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La Ilustración Liberal

Los nacionalismos vasco y catalán en la Historia de España

Trataré aquí de sintetizar las ideas de estos movimientos, así como su actuación a través de ciertos sucesos clave que manifiestan su carácter y papel político. Por la misma necesidad de síntesis, prestaré atención a los partidos importantes, como el PNV, Lliga Catalana o Esquerra Republicana, dejando de lado grupos menores, como Acció Catalana, Acción Nacionalista Vasca, Comunión Nacionalista, etc.

Tales nacionalismos se definen, lógicamente, en relación con España, tenida por el enemigo a destruir en el nacionalismo vasco, y negada simplemente en el catalán. Son un fenómeno históricamente reciente, pues nació en algunas regiones a finales del siglo XIX, cobró impulso con el Desastre de 1898 y desde entonces se configuró en Cataluña y en Vasconia como un factor importante en la vida política española, excepto durante las dictaduras, que ocupan casi la mitad del siglo.

Estos movimientos derivan de los regionalismos, productos del Romanticismo del siglo XIX, con su exaltación sentimental de algunas tradiciones, del "espíritu popular" y de la Edad Media. Los regionalismos arraigaron en varias partes de España, pero sólo en Cataluña y Vasconia originaron nacionalismos fuertes. La primera pregunta es por qué fue así, y por qué no prendió algo similar en Galicia –donde el nacionalismo ha tenido mucho menor empuje–, o en Valencia, las Baleares, Andalucía y otras regiones, donde el nacionalismo pudo haber explotado motivos lingüísticos u otros. Una explicación suele hallarse en el empuje industrial vasco y catalán. Algo influyó, sin duda, el sentimiento de una riqueza creciente y superior. Como observa el nacionalista catalán Cambó, "El rápido enriquecimiento de Cataluña (...) dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestras propagandas" (1). Sin embargo la burguesía catalana solía mostrar celo españolista en pro del mercado para sus productos, y el nacionalismo vasco exaltó más bien una idealizada sociedad rural y bucólica. La industrialización, por tanto, tuvo alguna influencia, pero no decisiva.

Otra explicación podría estar en la memoria de los antiguos fueros. Pero en realidad la abolición de las leyes particulares de Cataluña por Felipe V permitió la recuperación económica catalana, al abrirle los mercados del resto de España y de América. En el País Vasco, la abolición de los fueros en 1876, a causa de la guerra carlista, también facilitó la expansión industrial vasca, y, como muestra Juaristi (2), la reivindicación de los fueros tuvo escaso eco inmediato. No obstante, como motivo sentimental y político invocado a posteriori, no dejó de tener también cierta relevancia.

Suele aludirse asimismo, a las peculiaridades culturales e históricas, a los "hechos diferenciales". Pero esas diferencias preexistían de largo tiempo atrás, y también en otras regiones, y no habían dado pie a tales movimientos. El catalán o el vasco corrientes, aunque conscientes de esas diferencias, se sentían españoles. Como recuerda Cambó, todavía en 1898, "cuando salíamos del Círculo de la Lliga de Catalunya, encendidos de patriotismo catalán, nos sentíamos en la calle como extranjeros, como si no nos hallásemos en nuestra casa, porque no había nadie que compartiese nuestras aspiraciones"(3). En cuando a Sabino Arana, sus textos abundan en imprecaciones y amenazas a los malos bizkaínos: "El yerro de los bizkaínos de fines del siglo pasado y del presente (...) es el españolismo". "Nuestros padres vertieron su sangre en Padura (se refiere a una supuesta batalla de hace once siglos) para salvar a Bizkaya de la dominación española, por la libertad de la raza, por la independencia nacional. Nosotros ¡miserables! hemos vendido el fruto de esa sangre a los hijos de sus enemigos y hemos escupido al sepulcro de nuestros padres. ¡No sabían los bizkaínos del siglo noveno que con la sangre que derramaban por la Patria, engendraban hijos que habían de hacerle traición!". "Vosotros, cansados de ser libres, habéis acatado la dominación extraña" "Si no queréis abandonar esos caminos por donde os llevan los enemigos de Bizkaya; si os obstináis en ayudar al verdugo de Bizkaya (...) ¡Que vuestros nietos os maldigan y os execren!" . "¡Cuándo llegarán los bizkaínos a mirar como a enemigos a todos los que les hermanan con los que son extranjeros y enemigos naturales suyos!" Y así sucesivamente.

Importa señalar, además, que el ancestral sentimiento español de vascos y catalanes marca una diferencia clave con nacionalismos como los de Europa central, donde las minorías integradas en los imperios austríaco, turco o ruso, como los checos, los serbios, los búlgaros o los polacos nunca se sintieron austríacos, turcos o rusos. La integración del País Vasco o de Cataluña en España no procede de invasiones o conquistas, como las de aquellos pueblos centroeuropeos, o la de Irlanda, Quebec, etc.

Por tanto, los factores señalados no explican gran cosa. Los nacionalistas supieron utilizarlos a su favor, pero no conducían de por sí al separatismo. La idea de que existía un caldo de cultivo muy favorable a los nacionalismos en Cataluña y Vasconia es falsa. Los apóstoles de las nuevas ideas trataban de oponer el sentimiento vasco o catalán al sentimiento español, cuando antes la gente no encontraba esas cosas contrarias, sino complementarias. En realidad, la expansión de esos movimientos requirió un esfuerzo muy arduo y una habilidad muy notable para desarraigar o debilitar en los vascos y los catalanes, o en parte de ellos, el sentimiento hispano.

La tarea exigía dirigentes capaces y entregados, y creo que en buena medida el éxito de ambos nacionalismos se debe precisamente a eso, a que encontraron sus profetas, sus líderes enfervorecidos e iluminados, por así decir, dispuestos a consagrarse en cuerpo y alma a una misión a su juicio redentora. No encontramos en el nacionalismo gallego u otros a personajes tan enérgicos y diestros como Arana, Prat de la Riba o Cambó. Una tradición ya larga explica la historia por causas materiales más o menos cuantificables, pero en cuanto indagamos los hechos topamos siempre con imponderables como el carácter de los dirigentes. Por ejemplo, sin Lenin resulta inimaginable la revolución rusa, socialista en un país agrario y sumamente atrasado en el plano material, cuando la mayoría de los propios jefes bolcheviques vacilaba ante el golpe revolucionario, si es que no lo rechazaba. El caso tiene interés porque son precisamente los marxistas quienes más han insistido en la primacía casi absoluta de las llamadas "condiciones materiales".

