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La Ilustración Liberal

Génesis e historia del integrismo islámico

Son niños de siete años. Viven internos en las madrasas, escuelas coránicas, pegadas a las mezquitas. Visitan a sus padres sólo dos viernes al mes, un detalle que hubiera encadilado a Rousseau. Recitan durante ocho horas el Corán con ritmo monocorde. Las voces de unos y de otros se unen en una confusión reiterativa. De vez en cuando, el mulá corrige su entonación. Han de interiorizar el libro. Para ello, mientras se balancean en la forma semita, cierran los ojos y apretan los dedos contra la frente como para ayudar a impulsar las Sunnas coránicas hacia su interior. Es un sistema de lavado perfecto, pues ni tan siquiera reciben otro tipo de conocimientos, como matemáticas o geografía. En Pakistán hay 28.000 madrasas[1]. Con esa educación cercenada son un grupo interesado en la islamización de la sociedad, pues sólo así encontrarán ocupación. De los hijos de los refugiados afganos de etnia patsún salieron los talibán, "alumnos de madrasa". En las de Afganistán se ha formado a un millones de alumnos. Se enseña un Islam reaccionario. Un grupo selecto, las madrasas yihadi, son auténticas escuelas de terroristas, donde se prepara para la guerra santa. Estas madrasas sólo seleccionan a los estudiantes más comprometidos y han formado al menos a cuarenta mil jóvenes dispuestos a morir con tal de defender su fe. Todos habrían efectuado el bait al maut, el juramento de morir por el Islam. Constituyen los canales formativos del integrismo de tercera generación.

El integrismo vio la luz en unos años preñados de utopías y ensoñaciones totalitarias, de promesas de paraísos y filas cerradas de poder absoluto. En muchos aspectos era un fascismo a la musulmana, pues coincidía en el rigorismo moral y en el retorno a los fundamentos, a épocas pretéritas, así como en el antisemitismo (antes de que los judíos recalaran en Oriente Medio), pero tenían un componente internacionalista frente a la fragmentación nacionalista, Dar el Islam, la tierra de los musulmanes, semejante al marxismo-leninismo. Con ambos totalitarismos coincidía en su aversión a la pluralidad, a la democracia y a los valores occidentales de libertad personal. Nació en Egipto, con Hasan el Banna como ideólogo, cuando en 1928 se fundó la formación Hermanos Musulmanes. Era un momento de desconcierto en el mundo islámico tras la toma del poder turco por Kemal Ataturk en 1924, la apuesta por una Turquía laica con separación entre Iglesia y Estado y el derrocamiento del califato otomano, instancia última político-espiritual de unidad, pues en la religión y en los países islámicos nunca ha habido algo similar al "Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César". El movimiento, minoritario, convivió bien con la monarquía conservadora del rey Farak de Egipto, un compulsivo devorador de pornografía, pero entró en colisión y durante un tiempo fue barrido por el panarabismo de jóvenes oficiales que tomó el mando en los años cincuenta con los proceso de descolonización. Los ulemas estaban desacreditados frente a estos adalides de la modernización pues, como explica el estudioso Jacques Berque, "para conservar su poder, los ulemas no han rehusado colaborar con los colonizadores: cuando los franceses deponen en 1953 al rey Mohamed V de Marruecos ningún ulema protestó. Bonaparte creó en Egipto un consejo de ulemas".

La generación que había luchado contra las potencias coloniales o habían derrocado a monarquías tenían una ideología que situaba a la URSS como modelo con las peculiaridades islámicas. Eran nacionalistas y socialistas. Consideraban a los ulemas como retrógrados, retardatarios del progreso que ellos iban a impulsar con métodos colectivistas, de planificación económica y gigantescas obras públicas. Eran también panárabes y fueron los principales animadores del movimiento de los noalineados, como fórmula intermedia o alternativa a un tiempo del capitalismo y el comunismo ateo. Es la generación de los Oficiales Libres de Gamal Abdul Nasser en Egipto, del FLN con Ahmed Ben Bella y Burguiba en Argelia, de Boumedian en Túnez, de Anuar Al-Gadafi en Libia, de Sukarno en Indonesia, del partido laico Baas en la Siria de Hasef El Asad y el Irak de Sadam Husein. Prometían eficacia y modernidad, sacar a las poblaciones de su atraso, sin las fórmulas democráticas que odiaban. Una colección de partidos únicos, rodeados desde pronto, más a medida que su fracaso se iba haciendo notorio, de policías secretas y ejércitos cuyas cúpulas pasaron a ser la élite social, para poder sostenerse en el poder. La Conferencia de Bandung del 18 al 24 de abril de 1955 fue su momento estelar. Los nuevos líderes de lo que empezó a llamarse el tercer mundo, en concepto inventado en Francia, percibieron una sintonía común en considerar que los países descolonizados partían de la edad de la inocencia. Creían en la capacidad del poder abstracto de las palabras y abundaron en la generación de conceptos nuevos. Sostenían, sobre todo, la superioridad de la política sobre la economía[2]. Los Hermanos Musulmanes llevaron una vida tolerada hasta que fueron culpados de un intento de asesinato de Naser en 1954 y prohibidos.

