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La Ilustración Liberal

La conga y la cola

No bien los cubanos exiliados de Miami y de otras partes del mundo supimos la noticia de la tan esperada muerte del tirano Fidel Castro, tuvimos una reacción lógica: eufóricos nos alegramos. Como hicieron en cada uno de sus momentos otros miles de ciudadanos de otras partes del mundo al sentirse liberados de sus dictadores. Enseguida recordamos a los muertos por su culpa –lo que también era normal–, que no pudieron ver este espléndido día.

Los cubanos de Miami se lanzaron espontáneamente a las calles a bailar en una conga fantástica y repleta de estribillos ingeniosos, como ese de: "Fidel, tirano, llévate a tu hermano". Fue, reitero, una reacción absolutamente espontánea, movida única y exclusivamente por la sinceridad. Ahí no había ideología ni partidismo de ningún tipo.

Enseguida salieron algunos a criticar las manifestaciones de alegría de todos esos cubanos de todas las edades, desde los más jóvenes hasta ancianos de 89 años, como vi yo a uno en un video de Facebook, con su bastón y su bandera, declarando que ése era el día más feliz de su vida.

Las imágenes son conmovedoras y la fiesta continuará durante nueve días, por etapas, porque ya sabemos que en Miami hay que trabajar, y duro.

Los que critican esas expresiones de felicidad de los exiliados son los que sin embargo brincaron de dicha frente a la caída de otros dictadores más convenientes para sus causas e intereses personales, políticos e ideológicos. Lo único que puedo decir frente a esas críticas es que no les haremos caso, por una sencilla razón: no son justas. Por lo tanto, nos dará igual lo que digan. Y sugiero a los cubanos de Miami y de todas partes del mundo que continúen demostrando su contentura.

Curiosamente no ha habido críticas por parte de esas mismas personas ante el espectáculo tan lamentable que están brindando los cubanos en Cuba, obligados a participar en una larga cola (la cola es uno de los significativos inventos de los Castro) bajo un sol que le retraquetea el mango, para ir a ver, saludar, homenajear en la Plaza de la Revolución a una vieja foto de Fidel Castro con un puñado de medallas y algunas flores, porque ni siquiera las cenizas de su Comandante se encuentran en ese lugar. Las cenizas han sido guardadas en una urna, Dios santo, con lo que odiaba ese hombre las urnas, y se encuentran custodiadas en una zona VIP de las Fuerzas Armadas. Ni a cenizas tiene derecho el pueblo.

Por supuesto, el país se ha paralizado. Cero trabajo. Durante nueve días no se puede oír música ni beber alcohol.

Al llegar o al irse, no me quedó claro, cada ciudadano debe mostrar una pieza de identidad, imprimir sus señas personales en un libro y firmar un documento de fidelidad al fidelato. Una manera totalitaria de controlar y amedrentar, sin duda alguna, pero sobre todo una forma de imponer obediencia eterna mediante un compromiso firmado.

También se comenta que Raúl Castro está barajando cambiarle el nombre a la isla de Cuba por otro en el que aparezca el nombre de su hermano, me imagino que será algo así como República Fidelista de Cuba, o simplemente República de Fidel. Bien, pues nadie ha criticado tampoco semejante arrebato de delirio castro-comunista.

Como podrán suponer, si tuviera que escoger, y como que ya elegí hace bastante rato, antes que la procesión de los carneros prefiero, como escribió Cristina Ugalde, "la algarabía de las gaviotas".

"Oye, se murió Fidel, oye, mira que se murió Fidel, oye, no te lo puedes creer, que se murió Fidel, oye, ya tú sabes, mira, que se murió Fidel"… Y me voy arrollando en esa conga que marca el primer paso físico y real hacia la libertad.

30-11-2016