Tanto Arana en Vasconia como Prat de la Riba en Cataluña muestran en sus escritos la convicción absorbente de haber descubierto una nueva luz que debía alumbrar en adelante la marcha de sus pueblos. Cambó resolvió siendo joven consagrar sus energías y su notable inteligencia a la causa del nacionalismo catalán, al punto de renunciar al matrimonio en aras de ella. Ese espíritu exaltado lo sintetizará Prat de la Riba en su célebre frase: "La religión catalanista tiene por Dios a la patria". Arana deploraba "cuán difícil y penosa es la labor que nos hemos impuesto, de soltar la venda que ciega los ojos de los bizkaínos!", pero advirtió en su discurso de Larrazábal que si fracasara, abandonaría el País Vasco, y "si tan triste caso llegara, juro, al dejar el suelo patrio, dejaros también un recuerdo que jamás se borre de la memoria de los hombres". No sabemos qué recuerdo sería, aunque en su intención debía de ser terrible. En cualquier caso no cabe dudar de su determinación.

Los métodos para desespañolizar a catalanes y vascos fueron parecidos. Por un lado, un ataque inclemente a España o a Castilla, elaborando una historia de agravios, y por otra un halago desmesurado a lo autóctono: "Había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes", dice Prat, para lo cual debían combinarse "los transportes de adoración" a Cataluña con el odio a los supuestos causantes de sus males, los castellanos, pese a que Castilla, como reino o región, había dejado hacía mucho de representar un poder hegemónico o director en España. "La fuerza del amor a Cataluña, al chocar contra el obstáculo, se transformó en odio, y dejándose de odas y elegías a las cosas de la tierra, la musa catalana, con trágico vuelo, maldijo, imprecó, amenazó". Había que "resarcirse" de una imaginaria "esclavitud pasada". "Tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas, sin medida". O, como observa más sobriamente Cambó, "El rápido progreso del catalanismo fue debido a una propaganda a base de algunas exageraciones y de algunas injusticias: esto ha pasado siempre y siempre pasará, porque los cambios en los sentimientos colectivos no se producen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas" (4). En resumen, escribe Prat: "Son grandes, totales, irreductibles, las diferencias que separan a Castilla y Cataluña, Cataluña y Galicia, Andalucía y Vasconia. Las separa, por no buscar nada más, lo que más separa, lo que hace a los hombres extranjeros unos de otros, lo que según decía San Agustín en los tiempos de la gran unidad romana, nos hace preferir a la compañía de un extranjero la de nuestro perro, que al fin y al cabo, más o menos, nos entiende: les separa la lengua". De creer a Prat, nadie entendía el español común fuera de Castilla, si acaso Andalucía o Canarias, y un catalán preferiría –o más bien debía preferir, de acuerdo con la nueva doctrina– la compañía de su perro a la de un castellano, un gallego o un vasco. La distorsión histórica se aprecia en frases como la que opone "el gótico y el románico de nuestros monumentos" a "la Alhambra o la Giralda", como si a Cataluña la caracterizasen el gótico y el románico, y al resto de España los monumentos árabes. Para él, "Bien mirados los hechos, no hay pueblos emigrados, ni bárbaros conquistadores, ni unidad católica, ni España, ni nada".

Tanto Prat como Arana se consideraban católicos fervientes, pero Arana va más allá que Prat, y exclama indignado: "¡Católica España! Y ¡afirmarlo ahora que cualquiera sabe leer y cualquiera lee periódicos y libros! (...) No es posible, en breve espacio, mencionar siquiera concisamente los hechos pasados y presentes que prueban bien a las claras que España, como pueblo o nación, no ha sido antes jamás ni es hoy católica". Arana decía hallar en la mayoría de los españoles "el testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada solo revela idiotismo y brutalidad". Ante este hecho, el inteligente y virtuoso Arana clamaba entre asombrado y furioso: "euskerianos y maketos ¿forman dos bandos contrarios? ¡Ca! Amigos son, se aman como hermanos, sin que haya quien pueda explicar esta unión de dos caracteres tan opuestos, de dos razas tan antagónicas". En estas frases se condensa todo el programa aranista: había que sustituir aquella amistad y fraternidad por una enemistad sin fisuras. Amenaza también al vascongado que olvidara la lengua vascuence: entonces, "si el maketo, penetrando en tu casa, te arrebata a tus hijos e hijas para quitar a aquellos su lozana vida y prostituir a éstas... entonces, no llores". O pintaba a "Bizkaya" como "la nación más noble y más libre del mundo", una raza "singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo...". Esa raza sufría, sin embargo, "humillada, pisoteada y escarnecida por España, por esa nación enteca y miserable". Y fulminaba a sus paisanos: "Habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa". En fin, "Era antes vuestro carácter noble y altivo, a la vez que sencillo, franco y generoso; y hoy vais haciéndoos tan viles y pusilánimes, tan miserables, falsos y ruines como vuestros mismos dominadores", concluye con nobleza y generosidad peculiares.

Si España no existía, en palabras de Prat, o era tan irrisoriamente inepta y ruin como decía creer Arana, la misión emancipadora que ambos se atribuían debía haber resultado muy cómoda, aunque muy difícil, en cambio, explicar dónde había estado durante siglos Cataluña, o cómo había sido posible la supuesta sumisión de los vascos. Pero estas incoherencias nunca les preocuparon demasiado. Sea como fuere, la mezcla del halago a un grupo social con el señalamiento de un enemigo claro, culpable de todos los males, sugestiona fácilmente a muchas personas, si se insiste en ella con tenacidad. Y así fue.

Estas campañas, aparte de la habilidad y energía derrochadas en ellas, recibieron gran impulso del "desastre" del 98, como recordaba Cambó. Si en el terreno económico aquella derrota tuvo poco efecto, y el desarrollo español incluso se aceleró luego, supuso una quiebra moral y psicológica, que dio alas a los movimientos radicales, desde el socialismo revolucionario y el anarquismo a los nacionalismos. Así fue posible que a los pocos años Prat asegurase, con alguna razón: "Hoy ya, para muchos, España es sólo un nombre indicativo de una división geográfica".

