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La Ilustración Liberal

Wilhelm von Humboldt

Un Estado en el que se constriñera o impulsara por tales medios a los ciudadanos a cumplir las leyes, incluso las mejores, podría convertirse en un Estado tranquilo, amante de la paz y floreciente; pero yo lo consideraría siempre como una multitud de esclavos bien alimentados, y no como una asociación de hombres libres que solamente están sometidos cuando traspasan los límites del Derecho.

Wilhelm von Humboldt es medianamente conocido en nuestro país por la atención que prestó, como filólogo, al idioma vasco. Pero no ha recibido la atención que merece como filósofo político[1]. Su concepción sobre la libertad del hombre, el papel del Estado y la posibilidad de reconstruir una sociedad desde esquemas prefijados le será perfectamente reconocible al lector de autores liberales del siglo XX. Además, frente a todas las críticas que se hacen al liberalismo por su supuesto economicismo, Humboldt no necesitó escribir una línea sobre economía para llegar a las mismas conclusiones sobre la libertad humana.

Nació en Potsdam el 22 de junio de 1767, dos años antes que su hermano, Alexander. Luego se diría de los dos que juntos dominaban todos los saberes, lo cual era sólo una exageración. Cuando eran púberes, nada hacía pensar que serían así de estimados. Por parte de padre procedían de una familia militar de la baja nobleza, y por la de la madre de unos hugonotes del sur de Francia dados al comercio. El abuelo materno era industrial; fue él quien aportó la fortuna a la familia.

Wilhelm y Alexander vivían en el palacio de su madre en Tegel, cerca de Berlín, y recibieron una esmerada educación. Entre sus preceptores se encontraban Joachim Heinrich Campe, que les hizo las veces de guía; Christian von Dohm y Ferdinand Klein, que les instruyeron en derecho político y constitucional y les inclinaron hacia las ideas de la Ilustración, y J. J. Engel, que les guió por los caminos de la filosofía y la lógica. Llegaron con un buen bagaje intelectual al Berlín de 1785, donde bullía la Ilustración alemana. Wilhelm sólo estuvo en la universidad dos años, de 1987 a 1989, primero en Fráncfort y más tarde en Gotinga.

Amistad con Schiller y Goethe

En agosto de 1789, poco después de caer la Bastilla, nuestro hombre viajó a París, donde pudo seguir de cerca los sucesos de la Revolución. Su anfitrión fue Campe, quien asistió con entusiasmo a la construcción del nuevo Estado francés. Humboldt, en cambio, lo miraba con otros ojos: en Ideas sobre las Constituciones de los Estados, con ocasión de la nueva Constitución francesa expuso unas críticas paralelas a las que vertió Burke en sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa, que aún no había leído. Lo publicó desde el aninimato en la revista de Schiller, Neue Thalia, en 1791.

A comienzos de la década, Wilhelm solía discutir de política con el arzobispo elector de Mainz, Carl Theodor von Dalberg, partidario del despotismo ilustrado, que le conminó a expresar sus ideas en un libro, que hoy conocemos como Los límites de la acción del Estado[2].

En 1791 Humboldt termina sus prácticas en el Tribunal Supremo de Berlín y se casa con Caroline von Dacheröden, de familia noble y con grandes fincas en Turingia. Entre 1794 y 1797 Wilhelm y Caroline vivirán en Jena, donde aquél pudo entablar amistad con Schiller y Goethe. En aquellos años Schiller escribía sus Cartas sobre la educación estética del hombre, y Goethe pasaba por un momento de feracidad que le permitió dar a la imprenta libros como Los sufrimientos del joven Werther. Humboldt, que presentó a los dos genios de la literatura, recordaba su estacia en Jena como el período más feliz de su vida.

De la política al retiro intelectual

De 1797 a 1801 vivió en París, desde donde realizó dos viajes a España, que aprovechó para estudiar la lengua vasca. Su principal interés fueron los estudios clásicos; de hecho, su primera obra, que escribió a los 19 años, fue Sócrates y Platón sobre la divinidad. Su estancia en Roma, entre 1802 a 1809, le permitió dedicar más tiempo a los clásicos.

