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La Ilustración Liberal

Igor Shafarevich y el fenómeno socialista

"Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David" (José Martí).

Recordando un libro olvidado

Hace no mucho cayó en mis manos El fenómeno socialista de Igor Shafarevich, libro hoy completamente desconocido en el mundo de habla hispana1. De inmediato me di cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias a aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.

Comprender las raíces del fenómeno socialista y el secreto de su fuerza de atracción es vital para quienes aman la libertad y aceptan la responsabilidad de defenderla frente a sus enemigos. Para ello contamos con obras imprescindibles como Camino de servidumbre de Friedrich Hayek y La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper. A ellas podemos agregar este gran ensayo de Igor Shafarevich, que presenta no solo un notable abanico de reflexiones sobre el socialismo como realidad histórica e ideológica, sino también una interpretación de conjunto del impulso colectivista que amerita sentar escuela dada su novedad y profundidad. Sus grandes calidades y su tajante conclusión fueron destacadas con fuerza por el premio nobel Aleksandr Solzhenitsyn en un célebre discurso2 en la Universidad de Harvard en junio de 1978:

El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado Socialismo, en el cual efectúa un penetrante análisis histórico y demuestra que el socialismo, de cualquier tipo o matiz, conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación de la humanidad en la muerte.

El fenómeno socialista es una obra que debiera estar llamada a traspasar su tiempo y sus circunstancias, pero también es un testimonio de un tiempo y unas circunstancias que llevan el sello del totalitarismo. Fue una de las obras más significativas de aquella literatura clandestina conocida como samizdat ("autopublicación"), que con altos riesgos desafiaba el monopolio ideológico y comunicativo del régimen comunista. La lucha contra el sistema totalitario fue el aguijón que impulsó a un matemático de fama mundial a dedicarse al estudio de temas fuera de su ámbito profesional, pero también le impuso limitaciones en cuanto al acceso a fuentes para tratar el tema. Como el mismo autor dice en el Prólogo:

Al trabajar en este libro sin permiso oficial, en las condiciones que prevalecen en nuestro país, me topé con muchas dificultades para conseguir la literatura necesaria. Teniendo esto en cuenta, estoy consciente de la probabilidad (y quizás la inevitabilidad) de errores en ciertas cuestiones específicas y de limitaciones en mis argumentos, que pueden haber sido presentados antes por otros con mayor eficiencia. Mi única justificación es la urgencia del tema y la especial experiencia histórica de nuestro país.

Así, quien conozca la extensa bibliografía existente sobre muchos de los temas tratados por Shafarevich echará en falta referencias a algunas obras ya clásicas en estas materias. Sin embargo, esto no devalúa en absoluto el trabajo de Shafarevich, sino que incluso le da un frescor y una independencia notables.

A fin de introducir la obra de Shafarevich abordaré a continuación las circunstancias que marcaron la vida del autor, destacando algunos hitos significativos de la misma que finalmente lo llevaron a engrosar la resistencia al régimen soviético. Luego se resumirán sus planteamientos básicos acerca del fenómeno socialista para, finalmente, aludir a su desarrollo posterior, incluyendo la controversia en torno a su escrito Rusofobia, y hacer una evaluación de conjunto sobre la posición política de Shafarevich.

Una vida en las entrañas del totalitarismo

Pocos podrían como Igor Shafarevich repetir de manera tan pertinente las famosas palabras de José Martí: "Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David". Su vida discurre en paralelo con el auge y desplome del régimen soviético, y su honda, junto a las de muchos otros David, terminó asestándole un golpe del cual nunca pudo recuperarse. Su vida nos ilustra acerca de las bestialidades del régimen comunista, pero también acerca de la grandeza de aquellos que no sólo no se doblegaron sino que terminaron derrotando a un sistema que parecía imbatible.

Igor Rostislavovich Shafarevich nació en Zhitomir, Ucrania, el 3 de junio de 19233. Por entonces amainaba la larga guerra civil que siguió al golpe de estado bolchevique de 1917 y éstos afianzaban su poder. El terror inicial se había hecho más sistemático pero menos visible que durante los años del denominado Comunismo de Guerra (1918-1921). La brutal política de requisas militarizadas de ese tiempo fue suavizada y se aplicó una serie de reformas económicas, conocidas como Nueva Política Económica, a fin de distender la tensa relación existente entre el poder comunista y las masas campesinas. Sin embargo, pronto cambiaría todo. La primera infancia de Shafarevich coincide con las luchas dentro de la cúpula del Partido Comunista que llevaron a la consolidación del poder omnímodo de Stalin, que ya a fines de los años 20 se sintió con fuerzas suficientes como para lanzar la política de industrialización forzada que desencadenó el cambio más trascendental de toda la historia rusa: la destrucción violenta y definitiva de sus comunidades campesinas y de la figura, tanto real como mítica, del campesino ruso. Así, Shafarevich, que ya vivía en Moscú, cumpliría diez años en un país en plena guerra genocida contra su propio pueblo, que soportaba hambrunas y un terrorismo de Estado sin límites.

