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La Ilustración Liberal

Luis Araquistáin (1886-1959). Cinco notas

Los papeles de Araquistáin y el Guernica de Picasso

En 1983, se publicó una antología de artículos de Luis Araquistáin con un estudio preliminar de Javier Tusell que ocupa un tercio del libro. El libro es el primer trabajo realizado a partir de los documentos del político y periodista adquiridos por el Estado español dos años antes y depositados en el Archivo Histórico Nacional. La versión de Tusell de cómo llegaron a su destino los papeles de Araquistáin es, digámoslo así, circunspecta: "El archivo particular de don Luis Araquistáin fue adquirido a su heredera, la mujer de su hijo Ramón, en la localidad suiza de Ginebra, siendo director general de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas el que suscribe. Jugó un papel importante tanto en la localización del archivo como en las negociaciones previas a su compra el diplomático español don Rafael Fernández Quintanilla. Un factor decisivo en la compra fue la conciencia de que entre la documentación conservada en el archivo había testimonios importantes de que el Guernica, de Picasso, fue en su día pagado por el estado español. Por supuesto la adquisición no se hizo sino después de comprobar el valor indudable desde el punto de vista histórico no sólo de los documentos citados sino también de la totalidad del acerbo documental allí existente." La nota se extiende luego en cómo fue inventariado y ordenado el archivo, trabajos que, al parecer, también fueron objeto de una publicación del ministerio.

Conocemos la versión del propio Fernández Quintanilla, pues, dos meses después de la llegada del cuadro a su primer destino, publicó en la editorial Planeta un libro, La odisea del Guernica, que Tusell no menciona, y donde cuenta las peripecias que se resumen a continuación.

El 18 de febrero de 1981, Fernández Quintanilla, que actuaba en representación del Estado español, llegó a un acuerdo en Ginebra con la viuda de Ramón (Finki) Araquistáin, por el cual ésta, por una cantidad ignorada, entregaba a aquel "treinta y cinco archivadores y varios cajones con legajos, documentos, correspondencia y escritos" acumulados en el último tramo de su vida por el padre de su marido, el escritor, periodista, militante del PSOE, diputado y embajador de la república española en Berlín y París, Luis Araquistáin Quevedo, fallecido en esa ciudad en 1959. Fernández Quintanilla ponía de este modo el broche final a la pesquisa que había iniciado tres años antes cuando se entrevistó con Finki por primera vez para tratar del asunto.

Fernández Quintanilla, en la carrera diplomática desde 1946, era sobrino del pintor, dibujante y veterano militante socialista Luis Quintanilla, amigo y corresponsal constante de Luis Araquistáin, al menos en sus últimos años. Tío y sobrino, separados por el exilio, se habían reencontrado cuando éste estuvo destinado en París como agregado cultural en los años 60. A Finki Araquistáin lo había conocido en Ginebra, siendo cónsul de España en los primeros 70. Lo que, según su testimonio, le llevó a entrevistarse con Finki en 1978, inducido por su tío Quintanilla, fue la posibilidad de que entre los papeles del que había sido embajador de la República española en París entre septiembre del 36 y mayo del 37 hubiera algún recibo o constancia de otro tipo de que Guernica, el cuadro pintado por Picasso para el pabellón español en la Exposición Universal de París de 1937, había sido un encargo (y no un préstamo) o una donación del pintor al Gobierno republicano.

El otoño de 1977, Fernández Quintanilla se había ofrecido a su ministro, Marcelino Oreja, para tratar de conseguir pruebas documentales que avalaran la reclamación del cuadro de Picasso ante el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde había permanecido en depósito durante treinta años. El asunto era complicado por las diversas voluntades que, además de la de los responsables del museo, había que poner de acuerdo. Era preciso tener en cuenta y cortejar a los malavenidos herederos del pintor, todavía en trámites con la Hacienda francesa, los cuales podían reclamar la propiedad del cuadro o no dar su acuerdo para que viajara a España haciendo valer su "derecho moral". Asimismo, jugaba un papel importante el ejecutor de las últimas voluntades del pintor, un joven abogado, aficionado al lujo y al secretismo, que con el tiempo llegaría a ser ministro de Asuntos Exteriores con Miterrand y más tarde condenado por corrupto, maître Roland Dumas. Todos los asesores consultados coincidían en que con algún papel que testimoniara el trato cerrado por el pintor (y director en ausencia del Museo del Prado) con los representantes españoles, la cosa sería mucho más sencilla.