No obstante las similitudes básicas, hay fuertes diferencias entre el programa nacionalista de Prat y el de Arana. El primero anhelaba "más que la libertad para mi patria. Yo quisiera que Cataluña (...) comprendiera la gloria eterna que conquistará la nacionalidad que se ponga a la vanguardia del ejército de los pueblos oprimidos (...) Decidle que las naciones esclavas esperan, como la humanidad en otro tiempo, que venga el redentor que rompa sus cadenas. Haced que sea el genio de Cataluña el Mesías esperado de las naciones". Ello no le impedía al mismo tiempo proclamar una vocación imperialista, pues el imperialismo "es el período triunfal de un nacionalismo: del nacionalismo de un gran pueblo". Cataluña debía convertirse en el elemento hegemónico de un imperio ibérico que se extendería desde Lisboa al Ródano, para luego "expandirse sobre las tierras bárbaras", especialmente las africanas.

A Arana, en cambio, ni se le ocurría pensar en los catalanes como vanguardia de los "pueblos oprimidos" o de cualquier otra cosa. En realidad manifestaba desprecio hacia Cataluña, a la que consideraba una región española sin remedio, como tal enemiga de los vascos y sin títulos propiamente de nación: "Nunca discutiremos si las regiones españolas como Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden, porque nos preocupan muy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España". Su programa era casi el inverso de Prat, pues propugnaba para el "pueblo más noble y más libre del mundo" el encerramiento en sí mismo. La mayor distinción de los vascos, sería, después de la raza, el euskera, "broquel de nuestra raza, y contrafuerte de la religiosidad y moralidad de nuestro pueblo". Según él, "donde se pierde el uso del Euzkera, se gana en inmoralidad", por lo cual, "Tanto están obligados los bizkaínos a hablar su lengua nacional como a no enseñársela a los maketos o españoles". Nada, pues, de moralizar por vía lingüística a los maketos: "Muchos son los euzkerianos que no saben euzkera. Malo es esto. Son varios los maketos que lo hablan. Esto es peor" "Si nuestros invasores aprendieran el euzkera, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicarnos a hablar el ruso, el noruego" Etc.

Pese a su entusiasmo por el vascuence, la lengua materna de Arana era el castellano. De ella renegó, aunque, para hacerse entender, hubo de escribirlo, y con no mal estilo. Dada la dificultad del vascuence, no debió de llegar a dominarlo, como indica su creación de la palabra Euzkadi, juzgada por sus seguidores como un hallazgo genial. El político nacionalista Eguileor opina que "el anhelo" de la "raza más vieja de la tierra (...) se condensa maravillosamente en una sola palabra, la que no acertó a sacar durante cuarenta siglos nuestra raza del fondo de su alma, palabra mágica creada también por el genio inmortal de nuestro Maestro: ¡Euzkadi!". Pero el filólogo vasco Jon Juaristi, observa que el término es un disparate, que "consta de una absurda raíz euzko, extraída de euskera, euskal, etc., a la que Arana hace significar "vasco", y del sufijo colectivizador-ti /-di, usado sólo para vegetales. Euzkadi se traduciría literalmente por algo parecido a "bosque de euzkos", cualquier cosa que ello sea". Ya en su tiempo Unamuno criticaba la "grotesca y miserable ocurrencia" de un "menor de edad mental", que equivaldría a cambiar la palabra España por "la españoleda, al modo de pereda, robleda..." (5).

Y lejos del imperio ibérico de Prat, enseñaba Arana: "Si a esa nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo". Deseo lógico porque "aborrecemos a España no solamente por liberal, sino por cualquier lado que la miremos".

Otra diferencia importante es que el nacionalismo vasco será siempre muy derechista, salvo pequeñas variedades, hasta que en los años 60 del siglo XX se asiente una rama de izquierdas, en torno a ETA. En cambio el nacionalismo catalán, también de derechas al comienzo, tendría antes un sector más izquierdista, violento y radical. Con el tiempo, el nacionalismo de Cambó encontraría "en el patriotismo español la ampliación natural y complemento necesario del patriotismo catalán", como decía Valls Taberner en 1934 (6). Por el contrario, la izquierda acentuaba el talante separatista o al menos exclusivista.

También difería el estilo de las propagandas: bronco el de Arana, más disimulado el de Prat, como él mismo advierte: "Evitábamos todavía usar abiertamente la nomenclatura propia, pero íbamos destruyendo las preocupaciones, los prejuicios y, con calculado oportunismo, insinuábamos en sueltos y artículos las nuevas doctrinas". En Prat y sus seguidores predominó un victimismo algo quejumbroso y sentimental, que conmemoraba derrotas históricas reales o supuestas, junto con un sentimiento de superioridad ultrajada. Este último sentimiento destacaba más en los sabinianos, con menos victimismo y mayor agresividad: Arana inició su predicación recordando supuestas victorias bélicas contra "el invasor español", y llamando con más o menos claridad a renovar aquellas glorias.

Me he extendido en las citas porque las ideas básicas de estos nacionalismos son muy ampliamente ignoradas, y de ello derivan serios equívocos. Comentaba a veces Caro Baroja que él había tenido a Arana por el doctrinario más tonto de España, hasta que leyó el "Catecismo catalanista" de Prat de la Riba. Esto, naturalmente, es una impresión subjetiva del ilustre investigador, pero lo cito porque revela cómo incluso una persona tan competente en la etnología española, tardó en conocer los textos fundacionales del nacionalismo catalán. Cierto, de todos modos, que las elaboraciones de ambos nacionalismos nunca alcanzaron un nivel intelectual destacable.

Pese a los éxitos nacionalistas, el sentimiento español era y es muy persistente, por basarse en una historia compartida de muchos siglos, en una larga mezcla demográfica y cultural, en el tronco católico de su cultura, en una profunda interrelación económica, y en la conciencia de que la lengua común española, pese a su origen castellano, no es patrimonio de ninguna región, pues todas han contribuido a darle forma. Además, la lengua común permitía y permite a las regiones comunicarse entre sí y ampliar a varios continentes las relaciones y empresas de todo tipo. No extrañará que el propio Arana admita: "Hemos convencido a muchas inteligencias; hemos persuadido a pocos corazones. Lo cual demuestra, en último término, que ya no hay corazones en Euskeria. ¡Pobre Patria!". En cuanto a los nacionalistas catalanes, en momentos cruciales se demostrará lo mucho que tenían de pose sus maldiciones, imprecaciones y amenazas, que decía Prat, contra Castilla y España.

La consecuencia inmediata de estos nacionalismos es doble. Por una parte tienden a separar y crear hostilidad entre los vascos o los catalanes, y el resto de los españoles, y por otra dividen a vascos y catalanes en "buenos" y "malos", según acepten o no sus doctrinas. Los nacionalistas se proclaman automáticamente representantes del pueblo, piense lo que quiera la mayoría de él. Con tal enfoque, las elecciones, por ejemplo, son un método aprovechable, pero nunca serán admitidas las votaciones adversas. Ocurre algo parecido con los comunistas, autoproclamados representantes del proletariado, voten lo que voten los obreros, y que utilizan las elecciones de modo similar. Esto, desde luego, tiene poca relación con la democracia tal como normalmente se concibe.