El barón Von Stein le rescató de su puesto de residente prusiano ante la Santa Sede para que se desempeñase como ministro de Educación. En quince meses, Humboldt se convirtió en el reformador educativo más importante de la historia de Alemania. Con sus ideas, basadas en formulaciones anteriores de Fichte y Schelling, se creó en 1810 la Universidad de Berlín. Humboldt vio en la derrota prusiana ante Napoleón el fracaso completo de una sociedad, que necesitaba por tanto una revitalización; revitalización que tendría como puntal el sistema educativo.

Tras su dimisión, y durante nueve años, desarrolló una intensa labor diplomática como embajador de Prusia en Viena, luego ante la Confederación Germánica y más tarde en Londres. En el primero de esos destinos trabajó para alejar al Imperio Austro-Húngaro de Napoleón y sumarlo a la Gran Coalición fraguada contra el corso. En 1819 fue nombrado ministro para los Asuntos Parlamentarios, puesto desde el que impulsó la redacción de una nueva Constitución; pero el clima político tras los decretos de Carlsbad dieron al traste con tal proyecto, por lo cual dimitió en diciembre de ese mismo año.

Durante su paso por el Gobierno, Wilhelm von Humboldt, líder del partido de la reforma, luchó por que también la nobleza pagase impuestos –para así llevar a la práctica el ideal de igualdad–, por que se reconociese la libertad de prensa y, en general, por que se ampliasen los espacios de libertad. Su marcha definitiva, cuando contaba 52 años, se considera el fin de la oportunidad reformista en su país.

A partir de entonces, y hasta su muerte, quince años más tarde (el 8 de abril de 1835), Humboldt se retiró a Tegel, donde se volcó en el estudio, sobre todo en la filología. Investigó el kawi, el vasco y varias lenguas de América del Sur y de Asia. Sentó las bases de la filología comparada. Noam Chomsky le considera un precursor de su propia teoría lingüística.

Una personalidad original

No era una persona fácil. Él dice que su infancia fue triste. A los 12 años se quedó huérfano de padre. Su madre se deshizo en atenciones hacia él y hacia su hermano, que le correspondieron en la misma medida. Cuando tenía 19 años conoció a Henrietta Herz, esposa de un médico que había sido alumno y amigo personal de Immanuel Kant. Los dos formaron una fraternidad secreta, la Liga de la Virtud, que tenía por objetivo la búsqueda de la perfección moral.

Su relación platónica con Henrietta y el resto de sus amigos virtuosos se fue apagando, y además experimentó dos fracasos sentimentales, todo lo cual le sumió en una profunda crisis. La Liga de la Virtud exigía a sus miembros nobleza de espíritu, que incluía evitar el Schwarmerei, es decir, la exaltación de los sentimientos, pero Humboldt en ese entonces los tenía a flor de piel. Se dio cuenta de que los valores de la Ilustración no eran suficientes para una vida plena. Algo parecido le pasó también a John Stuart Mill: a los 20 años comporobó que la cuidada educación que le había dado su padre le encaminaba a unos objetivos que no le iban a hacer feliz.

Wilhelm y Caroline no formaban una pareja al uso. Él creía que el matrimonio no podía basarse en la sensualidad, pues ello llevaría a la dominación de la mujer por el hombre. Por el contrario, debía erigirse sobre la libertad y sobre el respeto mutuo. La suya era, diríamos hoy, una relación abierta. Wilhelm se iba con frecuencia con prostitutas. En cuanto a Caroline, estableció en Berlín lazos con un joven que acompañó durante dos años a la familia. Fue un matrimonio feliz y bien avenido, como muestran sus cartas, que ocuparían varios volúmenes en forma de libro, y prolífico: tuvieron ocho hijos.

Humboldt creía, como Mill o como Karl Popper, que todas las personas tienen una capacidad parecida, lo que no le impedía, como también fue el caso de Popper y Mill, creerse superior a los demás, algo que no tenía empacho en manifestar. En una ocasión, durante el Congreso de Viena insultó sin pretenderlo a un compañero de gabinete, el ministro de la Guerra Hermann von Boyen, quien le retó a duelo. Llegado el momento, ambos marraron el tiro.