Dos testimonios que cito en mi libro Lenin y el totalitarismo4 nos dan una imagen de esos tiempos terribles en que se desenvuelve la juventud de Shafarevich. El gran escritor Arthur Koestler, quien como "amigo comunista de confianza" había sido invitado en 1932 a visitar el país para escribir sobre las maravillas del socialismo, descubre5 la siguiente realidad absolutamente distante de la utopía socialista:

El tren continuó su lento viaje resoplando a través de las estepas ucranianas. Se detenía con mucha frecuencia. En cada estación encontrábamos una multitud de campesinos cubiertos de harapos que ofrecían íconos y lienzos a cambio de un pedazo de pan. Las mujeres levantaban a sus niños hasta las ventanas de los vagones y entonces uno veía aquellos miembros infantiles, delgados como palitos, y aquellos terribles vientres hinchados y las cadavéricas y gigantescas cabezas que se balanceaban sobre endebles cuellitos. Sin saberlo, había llegado a Rusia en el momento culminante de la carestía y el hambre que en 1932 y 1933 despobló distritos enteros y ocasionó varios millones de víctimas.

A su vez, el historiador marxista Charles Bettelheim ahonda6 de esta manera en la tragedia del campesinado soviético:

Trenes enteros, llamados por los campesinos "trenes de la muerte", llevan a los deportados hacia el norte, las estepas y los bosques. Muchos mueren en el trayecto de frío, hambre o epidemias (…) A veces, sólo son deportadas las mujeres y los niños, quedando detenido el cabeza de familia; otras veces, lo son las familias enteras; en otras, se deja allí a los niños, que se convierten en mendigos y vagabundos.

Moría así el alma de la vieja Rusia, ese pueblo campesino portador de tradiciones ancestrales que habían hecho de Rusia lo que era. Stalin culminaba de esta manera lo que Lenin había iniciado durante el Comunismo de Guerra. Junto a ello, se lanzaban feroces campañas contra la Iglesia Ortodoxa, que incluían la destrucción física de las iglesias (en 1939 quedaba apenas un centenar de iglesias en pie en toda Rusia). En sus años mozos, Shafarevich presenció el cierre de la iglesia ubicada frente a su casa y en su retina quedó grabada la terrible imagen del cuidador de la misma ahorcado en el pórtico de entrada. Poco después, esta iglesia fue, como tantas otras, dinamitada. Corría el año 1938 en el que culminaban las grandes purgas o el Gran Terror, con su millón y medio de ejecuciones mediante las cuales se aniquiló a una parte significativa de la así llamada intelligentsia rusa. Por doquier desaparecían los escritores, académicos, científicos, ingenieros y artistas acusados de ser elementos burgueses contrarrevolucionarios, agentes alemanes o temibles "conspiradores trotskistas-bujarinistas" (habitualmente se los acusaba de las tres cosas a la vez), para ser pronto ejecutados o pasar a engrosar el vasto sistema de campos de concentración y trabajo forzado oficialmente inaugurado en 1930 y conocido posteriormente con el nombre de Gulag.

Mediante este ataque simultáneo a sus estructuras sociales tradicionales, a los portadores de sus creencias y tradiciones y a los representantes de su vida intelectual, el régimen buscaba cortar de raíz toda relación del pueblo ruso con su historia. La sociedad soviética quería ser un mundo totalmente nuevo, una tabla rasa o un lienzo sin mancha, para usar la célebre metáfora de Platón, en el cual poder plasmar con plena libertad el designio utópico-totalitario. Para ello se debía destruir el pasado en todas sus manifestaciones. El hombre soviético, el hombre nuevo del comunismo, podría de esta manera ser integralmente moldeado por sus nuevos amos.

Igor Shafarevich pertenece a la primera generación de rusos totalmente en manos del poder totalitario. Sus padres eran típicos miembros de la intelligentsia rusa, cultos, amantes de la historia, la música y, además, creyentes. Pero también reducidos, como Shafarevich dice explícitamente de su padre, a aquella apatía que fue el refugio de tantos frente al terror y la brutalidad imperantes7. Su biblioteca, arrumbada en un clóset, fue la primera tabla de salvación del joven y precoz Shafarevich: allí encontró obras clásicas tanto de filosofía como de historia y literatura que no tardó en devorar con avidez. Soñó entonces con ser historiador, pero muy pronto cambiaría de idea al encontrar su gran pasión: las matemáticas, un mundo absolutamente no ideológico en el cual refugiarse, un monasterio, como él mismo lo ha dicho, donde ser libre y dar rienda suelta a su creatividad.