Estos nacionalismos no sólo alientan un sentimiento contra España, sino también contra el liberalismo: "antiespañol y antiliberal es lo que todo bizkaíno debe ser", adoctrinaba Arana, y el nacionalismo catalán fraguó en buena medida en círculos eclesiales que veían en el liberalismo una amenaza. Hubo también una raíz más o menos carlista. Más o menos, porque el carlismo era muy españolista, y defendía los viejos fueros como propios de la unidad española, en contraste con el centralismo traído de Francia. Pero tanto en las Vascongadas como en Cataluña tuvo el carlismo fuerte influencia, y ante el triunfo liberal en España, algunos derivaron hacia el nacionalismo como una forma de salvar lo salvable del antiguo régimen. Arana evolucionó directamente desde el carlismo, y en los catalanistas se mezclaba a veces el regionalismo con la defensa de la moral católica en peligro, real o no. Claro que nunca se produjo tal evolución nacionalista en Navarra, Álava y otras regiones y provincias donde el carlismo tenía largas raíces.

También influyó en el antiliberalismo la llegada de trabajadores de otras regiones, a menudo desarraigados e ignorantes, a quienes alejaban de la religión el debilitamiento o pérdida de lazos familiares, la explotación y las condiciones de vida, con frecuencia miserables. En ellos prendieron las doctrinas socialistas y anarquistas que les prometían un mundo feliz y les señalaban un enemigo. Bastantes conservadores veían en esa inmigración una fuente de inmoralidad, subversión y violencia, y, si bien se beneficiaban de ella, le oponían un pasado ideal de catolicidad y moralidad estrictas, aún persistentes en sus regiones, pero supuestamente perdidas en el resto de España. Buena parte del clero desempeñó un papel importante en el auge nacionalista en las dos comunidades.

En Vasconia, el PNV mantuvo siempre un intenso antiliberalismo, que, en una rama de él, la ETA, concluyó en un revolucionarismo de tipo marxista. En Cataluña la evolución siguió otro rumbo: el nacionalismo liderado por Cambó derivó lentamente a lo que en el fondo era un regionalismo españolista, y sus contradictorias aspiraciones, imperialistas y emancipadoras de los "pueblos esclavos", derivaron hacia un liberalismo templado. También hubo en Arana una evolución españolista hacia el final de su vida, pero fue ocultada por sus seguidores. El nacionalismo catalán de izquierda, de irregular trayectoria, cuajará en 1931, al fusionarse tres partidos menores en la Esquerra Republicana de Catalunya. Durante la República, la Esquerra desbancó al catalanismo de derecha, con respecto al cual acentuó su nacionalismo y a veces un separatismo abierto. La Esquerra tuvo carácter jacobino, es decir, un liberalismo inspirado en la Revolución francesa, exaltadamente anticlerical y muy diferente del liberalismo conservador, de raíces más bien anglosajonas, por simplificar de algún modo.

Repasaremos ahora la historia de estos nacionalismos, repaso somero inevitablemente, pero espero que ilustrativo. Como esa historia ha transcurrido prácticamente a lo largo del siglo XX, cabe distinguir en ella las cinco etapas generales atravesadas por el país: en primer lugar, el régimen liberal de la Restauración, hasta 1923, luego la dictadura de Primo, hasta 1930, poco después la República y la guerra, hasta 1939; a continuación la dictadura de Franco, hasta 1975, y finalmente la democracia actual.

La Restauración permitió el nacimiento, la expresión y la organización de los nacionalismos. Entonces cobró protagonismo sobre todo la Lliga catalana, liderada por Cambó, con el programa de Prat de la Riba: dominar en Cataluña para convertir España en una confederación ibérica e impulsarla a un nuevo imperialismo. Pero el programa se mostró irrealizable. Lejos de dominar Cataluña, los nacionalistas se dividieron, y gran parte de la población apoyó a los anarquistas o a los republicanos. Se produjo una deriva hacia un imperialismo menor, el de los llamados països catalans. La participación en la política general española apareció pronto como una opción necesaria para la derechista Lliga, la cual influyó con fuerza en la vida del país y participó en el gobierno. Alfonso XIII llegó a ver en Cambó un posible salvador de la monarquía liberal.

Sin embargo, en conjunto el catalanismo jugó más bien como elemento de fractura dentro de la Restauración, a la que llevó a situaciones críticas, a veces en compañía de grupos revolucionarios o antidemocráticos. A partir de la crisis revolucionaria de 1917, el régimen sufrió un progresivo e imparable deterioro, acelerado por la derrota de Annual en Marruecos y el auge del terrorismo. Pero los enemigos de la Restauración, incluyendo al nacionalismo catalán, no ofrecían una verdadera alternativa a aquel régimen. Al final, como reconocerá el mismo Cambó, "se había destruido un artificio y no se había creado ni una realidad ni otro artificio que viniera a sustituirlo" (7).

En cuanto al nacionalismo vasco, desarrolló por entonces su propaganda y sus organizaciones, desentendiéndose de la política del resto de España e influyendo muy poco en los acontecimientos. Su historia, en contraste con la del nacionalismo catalán, es más bien doméstica. En él aparecieron dos tendencias, una más autonomista, llamada "euzkalerriaca", que relegaba la secesión a un tiempo lejano, y otra más radical, llamada "sabiniana", pese a la última evolución españolista de Arana.

En 1923 la situación del régimen se hizo insostenible. Según Cambó, "toda la sociedad española vivía en plena indisciplina ", y los gobiernos y partidos habían perdido el respeto de la población, porque no eran respetables. Fue la crisis definitiva, y dio entrada a una nueva época, la dictadura de Primo de Rivera. Esta dictadura, dice el líder catalanista, fue causada "por la incapacidad de los poderes constitucionales para cumplir su misión". Más concretamente: "La dictadura española nació en Barcelona, la creó el ambiente de Barcelona, donde la demagogia sindicalista tenía una intensidad y una cronicidad intolerables. Y ante la demagogia sindicalista fallaron todos los recursos normales del poder, todas las defensas normales de la sociedad" (8). Quedó de manifiesto, pues, cómo los partidos antiliberales, incluyendo a los nacionalistas, habían tenido fuerza suficiente para hacer la vida imposible al régimen que les permitía desarrollarse, pero no para alzar una alternativa frente a él.

