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La Ilustración Liberal

La paradójica identidad de los hispanos

La primera batalla es cómo los designan: ¿latinos o hispanos? "Hispanos" ha prevalecido. No es una definición racial sino cultural que engloba a todos los nacidos dentro del ancho territorio que alguna vez estuvo bajo soberanía española, exceptuados los filipinos. Un cachiquel guatemalteco y un argentino descendiente de italianos, una vez instalados en Estados Unidos, se transforman en "hispanos": se unen dentro de una clasificación diferente. Lo que no quiere decir que a los hispanos los vincula el idioma. Hay hispanos que sólo hablan español, muchos pertenecientes a la segunda o tercera generación sólo se expresan o comprenden el inglés, otros son bilingües -español e inglés-, y un creciente número participa espontánea e inconscientemente en la elaboración de una nueva lengua, el Spanglish: fenómeno parecido al ocurrido con los judíos centroeuropeos y su Yidish, vástago del alemán y el polaco que hasta exhibe un Premio Nobel de Literatura, Isaac Bashevis Singer.

Ese grupo humano, el hispano, es hoy la primera minoría del país: treinta y cinco millones de personas. Ya son un poco más que los negros y tienen un mejor desempeño económico. El ingreso familiar anual de los hispanos, en números redondos, es de $33 000. El de los negros es $29 000. El de la población blanca no hispana es de $42 000. Los hispanos, pues, aunque diluidos dentro de Estados Unidos, constituyen la "nación" iberoamericana más rica de cuantas fueron desovadas por la corona española. En el gran mercado norteamericano eso significa un segmento importantísimo que requiere un cuidado muy especial. Hoy los noticieros más vistos y escuchados de la televisión y la radio en la ciudad de Los Ángeles son los transmitidos en español. Si un presentador y periodista con el prestigio de Jorge Ramos decidiera convertirse en senador federal por el estado de California, probablemente ningún "anglo" podría derrotarlo en las urnas. Por eso, a toda prisa, los candidatos monolingües norteamericanos aprenden a decir unas cuantas frases en castellano. Es un extraño peaje que deben abonar, pero en estas fechas para llegar a Washington hay que saber tararear "La Cucaracha".

Sin embargo, constituye una bella paradoja que la creación del "hispano" se haya dado en suelo norteamericano. Durante los siete siglos de dominación árabe los españoles lucharon por la unificación de la península ibérica. Se identificaban por la religión y por la veneración a un pasado godo-romano al que se pretendía regresar. Pero el aislamiento geográfico de ciertas regiones acabó por acentuar particularismos que, en su momento, se transformaron en rasgos distintivos muy acusados. En 1492, cuando el último reino árabe fue derrotado, no había exactamente hispanos. Existían, entre otros, catalanes, vasco-navarros, gallegos y castellanos. España era una suma de esos retazos diligentemente articulados por Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, apelativo, por cierto, muy singular, pues en la Europa de aquellos años no había ningún monarca europeo que no lo fuera.

Ese mismo año se produjo el descubrimiento de América, y muy poco después en este lado del Atlántico comenzaron a gestarse dos identidades síntesis: el criollo y el mestizo. El criollo era un hispano blanco que había metabolizado los diversos orígenes de los Conquistadores. El padre era extremeño y la madre andaluza, vasca, o catalana. O al revés. Eso carecía de significación: el criollo no heredaba las filias o las fobias regionales de sus antepasados. El mestizo, por su parte, era un hispano cobrizo, generalmente de padre castellano, gallego, o lo que fuera, traído al mundo por una aborigen, al que no le importaban demasiado los matices entre las patrias chicas de los españoles, ni mostraba un especial interés en mantener vivas las tradiciones culturales de su madre. En cierta forma, en aquellos tiempos la mayor cantidad de "español", o de "hispano" que existía, suma y compendio de la Península, era la identidad que exhibían los criollos y mestizos hispanoamericanos.

Esa historia dura trescientos años, pero, a partir de 1820, cuando criollos y mestizos estrenan las repúblicas latinoamericanas, tampoco pudo lograrse la aparición de una criatura que se sintiera parte de una fuerte identidad hispana colectiva. El bolivarianismo era excluyente con relación a España: "Españoles y canarios, contad con la muerte aunque seáis indiferentes", rezaba uno de los más feroces lemas de guerra enarbolados por Bolívar y coreados por sus soldados. En todo caso, el sueño de la unidad hispanoamericana muy pronto desapareció bajo el peso de veinte repúblicas quisquillosamente independientes que no demoraron en poner tienda aparte y, en algunos casos, hacerse la guerra entre ellas.

Unas décadas más tarde, sin que nadie lo advirtiera, comienza a aparecer el hispano en Estados Unidos. Primero son los "californios" y "texanos", absorbidos por la impetuosa nación americana, entonces afectada por un furioso espasmo imperial que le costó la mitad de su territorio a México. No se trata de "espaldas mojadas", sino de legítimos moradores de la región a quienes súbitamente les cambian las leyes, la bandera y el idioma, y, encima, les inventan la leyenda de "El Zorro". Ya desde finales del XIX empiezan a llegar al país cubanos exiliados y españoles expatriados que crean y pueblan una pequeña ciudad hispana: Ibor City, corazón fabril y tabaquero de Tampa. Tras 1898, poco a poco, y de manera incesante, se produce el éxodo puertorriqueño, hasta constituir el segundo segmento de la población hispana del país. El primero, naturalmente, es el mexicano.

Es muy interesante, en suma, el fenómeno del surgimiento del "hispano" en Estados Unidos. Lo que no se logró en España ni en América Latina va ocurriendo en Estados Unidos. Es ahí, en ese nicho étnico artificialmente construido como una variante lateral del "sueño americano", donde se van agregando los inmigrantes de América Latina y de España, pero, como siempre ocurre en esta gran nación, y como en el pasado les sucedió a los italianos, a los alemanes o a los judíos de origen eslavo, se trata de una identidad provisional, asumida por personas en tránsito hacia el muy flexible perfil cultural de la criatura anglosajona que domina el mainstream. Sólo que ahora estamos en la fase de expansión. Con el tiempo —en este caso mucho tiempo, muchas décadas— lo hispano será un matiz de lo estadounidense. Uno de los más importantes y enriquecedores. En cierta forma, ya lo es.

Número 13-14

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