A los 12 o 13 años, durante un período de enfermedad, se entregó al estudio de los textos escolares de matemáticas que pronto dejó atrás para adentrarse en la lectura de obras más avanzadas. A los 14 años se presentó a la prestigiosa Facultad de Matemática Mecánica de la Universidad de Moscú para que se le permitiese ingresar a la misma como alumno externo. Tres académicos lo examinaron y constataron que estaban frente a un genio. A los 16 años estaba ya en el quinto curso de la universidad y a los 17, en 1940, se graduaba. Defendió su primera tesis doctoral a los 19 y en 1946, con 23 años, presentó su disertación para optar al título superior de doctor, que muy pocos llegaban a obtener. Era un "genio socialista" y el régimen no tardó en exhibirlo como ejemplo del hombre nuevo soviético. En una película de propaganda se lo muestra estudiando y esquiando. La rúbrica dice: “Un estudiante del 5º curso de la universidad de 16 años, Igor Shafarevich, ha sido nominado para recibir la beca Lenin”.

La matemática fue su refugio no solo espiritual sino que también le dio una cierta protección frente a las tropelías del régimen: era demasiado valioso para aplastarlo por no ser militante comunista o por ser creyente, lo que no impidió que fuese expulsado de la universidad entre 1949 y 1953, un tiempo de persecuciones delirantes que, entre otros, le costó la vida a muchos médicos y académicos judíos. Pronto vinieron sus grandes descubrimientos matemáticos8 y alcanzó la fama tanto dentro de la Unión Soviética (Premio Lenin en 1959) como a nivel internacional y las academias más distinguidas del mundo lo hicieron miembro honorario (en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Italia, etc.).

Así podría haber culminado la vida de Igor Shafarevich, como una gran estrella del firmamento soviético homenajeada por todas partes. Pero no fue así. Su conciencia, tal como la de otros grandes científicos (como el Nobel de la Paz Andréi Sájarov) y escritores (como el Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn), lo impulsó a la resistencia abierta al totalitarismo, pasando en los años 70 a integrar las filas de aquellos célebres disidentes que con su enorme coraje fueron uno de los protagonistas fundamentales de la caída de la dictadura comunista. Esa fue la circunstancia que hizo que Shafarevich volviese a su vieja pasión: la historia. Para recuperarla y usarla como lanza y escudo en la lucha contra quienes tiranizaban a su pueblo.

El fenómeno socialista: ideología y realidad

El fenómeno socialista nace de la colaboración de Shafarevich con Solzhenitsyn a comienzos de los años 70, publicando clandestinamente un embrión del mismo en el libro Desde debajo de los escombros, que tiene a Solzhenitsyn como editor9. El fenómeno socialista es una obra de combate contra el régimen soviético y para entender su estructura argumental es menester familiarizarse con los postulados fundamentales que sustentaban la ideología y el poder de la dictadura comunista. Estos postulados pueden ser resumidos en dos puntos:

  • El marxismo es una concepción científica de la historia, totalmente diferente y opuesta a cualquier creencia religiosa, especulación metafísica o voluntarismo moralista. El marxismo o socialismo científico simplemente estudia la leyes que rigen la evolución de la historia y de ello deduce la inevitabilidad del socialismo y su paso final al comunismo.

  • El socialismo, como realidad social y política plasmada en el régimen soviético, es un tipo de sociedad radicalmente nueva, sin precendentes en la historia y superador de toda opresión del hombre por el hombre. Como tal, expresa el paso del ser humano a una etapa superior de su existencia que lo libera de sus egoísmos y antagonismos, asegurándole su realización plena en una sociedad de abundancia ilimitada.

Estos dos postulados explican la doble vertiente por la que fluye el análisis crítico de Shafarevich. Primero se aboca a estudiar la historia de la idea socialista y luego la historia del socialismo como realidad social o socialismo de Estado, aspectos que paso ahora a exponer sucintamente.

Tenemos primero el estudio de los antecedentes, raigambre y estructura del pensamiento socialista moderno (marxista) que saca a la luz su arquetipo religioso y desmiente, de manera contundente, su pretendida cientificidad. Para demostrarlo, Shafarevich realiza un notable recorrido por la historia del pensamiento utópico y mesiánico occidental, que parte de Platón y llega hasta el socialismo contemporáneo. En su periplo, Shafarevich se detiene largamente en el estudio del "socialismo milenarista", es decir, de las sectas heréticas cristianas que durante siglos proclamaron el advenimiento inminente del Reino de Cristo sobre la tierra anunciado por el Apocalipsis y que duraría mil años (de allí términos como milenio o quiliasmo, que definen ese Reino y, por derivación, a los movimientos que lo predican). En el desarrollo de esos movimientos se crean todos los arquetipos ideales –renovación apocalíptica de la humanidad, hombre nuevo, comunidad plena, vanguardia iluminada, subordinación absoluta de la individualidad al colectivo– que luego se plasmarán en las utopías renacentistas y, finalmente, en el socialismo-comunismo moderno y sus vanguardias revolucionarias, pero en este caso desligados de su referencia abierta la creencia religiosa que les dio origen y bajo el manto de una supuesta cientificidad.