Aunque cabe la posibilidad de que Luis Quintanilla le hubiera puesto sobre aviso y todo fuera una manera de encarecer la mercancía, en la primera entrevista, según cuenta Fernández Quintanilla, en mayo de 1978, Finki no le dio muchas esperanzas de que pudiera encontrarse tal cosa entre los papeles de su padre. Ante su insistencia, se comprometió a buscarlos y a hacerlo también en "unas misteriosas cajas con documentación de la guerra civil, que -según dijo- no le pertenecían y que parecían hallarse depositadas en París". En septiembre, Finki le llamó para decirle que había encontrado cosas interesantes que quería mostrarle, para lo que quedaron citados en Ginebra de nuevo.

Finki tenía las fotocopias de varios documentos: una carta de Max Aub, fechada el 28 de mayo de 1937, cuando este era agregado cultural en París, donde le daba cuenta al embajador, que había dimitido el día anterior, del acuerdo al que había llegado con Picasso para la realización de Guernica (lo menciona por su título). Otro documento era una carta de Julio Álvarez del Vayo, fechada en enero de 1953, en la que respondía a una pregunta que se supone le había hecho Luis Araquistáin (no es seguro que los concuñados hubieran reanudado para entonces las relaciones rotas durante la guerra) sobre el paradero de un recibo firmado por Picasso, el que se menciona en la de Max Aub. La carta, por lo demás, está llena de detalles concordantes. También de Vayo es una certificación donde afirma que el recibo de marras se había perdido en el bombardeo de Figueras por la aviación franquista (aunque más verosímil hubiera sido, como veremos, que el recibo, de existir, hubiera ardido o hubiera sido abandonado en Barcelona el 24 de enero de 1938). Otro de los documentos que ofrece Finki es una larga carta de su padre a Picasso fechada en marzo de 1953 con la que le hacía llegar un artículo que había publicado, plagada de digresiones y abundantes detalles circunstanciales, como hecha a la medida de lo que buscaba Fernández Quintanilla. Por último, dos estados de cuentas de cantidades pagadas por la embajada en concepto de propaganda (en la que figuran, entre otros, Luis Buñuel, con una cantidad muy importante, Pietro Nenni y Arthur Koestler), donde figuran 150.000 pesetas abonadas a Picasso como pago por los materiales utilizados.

Finki Araquistáin no quería nada por aquellos documentos que no le pertenecían, pero que, le dijo a Fernández Quintanilla, esperaba poder conseguir. Sólo pedía que, a cambio, el Gobierno español le comprara la biblioteca de su padre por cuatro millones de francos suizos (dos millones de dólares al cambio de entonces). No justificaba la cantidad en la calidad de los libros, aunque algunos de valor había reunido, sino en la necesidad de asegurar el futuro de su familia. Finki, jubilado de su trabajo en la OIT se había casado con una joven alemana y tenía dos hijas de corta edad. Para tratar el asunto viajó Finki a Madrid, acompañado de su primo, el hijo de Álvarez del Vayo, pero no se llegó a un acuerdo.

Pasó el tiempo y prosiguieron las gestiones para obtener el cuadro. En 1980, de un ataque cerebral, falleció Finki Araquistáin, sin haberle dicho a su mujer cuánto era lo que aspiraba a obtener por los documentos. A la larga, aunque ayudaron, los documentos de Finki no fueron decisivos para conseguir el cuadro que, finalmente, llegó a España en septiembre de 1981.