Siempre ha habido gran sospecha de que la propia Lliga catalanista impulsó o alentó el golpe de Primo. Pero después Cambó se negó a colaborar con la dictadura, aunque tampoco se le opuso, y el dictador reprimió los nacionalismos. Fue una represión muy suave, como la realizada contra otros partidos, salvo el comunista. El PSOE colaboró con Primo. Éste admitió una amplia libertad de expresión, y no puso obstáculos a la publicación en catalán. Bajo la dictadura, se pasó de siete a diez diarios en catalán y aumentó considerablemente la publicación de libros en ese idioma. La célebre institución del "día de Sant Jordi", con el libro y la rosa, data también de la dictadura. En Madrid se produjo un movimiento de apoyo a la literatura y el idioma catalán. En el País Vasco fue proscrito el PNV, pero no la Comunión Nacionalista, escindida de aquél (9).

La resistencia u oposición nacionalista a la dictadura de Primo fue prácticamente nula, aunque hubo en Cataluña lo que algunos, exagerando mucho, han llamado "nacionalismo insurreccional", materializado en algún proyecto de atentado contra el rey, fácilmente desarticulado, y, sobre todo, en el suceso de Prats de Molló, preparado por Macià. Éste era un personaje apasionado y teatral, antiguo coronel muy españolista, convertido al secesionismo. Formó el partido Estat Catalá, y buscó apoyo en Moscú. Pero protestaron varios ricos catalanes emigrados en América, que le pasaban fondos, y el fogoso ex coronel hubo de distanciarse de los comunistas. Reclutó entonces un grupo de nacionalistas, anarquistas e italianos, a quienes concentró en noviembre de 1926 en Prats de Molló, cerca de la frontera, con el supuesto fin de invadir Cataluña y arrastrar a la población a la lucha. Arrestados sin el menor problema por los guardias franceses, el juicio subsiguiente en París sirvió para promover un escándalo contra la España "negra" e "inquisitorial". En conjunto puede decirse que el nacionalismo en Cataluña, o en el País Vasco, apenas molestó a la dictadura y ésta tampoco lo reprimió gran cosa.

Al marcharse el dictador, en 1930, se produjo en toda España una carrera entre los grupos políticos por reorganizarse y conquistar posiciones. El movimiento principal fue la unidad en torno a la alternativa republicana, encabezada por los conservadores y ex monárquicos Alcalá-Zamora y Miguel Maura. La unidad tomó forma en el Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930, suceso muy significativo, porque marca el comportamiento básico de ambos nacionalismos. El PNV permaneció al margen del Pacto, quizás por influjo del poco republicano obispo de Vitoria, Mateo Múgica. También se abstuvo Cambó, tras pronosticar a Ortega y Gasset que la república solo traería convulsiones.

Quienes sí asistieron fueron tres grupos catalanistas de izquierda, entre ellos Estat Català, de Macià, y dieron lugar a un primer encontronazo. Un enviado nacionalista, Carrasco i Formiguera, planteó una inmediata autodeterminación de Cataluña en cuanto la república se instaurase. Maura trató de demostrar a los nacionalistas "algo que estoy seguro que tenían bien sabido: que por tal camino se iba derecho a la guerra civil" (10). El acuerdo final, un "pacto entre caballeros", preveía un estatuto autonómico a través de las Cortes y tras un referendum en la región. En realidad, los catalanistas apenas creían que del pacto saliera la república.

Sin embargo la república llegó, un tanto por sorpresa, en abril de 1931. Y de inmediato los nacionalistas vulneraron los acuerdos. Macià se había convertido en una especie de héroe popular. por efecto de una hábil propaganda, de redoblada eficacia en momentos de vuelco político. Su aventura en Prats de Molló no había tenido la menor repercusión en Cataluña, pero de pronto, dice Cambó, "Macià, a quien nadie tomaba en serio cuando hacía ridículas maniobras en Francia se convirtió en un símbolo. La ida a Prats de Molló, que consistió en embarcar un día unas docenas de jóvenes uniformados en París, debidamente vigilados por la policía, para hacerse detener en Perpiñán, se presentaba como una gesta heroica a las cabezas calenturientas y las masas revoltosas" (11). Y fue Macià, cuyo partido se había unido a otros dos para formar la Esquerra, quien tomó el poder en Barcelona al caer la monarquía. Entonces, aprovechando el vacío de poder y la emocionalidad del momento, rompió el Pacto de San Sebastián y proclamó la República Catalana dentro de una imaginaria Federación Ibérica, se arrogó poderes de jefe de estado y nombró autoridades afectas. Tras nerviosas idas y venidas desde Madrid, el héroe de Prats de Molló renunció a la República Catalana, pero no a las medidas para imponer allí su poder efectivo. Prieto y otros sintieron el hecho como una grave deslealtad.

Un apoyo fundamental del nuevo poder en Cataluña fue la CNT, a la cual, a cambio, le fue permitido aplicar una sangrienta persecución contra obreros de otras ideologías. Sin embargo la luna de miel entre la CNT y la Esquerra se trocaría en odio y persecuciones al mostrarse los anarquistas inmanejables.

Las primeras elecciones republicanas dieron una gran victoria a la Esquerra. La Lliga de Cambó sufrió una dura derrota, y aunque dos años después, en 1933, logrará superar a la Esquerra en las elecciones generales, ya no tuvo oportunidad de representar un papel decisivo en Cataluña.

El nacionalismo vasco siguió entonces una vía contraria al catalán, virulentamente jacobino y anticristiano. El PNV reforzó su clericalismo ante los ataques a la religión comenzados apenas instaurada la república. Ello le atrajo el voto de muchos vascos de convicciones católicas, pero no especialmente nacionalistas, que vieron en aquel partido una defensa de sus convicciones más eficaz que en la dispersa derecha tradicional.

En el País Vasco la población se dividió en tres sectores, aproximadamente iguales: los nacionalistas, la derecha tradicional y los socialistas, con grupos menores republicanos, carlistas, ácratas, etc. El equilibrio entre los tres sectores principales permaneció estable en los años siguientes. En Cataluña hubo también una triple división, entre el nacionalismo moderado y proespañol de la Lliga, el nacionalismo mucho más extremo de la Esquerra, y una masa de población ácrata. Los viejos partidos republicanos perdieron la mayor parte de su influjo, y los socialistas apenas lograron afianzarse. Entre los partidos menores, uno de ellos daría lugar al semitrotskista POUM.