Según Ludwig von Mises[3], en Alemania hubo un momento en que, "excepto en el pequeño grupo de príncipes y sus aristocráticos criados", prácticamente todo el que estaba interesado en las cuestiones políticas era liberal. Mises dice que el liberalismo lo desarrollaron autores que escribían en inglés o en francés, lo cual es injusto hacia Humboldt, o bien una mera omisión. Ralph Raico, en su ensayo "Authentic German Liberalism of the 19th Century"[4], recuerda que Hayek y Mises consideraban Los límites de la acción del Estado como "la más excelsa expresión del liberalismo clásico en lengua alemana"[5].

A juicio de Mises, la aceptación del liberalismo por parte de la clase intelectual germana estuvo relacionada con la emergencia de la opinión pública como fenómeno. James J. Seerman muestra, en los tres primeros capítulos de su libro sobre la historia del liberalismo en Alemania (hasta 1914)[6], que aquél estaba en lo cierto. Curiosamente, Seerman sólo cita a Humboldt una vez, y de forma incidental. Ello indica que la influencia de nuestro hombre fue de corto recorrido. Quizá porque el liberalismo alemán se nutrió principalmente de las ideas librecambistas, terreno que Humboldt no frecuentó.

El hombre, límite último del Estado

Humboldt partía de que la naturaleza humana y el hombre, individualmente considerado, son la medida de toda consideración. "El verdadero fin del hombre, no el que le señalan las inclinaciones variables sino el que le prescribe la inmutable razón, es la más elevada y proporcionada formación de sus fuerzas como un todo. La condición primordial e inexcusable [para que pueda alcanzarlo] es la libertad. Ahora bien, además de la libertad, el desarrollo de las fuerzas humanas exige otra condición, aunque estrechamente relacionada con la de la libertad: la variedad de las situaciones"[7].

El lector español se encuentra con la palabra formación, pero el término que utiliza Humboldt es Bildung, cuyo significado incluye los conceptos de desarrollo y aprendizaje; por eso, quizá la palabra elegida por Abellán para traducirla sea la más adecuada. Hablamos del proceso de crecimiento personal, del cultivo del carácter combinando sensibilidad estética, sentimientos y razón. Este es el centro del pensamiento de Humboldt, y la clave para entender toda su obra. Antes de escribir Los límites... defendía el axioma de que "nada en la Tierra" es tan importante como "el poder más completo y el más variado cultivo del individuo", y que "la ley primaria de la moral" es "educarse a sí mismo y, sólo en segundo lugar, influir a los demás". "Estos axiomas están tan firmemente impresos en mi mente –anotó–, que nada los puede hacer cambiar".

La libertad está en la base de todo, pues la coacción pone frenos al desarrollo y la sobreprotección quita al individuo la oportunidad de enfrentarse a la vida tal cual se le presenta y forjarse un carácter curtido por la experiencia[8].

Siguiendo a Immanuel Kant, Humboldt proclama: "La ley moral obliga a considerar a todo hombre como un fin en sí mismo"[9]; "la asociación estatal –advierte– es un mero medio subordinado, al que no debe sacrificarse el verdadero fin, que es el hombre"[10]. El Estado es un mero instrumento, y ha de existir sólo en la medida en que contribuya a la felicidad del hombre, o, más precisamente, a su Bildung.

El Estado no es la panacea y tiene sus peligros:

La variedad que se logra por la asociación de varios individuos es precisamente el bien supremo que confiere la sociedad; y esta variedad se pierde indudablemente en la medida en que el Estado se inmiscuye. Ya no son, en realidad, miembros de una nación que viven entre sí en comunidad, sino súbditos que entran en relación con el Estado, es decir, con el espíritu que impera en su gobierno. Una relación en la que el poder superior del Estado entorpece el libre juego de las fuerzas[11].

Las disposiciones del Estado envuelven siempre, más o menos, alguna coacción y, aun cuando esto no ocurra, habitúan al hombre con demasiada facilidad a esperar más la enseñanza, la dirección y la ayuda ajenas que a pensar en una salida por sí mismo. (...) Quien es dirigido mucho y con frecuencia tiende fácilmente a sacrificar, de un modo espontáneo, lo que le quede de su independencia. Se considera libre del cuidado de dirigir sus actos, confiándolo a manos ajenas, y cree hacer bastante con esperar y seguir la dirección de los otros. Esto hace que sus ideas acerca de lo que es mérito y lo que es culpa se oscurezcan[12].

