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La Ilustración Liberal

La nación sigue muy por encima de sus autoridades

Aunque el nivel general de los discursos del Rey sigue siendo aterradoramente bajo, casi subterráneo, a veces una frase brillante, por lo común un acto de humildad o de arrepentimiento histórico, recuerda lo que podrían ser los discursos de la Corona si la Corona tuviera quien le escribiera los discursos. Se dice que en los años de la Transición le escribieron algunos Julián Marías y el periodista Cándido, buena elección. Lo sería mejor hoy, cuando en plena crisis nacional nos gustaría ver al Rey ahorrándose banalidades que aburrirían a un alcornoque y que suenan a herrumbrosa hojalata de bote. A veces, como en el discurso a Iberoamérica emitido en la mañana de este 19 de marzo, huelen a rancio que apestan.

Y sin embargo, basta una frase a tiempo para realzar un acontecimiento, subrayar lo importante, reconocer el mérito de personas o instituciones que derrocharon valor y sacrificio en situaciones difíciles, si no imposibles. Con la perspectiva del tiempo, es más fácil lograr una síntesis afortunada de una serie muy lejana o demasiado prolija de hazañas españolas, que lo fueron siempre de españoles, conciudadanos, connacionales, paisanos.

"La Nación" –ha dicho el Rey en el doucentésimo aniversario de la Constitución de Cádiz– "estuvo muy por encima de sus máximas autoridades y destacó por su dignidad, su heroísmo y su generosidad". Cierto, certísimo. No todas las autoridades y dirigentes se arrastraron como su retatarabuelo Fernando VII y su padre Carlos IV a los pies de Napoleón. Pero todas las grandes instituciones lo hicieron. Como contamos César y yo en el tomo III de nuestra Breve historia de España, el Ejército, la Iglesia y la nobleza rivalizaron en cobardía y mezquindad. No sólo se rindieron a los franceses sino que censuraron, persiguieron y hasta excomulgaron a los patriotas que se negaban a aceptar el yugo napoleónico. Generales, obispos y los dos reyes rivalizaron en felonías por lo civil, lo militar y lo religioso. Por tanto, si cabe interpretar lo de "máximas autoridades" como una clara referencia a Fernando VII y Carlos IV, que rivalizaron en obsequiosidad ante Napoleón para entregarle la Corona de España y su enorme imperio, no es menos cierto que los dirigentes, en general, fueron igualmente viles.

Y es esa vileza generalizada, desde el Rey al último mono, esa desvergüenza, esa corrupción compartida lo que guarda aterradora semejanza con lo que sucede hoy en España. La Nación ha dejado que el Estado se corrompa hasta el tuétano; las instituciones representativas son la viva imagen de los cuarenta, si no cuarenta mil, ladrones; y la Familia Real cobija émulos de Alí Babá. Bien está, pues, reconocer la verdad histórica y lamentar los errores y traiciones del pasado. Si no se repitieran en el presente, estaría muchísimo mejor.