Aquilino Duque, que conoció a Finki en Ginebra, cree que éste, con la ayuda de su primo Álvarez del Vayo, fabricó los documentos con papel impreso oficial y una vetusta máquina de escribir. Falsos o auténticos, sirvieron para que el Archivo Histórico Nacional entrara en posesión de los papeles de Luis Araquistáin, que se convirtió de este modo en el periodista y político que mejor representado se halla en esa institución decimonónica nacida para albergar los archivos de la ordenes religiosas suprimidas con la desamortización y que luego ha ido dando cabida a otros papeles muy diversos. Los 34 archivadores adquiridos por el Estado español se transformaron en cincuenta y cinco legajos, donde se recoge su correspondencia, sus artículos y borradores, así como los documentos que dan fe de su ejecutoria en los cargos públicos que desempeñó.

En los legajos Araquistáin, "la vida del escritor socialista y la evolución de su pensamiento se pueden seguir casi día a día". Es "el material soñado por todo historiador que se propone escribir una biografía". Pero durante muchos años, aunque los papeles de Araquistáin han sido consultados por diversos investigadores en busca de testimonios sobre hechos diversos, la biografía del escritor y político no ha atraído a nadie. Un profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Francisco Fuentes, ha publicado este año, 2002, el fruto de su inmersión en ese fondo documental y reconstruido la andadura vital e intelectual de los últimos veinte años de su vida. El libro se titula Luis Araquistáin y el socialismo español en el exilio (1939-1959) y lo ha editado Biblioteca Nueva.

El periodismo, la literatura y la política

El tiempo ha rebajado el relieve de la figura de Luis Araquistáin. Su personaje se define por su actividad en tres campos: el periodismo, la literatura y la política, con perfiles menos acusados que los de algunos de sus coetáneos más destacados: Azaña, Negrín, Ortega o Madariaga. La política marcó su destino. Profesionalmente estuvo dedicado a ella menos de diez años, sin que llegara a alcanzar un papel de primer orden, pero el resto de su vida quedó lastrado por su actuación durante esos años.

De familia vasca, con la que se educó, nació en 1886 en un pueblo de Cantabria porque su padre trabajaba para el puerto de Santander. En 1904 obtuvo el título de piloto en la Escuela Náutica de Bilbao. Residió en Argentina hasta 1908, cuando se instaló en Madrid, aunque durante varios años hizo frecuentes viajes al extranjero, especialmente a Londres. Como periodista, publicó en El Mundo, La Mañana, El Liberal, El Sol. Entre 1916 y 1922 alcanzó un primer momento estelar al frente de la revista España, que convierte en órgano del regeneracionismo más crítico con la Restauración. La revista toma partido por la causa de los aliados en la guerra y su posición en esos años está próxima al socialismo fabiano.

Según Madariaga, la madurez de Araquistáin consistió en hacerse más socialista, más militante y más agresivo. Tras una década entregado a la creación literaria, en su biografía se abre una nueva etapa en vísperas de la II República, que se cierra con la marcha al exilio. Aunque hasta entonces su papel como militante no había sido muy destacado, se había afiliado al PSOE en 1911, junto a, entre otros, Julián Besteiro, en la primera hornada de intelectuales que se incorpora al partido obrero. En 1921 había entrado como concejal en el Ayuntamiento de Madrid, pero dimitió al poco tiempo en desacuerdo con la postura adoptada sobre la Tercera Internacional. Alejado de la política, durante la década de los veinte escribe novelas, ensayos y obras de teatro.

En sus artículos periodísticos alcanzó fama de temible polemista, pero la elocuencia no era su fuerte. Su aportación como diputado en la constituyentes consiste en la poco feliz formulación del primer párrafo del Artículo 1: "España es una República democrática de trabajadores de toda clase". Entre los cargos que desempeñó, fue subsecretario en el ministerio de Trabajo con Largo Caballero, embajador en Berlín y más tarde, ya en la guerra, en París.

Cuando se acerca a la cincuentena, vive en un barrio burgués de Madrid, al lado del Prado, es padre de dos hijos adolescentes, es un autor conocido que publica mucho y dirige una editorial de cierto éxito, se convierte en revolucionario fanático. Fue el principal ideólogo de la facción bolchevique del PSOE al frente de la revista Leviatán, el órgano del largocaballerismo, entre 1934 y 1936, y también como director del semanario Claridad. Desde estas publicaciones, propugna la revolución socialista como único procedimiento para cerrar el paso a un pretendido ascenso del fascismo en España. Aunque no hay una respuesta razonable que explique cómo llegó a radicalizarse tanto y tan repentinamente, esos dos años son la parcela mejor conocida de su obra, pues, entre otros estudios, le ha sido dedicado un libro de 455 páginas (Marta Bizcarrondo, Araquistáin y la crisis socialista en la II República. Leviatán 1934-1936. Siglo XXI, 1975).