Cuanto más se encomienda uno a la ayuda tutelar del Estado, así tiende, o en mayor medida todavía, a confiar a ella la suerte de sus conciudadanos. Y esto debilita la solidaridad y frena el impulso de la ayuda mutua[13].

Humboldt da por cierto que los esfuerzos individuales no son suficientes para garantizar la seguridad, interna y externa, de una sociedad. En este punto sí cabe la acción del Estado; pero si se demostrara que el mero esfuerzo individual es sufiuciente, Humboldt también aquí lo quitaría de en medio. Lo más valioso de esta parte de su investigación es su definición de seguridad:

Yo considero seguros a los ciudadanos de un Estado cuando no se ven perturbados por injerencia alguna en el ejercicio de los derechos que les competen, tanto los que afectan a su persona como los que atañen a su propiedad.

¿Cómo se podría expresar de un modo más sencillo y efectivo? Así: "La seguridad es, por tanto, la certeza de la libertad concedida por la ley"[14]. Es decir, que no hay oposición entre libertad y seguridad. La seguridad, de hecho, es un aspecto de la libertad.

Humboldt considera "reprobable" toda injerencia estatal en los asuntos privados de los individuos, siempre que éstos no estén lesionando los derechos del prójimo. "Con tal de que el súbdito preste obediencia a las leyes y se mantenga a sí mismo y a los suyos en bienestar y con una actividad no nociva, al Estado no le interesa el modo de su existencia"[15]. En fin: "El Estado no puede obligar al individuo a que se procure su propia felicidad; sólo puede ocuparse de que los derechos de uno no sean lesionados por los otros"[16].

Por ese camino, aunque sin definir el problema como tal, Wilhelm von Humboldt llegará a la crítica de la penalización de los denominados crímenes sin víctima[17]. Si el Estado sólo puede actuar cuando se lesiona el derecho de un individuo, ha de mantenerse al margen cuando los individuos, haciendo uso de su libertad, cometan actos que puedan ser considerados inmorales o inadecuados pero no atenten contra el derecho de un tercero.

Quien dice cosas o realiza acciones que ofenden a la conciencia y la moral de otros puede que obre realmente de una manera inmoral, pero en tanto no moleste a nadie, no lesiona ningún derecho. Al otro le queda siempre la posibilidad de alejarse de él; y, si las circunstancias no se lo permiten, no le quedará más remedio que cargar con el inevitable fastidio de tener que tratar con personas con un carácter distinto al suyo. (...) ni siquiera el caso, en verdad mucho más grave, de que ver determinada acción o escuchar ciertas expresiones podrían seducir la virtud, la razón o el sentido común, justificaría la restricción de la libertad. Quien actúe o hable de esa manera no ha vulnerado por sí mismo el derecho de nadie, aparte de que el otro podría contraponer a esa mala impresión su fuerza de voluntad y el juicio de la razón[18].

Llegados a este punto pone un ejemplo extremo, aunque muestra inmediatamente su temor:

Incluso debería quedar impune el homicidio realizado por voluntad de la propia víctima, de no ser porque el peligroso abuso a que esto podría dar pie hace necesaria una ley penal[19].

Libertad y tradición frente al racionalismo

Otra rama de su pensamiento que nos es de interés[20] es la referida al papel de la tradición y a la posibilidad de reconstruirla o despreciarla en nombre de la razón. Humboldt vuelve a partir del Bildung para explicarse el valor de los usos generalmente aceptados y su relación con la libertad.

Nuestro autor dice en Los límites...: "La mejor forma de exponer la intención general que preside las ideas aquí expuestas podría ser la de decir que pretenden liberar a la sociedad de todas las ataduras, pero entrelazarla, a la vez, mediante todos los vínculos posibles"[21]. Humboldt no menciona la división del trabajo, que desarrolla Adam Smith en La riqueza de las naciones, pero ve la sociedad como un conjunto pluriforme y cambiante de interrelaciones entre las personas, atadas con los dulces y flexibles vínculos nacidos del consenso y la voluntad, forjados por el peso de los usos aceptados y asumidos y sancionados por la libertad y sus bendiciones. No teme que esa libertad devenga en la multiplicación de comportamientos antisociales, pues, como dice en feliz expresión,

la experiencia demuestra no pocas veces que lo que desata la ley lo ata precisamente la costumbre[22].