El fracaso del movimiento llevó a una reelaboración radicalizada de su estrategia. El pensador con el que el integrismo toma cuerpo es Sayyid Qotb, autor de A la sombra del Corán y Signos de Pista. Qotb reelaboró el integrismo en torno al concepto yahiliya, el estado de impiedad previo a Mahoma, de impureza e ignorancia. Esa era la situación de las naciones musulmanas de forma que sus dirigentes eran tan enemigos del Islam como los no musulmanes. Los nuevos conceptos puestos en circulación como nación, partido y socialismo eran nuevas formas de idolatría, de politeísmo, frente a Alá, el único soberano, pues la noción de soberanía no existe en El Corán, donde Alá es amo absoluto. Qotb establecía el Islam de la comunidad de los creyentes, Umma, como una utopía religiosa, y rompía los puentes de comunicación o de neutralidad en una moralidad bipolar de contrarios: el Bien y el Mal, el Islam y el no Islam. A las aspiraciones democráticas de algunos sectores contestaba con "Nuestra Constitución es el Corán" y establecía como programa político la imposición de la sharia, la ley coránica. Promovía un instinto de unidad frente a la disgregación de los partidos y se dirigía a un Islam profundo confrontando religión con política. Era un tipo de fundamentalismo providencialista, cuyo sentido llevó en su día a la puesta en marcha de la Inquisición en España, con el sencillo mensaje de que la pureza religiosa traería los beneficios de la omnipotencia divina. De hecho, la clave del activismo propuesto era una relectura universal del takfir, el anatema o declaración de impío, por el que se declara a una persona falso musulmán. El creyente tiene la obligación de matarle pues "su sangre es lícita". Introducía así un elemento autodestructivo, llamado a hacer correr mucha sangre y provocar guerras civiles en los países musulmanes, pues fuera de los integristas, el resto pasaban a ser paganos y el Estado declarado impío, intentando abrir una fosa entre los dirigentes y la masa común.

Casi todas las naciones en formación confrontaban a tal postura el caudal de nuevos sentimientos o reclamaban otras herencias históricas, desde Ciro en Persia hasta el legado de los faraones. La formación de Pakistán motivó un foco importante de integrismo, pues en ese caso se trataba de una creación ex nihilo. No podía plantearse un Estado de los musulmanes, con pluralidad interna al margen del grado de compromiso religioso, sino de un Estado musulmán basado en la identidad de la creencia. Mawdudi reflejó un pensamiento similar al de Qob, insistiendo en los aspectos culturales y morales, en la sharia, destacando el carácter "total" del Islam, con la política como "componente integral e inseparable de la fe islámica", expurgada de cualquier conexión con otras culturas, y específicamente con la occidental, como había propugnado el movimiento deobandi, generado en la ciudad india de Deoband. También consideraba los cinco pilares de la fe islámica –profesión de fe, oración, ayuno del Ramadán, peregrinación a La Meca y zabat o limosna religiosa- una preparación para la jihad, el grado más alto de perfección. El Estado islámico quedaba como esperanza de panacea de todos los problemas. Aunque su partido legal siempre fue minoritario, tuvo una poderosa influencia.

La guerra de los Seis días en junio de 1967 marcó un hito decisivo en el auge del movimiento. La victoria de Israel que tomó el Sinaí, los altos del Golán, Jerusalén y Gaza y Cisjordania fue un shock traumático para una población larvada de fundamentalismo providencialista, que interpretó el desastre bélico como el castigo de Alá a la falta de piedad de sus dirigentes. El odio a Israel constituía el consenso de las sociedades musulmanas y el enemigo había triunfado en el campo de batalla. Al fracaso de las recetas económicas colectivistas, con reformas agrarias de colectivización del campo, que dañó a los ulemas, terratenientes por las donaciones testamentarias de los piadosos, el agotamiento de las arcas con obras faraónicas como la presa de Hasuan y el control del aparato del Estado, con su clientelismo, se unió la derrota militar provocando el descrédito de una fórmula presentada como la vía islámica para ponerse al día con Occidente. El mundo islámico sólo ha conocido como sinónimo de Occidente un modelo próximo al socialismo real, una ideología contraria a los valores occidentales. Un profundo y lamentable drama.