De su agresividad como periodista, es buena muestra la acusación que le lanzan los socialistas de Política en junio del 36: "Durante veinte años la pluma de Araquistáin, manejada como estaca, estilete y trabuco, ha sembrado el terror en el periodismo español."

Su posición en el partido socialista viene delimitada por tres personajes, de los que estuvo muy próximo. El primero de ellos, Francisco Largo Caballero, el burócrata sindical que sucede a Pablo Iglesias al frente de la UGT, líder del sector izquierdista del PSOE e impulsor de la rebelión de 1934. Araquistáin fue el asesor intelectual del Lenin español, su ninfa Egeria (Rivas Cherif). Otro personaje muy cercano a él hasta que se enemistaron durante la guerra es Julio Álvarez del Vayo, casado con una hermana de su mujer, vecino del mismo edificio de la calle Espalter de Madrid, como él periodista, políglota, socialista y asesor de Largo Caballero. Se dice que Vayo llegó a ministro de estado en lugar de Araquistáin porque a su optimismo casi patológico unía una escasa inteligencia, rallana en la estupidez, aunque más decisiva fue su supeditación incondicional a los designios de la Unión Soviética. El tercero es Juan Negrín, el profesor de Fisiología en la facultad de Medicina de Madrid que llegó a presidente de la república. Araquistáin, que lo había llevado al Partido Socialista, permaneció fiel a Largo Caballero cuando Negrín alcanza la presidencia con el aval de Stalin. El antiguo amigo se convirtió en la bestia negra, principal responsable de la tragedia española, como repitió incansablemente hasta el final de sus días.

Los últimos años de Araquistáin transcurren en Londres y en Ginebra. En la capital inglesa trabaja durante la guerra mundial como periodista para los servicios de información británicos, más tarde pasa una temporada de apuros en los que intenta sin excesivo éxito diversos modos de ganarse la vida. Finalmente, a comienzos de los cincuenta, poco antes de establecerse junto a su hijo en Ginebra, recupera la plena dedicación al periodismo y da conferencias en empresas fundadas por antiguos dirigentes del POUM: la agencia ALA, fundada y dirigida por Joaquín Maurín en Nueva York, y el Congreso para la Libertad de la Cultura, a cuyo frente se halla Julián Gorkín, que publica los Cuadernos del mismo nombre, de los que fue nombrado director poco antes de morir. Esta institución ha sido estudiada recientemente en un libro de Frances Stonor Saunders (La CIA y la guerra fría cultural, debate, 2001), pero, al margen de su peregrino enfoque, dedica muy pocas páginas a la sección en español.

Durante la última etapa de su vida, Araquistáin se mantiene en relación con el partido, firma en sus publicaciones tratando de contribuir al debate en la organización, participa en reuniones y ejerce influencia en grupos de militantes, pero no llega a ocupar ningún cargo. En su época de Leviatán había sido el más izquierdista. En el exilio se convierte en el más posibilista y crítico con la actuación del partido durante la república y en la guerra civil. Su feroz anticomunismo llega a escandalizar a sus compañeros de partido más moderados, como Prieto. Sus críticos dijeron de él que era capaz de defender con la misma vehemencia una idea y su contraria transcurridos unos días.

Su tesis era que la república murió atrapada por la presión de dos grandes potencias, Rusia de un lado, Alemania e Italia del otro, con la abstención de Inglaterra y Francia. Acierta y profundiza en la crítica del estalinismo, pero es incapaz de extraer las últimas consecuencias de su propia participación en el revolucionarismo del PSOE que desde 1933 se propuso, y lo consiguió, acabar con la república. Llegó a negar que hubiera tenido algo que ver con la elevación de su jefe de filas a la categoría de Lenin español, cuando no hay más que ir a los artículos de Leviatán y Claridad para demostrar lo contrario. Su autocrítica en los últimos años fue tal vez extremosa, pero, aunque resulte comprensible, no llegó a cortar esa especie de cordón intelectual que le impide abandonar la idea de revolución y la mitología proletaria.