En esa libertad surgen los sentimientos verdaderos, la genuina solidaridad, el carácter del hombre:

Entre hombres libres son más estrechos también los vínculos familiares; los padres se preocupan más celosamente de velar por sus hijos y, cuando se tiene un grado mayor de bienestar, están también más capacitados para seguir sus deseos[23].

El propio interés lleva a establecer esos vínculos, en unos términos, además, que no puede fijar el Estado para todos, porque no puede conocer todas las circunstancias, necesariamente cambiantes, en que tienen lugar. Humboldt ilustra este principio con un ejemplo que bien merece una larga cita:

Cuando se trata de hombres instruidos, conocedores de en qué reside su verdadero provecho y estrechamente unidos entre sí en concordia y armonía, resulta fácil imaginarse que se establecerán voluntariamente acuerdos entre ellos, tendentes a salvaguardar su recíproca seguridad, en el sentido, por ejemplo, de realizar éste o aquel asunto peligroso sólo en ciertos lugares o en épocas determinadas, o de desistir de él por completo. Pactos de esta índole son preferibles con mucho a las disposiciones estatales. Pues además de sentir ellos mismos su necesidad, perciben también de modo directo sus posibles ventajas y desventajas; no resulta difícil suponer que, primero, los acordarán en los términos más adecuados y necesarios y, segundo, que, por consentir en ellos voluntariamente, que, dado que son fruto de la propia iniciativa, por mucho que lleguen a restringir, incluso, la libertad, no sólo la malearán menos el carácter sino que, antes al contrario, contribuirán aún más a elevar el grado de ilustración y de la voluntad que les dio origen. De aquí que el verdadero empeño del Estado debe dirigirse a conducir a los hombres, a través de la libertad, a un punto en que surjan más fácilmente comunidades que en estos y en muchos otros casos semejantes podrían entrar en vez del Estado[24].

Por eso confía en la sabiduría de las costumbres, muy superior a la que pueda ofrecer un legislador con pretensiones de omnisciencia y racionalidad:

La mayoría de los resultados que hoy se atribuyen con tanta frecuencia a la sabiduría del legislador son, en realidad, simples hábitos populares, tal vez vacilantes y necesitados, por ello, de la sanción de la ley[25].

En su crítica a la Revolución Francesa, Humboldt escribe:

La razón es capaz de dar forma al material que esté ya presente, pero no tiene el poder de crearmaterial nuevo... Las constituciones no se pueden injertar en los hombres como los brotes en los árboles.

En el mismo lugar dice que es imposible erigir un edificio estatal sobre "los meros principios de la razón", pues "ningún régimen político establecido por la razón, suponiendo que ésta disponga de un poder ilimitado que le permita convertir sus proyectos en realidad, puede prosperar con arreglo a un plan en cierto modo predeterminado. Sólo puede triunfar aquél que surja entre la poderosa y fortuita realidad y los dictados contrapuestos de la razón"[26].

En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania se tuvo que reconstruir políticamente, muchos hablaban de Wilhelm von Humboldt como el Thomas Jefferson local. Pero finalmente no fue él el inspirador de la Ley Fundamental de Bonn. Sea como fuere, sin necesidad de buscar para su obra un objetivo político tan concreto, sí podemos encontrar en ella inspiración para el viejo problema de la libertad y la opresión.



