos políticos relativamente uniformes, sobre los cuales los dirigentes políticos trabajaron para crear y reforzar identidades grupales.

Ese efecto centralizador se potenció con la televisión. Aunque Eisenhower ya había recurrido a ella en la campaña de 1952 (introdujo los spots electorales), suele citarse el debate que enfrentó a Nixon y a Kennedy en 1960 como el hito inaugural de la era de la televisión. Se ha llegado a afirmar que Kennedy ganó las elecciones gracias a la imagen que exhibió en ese debate –en las encuestas, se impuso por ancho margen entre quienes habían seguido el enfrentamiento por la pequeña pantalla, pero perdió entre quienes lo habían hecho por la radio–. Probablemente se trate de una exageración, pero esa opinión ilustra muy bien el cambio fundamental que se produjo en los dominios de la comunicación: la imagen, con su fuerza arrolladora –por utilizar la expresión de Sartori-, se revela una autoridad en sí misma... capaz de vaciar de contenido la idea de la democracia como el gobierno de la opinión.

La televisión permitió consolidar un ecosistema de comunicación dominado por los grupos con acceso a dicho medio. La centralización se vio reforzada por la escasez de emisores y el rapidísimo crecimiento del número de televidentes. Si en 1950 tan sólo un 9% de los hogares norteamericanos disponía de televisión, en 1956 ya eran 71 de cada 100, y 95 en 1968. El fenómeno de la centralización fue aún más vigoroso en Europa, donde la concepción de la televisión como servicio público dio lugar a la creación de grandes grupos estatales, como la BBC en Inglaterra, la ORTF en Francia, la RAI en Italia y TVE en España. El imperialismo televisivo logró trasladar el centro político desde los parlamentos hasta los platós, y sustituir el debate político por la narrativa visual propia del medio.

Un único mensaje para una gran masa de electores. La principal consecuencia política fue la consolidación de un espacio político dominado por el llamado centro político, con una gran mayoría de ciudadanos expuestos a un mensaje político relativamente uniforme.

Internet y la movilización de audiencias selectivas

El 23 de agosto de 2008, dos días de que se inaugurara la Convención del Partido Demócrata en Denver, Barack Obama hacía público el nombre del candidato que le acompañaría en la carrera electoral: Joe Biden. El anuncio ponía fin a las especulaciones sobre quién sería el vicepresidente en el supuesto de que el candidato demócrata ganase las presidenciales de noviembre. La novedad no residía tanto en quién había sido el elegido como en la forma en que se hizo pública la elección: a través de millones de e-mails y sms.

El deseo de Barack Obama de dirigirse en primer lugar a un grupo específico de ciudadanos –tan implicados en la campaña demócrata que habían accedido a facilitar sus datos personales a la maquinaria del candidato– en vez de a las audiencias masivas de los medios tradicionales de comunicación da buena cuenta de una nueva tendencia en materia de comunicación política. Internet y las nuevas tecnologías están desempeñando un papel cada vez más destacado como medios para llegar a audiencias selectas.

La televisión y las redes centralizadas presidieron un entorno informativo definido por un limitado número de emisores que ofrecían a unas audiencias enormes un contenido relativamente uniforme. El entorno derivado de la aparición de internet no sólo ha multiplicado el número de emisores, sino que está provocando cambios sustanciales en el comportamiento de las audiencias. La navegación libre refuerza la capacidad selectiva de las audiencias y pone fin a los modelos basados en audiencias masivas. El interés subjetivo de los individuos se convierte en el catalizador de la exposición a los mensajes políticos. La exposición a éstos deja de ser un factor exógeno.

Las audiencias se están fragmentando en nichos ideológicamente homogéneos, con identidades fuertes. De acuerdo con un estudio reciente, en EEUU el 94% de los lectores de blogs políticos lee únicamente blogs ideológicamente afines. Así pues, parece que la ampliación de la oferta informativa está sirviendo para el refuerzo de las identidades. Este panorama está obligando a los medios de comunicación tradicionales a apostar, a su vez, por las identidades fuertes, para suscitar la atención de esas audiencias cada vez más segmentadas, lo cual está poniendo en graves aprietos a un establishment afianzado en el centro político.

Los grandes partidos están perdiendo el control de la agenda política, que hasta ahora monopolizaban, en favor de las bases sociales, con identidades más fuertes. El nuevo entorno informativo influye de manera sustancial en la forma de hacer política, pues divide el electorado entre quienes consumen información política y quienes no muestran el menor interés por ella; los primeros tienen unas identidades más maracadas, y son más proclives a acudir a las urnas. De un tiempo a esta parte, las bases más ideologizadas de los partidos están consiguiendo marcar la agenda política y poniendo en cuestión la capacidad de aquéllos para seguir aglutinando intereses políticos difícilmente reconciliables.

Si quieren seguir siendo los canalizadores de una pluralidad de corrientes, los grandes partidos han de tomar buena nota. El centro político ya no es suficiente.

Número 45-46

Varia

Manuel Ayau, in memoriam

Retrato

Mario Vargas Llosa, Nobel

Reseñas

Libro Pésimo

El rincón de los serviles