Se constata así que lo que pretendía ser un análisis científico "producto de muchos años de concienzuda investigación", para decirlo con las engañosas palabras de Marx, no es más que una repetición de antiguos arquetipos y de esa búsqueda del paraíso terrenal que siempre, cuando se ha llevado a la práctica, ha terminado sembrando el terror. Esta falta de cientificidad se hace evidente al analizar más detenidamente la obra de Marx, caracterizada por una obstinada búsqueda de confirmar todo aquello que ya había afirmado desde muy joven. La biografía intelectual de Marx es palmaria en este sentido: todos los fundamentos de la ideología marxista –la concepción teleológica de la historia, la necesidad del derrumbe del capitalismo y del surgimiento del comunismo, la polarización siempre mayor entre proletarios pauperizados y unos pocos burgueses cada vez más opulentos, la inevitabilidad de la revolución violenta y su papel creador del hombre nuevo, la idea del proletariado como mesías colectivo, el determinismo económico– fueron ya desarrollados por aquel joven Marx que aún distaba de haber cumplido los treinta años10. Sus fuentes no fueron exhaustivas investigaciones en la realidad social de su época ni los ricos anaqueles de las bibliotecas. Su camino fue muy distinto y pasa por la filosofía especulativa de Hegel, el humanismo radical de Feuerbach y el mesianismo socialista-comunista ya en boga por entonces.

Como bien lo muestra Shafarevich, la relación tanto de Marx como de sus discípulos con la ciencia es absolutamente inversa a aquella que caracteriza la verdadera actitud científica: no van a buscar la verdad sino a confirmar sus expectativas revolucionas. Por ello es que Shafarevich puede, con toda razón, afirmar:

Las obras básicas del marxismo carecen completamente de la característica fundamental de la actividad científica: la búsqueda desinteresada de la verdad por la verdad (…) lo que buscaban en la ciencia no era la fuente sino la confirmación y sanción de las viejas tesis de la ideología socialista.

Esto se expresa en forma de múltiples contradicciones lógicas y predicciones en nada coincidentes con el desarrollo real (todo el desarrollo del capitalismo desde que Marx hiciese sus pronósticos apocalípticos es la refutación más evidente de los mismos), pero ello no obsta para que sus seguidores sigan profesando su fe revolucionaria ya que precisamente se trata de eso, una fe.

Esto es importante, no solo porque explica esa ceguera tan propia de los marxistas y otros creyentes revolucionarios frente a todo aquello que contradice su fe sino porque diferencia el credo de los revolucionarios del simple engaño o la manipulación. Se trata de verdaderos creyentes, imbuidos de su fe y dispuestos a darlo todo por ella. Shafarevich subraya esta perspectiva:

Un movimiento tan gigantesco como el socialismo no puede basarse en principio en un engaño. A pesar de su demagogia superficial, estos movimientos son en el fondo honestos, es decir, proclaman sus principios fundamentales claramente para que todos les oigan.

La segunda vertiente crítica que desarrolla Shafarevich trata del socialismo en la realidad, es decir, en cuanto sistema social o socialismo de Estado. Aquí, nuestro autor nos invita a un fascinante recorrido por diversas experiencias socialistas que precedieron al experimento soviético y a sus réplicas contemporáneas, poniendo de manifiesto sus similitudes esenciales y cuestionando, por tanto, la prendida novedad histórica de los regímenes de tipo soviético.

Como muestra Shafarevich, la Unión Soviética no fue de ninguna manera el primer régimen social basado en la subordinación completa del individuo al colectivo y la abolición de la propiedad privada. Las experiencias socialistas de Estado, es decir, colectivistas, han sido muchas. Se trata, en realidad, de la forma más común que tienden a adoptar los imperios tempranos, desde los del oriente antiguo al de los incas. Este fenómeno, así como sus similitudes con el socialismo del siglo XX, fue detenidamente estudiado por Karl Wittfogel en su célebre obra de 1957 titulada Despotismo oriental: un estudio comparativo sobre el poder total, que Shafarevich usa con frecuencia.

La inexistencia de la libertad individual y de la propiedad privada que la expresa en lo económico son rasgos comunes a todos esos regímenes. También lo son el trabajo forzado, las grandes planificaciones, la manipulación de la historia que es reescrita para ponerla al servicio del poder, el monopolio ideológico (ya sea teocrático o ateo), los abundantes privilegios de los escalones superiores de la jerarquía social y la falta de todo derecho que restrinja o limite al poder central. Todo ello y mucho más revela el notable parentesco existente entre todos estos regímenes que expresan tendencias claramente totalitarias. El socialismo es, con otras palabras, un fenómeno universal, tal como lo es la ideología que lo nutre. Nada hay de nuevo en el socialismo moderno, excepto su ateísmo y su posibilidad de usar unas tecnologías de opresión antes desconocidas.