Editor

Con Negrín y Álvarez del Vayo como socios, Araquistáin dirigió una editorial, cuya primera noticia es de 1929. Llevaba el nombre de la revista que habían dirigido Ortega, Azaña y él, España. Azaña, que se había hecho cargo de ella cuando agonizaba como empresa, la había cerrado, tras haber sido estrangulada por el primer gobierno de la dictadura de Primo de Rivera en los primeros días de 1924. El futuro presidente de la república, según su cuñado, que contribuyó a convencerlo y fue secretario de la publicación, se había metido en ella para proyectar su figura política.

España había sido fundada en 1915 por Ortega como órgano de la Liga de Educación Política de Luis García Bilbao, un admirador que, tras escucharle la conferencia "Nueva y Vieja política" había puesto a su disposición una herencia que acababa de recibir. Según Rivas Cherif, el benefactor de la causa orteguiana era un "timidísimo personaje, aunque aventurado mecenas y literalmente ahogado en la triste pasión del alcohol, que nos ocultaba pudorosamente, agravándola para su mal con el café que bebía de continuo, creo que por único alimento, dada su desgana de todo ejercicio y abandonado a la perdición de sus aptitudes".

Al año, Ortega abandonó la empresa y a su deprimente mecenas para embarcarse en nuevas singladuras. En enero de 1916, Araquistáin se hizo cargo de la dirección, en la que permaneció hasta 1922. Según Mainer, con él la revista "se convirtió en el portavoz de todo el descontento de la nación". Tras abandonar la revista, Araquistáin publica más de una docena de novelas breves, la mayor parte de ellas en La Novela de Hoy, que tenían en torno a las 60 páginas, varias obras de teatro y varios libros de ensayos. Su vuelta a la política coincide o viene precedida por la reedición en 1930 en la editorial España de un libro, El Ocaso de un régimen nueva versión del que diez años atrás había titulado España en el crisol, en el que se resume su ideario regeneracionista y que no hace predecible su radicalización marxista de pocos años después.

No se sabe mucho de la editorial España, salvo que dio en la diana con uno de sus primeros títulos, una novela pacifista que retrataba la cara más amarga de la gran guerra. La decisión de publicarlo se debe, al parece, a Trudy, la mujer de Araquistáin, que hacía las veces de lectora para la editorial. De Sin novedad en el frente de Erich Marie Remarque vendió la editorial España más de 100.000 ejemplares en poco más de un año. Otro indicio de su actividad que recoge Caudet, es el anuncio incluido en 1934 en la revista Leviatán en el que se ofrece descuento sobre 15 títulos de la editorial.

La editorial España publicó también la primera novela de Alejo Carpentier, ¡Écue-Yamba-Ó! Desde París llegó el cubano en 1933 a la estación del Norte con 20 pesetas y Álvarez del Vayo le pagó por derechos de autor mil, con las que, como era costumbre, invitó a un banquete a sus amigos.

Bibliófilo y hombre de negocios

El último cargo político que desempeña Araquistáin es el de embajador de la República en París. Cuando cae Largo Caballero en mayo de 1937, dimite y regresa a Madrid, a su piso de la calle de Espalter. En 1938 se instala en Barcelona tras haber pasado unos meses en Valencia. Durante su estancia en Barcelona, aunque siguió siendo diputado, influyente miembro de la agrupación socialista madrileña y asesor de Largo Caballero, permanece como éste, desocupado, confinado por el gobierno en cuarentena política. Largo, desposeído de sus cargos, había empezado a criticar en público la situación, el creciente control comunista del gobierno, pero tuvo que dejar de hacerlo tras ser detenido en Valencia.