La República provocó, en suma, un auge repentino de los nacionalismos catalán y vasco, por razones que no analizaremos aquí, pero muy relacionados, evidentemente, con la emocionalidad del momento y el descalabro moral y político de las derechas tradicionales. A ese auge le correspondió en el resto de España el de los republicanos de izquierda y el del PSOE. Este último resultó el verdadero árbitro del régimen, el partido más fuerte y estructurado, gracias, paradójicamente, a su colaboración con Primo de Rivera. Fue también un período de expansión del anarquismo.

La situación inicial de la república cambió en solo dos años y medio. En las elecciones de noviembre de 1933 las nuevas derechas, agrupadas en torno a la CEDA, y los republicanos moderados de Lerroux, ganaron ampliamente las elecciones. También la Lliga se rehízo y superó en diputados a la Esquerra. Sin embargo, la victoria derechista no fue aceptada por la izquierda. Azaña y otros propiciaron un golpe de estado para impedir la reunión de las nuevas Cortes. La Esquerra, en retroceso frente a la Lliga, se colocó "en pie de guerra", como decía un editorial de su diario La Humanitat (12).

En los meses siguientes el PSOE y la Esquerra organizaron un golpe de fuerza contra el poder legítimo. El golpe se produjo a principios de octubre de 1934, al entrar en el gobierno tres ministros de la CEDA. La CEDA, como partido más votado, tenía derecho no ya a participar, sino a presidir el gobierno, pero hasta entonces había renunciado, a fin de calmar las tensiones políticas. Solo decidió entrar cuando la situación se volvió crítica y preinsurreccional, y aun entonces lo hizo en tres ministerios secundarios y con políticos que pudieran tranquilizar a las izquierdas. Sin embargo éstas pretextaron que la entrada de la CEDA constituía un "golpe fascista", cosa falsa como ellos sabían perfectamente, y se lanzaron a una sangrienta rebelión, que, antes de fracasar, causó más de 1.300 muertos, sobre todo en Asturias, y también un número considerable en Barcelona, Madrid y otros lugares. Para desencanto de la Esquerra, la casi totalidad de los catalanes ignoró sus apasionados llamamientos a las armas y apoyó de hecho la legalidad constitucional.

Esa rebelión marcó la ruina de la república. Fue la ruptura del orden democrático y de la convivencia social, es decir, fue el comienzo de la guerra civil, como bien vio G. Brenan. Tras la derrota, tanto la Esquerra como el PSOE pretendieron que se había tratado de una rebelión popular espontánea, en la que ellos habían desempeñado un papel secundario. Esa versión invertía la realidad, pues había sido la población la que espontáneamente había desoído el llamamiento bélico de los partidos. Hoy conocemos bastante bien los minuciosos preparativos insurreccionales de unos y otros. La Esquerra, en particular, utilizó fraudulentamente las instituciones autonómicas para organizar una larga serie de acciones subversivas, y provocar entre la población un estado de ánimo propicio a la revuelta. También el PNV colaboró en las maniobras de desestabilización previas a octubre, formándose una extraña alianza entre un partido en extremo clerical y otros dos extremadamente antirreligiosos. Esa alianza se reproduciría en 1936, al recomenzar la guerra. En conclusión, hay pocas dudas de que la Esquerra contribuyó decisivamente a la destrucción del orden democrático y republicano, y que el PNV participó en esa destrucción de modo significativo.

Pese a su derrota, ni la Esquerra ni el PSOE cambiaron en lo fundamental los planteamientos que les habían llevado a la rebelión de octubre del 34. Al ganar el Frente Popular las elecciones de febrero de 1936, los partidos de izquierda trataron de suprimir políticamente a la derecha, aunque cada uno con objetivos diferentes. Los republicanos de Azaña y los socialistas de Prieto querían reducir a la CEDA a la impotencia, a un papel testimonial y seudolegitimador del sistema, mientras los comunistas presionaban al gobierno para que aplastasen definitivamente a la derecha, lo que abriría las compuertas de la revolución. Por su parte, los socialistas de Largo Caballero veían en el Frente Popular una palanca para imponer cuanto antes la llamada dictadura proletaria. Estas actitudes se tradujeron en oleadas de asesinatos, asaltos a locales políticos y periódicos conservadores, quema de iglesias, etc. Los líderes derechistas Gil-Robles y Calvo Sotelo fueron amenazados de muerte en pleno Parlamento cuando exigieron que el gobierno controlase el orden público. Todo ello rompía la legalidad y la convivencia. Un sector del ejército fue preparando una rebelión. El 13 de julio, un equipo de policías y milicianos socialistas asesinó a Calvo Sotelo, escapando Gil-Robles por los pelos. Unos días después la derecha se sublevó, reanudándose la guerra. España quedó dividida en dos zonas, en las dos se vino abajo la república y en las dos hubo que poner en pie sendos estados y ejércitos nuevos. El Frente Popular se proclamó republicano, por motivos de oportunismo político, pero nada tenía en común con la república del 14 de abril (13).

Como el golpe iniciado el 17 de julio dejó a los sublevados en pésima situación, las fuerzas izquierdistas y nacionalistas, dando por segura la victoria, comenzaron una pugna entre ellas por asegurarse cada una posiciones de poder frente a sus socios. Azaña narra en sus diarios cómo laEsquerra, nuevamente aliada con los anarquistas, usurpó todos los órganos del poder, rompiendo el estatuto e implantando una semiindependencia de hecho, y el 29 de julio del 37 resume en su diario: "Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalidad y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado al dominio público". Algunos nacionalistas han presentado estos actos como un modo de salvar la legalidad republicana, pretensión tan improbable como sus explicaciones, ya aludidas, sobre la rebelión de octubre de 1934.

Al PNV se le presentó un dilema: apoyar a los rebeldes, católicos como él, o al Frente Popular, que había desatado la más sangrienta persecución contra el cristianismo desde el Imperio romano. Un sector del partido optó por los rebeldes, pero la mayoría, creyendo en la victoria del Frente Popular, aceptó el estatuto de autonomía ofrecido por éste. A continuación pasó por encima del estatuto con el mismo entusiasmo que la Esquerra. Lo reconocía el PNV, algo brutalmente, ante las protestas del gobierno, establecido en Valencia: "Es ciertamente ocioso hablar de una legalidad, porque ésta ha sido superada, no solo en el terreno autonómico, sino en tantos aspectos distintos". Prieto, angustiado y furioso, escribía a Aguirre, presidente del gobierno de Vizcaya: "No llame usted con eufemismo abogadesco superación constitucional a lo que son vulneraciones constitucionales.", y criticaba " esos pujos a que se sienten ustedes tan inclinados de adquirir internacionalmente una personalidad como Estado".