El secreto del fenómeno socialista

De esta amplia investigación en el terreno de las ideas y la histórica surge la respuesta que Shafarevich dará a la pregunta que guía todo su trabajo: ¿cuál es la esencia y fuerza motriz del fenómeno socialista? No se trata en absoluto de una pregunta nueva pero sí de una respuesta sorprendentemente novedosa.

Shafarevich pone especial énfasis en distanciarse de la respuesta más cercana a su propio análisis, aquella que ve en el socialismo una especie de religión basada, por contradictorio que parezca, en el ateísmo. Esta respuesta fue dada ya antes del golpe de estado bolchevique por el pensador ruso Sergéi Bulgákov, que en 1906 publicó su Karl Marx como tipo religioso. El mismo punto de vista fue desarrollado, un par de décadas después, por otro notable intelectual ruso, Nikolái Berdiáev, autor de Marxismo y religión. En Occidente, esta perspectiva ha sido desarrollada por diversos autores, siendo la obra Robert Tucker Filosofía y mito en Karl Marx de 1972 un ejemplo muy destacado. Yo también he trabajado en esta dirección, tal como se puede constatar leyendo mi libro Las desventuras de la bondad extrema.

Shafarevich, que se mueve muy cerca de esta interpretación, subraya tanto sus méritos como muchas de las similitudes innegables entre religión y socialismo:

Esta postura puede apoyarse en fuertes argumentos. Por ejemplo, los aspectos religiosos del socialismo podrían explicar tanto la extraordinaria atracción de las doctrinas socialistas como su capacidad para inflamar a los individuos e inspirar movimientos populares. Son precisamente estos aspectos del socialismo los que no pueden ser explicados cuando se le contempla como categoría política o económica. Las pretensiones del socialismo de ser una visión global del mundo, que abarca y explica todo, también lo hacen análogo a la religión. Una característica religiosa es la visión socialista de la historia no como un fenómeno caótico sino como una entidad con un objetivo, un sentido y una justificación. En otras palabras, tanto el socialismo como la religión contemplan la historia teleológicamente.

A pesar de estas coincidencias entre socialismo y religión Shafarevich rechaza las conclusiones de esta interpretación. A su juicio, el impulso socialista es, más allá de las apariencias, radicalmente opuesto a aquel representado por una religión como el cristianismo y no puede por ello, bajo ningún respecto, ser visto como una suerte de realización atea y terrenalizada de las promesas y expectativas cristianas de una vida radicalmente diferente y liberada de los pesares de la existencia mundana. Shafarevich observa, de manera absolutamente certera, que la esencia del socialismo es la búsqueda de "la supresión de la individualidad" y como tal esta doctrina “es hostil hacia la personalidad humana no sólo como categoría sino, en última instancia, hacia su existencia misma”. Esto se expresa como un impulso homogeneizador, que quiere destruir toda base, expresión y resguardo de la diferenciación humana (propiedad privada, familia, libertades individuales, etc.). El socialismo busca crear un nuevo tipo de ser humano que solo existe como parte del colectivo y no como una persona con atributos únicos, una voluntad distintiva y derechos inviolables. El cristianismo, por el contrario, se basa en el desarrollo y fortalecimiento de la individualidad y la responsabilidad personal. La persona es su eje, con su relación esencial, irremplazable y profundamente moral con su Creador. El impulso religioso encarnado por el cristianismo es la afirmación y protección más rotunda de la vida y su diversidad, a la vez que actúa como un freno a la soberbia humana y a todo intento de endiosar al hombre recordándole, sin cesar, sus carencias y limitaciones.

¿Qué es entonces el socialismo? ¿Qué impulso representa su búsqueda de la disolución del individuo en el colectivo y el fin de la diferenciación humana? La respuesta de Shafarevich se mueve aquí en una dirección inesperada y novedosa, donde los sugerentes planteamientos de Sigmund Freud sobre una gran lucha entre el "instinto de vida" y el “instinto de muerte” hacen su entrada. Si la religión expresa el impulso vital o instinto de vida, que busca el desarrollo y la diversificación de lo humano, el socialismo expresa un impulso contrario, hacia su nivelación homogeneizadora, lo que implica la negación de la vida misma, que no es otra cosa que constante diferenciación. Como tal, representa un impulso destructivo de la vida existente o un instinto de muerte. El socialismo habla de la creación de otro mundo, superior y perfecto, y del surgimiento de un hombre nuevo que solo existe para entregarse a los demás, pero estas ideas no son sino la coartada de una idea subyacente, “subconsciente y emocional”: destruir todo lo que existe, incluido el ser humano tal y como es. Lo que se busca es, de hecho, un genocidio, el fin apocalíptico de la vida humana tal como la conocemos. Eso es lo concreto y a lo único a lo que se han acercado los socialismos reales. Esta propensión destructiva explica, además, la voluntad de autoinmolación revolucionaria, esa búsqueda y exaltación de la muerte por la causa a la que siempre han llamado los profetas milenaristas o marxistas (o nazistas o islamistas, podríamos agregar, llámense Adolf Hitler, Che Guevara u Osama ben Laden).