El integrismo apareció como una atrayente fórmula alternativa para superar la humillación. El momento coincidía con una notable explosión demográfica, en la que las naciones musulmanas aumentaron su población entre un 40 y un 50 por 100, y varias contaban con un segmento de población joven superior al 60 por 100. Según Gilles Kepel en su libro La Yihad[3], básico para comprender el fenómeno, el integrismo islámico empezó a calar en dos grupos sociológicos: las clases medias piadosas, proclives a un mensaje fundamentalista y despechadas por su nula representatividad política, y sobre todo los jóvenes. Los gobiernos nacionalistas habían hecho un esfuerzo educador, mejorando la formación, pero sin el dinamismo económico capaz de ofrecer trabajo ni cauces de participación a una juventud abocada al paro. El primer foco donde prendió con fuerza el integrismo fue en las universidades, donde empezaron a organizarse campamentos a la manera nazi, en los que se aprendía la "vida islámica pura" y se predicaban los conceptos de la guerra santa frente a los gobiernos impíos. Los ulemas, ajenos en los orígenes al movimiento, recuperaron un prestigio arrebatado por los militares nacionalistas de la descolonización. Como dice Rashid Al-Ghannouchi, perseguido como terrorista en Túnez y asilado en Inglaterra (una contradicción habitual en Occidente): "es cierto que los ulemas han colaborado a veces con los colonizadores y los dictadores. Pero también han protegido al pueblo magrebí, la identidad árabe-musulmana. Han jugado un papel positivo en la educación y la salud del pueblo. Queremos la modernización, pero no según el modelo que nos impone Occidente. Los occidentales nos dicen: para acceder a la modernidad, debéis renunciar a vuestra identidad. Es lo que han hecho Kemal Ataturk en Turquía y Burguiba en Túnez. A fin de cuentas, han perdido su identidad y no han entrado en la modernidad". El velo empezó a presentarse no como un signo de vejación sino como "un gesto de resistencia a Occidente".

Conscientes de su atolladero –Nasser hizo una dimisión ficticia en la noche de la derrota de la guerra de los seis días-, los gobiernos intentaron compartir el aparato ideológico y educativo y, en vez de democratizarse o de poner en práctica políticas económicas liberalizadoras, empezaron a derivar su legislación hacia el integrismo. "Los islamistas –recuerda Kepel- fueron sacados de las cárceles y se les dio preeminencia en las universidades como elemento conservador para frenar a las fuerzas izquierdistas" que anunciaban la revolución marxista, "los estados compartieron la ideología y buscaron la legitimidad islámica". Las instituciones religiosas como Al Azhar, la milenaria mezquita donde se forman los imanes, fueron potenciadas y se buscó la funcionarización de los ulemas. El recurrente mensaje de que el Islam era compatible con el socialismo, el "igualitarismo del Profeta", fue cambiado por la puesta en marcha de la sharia como legislación estatal, con sus lapidaciones por delitos sexuales y sus ejecuciones públicas. Los integristas aparecieron durante un tiempo como defensores del orden por su impronta conservadora y fueron cortejados por las dictaduras. Los estados, más aún las dictaduras como la Zia-ul Haq en Pakistán cuya prioridad fue la sharia con destrucción de los últimos restos de Estado de Derecho, que había derrocado a Ali Bhutto y luego lo había ahorcado, se desbocaron por la senda del integrismo.

Entre ellas, fue clave Arabia Saudí, la financiera del integrismo y su exportadora. Los Hermanos Musulmanes en los primeros tiempos de represión fueron recibidos en la Universidad de Medina, terminada en 1961. La dinastía saudí, como garante de los Santos Lugares de La Meca y Medina, era la cuna de la interpretación literal y rigorista del Corán, desde que en 1745 el emir Muhamad Ibn Saud asumiera confesionalmente la doctrina del reformador religioso Muhamad Ibn Abd al Wahhab. El wahabismo o salafismo. La monarquía saudí vio en el integrismo el instrumento para desarrollar un liderazgo moral sobre el conjunto del mundo islámico, pues ambos coincidían en puntos tan fundamentales como el rigorismo y la sharia. ¡El rey saudí, a la sombra de La Meca, podía recuperar alguna forma de califato! La guerra de 1973, desatada por Egipto y Siria, amplió con nuevas vías ese proyecto. La primera victoria militar dio paso a una peligrosa contraofensiva israelí, pero los tanques hubieron de parar a cien kilómetros de El Cairo cuando Arabia Saudí impuso el boicot en el suministro de petróleo a los países aliados de Israel. La subida de los precios dio un amplio caudal económico a los que Kepel denomina "petromonarquías". El dinero fue repartido con generosidad en mezquitas y asociaciones benéficas con la fórmula internacionalista y salafista. Se crearon bancos islámicos con préstamos sin interés, en donde encontraron colocación los jóvenes universitarios. Otro instrumento de difusión del fundamentalismo fueron los emigrantes a los países del Golfo, que volvían a sus países enriquecidos y en plena sintonía con el salafismo. La identificación de progreso económico e integrismo fue un factor dio nuevas alas al fundamentalismo providencialista.

El salafismo exportado por Arabia Saudí combatía como forma idolátrica el islamismo rural de las cofradías en las que se venera a santos islámicos y se pide su protección, y había ofendido a las mismas bases de la chií, destruyendo los enterramientos de los primeros imanes y de Fátima, la hija de Mahoma, objeto de veneración para tal "herejía", en la que militan el 20 por 100 de los musulmanes.

Con este apoyo económico, los ulemas plantearon una directa competencia a los intelectuales que habían suplantado su función. Las interpretaciones alegóricas del Corán fueron perseguidas como apostasía y sus defensores anatemizados por fatwas, documentos jurídicos de obligado cumplimiento, de forma que fueron siendo asesinados por los fanáticos. Los años setenta conocieron un auge general y sin precedentes del integrismo. Gobiernos de ese signo se impusieron en Malasia y Sudán.