Claro que las izquierdas también obtenían beneficios, como les recordaba el PNV: el trato permitía mantener el culto en las iglesias vizcaínas, y "la República se ha valido en sus propagandas exteriores" de este hecho "para demostrar en frente de la propaganda tendenciosa extendida en el extranjero" que la persecución religiosa tenía poca importancia. Llamar propaganda tendenciosa a la denuncia del asesinato masivo de clérigos y creyentes era sorprendente en un partido católico. Otro dato significativo: al ocupar Guipúzcoa, los navarros fusilaron a 14 sacerdotes por su actividad separatista. El PNV desató al respecto una gran campaña internacional de protestas y denuncias, apoyada por las izquierdas. Sin embargo también hubo en Vizcaya una cierta persecución religiosa, y cayeron allí 45 sacerdotes, aparte de otros cientos de curas vascos masacrados en el resto del país. Sobre todos ellos el PNV mantuvo notable discreción, en prueba de lealtad a sus aliados (14).

Pero la actitud del PNV fue cambiando conforme percibió que el vencedor no iba a ser el Frente Popular. Cuando Franco tomó Bilbao, los nacionalistas garantizaron la entrega al enemigo, intacta, de la industria pesada, esencial para el esfuerzo de guerra. Los "gudaris" impidieron a las izquierdas destruirla. Poco después, los dirigentes del partido trataron con Franco a través de los italianos, pidiendo una rendición por separado. Con ello dejaban en posición insostenible a los izquierdistas que habían defendido Vizcaya codo a codo con los nacionalistas. Y fueron más allá: indicaron a los italianos vías de ataque contra los asturianos y santanderinos, sus camaradas de armas de la víspera, ignorantes, claro está, de tales tratos (15).

En el Frente Popular terminaron imponiéndose las tesis disciplinarias y centralizadoras del Partido Comunista, el cual derribó del gobierno a Largo Caballero. Le sucedió Negrín, totalmente compenetrado con las posiciones de Stalin y del PCE. Casi simultáneamente con la caída de Vizcaya, el poder central se afianzó en Cataluña, tras las jornadas de mayo de 1937, que constituyeron una pequeña guerra civil entre los mismos izquierdistas. En ella perdieron los anarquistas y el POUM, cuyos militantes fueron perseguidos, a menudo torturados y asesinados por los comunistas. A las vulneraciones del estatuto catalán cometidas por la Esquerra sucedieron entonces vulneraciones en sentido contrario por parte del gobierno de Negrín. La Esquerra pasó a refugiarse en una resistencia pasiva y resentida.

Durante la batalla del Ebro, en otoño de 1938, los nacionalistas catalanes y vascos, dando la guerra por perdida, recurrieron a Londres, a espaldas del gobierno presentándose como jefes de estado. Proponían crear un estado vasco y otro catalán o catalanoaragonés, bajo protección británica el primero, y francesa el otro. Se trataba de una traición en toda regla al régimen a cuyo lado se mantenían exteriormente, y no prosperó porque Londres hizo caso omiso de ellos (16).

Desde el principio Negrín se había quejado a Azaña: "Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca (...) españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderemos nosotros, o nuestros hijos (...) Pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco" (17). El balance de la aportación de estos nacionalismos a la defensa del Frente Popular fue, con toda probabilidad, negativo.

El final de la guerra condujo a un ocaso del PNV y la Esquerra. Como los demás partidos de la república, quedaron desprestigiados, debido, entre otras razones, a los odios mutuos, capaces de encender dos guerras civiles entre ellos, dentro de la guerra civil general. En Cataluña y Vasconia no existió resistencia nacionalista durante la etapa más dura del franquismo. Sólo los comunistas, y en menor grado algunos anarquistas, lucharon contra el nuevo régimen. Ya en los años sesenta, cuando el régimen se había liberalizado notablemente, surgió en España el fenómeno del diálogo y colaboración entre comunistas y grupos influyentes de la Iglesia católica. Fenómeno históricamente nuevo, aunque el PNV se adelantó a él durante la guerra. Esa colaboración remozó algo al PNV e hizo surgir nuevos nacionalismos de orientación cristiana, muy comprensivos, y a veces muy próximos, a los totalitarismos de izquierdas. Sectores eclesiásticos jugaron un papel muy importante de apoyo a partidos comunistas y a la ETA. En Cataluña, los nuevos nacionalistas aprovecharon la creciente tolerancia del régimen para practicar lo que, exagerando, llamarían luego "resistencia cultural". Resistencia molesta para el franquismo, aunque no demasiado, y en general consentida, salvo por golpes represivos menores. La preocupación básica del régimen eran los comunistas, mucho más efectivos y organizados, y el nacionalismo catalán se articuló en buena medida, ya en los años 70, en torno a la Asamblea de Cataluña, dirigida por el PSUC, la sección más stalinista del PCE, la más reacia a abandonar el leninismo.

El fenómeno de la colaboración de católicos y totalitarios marxistas, crucial en el desarrollo político posterior de España, siguió un camino especial en el País Vasco. La resistencia del PNV al franquismo tuvo tan poca relevancia como la de los nacionalistas catalanes, pero allí la colaboración no siguió el modelo de Cataluña, sino que se plasmó en la formación de ETA, también en la época aperturista de la dictadura. La ETA tenía una doble raíz, peneuvista (cristiana) y marxista, y optó enseguida por el terrorismo, como medio para provocar un incremento de la represión que movilizara a las masas, según la conocida espiral "acción-represión-más acción". La ETA gozó durante muchos años, incluso bien entrada la democracia, del apoyo, o al menos la simpatía, de casi toda la izquierda, de amplios grupos del clero, no solo en Vasconia –donde continúa–, y de la muy importante protección de hecho dispensada por el estado francés. El PNV, aunque renuente en unos momentos y temeroso en otros, vio en el terrorismo un instrumento útil para sus fines, y su política general al respecto puede definirse como de connivencia cautelosa. Este conjunto de circunstancias favorables ha hecho de la ETA un factor de considerable peso en la historia española reciente.

Por lo tanto, bajo el régimen de Franco los nacionalismos tradicionales fueron básicamente inoperantes, sus raíces con el pasado se debilitaron en Vasconia y casi desaparecieron en Cataluña. Los nuevos nacionalismos surgieron en buena medida de la colaboración cristiano-marxista, o tomaron de ella rasgos novedosos, incluyendo el terrorismo o el respaldo a éste. Novedad en parte, pues ya antes de la guerra el nacionalismo catalán apoyó en varios momentos al terrorismo ácrata, recibiendo a cambio el apoyo de la CNT en momentos decisivos como las elecciones de 1931 y 1936.