Para Shafarevich, el socialismo es un fenómeno paradójico que "solo puede ser entendido si se admite que la idea de la extinción de la humanidad puede resultar atractiva para el hombre y que el impulso de autodestrucción (incluso si es una entre varias tendencias) juega un papel en la historia humana". Se trata de una afirmación que el autor ejemplifica de múltiples maneras: desde las sectas maniqueistas, que predicaban la autoextinción mediante la abstinencia sexual, y el budismo, con su búsqueda del Nirvana o extinción completa de la existencia, hasta el nihilismo anarquista y las organizaciones revolucionarias marxistas, con sus militantes que se autoaniquilan como personas y están dispuestos a sacrificar a cuantos sea necesario para que, supuestamente, nazca el mundo nuevo.

Ese es, muy apretadamente, el diagnóstico de Shafarevich sobre el fenómeno socialista. Se trata de un largo camino para llegar a la conclusión de que el socialismo expresa una amenaza para la vida misma, pero merece la pena seguirlo, después de todo el autor tiene la evidencia empírica de su parte: el intento de crear el bienaventurado paraíso socialista siempre ha terminado en los Campos de la Muerte.

El escándalo de 'Rusofobia'

Aquí podría terminar este texto ya que su objetivo principal, introducir El fenómeno socialista, está cumplido. Sin embargo, no adentrarse, aunque sea someramente, en los años posteriores de la actividad de Shafarevich sería dejar trunco un relato que tiene aún momentos sorprendentes y altamente polémicos. Esto nos permitirá, además, situar al disidente Igor Shafarevich en una perspectiva más amplia y comentar su oposición simultánea al totalitarismo comunista y a la modernidad occidental de corte liberal.

A finales de los años 80 se publicó un ensayo de Shafarevich que estaba llamado a ser el más polémico de su producción: Rusofobia11. Es una obra que poco o nada tiene que ver con El fenómeno socialista y que centra su argumentación en el papel clave de la minoría judía como promotora del movimiento socialista ruso y, en especial, del bolchevismo. La gran perspectiva universal de El fenómeno socialista queda así sustituida por una teoría tomada de las obras póstumas del autor francés Augustin Cochin (1876-1916)12 en que el espíritu de destrucción surge de minorías ajenas al sentimiento mayoritario y a las tradiciones nacionales que desprecian. Tal como dice13 Mijaíl Epstein, uno de los críticos más relevantes de Shafarevich:

Rusofobia (…) parece ser la obra de un autor distinto. Toda la concepción de la dinámica social es revertida: la fuente de destrucción ya no se identifica con la homogeneización socialista de la sociedad sino con la amenaza elitista a los valores tradicionales compartidos por el conjunto de la nación.

En el caso de la Revolución Francesa, Cochin atribuye este papel destructivo a las sociétés de pensée (en particular a las logias masónicas) que se constituyen como un petit peuple opuesto a la mayoría nacional o grand peuple, que las minorías radicalizadas menosprecian y quieren reformar drásticamente de acuerdo a sus designios utópicos. Este mismo rol habría sido desempeñado por los puritanos ingleses del siglo XVII y los jóvenes hegelianos alemanes en cuyo seno se forma Marx en la primera mitad el siglo XIX. En toda gran revolución existe esta minoría, bien organizada e intelectualmente alienada de la mayoría, que bajo circunstancias propicias logra hacerse con el poder, radicalizando el movimiento popular con consecuencias trágicas para todos. Los judíos rusos habrían sido la base del petit peuple revolucionario que llevaría al desastre soviético en el siglo XX, con su lucha despiadada contra las tradiciones, creencias y vida social del grand peuple ruso. Para Shafarevich, "estos grupos ocultos y subversivos" están animados “por su deseo incontenible de destruir, pervertir y subvertir los frutos generados por siglos de civilización (…) De hecho, se trata de una guerra de conquista bien organizada que estas minorías ajenas llevan a cabo contra todas las naciones históricas”14.