En su Historia del pensamiento español contemporáneo chocan las precisiones bibliográficas, excesivas y fuera de lugar, con que Araquistáin salpica sus reflexiones sobre algunos autores. Por la reciente biografía de Fuentes nos enteramos de dónde procede esta erudición. Le introdujo en la alta bibliofilia el más ilustre de estos especialistas, Antonio Palau i Dulcet, durante el año que pasó en Barcelona, el último que vivió en España. A su muerte en 1956 le dedicó un artículo en los Cuadernos para la Libertad de la Cultura. Por los rastros que quedan en su correspondencia, Fuentes cita los pedidos que hace a la librería de Enrique Prieto de Madrid, se deduce que la bibliofilia empezó a convertirse para Araquistáin en una actividad cuasi profesional. Los libros adquiridos en Barcelona consiguió llevárselos consigo a Londres. Es interesante recordar cómo lo consiguió.

El domingo 22 de enero de 1939, las tropas del general Franco habían llegado a Sitges. El gobierno republicano se planteó con urgencia el abandono de Barcelona. La orden fue dada al día siguiente. Zugazagoitia cuenta la dramática escasez de medios de transporte: "Un camión el día 23 de enero tenía un precio exorbitante. Toda la administración estaba de mudanza y los vehículos resultaban insuficientes. En la Jefatura de transportes afirmaban no disponer de uno solo." (...) "Si los ministros esperan que Transportes Militares les facilite algún vehículo harán mejor pegando fuego a sus departamentos. Ganarán tiempo. El único camión que he pedido para la secretaría general (de Defensa) no me ha sido facilitado". Muchos archivos ministeriales fueron quemados, otros quedaron abandonados.

La noche del día anterior, varias ambulancias de la Sanidad Militar se habían dirigido hacia la frontera tras recoger su carga en la calle Campo Vidal del barrio barcelonés de Gracia. Pero no eran personas lo que transportaban, sino la biblioteca, los papeles y acaso otras pertenencias de Araquistáin. Las ambulancias -la fuentes hablan de varias, pero no precisan el número- habían sido puestas a su disposición por el jefe de la Sanidad Militar, el compañero Arín, como le llama Largo Caballero. A pesar de la escasez de medios de transporte durante la evacuación de Barcelona, permanecieron varios días dedicadas a la mudanza de don Luis.

Un incómodo testigo, Constancia de la Mora -la nieta comunista de Maura, funcionaria del ministerio de Propaganda y casada con Ignacio Hidalgo de Cisneros, el jefe de la aviación republicana-, las vio aparcadas el 29 de enero delante del ayuntamiento de Cerbére y lo contó en sus memorias Doble esplendor. Este libro, como el Cambio de Rumbo de su marido, son dos testimonios políticos de un estalinismo ruborizante:

"Monsieur Cruzel, el alcalde, nos llevó a su despacho y desde su ventana señaló a varias ambulancias, nuevecitas, pintadas de verde, de la Sanidad Militar del Ejército Republicano.
- ¿Qué hacen ahí? -pregunté extrañada-. Con lo necesarias que serían en el frente y para la evacuación de hospitales.
- ¿Usted qué cree? -me contestó el alcalde con ironía.
- Hay que hacer que regresen a España inmediatamente.
- El 27 de enero llegaron aquí. Hace varios días, como usted ve; pero no traían heridos, ni enfermos, ni mutilados, sino los archivos y otros objetos propiedad del señor Largo Caballero y de don Luis Araquistáin. En alguna de ellas venían cuadros y alfombras (quizá tapices, el libro fue traducido del inglés), pero no hemos querido tocar nada porque en una limousine llegaron al mismo tiempo esos dos "señores" -continuó el alcalde, poniendo énfasis en la última palabra- con la esposa del segundo. Ella no es española, según tengo entendido, ¿no es verdad? Andan buscando la manera de expedir todo a París, por ferrocarril, sin que les cueste dinero y, entretanto, no quieren desocupar las ambulancias".

De la Mora apostilla: "Sentí vergüenza y una rabia inmensa de que los que tan generosamente entregaron sus vidas en los campos de España hubiesen podido tener confianza alguna vez en aquellos dos hombres y no supe qué contestar. ¡Ambulancias para transportar papeles y alfombras cuando nuestros heridos no podían escapar a la barbarie de los fascistas por falta de ellas!"