Irán iba a dar un fuerte impulso a ese proceso. La dinastía Pahlevi, aunque nacida de un golpe de estado en 1921, se consideraba heredera de Ciro el Persa, y mantenía una posición de confrontación respecto a los ayatolás chíies a los que consideraba retrógrados. El Sha de Persia era una extraña mezcla de prooccidentalismo en las relaciones internacionales, de ostentación en los fastos de la corte y de socialismo real en la política económica a través del partido único en el que se promovían formas de culto a la personalidad. Los chiíes, como religión, se habían desgajado con la derrota y muerte del cuarto imán, Alí, yerno de Mahoma, y esperaban su vuelta, lo que había impregnado de un estilo quietista a sus relaciones con la política. Jomeini, desde la ciudad santa de Quom, y desde su exilio en París, promovió una nueva mentalidad activista convirtiendo las procesiones de dolor por la muerte de Alí en manifestaciones contra el régimen. Reza Pahlevi quiso iniciar la llamada "revolución blanca" uniendo principios del "capitalismo y el comunismo". En el fondo y en la forma, con la riqueza del petróleo, impulsó la presencia del Estado en todas las instancias económicas; gastó demasiado, demasiado rápido, eso provocó inflación. Incapaz de reconocer su error, lanzó a la policía contra "acaparadores" y "especuladores". Hubo detenciones en el bazar, malquistándose con los comerciantes. Un proyecto del Sha, presentado como un impulso modernizador, anunció la extensión del derecho al voto a las mujeres y una reforma agraria colectivista gravemente lesiva para el clero. El campo conservador había sido un apoyo de la monarquía, pero el Sha montó la "administración agrícola unificada", con granjas colectivas y destrucción de las viejas aldeas con traslados a pueblos "modelo"[4]. Cundió el descontento. Jomeini hizo acercamientos a los comerciantes del bazar, descontentos con su marginación política, y asumió un discurso retórico próximo a la izquierda presentando su proyecto de conservadurismo moral junto con reclamaciones del Islam como la religión de los "desheradados" para establecer una alianza con los muyahidines. Eran los tiempos de Jimmy Carter y los Estados Unidos retiraron su confianza al Sha, acusado de una política contraria a los derechos humanos. Fue la puntilla. La "república islámica" dio amplios poderes a Jomeini. Mostró una faz sanguinaria desde el inicio. Los dos primeros años ejecutó a ocho mil personas. Veintitrés generales y cuatrocientos oficiales del ejército de la policía; se ensañó con las minorías religiosas –judíos, cristianos, sabeanos y sunnitas- y, por último, fue inmisericorde con sus antiguos aliados[5]. Los miembros del partido comunista Tudesh fueron los últimos de la purga. Aparecieron en la televisión afirmando la superioridad del Islam sobre el marxismo, en un remedo de los viejos juicios de Moscú, y luego desaparecieron sin dejar rastro.

Egipto fue otra de las naciones en donde los integristas pusieron sus miras. El 6 de octubre de 1981, un grupo de terroristas asesinó al presidente Sadat durante un desfile militar. Sadat había sido objeto de fataws por firmar la paz con Israel, pero al tiempo abrió la mano y fue condescendiente con sus verdugos. Los asesinos declararon en los interrogatorios que buscaban provocar una sublevación de las masas, una "revolución popular".

¡El rey Fahd más radical y pernicioso que Jomeini! En la época que siguió a la guerra de octubre de 1973 se consolidó el poder financiero saudí, lo que permitió a la corriente wahabista-islamista, puritana y socialmente conservadora, extenderse por todas partes y conquistar una posición de fuerza en la expresión internacional del Islam. Su repercusión era menos visible que la del Irán jomeinista pero era más profunda y podía tener una vida más duradera. ¿Qué predica esa corriente de "nuestros amigos"? La aversión a la corrupción de costumbres occidental, el odio a Occidente. Es decir, el odio a Occidente culminado en el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono corrió a lomos de los petrodólares. "Aunque oponía claramente la virtuosa civilización islámica a la corrupción de Occidente, Arabia Saudí, de donde procedía la mayor parte de los fondos, siguió siendo un aliado esencial de los Estados Unidos y Occidente frente al bloque soviético".

Arabia Saudí tuvo especial interés en radicalizar con su modelo a los grupos de inmigrantes en las naciones occidentales. Financió más de mil quinientas mezquitas de un modelo estándar para evitar peculiaridades nacionales. Las convirtió en centros asistenciales. En los países musulmanes se inmiscuyó en las relaciones entre la sociedad y el Estado, poniendo en evidencia a éste. ¡Proceso de globalización religiosa! La familia real buscaba establecer su hegemonía sobre todo el Islam. "Su objetivo –señala Kepel- era al mismo tiempo hacer del Islam una figura de primera línea en la escena internacional, que sustituyera a los nacionalismos derrotados, y reducir las formas de expresión plurales de esta religión a las creencias de los señores de La Meca. Gestores de un inmenso imperio de beneficencia y caridad, el poder saudí pretendía legitimar la prosperidad que se identificaba con el maná divino porque se producía en la Península donde el profeta Mahoma había tenido la Revelación". Un argumento definitivo para el fundamentalismo providencialista.