La publicación de Rusofobia convertiría a su autor en un referente de las tendencias nacionalistas rusas después de la caída de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, se produjo una amplia condena internacional de Shafarevich como antisemita, que incluso llevó a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos a pedirle su renuncia como miembro honorario de la misma (ya que sus estatutos no contemplaban mecanismos de expulsión)15. Un buen recuento de parte de lo que se ha dicho sobre Shafarevich en esta materia se encuentra en la disertación doctoral ya citada de Krista Berglund. Sin embargo, la autora de este estudio, que es único por su amplitud, llega16 a una conclusión bastante distinta:

La presente disertación discute las actividades políticas de Shafarevich y sus textos e ideas así como su recepción. Especial atención se presta a Rusofobia, cuyo análisis detallado prueba de una manera muy clara que su reputación como texto antisemita no tiene fundamento (…) En retrospectiva, es bastante evidente que en realidad Shafarevich logró neutralizar de una manera efectiva el mensaje de muchos de sus contemporáneos obsesionados con los judíos y contribuyó al hecho de que los sentimientos antijudíos hayan sido mucho menos populares en la Rusia poscomunista de lo que muchos había esperado y temido.

El disidente Igor Shafarevich: un juicio de conjunto

Krista Berglund resume así17 la trayectoria de Shafarevich como disidente en una corta presentación de su tesis:

En los 70, Shafarevich fue uno de los disidentes más famosos de la Unión Soviética. Trabajó junto al académico Andréi Sájarov en el comité extraoficial de los disidentes en defensa de los derechos humanos y colaboró estrechamente con Solzhenitsyn antes de su partida al exilio. Luego, durante los años caóticos de la perestroika, Shafarevich defendió los derechos básicos de los ciudadanos de a pie y advirtió acerca del peligro de que el entusiasmo por la democracia fuese contraproducente si el resultado más palpable de las reformas fuese la desaparición de la seguridad básica del ciudadano y de la justicia social más elemental. Una de las conclusiones de la tesis es que si bien el mundo circundante ha cambiado considerablemente, sus puntos de vista han seguido siendo esencialmente los mismo que a finales de los años 60 y comienzos de los 70.

La colaboración con Solzhenitsyn nos da la mejor clave para entender la posición del disidente Shafarevich ya que Solzhenitsyn es el exponente más preclaro y conocido de la perspectiva histórica y las convicciones políticas que tanto él como Shafarevich han defendido. Ambos se definen como patriotas rusos, imbuidos, con las palabras de Solzhenitsyn en Desde debajo de los escombros, de "un amor inquebrantable e incondicional por la nación, lo que no implica un afán ciego por servir, ni un apoyo a las demandas injustas, sino una valoración sincera de sus vicios y pecados y la capacidad de arrepentirse de ellos". La lucha de ambos contra el totalitarismo comunista es una lucha por restablecer la continuidad histórica arrasada por los bolcheviques. No buscan importar modelos occidentales basados en lo que ellos consideran como un humanismo materialista decadente, que rechaza a Dios y corroe las capacidades morales del ser humano de resistir al mal.

Se trata de un rechazo a elementos centrales de aquel desarrollo iniciado con el Renacimiento y la Ilustración que, según el planteamiento de Solzhenitsyn en su célebre alocución de 1978 en Harvard, "dio inicio a una civilización occidental con una peligrosa tendencia a idolatrar al hombre y sus necesidades materiales". De esa tendencia fluyó finalmente, según Solzhenitsyn y Shafarevich, el marxismo mismo, con su materialismo extremo, su ateísmo militante y su endiosamiento del hombre que lo llevó a las utopías sangrientas que han sembrado el terror por doquier. Para defenderse de ello y, además, evitar que la futura Rusia poscomunista corra el riesgo de pasar del materialismo marxista al materialismo liberal, se deben reivindicar las tradiciones de la vieja cultura rusa, su espiritualidad, sus sentimientos morales, su herencia cristiana y su sentido de la responsabilidad individual sin el cual la libertad se transforma en libertinaje.

Es en este contexto que las polémicas tesis de Rusofobia cobran su verdadero sentido. Lo ruso habría sido atacado y reprimido por una minoría utópica, ávida de arrasar un sentimiento nacional que no compartía y de imponerle modelos importados. Frente a ello, la salvación de Rusia reside para Shafarevich en un gran trabajo de recuperación histórica, a fin de que su progreso futuro entronque con su raíz histórica y forme un antídoto contra la creciente perversión del espíritu humano que, a su juicio, Occidente viene registrando desde hace siglos y que ha desembocado en el materialismo sin sentido de la actualidad. En suma, Rusia, y su pueblo, debe progresar a su manera y no "ser conquistada por sistemas e ideologías foráneos, cuyo propósito es destruir su historia, cultura y nacionalidad"18.