Muerto Franco en 1975, los partidos se reorganizaron a toda prisa y, al calor del cambio, varios lograron fuerza de masas. Quedaron hundidos muchos grupos definitorios de la república, como los republicanos, la Esquerra o los anarquistas, y los comunistas y socialistas hubieron de abandonar sus postulados marxistas o leninistas. La transición democrática salió del propio franquismo, mediante la reforma, opuesta a la ruptura pretendida por la oposición. El nuevo poder ofreció a los nacionalistas estatutos muy superiores a los de la república, esperando diluir así sus rasgos separatistas. Esa esperanza no se ha cumplido, y el problema se ha agravado progresivamente.

Así, en el País Vasco existe hoy una situación próxima a la deseada por Sabino Arana, de creciente fractura social y enemistad entre los "buenos vascos", dóciles a una intensa propaganda no replicada durante veinte años, y los demás vascos y españoles. Gran parte de la población se siente amenazada, habiéndose cometido cientos de asesinatos y viéndose forzados a emigrar miles de malos vascos. El terrorismo, en simbiosis con la política del PNV (expresada en la célebre "recogida de nueces", de Arzallus), ha creado una situación que limita o anula en la práctica las libertades y el estado de derecho.

En cuanto a Cataluña, el objetivo de hacer de España un simple nombre geográfico ha avanzado. La propaganda nacionalista, no menos omnipresente que la del PNV en Vasconia, y flanqueada a veces por la violencia, ha difundido sentimientos de fractura que pueden conducir a serias crisis en los próximos años. Los nuevos nacionalistas, de origen más o menos democristiano, parecen más próximos a la tradición de la Esquerra que a la de la Lliga. Han procurado imbuir a las nuevas generaciones una psicología victimista y exclusivista, minimizando o desacreditando el carácter y la tradición española de Cataluña, y aplicando una política similar a la del franquismo, aunque al revés: proscribir el español común de los ámbitos oficiales o reducirlo al máximo posible en la enseñanza, con el pretexto de que "el catalán es el idioma propio de Cataluña", pese a que el castellano es hablado normalmente por la mitad de la población. Etc. En ambas comunidades se ha construido un fuerte entramado de intereses económicos y políticos que neutralizan o amenguan la pluralidad y la libertad de los ciudadanos.

Aunque una síntesis como ésta no permite entrar en detalles y matices, puede afirmarse, como resumen, que los nacionalismos vasco y catalán han crecido aprovechando las etapas de democracia o de libertades. Este hecho no significa que hayan contribuido a la libertad política en el conjunto de España o en sus respectivas comunidades, pues sus concepciones y teorías básicas lo hacían muy difícil o imposible. Al contrario, fomentaron en todo momento la fractura y el resentimiento social, y socavaron el régimen de la Restauración primero, y luego la República, mientras que bajo la actual democracia han establecido sistemas clientelares y aplicado políticas cuyo peligro para las libertades crece de año en año.

Por otra parte, aunque han utilizado siempre en su provecho el sistema de libertades, tampoco han ayudado a traerlo mediante una oposición seria a las dictaduras. En realidad, al socavar la Restauración y la legalidad republicana, contribuyeron poderosamente a traer las dictaduras de Primo y de Franco, y, una vez instaladas éstas, nunca les ofrecieron una resistencia digna de ese nombre. La excepción de la ETA, durante la época más suave del franquismo, no es tal, puesto que el objetivo de esta organización, de ideas abiertamente totalitarias, en ningún momento fue asentar la democracia, sino, por el contrario, sabotearla, como por lo demás ha comprobado la historia.

Desde un punto de vista histórico general cabe interpretar estos nacionalismos como intentos de invertir la tendencia unitaria española prevaleciente desde hace 500 años – una vez superada la fragmentación impuesta por la invasión islámica–, y de establecer sistemas no democráticos. En cierto sentido los nacionalismos son un intento de vuelta a la Edad Media, que redundaría en una especie de balcanización de España.

NOTAS

(1), F. Cambó, Memorias, Madrid, 1987, p. 41
(2) J. Juaristi, El bucle melancólico, Madrid, 1998, p. 52
(3) Cambó, Memorias, p. 38
(4) Ib., p. 41
(5) J. Juaristi, El bucle, p. 154. M. de Unamuno, en rev. Nuevo mundo, 1-III-1918 y Ahora, 9-10-1933, ambas de Madrid
(6) Citado en Arrarás, Historia de la Segunda República, II, p. 435
(7) Cambó, Memorias, p. 266
(8) Ib., Les dictadures, Barcelona, 1929, p 137
(9) A. Balcells, El nacionalismo catalán, Madrid, 1999, p. 87-8
(10) M. Maura, Así cayó Alfonso XIII, Barcelona, 1995, p. 72
(11) Cambó, Memorias, p. 420
(12) La Humanitat, 22-XI.1933
(13) Para la época del Frente Popular, P. Moa, El derrumbe de la Segunda República y la guerra civil, Madrid, 2001, tercera parte, "El primer Frente Popular desmantela la república".
(14) Sobre la actitud del PNV, ver P. Moa El derrumbe..., cuarta parte, capít. V, VI y VII
(15) G. Morán, Los españoles que dejaron de serlo, Barcelona, 1981, p. 185 y ss.
(16) A. Bahamonde y J. Cervera, Así terminó la guerra de España, Madrid, 1999, p. 287 y ss.
(17) M. Azaña, Memorias de guerra, Barcelona, Grijalbo, 1987, p. 176

Las citas de Prat de la Riba están extraídas de su opúsculo La nacionalidad catalana. No cito las páginas, porque dada la pequeña extensión de la obra, son fáciles de encontrar. Para las citas de Sabino Arana me he valido del resumen Páginas de Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, fácilmente encontrables en sus 128 páginas, seleccionadas por Adolfo Careaga, que a su vez reproduce en gran parte otra selección titulada De su alma y de su pluma, hecha por el ferviente nacionalista Manuel de Eguileor. El libro Páginas... está en la editorial Criterio-Libros, Madrid, 1998. La cita sobre la no catolicidad de España procede de las Obras Completas del prócer, tomo tercero, p. 2.009.

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comentarios
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Excelente
Rubén Osuna

Simplemente, de lo mejor que he leído sobre el tema.
La Ilustración Liberal es una iniciativa única.
Hacía falta.
?