Estos sueños de califato encontraron un serio escollo en Jomeini. El liderazgo alcanzado por la revolución iraní hizo que ajustaran viejas cuentas. El ayatolá acusó a la familia real saudí de lujo desmedido e hipocresía; rigoristas pero al tiempo proveedores de petróleo de Occidente, de Estados Unidos, situado por el ayatolá como "gran Satán". Jomeini se dispuso a plantear la batalla en el propio corazón del Islam. Saudíes opositores a la familia real se hicieron fuertes en la Gran Mezquita y las fuerzas saudíes tardaron una semana en reducirlos. No se pudo demostrar que Jomeini estuviera detrás. Pero en cada peregrinación, hajj, la que los piadosos musulmanes han de hacer una vez en la vida, los iraníes hacían propaganda de la "revolución islámica".

El jomeinismo puso en marcha algunas estrategias, entonces fracasadas, pero que abrirían sendas de imitación. Intentó, para agradecer su asilo, exportar la revolución a los inmigrantes en Francia contra los "satanes occidentales", lo que se tradujo en una primera ola de atentados. Creó y financió el grupo Hezbolá en el Líbano con la comunidad chií, ayudando a destruir lo más parecido a una democracia en el mundo árabe. Hezbolá fue uno de los primeros grupos en poner en práctica el terrorismo suicida.

El 22 de septiembre de 1980, Sadam Husein invadió Irán. Lo consideraba debilitado en su poder militar por las purgas integristas en el ejército y aspiraba a abrirse paso hacia el mar. Empiezan una serie de malentendidos y complicidades de esa señora tuerta de la diplomacia. Los saudíes ven el cielo abierto para ajustar las cuentas con el enemigo que les ha plantado cara obligándoles a movilizar todo su clientelismo salafista para evitar el descrédito religioso. Estados Unidos está herido por el secuestro de sus diplomáticos en la embajada y por la retórica diabolizadora de los jomeinistas. Llueven, pues, las ayudas a un Husein en acelerado proceso de conversión del baasismo al integrismo, pues Jomeini lo tilda de "apóstata" e "irreligioso", exagera sus muestras de devoción. La guerra entre Irán e Irak quedó en tablas, pero provocó el "martirio" de toda una generación iraní, lanzada como carne de cañón, y dejó a Husein con un sistema económico inviable y un ejército elefantiásico y bien pertrechado.

Con un Teherán debilitado, en el hajj de 1987, la policía saudí rodeó a los peregrinos iraníes y mató a cuatrocientos. Jomeini, meses antes de su muerte, trató de recuperar su papel central en el mundo islámico con un golpe de efecto. El 14 de enero de 1989 un grupo de musulmanes ingleses se manifestó en Bradford quemando ejemplares del libro Versos satánicos, de Salman Rushdie, considerado blasfemo por sus referencias a las mujeres de Mahoma. Eso llamó la atención de Jomeini quien en una fatwa hizo una llamada a su asesinato: "informo al orgullos pueblo musulmán del mundo que el autor de los Versos satánicos, que se opone al Islam, al Profeta y al Corán, y todos los que participaron en su publicación y conocían su contenido, están sentenciados a muerte". Atacando de forma directa a la libertad de creación y de expresión lo hacía a la base de los valores occidentales, al tiempo que recreaba la idea de Dar el Islam, implicando en ella a los grupos musulmanes de Occidente. Demostraba su dominio, en base a la religión, sobre ellas. En varios lugares las manifestaciones terminaron con quemas de libros recordando los tiempos nazis; los saudíes intentaron promover una acción jurídica para promover la censura del libro y en Londes los manifestantes musulmanes corearon gritos a favor de la fataw y del asesinato del escritor. El integrismo triunfaba en las mismas entrañas de Occidente, en la misma ciudad que un día fuera el símbolo de la resistencia al nazismo.

Los "talibán moderados"

El enemigo se esconde pero no es un ente espiritual ni un monstruo salido del subconsciente, tiene escuelas de terroristas, santuarios, campos de entrenamiento y fuentes de financiación. Tiene su base, por ejemplo, en Afganistán. No sólo, pues hay terrorismo e integrismos en diversas partes del mundo, pero ahí es huésped de honor dentro de un mismo orden moral. Desde allí se organizan las masacres y se dan las órdenes. ¿Quiénes reconocen a los talibán? ¿Quiénes consideran respetables a estos sembradores de odio? ¡Sólo tres naciones! Entre los innumerables países con asiento en la ONU sólo tres gobiernos tienen la desfachatez de tener representación diplomática en un territorio donde ningún derecho humano es respetado y donde las mujeres ven la vida tras la prisión de la burka. ¿Tres naciones acaso con serios conflictos con Occidente? ¿Tres gobiernos con graves contenciosos con los Estados Unidos? ¿Tres parias de la sociedad de naciones? Nada de eso. Son Pakistán, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. Tres firmes aliados. Tres países "árabes moderados". ¡Kuwait, por quien fueron a luchar los soldados occidentales! ¡Arabia Saudí, cuyas fronteras fueron defendidas por el costoso despliegue, en todos los sentidos, de las fuerzas norteamericanas! Pakistán, el amigo predilecto de Washington, hasta sus experimentos con bombas nucleares en 1998.

