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La Ilustración Liberal

La utopía liberal

La "huelga general" del pasado 20 de junio y la manifestación antimundialización de Sevilla constituyen un buen ejemplo de las transformaciones en el mundo laboral y sindical. Lo primero que salta a la vista es que tuvieron una muy relativa importancia. Si las comparamos, por ejemplo, con lo ocurrido en Italia -el año pasado en Génova y éste, con sus huelgas y manifestaciones, también con objetivos de rechazo de cualquier reforma laboral- es evidente que allí tuvieron muchísimo más éxito, hubo muchísima más gente por las calles y además en Génova, el año pasado, la "violencia revolucionaria" se desató con mayor amplitud. Y, sin embargo, no pasó nada. El Gobierno Berlusconi -al que se le pueden hacer muchas críticas, pero no esas- sigue en pie y si los italianos se preocupan, legítimamente, por la reanudación de los asesinatos de las Brigadas Rojas, nosotros, desgraciadamente, sufrimos un cáncer generalizado de una amplitud infinitamente mayor con el crimen organizado de ETA.

Pero volvamos a las recientes acciones de CCOO y UGT. En esta comedia sin arte es lógico que el Gobierno declare que la huelga general fue un fracaso y que los sindicatos proclamen que fue un éxito. No tratándose de una reivindicación laboral concreta (de la que pueda decirse sin lugar a dudas que ha sido lograda o rechazada) sino de un movimiento propagandístico, y claramente político, contra el Gobierno, y como los medios nacionales y europeos hablaron del evento: "Primera huelga general contra el Gobierno Aznar", añadiendo, a veces: "por su intención de disminuir los subsidios de paro", (lo leí en Le Figaro), como acción propagandista, por lo tanto, tuvo cierto éxito, lo cual no impedirá en absoluto, así lo espero al menos, al Gobierno concluir su reforma.

La pereza, dicho sea de paso, es un vicio delicioso (como tantos vicios), pero sería por lo menos absurdo exigir a cualquier Gobierno que los estimule. La obligación de no poder rechazar indefinidamente una oferta de empleo, algo ya puesto en práctica en varios países europeos que se convertirá en norma en la UE, tiene su lógica laboral y ha demostrado su eficacia. A fin de cuentas, los subsidios de paro también los pagan los trabajadores a través de los impuestos. El dinero del Estado es nuestro dinero. Esto, claro, nada tiene que ver con la "huelga general", salvo en su aspecto demagógico: "el decretazo" arremete contra los pobres parados. Lo cual constituye una mentira rentable desde el punto de vista político, aunque obstaculice la creación de empleos.

En el reparto de papeles de esta farsa sindical burocrática tenemos, pues, a sindicatos subvencionados por el Estado y, según parece, a 200.000 funcionarios sindicales, también pagados por el estado, lo cual es sencillamente un aquelarre. Los gobiernos y los partidos políticos los justifican declarando que los sindicatos son instrumentos imprescindibles de la vida democrática y opinan, sin decirlo, que si se les paga, serán menos revoltosos, privilegiarán la negociación y el compromiso, frente a las huelgas y manifestaciones más o menos violentas, lo cual, a fin de cuentas, ahorrará jornadas -o semanas- de paro de la producción. Pero este razonamiento simplista, incluso si funciona a ratos, no tiene en cuenta la complejidad de la vida social ni la de los individuos.

Desde luego, los sindicatos subvencionados serán menos rebeldes y sus dirigentes temerán perder sus sueldos y se sentarán más fácilmente en torno a la mesa de negociaciones con el ministro y los representantes de la patronal para que funcione la comedia (lo cual no es, evidentemente, la situación ideal). Pero, al mismo tiempo, estos sindicalistas son políticos. Fidalgo es -¿o era?- comunista, Méndez, socialista, y en el reparto de papeles de la farsa tienen que mostrarse, de vez en cuando, intransigentes, altaneros. Todo para mantener algo de prestigio ante sus escuálidas tropas y, sobre todo, ante la izquierda y el PSOE, partido casi único de la oposición.

Porque, desde que el PP ganó por mayoría absoluta las últimas elecciones, ¿cuál ha sido la actividad, cuáles han sido las críticas "constructivas" los proyectos alternativos, los entusiasmos socialistas? Nada, niente, le néant. Salvo en el País Vasco, pero de forma monstruosamente negativa, con la colaboración de IU en el Gobierno, para hacer bulto, y la claudicación cobarde del PSE/ PSOE ante el chantaje asesino de ETA. Total, que este tema de la reforma del subsidio del paro, que es de sentido común, les ha venido bien para crear alguna agitación demagógica "anti Aznar". Por otra parte, es evidente que los líderes sindicales, como los políticos de oposición, prefieren un Gobierno de izquierdas, o sea, más burocrático-estatal, porque si para nosotros el actual lo es aún demasiado, para ellos no lo es suficientemente. Amparados por la ley sus privilegios y sus subvenciones, lanzan acciones contra este Gobierno con la esperanza de que vuelva el otro, más socialburócrata, con el que sus privilegios, sus subvenciones, su poder, sus bocadillos y su sueldo, serían mucho más consecuentes. Lo malo, con esta comedia sin arte es que está muy vista, pero como no hay otra....

Lo que muy rápidamente he dicho sobre los sindicatos podría perfectamente decirse sobre los partidos, o en todo caso los "institucionales", con representación parlamentaria. Ya no tienen militantes, sólo funcionarios, y si actúan no es en defensa de un ideal, de un proyecto de sociedad diferente, o en defensa de los más pobres, de los marginados, en contra de las injusticias. Sólo actúan para volver al poder y poder chupar del bote más holgadamente. Esta falta absoluta de entusiasmo, de abnegación, de voluntarismo, que conlleva, desde luego, peligros de fanatismo, se ha convertido ahora -bueno, en realidad desde hace decenios y en toda Europa- en intereses materiales. Se "hace carrera" en los partidos, (aunque vaya unido demasiadas veces a un sectarismo hincha, parecido al futbolístico: se defiende un partido, como se defiende un club, haga lo que haga, dígalo que diga), lo cual ha tenido como consecuencia el impresionante aumento de la carestía de la vida política.

Como hay que pagarlo todo, hasta el más humilde secretario; como todo se subvenciona, hasta las más siniestras ONG; y como la televisión, instrumento imprescindible de la vida política y de la propaganda, también resulta carísima; las actuales subvenciones estatales, a partidos y sindicatos, resultan insuficientes y hay que hacer estraperlo, trampas, estafas y desfalcos para poder pagar a todos esos funcionarios de partidos y sindicatos, a todas esas ONG, y nunca hay bastante dinero. Ante este horizonte de perros uniformados que ladran, no lejos del río, ¿cómo extrañarse de un resurgimiento de los populismos, de los extremismos? Y ¿cómo extrañarse, teniendo en cuenta lo que es hoy la izquierda europea, esa socialburocracia que pretende que el estado controle hasta nuestros orgasmos, que dichos movimientos de relativa rebeldía, más bien de cabreo, sean "de derecha" o de "extrema derecha"?

Es lógico, es tristemente lógico. Las cosas han llegado a tal extremo de burocratización, no sólo de las organizaciones, sino de las mentes, que una revolución liberal resulta, hoy por hoy, una utopía. Pero una utopía cada vez más necesaria. Si no, las cosas irán cada vez peor.

Número 12

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