Largo Caballero da una versión algo distinta en Mis recuerdos. No parece que las ambulancias transportaran nada suyo. Además de Araquistáin y Largo Caballero, en la caravana iban también otros compañeros de facción, incluido el doctor Arín, con sus familias. Pasan primero la frontera con sus pasaporte diplomático los primeros con sus familias. En Cérbere, cuando Constancia de Mora ve las ambulancias, esperan a que lo logre el resto.

Según Fuentes, la carga era fundamentalmente propiedad de Araquistáin. "Unas ambulancias facilitadas por el Jefe de la Sanidad Militar, el doctor Arín, le permiten llevarse su rica biblioteca, que la estancia en Barcelona había acrecentado con obras de notable valor." La utilización de estos vehículos para la evacuación de su patrimonio particular le merece un juicio menos severo que a Constancia de la Mora: "demuestra hasta qué punto estaba dispuesto a todo con tal de salvar su biblioteca" ¿Qué se llevó Araquistáin de Barcelona en las ambulancias del compañero Arín?

Lo que se sabe es que vendió algunos de los libros en Londres para superar los momentos de mayores dificultades económicas. Según le contó a José Bullejos en 1952, su situación económica "se iba haciendo cada vez más difícil según disminuían los mejores libros de mi biblioteca". No eran menudencias: un manuscrito de Petrarca fue subastado en Sotheby's y varios incunables hebreos vendidos al British Museum. Fuentes cuenta que en 1948 recibió de Sothebys 378 libras por la venta de varios ejemplares en una subasta; en 1951, la cantidad es de 903 libras; casi 3.000 en 1952 y más de ochocientas en 1953.

En 1946, proyectó con Luis Quintanilla crear una empresa de compraventa de libros raros y antiguos. Unos años más tarde, su socio es Narcís Andreu i Abelló, que dirigía entonces un banco en Tánger, donde, según lo recuerda Manuel Ortínez, que eludía las limitaciones cambiarias de la época en esa ciudad, vivía en un palacio como un príncipe árabe con sirvientes negros. Andreu, hombre astuto, se encarga de buscar socios capitalistas para la sociedad que proyecta. Pero el negocio no parece que prosperara a esa escala y Araquistáin siguió dedicado al trapicheo.

Además de los libros, también se introduce en el coleccionismo de cuadros, muebles y cerámicas. A Ginebra traslada algo de lo que había reunido: Fuentes menciona dos cuadros de Fortuny, un greco, un posible goya, un boceto de Sorolla y un vicente lópez, por el que le ofrecen desde España 50.000 pesetas de 1952.

Su interés llega a ser tan amplio que en años sucesivos le interesa cualquier obra rara por algún concepto, aunque su campo de especialidad se va precisando en pintura española contemporánea y libros de los siglos XV y XVI, sobre todo ediciones ilustradas, clásicos franceses del XVII y estudios sobre América. En 1953 compra tres "picassitos" a la galería Gaspar de Barcelona, para los que tiene un americano dispuesto a pagar por ellos 4000 dólares si se le asegura la autenticidad. Un detalle más de su capacidad para vivir en la contradicción es la crítica que le merece la especulación con obras de arte y su odio por los marchantes a los que acusa de ser "incubadores de falsos valores". En 1955, Andreu i Abelló le pone en relación con su primo Juan Abelló, presidente entonces de la Cámara de Comercio de Madrid, al que le vende, haciéndole precio de amigo, para quedar bien con Andreu, un fortuny por 200.000 francos franceses, que cobrará en París su cuñada, la mujer de Julio Álvarez del Vayo, con quien, al parecer, acababa de reconciliarse tras casi 20 años de odio furibundo.

Cuando se traslada a Ginebra para vivir con su hijo, el volumen de su biblioteca es tal que se ve obligado a alquilar un local para alojar los libros de menor uso. Al final de su vida había reunido una biblioteca de 20.000 volúmenes, que Finki, su hijo, pretendió vender, sin éxito, como hemos visto, al estado español.