[1] Ahora bien, contamos con un experto en la obra política del alemán: Joaquín Abellán.
[2] Madrid, Tecnos, 2009. Edición y traducción: Joaquín Abellán. Schiller estuvo muy interesado en su publicación, pero le costó mucho encontrar editor para un libro tan liberal. Cuando finalmente tuvo éxito, Humboldt se echó atrás, debido a la conmoción que le produjo la lectura de las Reflexiones de Burke, en la traducción de su amigo Friedrich von Gentz. Sencillamente, se creyó obligado a reformular sus propias ideas. Pero jamás llegó a hacerlo. Fue su hermano Alexander quien decidió publicar el texto, ya en 1851. Se tradujo al inglés en 1854 bajo el título de The Sphere and Duties of Government. Entre sus lectores se contó John Stuart Mill, quien abrirá su famosísimo On Liberty (1859) con una cita humboldtiana: "El gran principio rector hacia el que convergen directamente todos los argumentos desplegados en estas páginas consiste en la importancia absoluta y esencial del desenvolvimiento humano en su riquísima variedad" (V. John Stuart Mill, Sobre la libertad y Comentarios a Tocqueville, Espasa Calpe, Madrid, 1991, p. 60). En su Autobiografía, Mill anotará: "El único autor de los que me han precedido del que crea apropiado decir algo es Humboldt". Los límites... es muy superior a Sobre la libertad, excepto, quizá, en lo literario. Mario Rizzo dice que es un libro que tiene un valor propio, porque en él se pusieron de manifiesto (en algunos casos, quizá, por vez primera) "algunos de los principales argumentos en pro de la libertad" (v. Raico, "Wilhelm von Humboldt", New Individualist Review, vol. 1, nº 1, pp. 18-22).
[3]Ludwig von Mises, Omnipotent Government. The Rise of the Total State and Total War, Libertarian Press, Nueva York, 1944 (1969), p. 21.
[4] Accesible en http://mises.org/daily/1787.
[5] Raico, en el artículo citado en la nota 2, sostiene algo bien distinto: "Existía una tradición [liberal] alemana que, en el curso del siglo diecinueve, en parte se había traducido en acción". Sea como fuere, lo cierto es que muchos veían las ideas liberales como extranjerizantes, por eso la firme oposición que hubieron de enfrentar.
[6]James J. Sheerman, German Liberalism in the Nineteenth Century, The University of Chicago Press, Chicago, 1983.
[7] Los límites..., ob. cit., p. 20. Raico apunta, al comentar esta cita: "Humboldt comienza así situando su argumento en la trama de una peculiar concepción de la naturaleza humana, pero debiera tenerse en cuenta que la validez de su argumento no depende de la corrección de su visión sobre el verdadero fin del hombre".
[8] "La tendencia a relacionar el progreso político y la ilustración espiritual ha sido parte del liberalismo desde sus inicios, en el último tercio del siglo de la Ilustración", dice Sheerman en German Liberalism in the Nineteenth Century (p. 14). Humboldt, en Los límites..., dice: "Un hombre que es dejado a sí mismo descubre con mayor dificultad los rectos principios, pero, una vez llegado hasta ellos, éstos se insertan en su modo de actuación de una manera indeleble" (ob. cit., p. 107).
[9] Ibíd., p. 103.
[10] Ibíd., p. 112.
[11] Ibíd., p. 23.
[12] Ibíd., pp. 25 y 26.
[13] Ibíd., p. 27.
[14] Ibíd., p. 111.
[15] Ibíd., p. 64.
[16] En un comentario a Höpfner recogido por Abellán en la edición de Los límites... que estamos citando (p. 116).
[17] He dedicado dos artículos a la cuestión: "La aparición del derecho penal", Instituto Juan de Mariana, 3-XI-2005, y "Crímenes sin víctima", Instituto Juan de Mariana, 10-VIII-2006. Véase, también en la web del IJM, el comentario de Albert Esplugas Boter "Cuando la libertad es ilegal" (1-V-2006).
[18] W. V. Humboldt, ob. cit., p. 117.
[19] Ibíd., p. 150.
[20] Son muchas las cuestiones que han de quedar fuera de este artículo por una cuestión de espacio. Quizá las más importantes sean su defensa de la libertad de educación, su exigencia de separación de Iglesia y Estado, su crítica a los ejércitos permanentes o la defensa de la autonomía de los individuos en el matrimonio y en la transmisión de herencias.
[21] Ob. cit., p. 135.
[22] Ibíd.,p. 35.
[23] Ibíd., p. 65.
[24] Ibíd., p. 123.
[25] Ibíd., p. 61.
[26] Las citas de las Ideas sobre la Constitución de los Estados, con motivo de la nueva Constitución francesa están tomadas del artículo de Rizzo.

Número 45-46

Varia

Manuel Ayau, in memoriam

Retrato

Mario Vargas Llosa, Nobel

Reseñas

Libro Pésimo

El rincón de los serviles