¿Qué sentido tiene? Casi siempre aquello del enemigo de mi enemigo es mi amigo es un salto en la lógica. Nunca es por ese simple hecho mi amigo. A veces puede ser mi enemigo. ¿Árabes moderados? Será, en todo caso, naciones árabes no agresivas o no belicistas, pero en Arabia Saudí se lapida a las adúlteras, se prohibe la enseñanza y hasta el permiso de conducir a las mujeres y una "policía religiosa" recorre con varas las calles para sacudir a los perezosos o a los despistados en sus devociones. ¿Dónde está la moderación? ¿Da patente el petróleo para ser considerado un moderado a pesar de las evidencias? ¡Los saudíes son los padres, los hermanos mayores y los generosos financiadores de los talibán! A Afganistán van sus príncipes a cazar y dejan como regalo sus todoterreno y sus sistemas de telefonía. ¡Talibán pudientes, amantes del lujo, pero talibán al fin y al cabo!

¡El integrismo no existiría sin Arabia Saudí! ¡No hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin las dispendiosas y siempre llenas arcas de la familia real saudí! ¡Nuestros amigos! ¡Nuestros queridos y moderados amigos!

"La dinastía saudí –dice Gilles Kepel- puso su fabulosa riqueza al servicio de una opción conservadora de las relaciones sociales. Exaltó el rigor moral y financió en su nombre la difusión mundial de todos los grupos o partidos que iban a adherirse a ella. Multiplicando las concesiones en el ámbito cultural y moral, el poder establecido favoreció en su conjunto un clima propicio para la reislamización en su vertiente reaccionaria. Arabia Saudía desempeñó un papel central en ese proceso, distribuyendo dinero con generosidad, suscitando vocaciones y vasallajes, y fidelizando a las clases medias piadosas gracias a los productos financieros por el sistema bancario islámico. A finales de los años sesenta, el único lugar del mundo en que los ulemas consiguieron mantener el control del discurso público sobre los valores esenciales fue en Arabia Saudí".

Ni todo el petróleo del mundo vale para mantener esa patraña de los países "árabes moderados". Nunca la moderación como concepto fue utilizado con tanto abuso. Digamos, en todo caso, que nos conviene por estrategia, por dependencia enegética, no reconocer lo obvio. Pero –como decía George Orwell- hay ocasiones en que se hace imprescindible reconocer lo obvio y ésta es, de manera clara, una de ellas.

La invasión de Afganistán por los rusos intensificó la dependencia de la estrategia norteamericana respecto a los intereses de Arabia Saudí, mediante una nueva fórmula de amistades basadas en enemistades comunes. Los soviéticos, dispuestos a mantener un gobierno comunista tambaleante, estaban preocupados por el riesgo de contagio integrista en sus repúblicas musulmanas y Arabia Saudí se sintió amenazada. Acudió con financiación abundante a socorrer a los mujaidines. Estados Unidos no fue difícil de convencer: suministrando armas y entrenamiento a los afganos debilitaba, en el mundo bipolar de entonces, a su principal enemigo y además, tal como explicaron los saudíes, recuperaban crédito en las naciones árabes, se exorcizaban de la satanización trasladándosela a los soviéticos. El enlace clave en esa estrategia fue Osama ben Laden. La consideración reiterada de que fue un hombre de la CIA no refleja con exactitud cómo sucedieron los hechos. Ben Laden fue el hombre de la familia real saudí en Afganistán. El dinero de la petromonarquía sirvió para trasladar a voluntarios de todo el mundo musulmán para participar en la jihad. Por primera vez integristas de todo el mundo se reunían en número considerable bajo la bandera común del Islam, al margen de las nacionales. A Estados Unidos le pareció redondo el negocio. Sin pérdidas de vidas humanas devolvía los agravios de Vietnam, mientras la generosa cuenta la pagaba la monarquía saudí. Ben Laden pasó a tener su ejército personal. Su posición mejoró cuando su mentor palestino Abdallah Azzam fue asesinado en circunstancias no aclaradas. Desde esas bases, con los radicalizados alumnos de las madrasas, podía poner en marcha un vasto proceso de ingeniería social en Afganistán y sus internacionalistas empezaron a exportar esa fórmula "pura" del Islam a naciones como Argelia y Egipto. El "señor de la cueva" -se hizo construir por ingenieros alemanes varios búnkers subterráneos- se dispuso a recrear en su propio beneficio el sueño del califato y a utilizar su fortuna personal para mantener unidos a los jihadistas y formarlos como terroristas suicidas, con el objetivo diseñado por Azzam: "este deber no acabará con la victoria en Afganistán; la jihad seguirá siendo una obligación individual hasta que reconquistemos cualquier otra tierra que era musulmana para que el Islam reine en ella de nuevo. Ante nosotros tenemos a Palestina, Bukhara, Líbano, Chad, Eritrea, Somalia, Filipinas, Birmania, Yemen del Sur y otros, Tashkent, Andalucía".