La familia

"Por aquellos días (...) pasó sobre España una gentil bandada de garzas suizas, tres de las cuales, sin duda las más bellas, se posaron a orillas del Manzanares. (...) estas aves lindas no se posaron en Madrid por confundir el Manzanares con ningún lago de su país; su verdadero motivo era mucho más avizor. La una se casó con Araquistáin, la otra con Vayo y la tercera con Viñuales". Así comienza Salvador de Madariaga su retrato de Luis Araquistáin. Las hermanas eran de origen ruso y algún autor añade que también judío. Gertrude Graa, a la que llamaban Trudy, se casó con Araquistáin en Londres en 1914.

De los testimonios sobre ella se deduce que era una mujer fuerte, muy fuerte en opinión de algunos, con influencia sobre su marido. Martínez Nadal, que la conoció ya en Londres, dice que era "inteligente, directa, a menudo agresiva. Gozaba ella con el intento de desconcertar a los que sabía o creía eran asustadizos burgueses de derechas". Según Mariano Ansó, cuando Pío Baroja pasó por la embajada en París, un reproche áspero de Trudy por su apoliticismo fue la causa de que el escritor regresara a España, a la zona nacional, a pesar del susto que le habían dado los requetés en Vera. Trudy murió de leucemia en Londres, en 1942.

El matrimonio tuvo dos hijos. El 18 de julio de 1915 nació Ramón, conocido como Finki (o Fincki, por pinzón, según Madariaga), como le llamaba su madre. A Ramón lo educaron con el Instituto Escuela y estaba matriculado en Medicina en 1936. Su padre consiguió que no fuera al frente aduciendo que desempeñaba tareas para la embajada. En Barcelona trabajó en un hospital. Louis Fisher, el americano periodista, escritor y agente de la KOMINTERN hasta su ruptura tras la guerra de España, lo recuerda en sus memorias haciendo de médico en el hospital donde le acompaña a visitar a varios heridos con lesiones tremendas, patéticas.

No acompañó a sus padres a Londres y prefirió marchar a México para proseguir sus estudios de Medicina, que no acabó. En 1946 retornó a Europa y se instaló en París, sin oficio ni beneficio, viviendo de lo que le enviaba su padre. Por mediación de éste consiguió entrar como corrector de pruebas en la Organización Internacional del Trabajo, instalándose definitivamente en Ginebra en 1950. Un poco más tarde su padre abandonó Londres para vivir con su hijo en la ciudad suiza.

La hija, Sonia, era más joven que Ramón, pero no se cita su fecha de nacimiento. Se educó también en la escuela institucionista. Más tarde estudió en Inglaterra en Summerhill, la conocida escuela en la que se ponían en práctica las más avanzadas ideas pedagógicas, con la que permaneció vinculada hasta muy avanzados los años treinta, llegando a ilustrar un libro de Neill, el fundador. Según Martínez Nadal era guapísima, escultural. Con la familia Araquistáin también vivía Amparo Sánchez, hija de un amigo socialista, a la que habían recogido al quedar huérfana. Era "morena encendida, muy guapa y escultural también".

En el otoño de 1945 Sonia se suicidó arrojándose desde la azotea del edificio de Bayswater en el que residía con su padre y Amparo en Londres. Martínez Nadal, el Gran Simpático de Aquilino Duque en Mano en candela, recuerda cómo unos días antes le había dicho en una recepción en la embajada de Venezuela:

-¿Véis? Nadal sabe lo que fui, soy y seré. Primero, reptil, luego me erguí en cuatro patas y fui gacela, ahora soy mujer. Mañana o pasado volaré. "Se levanta de la silla, me da un beso frío en la boca y atónita, sin mirar, fija sus bellos ojos en el vacío. Sonia está loca."

Se había enamorado de un capitán canadiense que un domingo tenía que regresar a Alemania. Su padre tenía cita para llevarla al día siguiente al psiquiatra. Pero Sonia se desnudó en la cabina telefónica desde la que había hablado con él, tras asegurarle que en un momento se plantaba en la estación para despedirlo, subió hasta la terraza y se lanzó desde ella. "No preocuparos, que yo ya puedo volar", fue su despedida.

Número 12

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