Esta manera de ver las cosas no es en absoluto nueva en Rusia. La segunda mitad del siglo XIX estuvo dominada por una intensa polémica en torno al atraso del país, dramáticamente manifestado en la humillante derrota infringida por las tropas anglo-francesas en la Guerra de Crimea (1853-56). En esa polémica se enfrentaron los denominados rusófilos con los rusófobos, es decir, aquellos que proponían la erradicación del atraso ruso mediante una amplia modernización occidentalizante, que contemplaba también la introducción del sistema capitalista.19 Los rusófilos, por su parte, no defendían el status quo sino la continuidad histórica, proponiendo una vía rusa al progreso. Para ello, había que recuperar el espíritu ruso más genuino, aquel representado por sus masas campesinas o su pueblo, como se decía.

Esta fue la base ideológica del denominado populismo, que no tardaría en derivar, por falta de apoyo entre ese pueblo que se decía representar, hacia el terrorismo y sería aplastado con posterioridad al atentado que le costó la vida al zar Alejandro II en 1881. La debacle del terrorismo populista llevó al fortalecimiento de la reacción rusófoba contra el orden imperante. Ese fue el origen de las tendencias marxistas rusas, dispuestas a erradicar todo lo asiático de Rusia y continuar, a su manera, el gran intento modernizador de un Pedro el Grande. El abanderado más radical de esas tendencias sería Lenin y su régimen terrorista perpetraría, como ya se apuntó, el mayor atentado nunca realizado contra la continuidad histórica de Rusia.

Como se ve, la postura de Shafarevich tienen una fuerte raigambre histórica y sólo los ignorantes pudieron un día creer que el dilema ruso estaba entre comunismo y liberalismo de corte occidental. El mensaje de Shafarevich es que para que la caída del comunismo no sea un nuevo salto al vacío se requiere de una reconexión con aquella historia y cultura que el totalitarismo comunista trató de barrer. De no ser así, se correría el riesgo de caer en un tipo de alienación que no haría de Rusia sino una copia aún más decadente de aquel decadente materialismo que según nuestro autor representa el Occidente contemporáneo.


1 A pesar de que fue publicado en 1978 por la editorial Magisterio Español.

2 A. Solzhenitsyn, "Un mundo divido".

3 Las referencias biográficas provienen, en gran medida, de la reciente tesis doctoral de Krista Berglund The Vexing Case of Igor Shafarevich, a Russian Political Thinker, Birkhäuser, Berna, 2012. Esta es la primera obra que analiza exhaustivamente la trayectoria de Shafarevich. La disertación doctoral fue defendida en la Universidad de Helsinki a mediados de 2009.

4 En esta obra, publicada por editorial Sepha, el lector encontrará una amplia descripción del contexto histórico y los debates ideológicos que enmarcaron la vida de Shafarevich.

5 A. Koestler, La escritura invisible, Debate, Madrid, 2000, págs. 50-51. Esta notable autobiografía es un testimonio de inestimable valor sobre el comunismo y quienes lo ha vivido desde dentro. Otra obra imprescindible del mismo autor es El cero y el infinito, donde se analiza el drama interior de aquellos comunistas que llegaron a acusarse de los más insólitos delitos durante el Gran Terror.

6 C. Bettelheim, Las luchas de clases en la URSS. Segundo período (1923-1930). Siglo XXI, Madrid, 1978, pág. 433.

7 Esta y otras alusiones similares provienen de entrevistas dadas por Shafarevich y reportadas por Krista Berglund.

8 Quien quiera darse una idea de la importancia de Shafarevich como matemático puede consultar la Encyclopedia of Mathematics, que contiene 124 entradas acerca de los aportes de nuestro autor.

9 A. Solzhenitsyn, From under the Rubble, Little Brown, Boston, 1975.

10 Quien quiera profundizar en esto puede acudir, como complemento, a mi obra Las desventuras de la bondad extrema.

11 Escrito a comienzos de los 80 a manera de esbozo y publicado en inglés en 1989. Lamentablemente, no he tenido acceso directo al texto completo y por ello me baso en diversos fragmentos y comentarios al mismo. En cuanto a la polémica sobre el supuesto antisemitismo de Shafarevich, dejo que se pronuncien quienes han estudiado en detalle esta delicada cuestión.

12 Se trata en particular de Les sociétés de pensée et la démocratie moderne: Études d’histoire révolutionnaire y de La révolution et la libre-pensée, ambas publicadas en los años 20.

13 M. Epstein, From Anti-Socialism to Anti-Semitism: Igor Shafarevich, The National Council for Soviet and East European Research, Washington, 1994.

14 I. Shafarevich, "Russophobia", en The Barnes Review, octubre de 1994.

15 Al respecto, en 1992-93 se publicaron varios artículos de alto interés en The Scientist, incluyendo uno de Shafarevich.

16 Universidad de Helsinki: https://helda.helsinki.fi/handle/10138/21838?show=full

17 Ibid.

18 I. Shafarevich, "Russophobia", ibid.

19 Para un tratamiento más extenso del tema véase mi Lenin y el totalitarismo, editorial Sepha, 2012.