El auge desestabilizador de los ochenta

Los integristas pasaron a ser un factor de desestabilización del mundo musulmán. Los palestinos fueron un campo abonado de infección. La intifada de 1987 representó el ascenso de los nuevos movimientos integristas –Hamas, fundada por los Hermanos Musulmanes, y la Jihad Islámica- con la Organización para la Liberación de Palestina de Yaser Arafat, que tenía un contenido nacionalista y socialista, y había sido pionera en la utilización del terrorismo para obtener objetivos políticos. Los dos nuevos grupos emprenderían el camino del terrorismo suicida. Eso introdujo a los palestinos en una espiral de violencia sin salida, pues el programa máximo rechazaba la negociación y apostaba por echar a los judíos al mar; es decir, por el exterminio. Esta radicalización fue primada por las petromonarquías: ¡en 1990, Kuwait donó sesenta millones de dólares a Hamas y sólo veintisiete millones a la OLP![6] Los jóvenes desocupados suministraban el material humano para el integrismo. Un proceso similar al padecido en Argelia, un país que estuvo a punto de sucumbir al integrismo, a través del FIS. También la explosión demográfica fue una clave, como el deterioro económico por los procesos de nacionalización, como la reforma agraria colectivista que desposeyó a las cofradías musulmanas rurales. A finales de los ochenta, el FLN aparecía desgastado y sin proyecto, convertido en mero monopolio del poder. Empezó a hacer concesiones como la reducción de derechos de las mujeres y una política de subvención a las mezquitas. El retorno de los "internacionalistas" que habían combatido en Afganistán dio nuevas fuerzas a movimientos conservadores centrados en la vuelta a la religiosidad. Unidos en la reclamación de la sharia, en 1988 se produjeron los primeros incidentes graves. En marzo de 1989 se creó el Frente Islámico de Salvación, que obtuvo la victoria en las elecciones locales de junio de 1990 y en las generales de diciembre de 1991. El ejército tenía la experiencia de la purga iraní. Desde luego no pesó en él la apreciación de Karl Popper sobre la democracia como fórmula de alternancia sin derramamiento de sangre, y la consideración de que unas elecciones son antidemocráticas cuando tienen por fin no volver a convocar elecciones. Simplemente, militares y policías temieron por sus vidas, así que anularon el resultado y tomaron el control. Estalló una cruenta guerra civil, de inusitado salvajismo. El integrismo se dividió en dos movimientos, el GIA y el AIS. La crueldad desatada por los "afganos" del GIA, con exterminio de aldeas, mutilación y decapitación de sus víctimas, la extensión de sus enemigos mediante la anatemización de grupos cada vez más extensos, hicieron que la población les fuera dando de lado, y que el movimiento concluyera en una orgía de asesinatos internos. El GIA montó la retaguardia de su aparato de propaganda en Londres –donde se editaban sus periódicos- y se infiltró en Francia –también en España- a través de la emigración, promoviendo atentados contra la antigua potencia colonial en un intento de galvanizar a las masas.

A lo largo de los años noventa, el integrismo fracasó también en su intento de desestabilizar Egipto. El proceso tuvo similitudes con el argelino, pues el gobierno hizo también concesiones "culturales" al integrismo e impuso la "sharia", permitiendo una persecución constante contra los coptos. Los integristas quisieron atacar a los "satanes occidentales" y a las bases económicas del país con una serie de atentados contra turistas. En 1986 asesinaron a dieciocho turistas griegos confundiéndoles con judíos, justificando la matanza como "una venganza contra los judíos, hijos de monos y cerdos, y adoradores del demonio, por la sangre de los mártires caídos en tierras del Líbano". En 1997 un grupo de integristas protagonizaron una masacre de turistas en Luxor. Las clases medias dependientes del turismo se asustaron y respaldaron la represión sin contemplaciones del ejército. El jeque Omar Abdel Rhaman, el ideólogo de los integristas egipcios más sanguinarios, emigró a Estados Unidos. Era un signo de los tiempos que los extremistas encontraran fácil acomodo en un Occidente al que odiaban. Fue condenado como inductor del primer atentado contra las Torres Gemelas. Los suicidas se habían reclutado entre los seguidores de sus inflamadas prédicas.

La escisión de Ben Laden

El 2 de agosto de 1990 Sadam Husein invadió Kuwait. Un hecho llamado a tener hondas consecuencias y a afectar al conjunto del movimiento integrista. Los tanques irakíes sobrepasaron la frontera saudí. Ante la posibilidad de ser invadidos en poco tiempo, la monarquía pidió auxilio a los Estados Unidos. La respuesta internacional aceleró la "conversión" integrista de Sadam que invocó la jihad contra el "satán" norteamericano. Osama ben Laden había ofrecido sus internacionales a Ryad, pero consideró una profanación de la tierra del Profeta, constitucionalmente santa, la presencia de militares "infieles". Ahí se consumó la escisión.

Detengámonos por un momento a analizar el personaje. La idea de los desheredados de la tierra no tiene nada que ver con él. Nacido en 1957, es uno de los cincuenta y cuatro hijos e hijas engendrados por Mohamed ben Laden, un albañil yemení, que entró al servicio de la corte y escaló posiciones, hasta convertirse "en el mayor empresario de obras públicas del reino y en uno de los primeros de Oriente Medio. Consiguió la concesión exclusiva de la extensión y el mantenimiento de la Gran Mezquita de La Meca, así como todas las autopista que llevaban a ella desde las principales ciudades del territorio saudí. Cuando en 1968 murió a causa de un accidente, su fortuna alcanzaba los once mil millones de dólares"[7]. Sus hijos fueron educados junto a la familia real. Usama tuvo la juventud disipada de un príncipe saudí. Se le sitúa como un habitual de las discotecas de Marbella y de Beirut. La imagen de un asceta del desierto, de un piadoso camellero, es la estudiada creación de un personaje. Afganistán fue para él lo más parecido a "sentar la cabeza". Montó la infraestructura en Pesahwat de los brigadistas, y pronto derivó la estrategia saudí a un componente de liderazgo personal. Saboreó los placeres de la violencia y de esa corrupción moral, de la que hablara Lord Acton, del poder sobre las vidas humanas. Su dinero y sus empresas sirvieron para el intento de exportar la experiencia afgana al resto de países musulmanes, entre los que Arabia Saudí era un objetivo preferente. El asesinato en Mogasdicio en 1993 de dieiciocho militares norteamericanos forzó, por la presión diplomática, su salida de Sudán, donde se había instalado para seguir la infección del Magreb. En el verano de 1996, volvió a Afganistán desde donde difundió una fatwa de jihad contra los americanos: "Expulsad a los politeístas de la península Arábiga", situando "la ocupación de la tierra de los dos Santos Lugares como la peor de las agresiones". En febrero de 1998 creó el Frente Islámico Internacional contra los Judíos y los Cruzados con una fatwa estipulando que "todo musulmán que esté en condiciones de hacerlo tiene el deber personal de matar a los americanos y a sus aliados, civiles y militares, en cualquier país donde sea posible". Una llamada clara al genocidio sin excepción alguna.

El integrismo, tras el auge en los años ochenta, entró en claro retroceso a lo largo de la década de los noventa. Su intento de toma del poder había fracasado. La intervención de una brigada internacionalista en Bosnia escandalizó a los europeizados musulmanes de esa nación, a la vista de las atrocidades, superiores a las de los serbios. La sublevación de Chechenia, después de una campaña de terrorismo en Moscú, fue contestada por el Kremlin. Sobre todo, el integrismo había ahuyentado a las clases medias piadosas y se había ganado desconfianzas y enemigos, pues nadie podía estar seguro de ser anatemizado. Quedaba Afganistán como ejemplo de la utopía: el retroceso estricto al siglo VII, la prohibición de cualquier alegría de vivir, de cualquier diversión, desde volar cometas a criar palomas, pasando por la música en las bodas, con una saña estricta contra las mujeres, condenadas a la ignorancia y restringida severamente la atención médica. Y un riesgo de infección integrista en Pakistán: con los monstruos totalitarios no se juega sin terminar en la telaraña.

"Estos cuantos miles de jihadistas –sentencia Kepel-, apartados del terreno afgano pero imbuidos de su experiencia, se anquilosaron en una lógica político-religiosa sectaria, al margen de las realidades sociales del mundo en el que vivían. La falta de enlaces internacionales de peso y el alejamiento de cualquier movimiento social facilitaron el paso de Ben Laden y de sus acólitos a un activismo del que en realidad ya no se sabía a qué intereses respondía"[8]. Tibias liberalizaciones en Egipto y Argelia ampliaron la base social de los gobiernos con la aparición de nuevos empresarios. La declaración de la guerra santa contra Estados Unidos era una forma de intentar salir de este atolladero para intentar galvanizar a las masas juveniles, sobrepasando a los gobiernos, marcando un enemigo común y retomando todo el odio sembrado contra la civilización occidental en las predicas de los viernes en las mezquitas y en las escuelas coránicas. El atentado de las Torres Gemelas ha sido, desde ese punto de vista, no una muestra de fortaleza sino manifestación de debilidad extrema. El intento de recuperar un liderazgo perdido. El suicidio colectivo del integrismo, ¿para promover un choque de civilizaciones? En cualquier caso, un choque de tiempos, entre la civilización y la barbarie.



[1] Pablo San Juan, Escuela de terroristas, Época, 28 de septiembre de 2001

[2] Paul Johnson, Tiempos modernos. Ver capítulo La generación de Bandung

[3] Gilles Kepel, La Yihad, Editorial Península

[4] Paul Johnson, Tiempos Modernos, Javier Vergara Editor. Ver todo el capítulo La recuperación de la libertad.

[5] Paul Johnson, op. cit.

[6] Gilles Kepel, La Jihad, p. 257

[7] Gilles Kepel, La Yihad, ver capítulo Usama ben Laden y Norteamérica.

[8] Gilles Keple, La yihad, p. 511

Número 10

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2
comentarios
1
sacrificio de Abraham
fray gabriel de las palmas

DESPUÉS DE ESTAS COSAS SUCEDIÓ QUE DIOS...?

2
la creacion
manuel

sobre los primeros 31versiculos del capitulo 1de genesis?